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" En cien mesas se sirvió el espléndido banquete; primero los pajes recogieron pan del Grial" (...) "ante el Grial estaba dispuesto todo lo que se deseaba: comida caliente, comida fría, comida moderna y también la tradicional, carne de corral y de caza. Muchos dirán que esto no se ha visto nunca. Pero critican sin razón, pues el Grial era el fruto de la felicidad, el cuerno de la abundancia de todos los placeres del mundo, y se acercaba mucho a lo que se dice del reino de los cielos. En pequeñas vasijas de oro se recogía lo que convenía a cada alimento: salsas, pimientas, zumos de frutas. El moderado y el tragón recibieron lo que deseaban y fueron servidos con esmero. Licor de moras, vino, arrope rojo ... Se pidiera lo que se pidiera de beber y se pusiera donde se pusiera la copa, se podía ver dentro de ella el poder del Grial. La noble sociedad era Huésped del Grial". "Parzival vio perfectamente la opulencia y el gran portento, pero por su buena educación no hizo ninguna pregunta. Pensó: Gurnemanz me aconsejó con muy buena voluntad y sin ningún género de dudas que no debía hacer muchas preguntas. ¿Y si me ocurre aquí lo mismo que allí?. Sin preguntar me enteraré de lo que sucede a estos caballeros' ". El señor del castillo le obsequió a su huésped una hermosa y costosa espada, que él había utilizado en la lucha, hasta que fue herido. La noche que Parzival pasó allí, tuvo una gran pesadilla, parecida a la que tuvo su madre antes de que él naciera. Al despertar se encontró solo, todos se habían escondido. Sólo el escudero que se ocupaba del puente le gritó, al salir Parzival en su caballo: "¡Id al infierno!" ."Sois un necio. ¡Si hubierais abierto el pico y hubierais preguntado al señor del castillo!. ¡Habéis echado a perder vuestra gloria!". "Parzival pidió a gritos una explicación, pero no recibió respuesta. Por mucho que gritó al escudero, éste hizo como si fuera andando dormido y cerró la puerta del castillo".
El héroe pensaba que todos los caballeros se habían ido para luchar por el señor del castillo, a quien creyó en dificultades; y comenzó a seguir unas huellas que vio al salir por el puente. Deseaba ganarse la espada que el rey le obsequió; pero las huellas fueron perdiéndose hasta desaparecer. Entonces escuchó los lamentos de una dama; era Sigune, su prima, a quien no reconoció en un principio, pues ella se había rapado los cabellos, había perdido el color y las fuerzas. Sin embargo ella sí lo reconoció por su voz. La doncella aún sostenía en su regazo el cuerpo, ahora embalsamado, de su difunto príncipe. Parzival le aconsejó enterrarlo, pero ella se negó. Al enterarse de dónde venía , ella le dijo: "Es el (castillo) más perfecto del mundo. Quien lo busca intencionadamente, por desgracia nunca lo encuentra. Muchos lo intentan. Sólo sin buscarlo se puede encontrar. Señor, no creo que lo conozcais. Se llama Munsalwäsche y el nombre del reino del señor del castillo Salwäsche. El viejo Titurel se lo dejó en herencia a su hijo, el rey Frimutel. Este noble héroe consiguió gran gloria. Murió en una justa, a la que lo había llevado su amor. Dejó cuatro nobles hijos: tres, ricos, pero atribulados; el cuarto, pobre, pero por Dios, para expiar una culpa. Este último se llama Trevrizent. Su hermano Anfortas lleva su vida en una silla. No puede cabalgar, ni andar, ni estar tumbado, ni estar de pie. Es el señor de Munsalwäsche. No le perdona la desgracia. Señor, si hubierais ido realmente allí, a esa sociedad apesadumbrada, habríais liberado a su señor de la gran aflicción que padece desde hace mucho". Al enterarse de que no había hecho lo que debía, Sigune se negó a seguir hablándole. De esa forma su primo tuvo que partir de allí. Parzival se sentía muy apenado por haber sido indolente para preguntar cuando estuvo sentado al lado del atribulado Anfortas. Al continuar su camino se encontró con Jeschute, esposa del duque Orilo de Lalande; la mujer cabalgaba en un escuálido caballo, vestida con ropas hechas jirones. Era el castigo que le daba su esposo. Este duque era el hermano del rey Lähelin, que usurpó los reinos que Parzival debía heredar por parte de su madre. El joven no reconoció en un principio a la duquesa como la mujer a quien había robado anillo y broche después de separase de su madre; pero Jeshute lo reconoció inmediatamente. Parzival tuvo que luchar para devolverle el favor de su esposo, pues él había pensado que ella había cambiado sus sentimientos respecto a él y que había deshonrado su pureza y su buen nombre con un amante. Al vencer a Orilo, Parzival tarmbién le hizo prometer que iría a Britania, a la corte del rey Arturo, para ponerse al servicio de Cunneware -en ese momento el duque no sabía que se trataba de su propia hermana- y resarcirla por los golpes que recibió por su risa. Antes de separarse, ambos caballeros y la dama cabalgaron hacia una eremita en una peña escarpada. El ermitaño se llamaba Trevrizent. Parzival cogió el relicario que encontraron allí y juró sobre él, por su honor de caballero, que la duquesa no cometió ninguna falta cuando le arrancó el broche y anillo, y les dijo: "Era un necio, no un verdadero hombre aún. Mi inteligencia era todavía pequeña. Tuvo que llorar mucho y que sudar abundantemente por el sufrimiento". Entonces le devolvió el anillo, pero declaró que, por causa de su necedad, había perdido el broche. Así se reconciliaron los esposos. Posteriormente la pareja hizo los preparativos y se encaminaron hacia la corte de Arturo, que se había mudado a la pradera de Plimizöl. |