Del Catecismo de la Iglesia Católica
La
virginidad de María
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Desde las primeras formulaciones de la fe, la Iglesia ha confesado que Jesús
fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del
Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús
fue concebido "absque semine ex Spiritu Sancto", esto es, sin
semilla de varón, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la
concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el
que ha venido en una humanidad como la nuestra:
Así, san Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): "Estáis
firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la
raza de David según la carne, Hijo de Dios según la voluntad y el poder de
Dios, nacido verdaderamente de una virgen... Fue verdaderamente clavado por
nosotros en su carne bajo Poncio Pilato... padeció verdaderamente, como
también resucitó verdaderamente".
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Los relatos evangélicos presentan la concepción virginal como una obra
divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas: "Lo
concebido en ella viene del Espíritu Santo", dice el ángel a José a
propósito de María, su desposada (Mt 1, 20). La Iglesia ve en ello el
cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: "He aquí
que la virgen concebirá y dará a luz un hijo".
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A veces ha desconcertado el silencio del Evangelio de san Marcos y de las
cartas del Nuevo Testamento sobre la concepción virginal de María. También
se ha podido plantear si no se trataría en este caso de leyendas o de
construcciones teológicas sin pretensiones históricas. A lo cual hay que
responder: la fe en la concepción virginal de Jesús ha encontrado viva
oposición, burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, judíos y
paganos; no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en una adaptación
de las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio no es accesible más
que a la fe que lo ve en ese "nexo que reúne entre sí los
misterios", dentro del conjunto de los Misterios de Cristo, desde su
Encarnación hasta su Pascua. San Ignacio de Antioquía da ya testimonio de
este vínculo: "El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María
y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se
realizaron en el silencio de Dios".
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