Libro V

Arriba ] Libro VI ]

 

El Grial, 'la perfección del Paraíso.'

   Parzival cabalgó por más distancia que la que había recorrido hasta entonces; comenzaba a extrañar a su esposa y dejó que su caballo llevara las riendas, por troncos y pantanos.

   "Por la noche llegó a un lago, en el que unos pescadores habían fondeado su barca. El lago les pertenecía ( ... ) Parzival vio en la barca a uno que llevaba tales vestidos que, aunque fuera el rey del mundo, no podía llevarlos mejores". A este pescador le pidió que le informara donde podía albergarse; aquél le contestó, lleno de tristeza, que lo más cercano en millas era un castillo, y le indicó el buen camino para llegar allí.

   "Parzival partió de allí y se dirigió tranquilo, al trote, por el buen camino hasta el foso. El puente estaba levantado. El castillo tenía excelentes defensas y parecía como si estuviera cincelado. Sólo volando o dejándose llevar por el viento podrían asaltarlo. Se levantaban en el muchas torres y varios palacios con extraordinarias fortificaciones. Aunque todos los ejércitos lo atacaran durante treinta años, no tendrían que dar ni un pan por su salvación". Bajaron el puente del castillo para permitirle la entrada, ya que el pescador lo había enviado allí; le dieron la bienvenida caballeros jóvenes y viejos, pajes y escuderos, que le procuraron todas las comodidades. Poco después llegó el rey del castillo, el pescador que había visto anteriormente en el lago. Su morada era magnifica, todo en su interior denotaba riqueza.

   "El señor de castillo se sentó en una cama junto al fuego central. El y la alegría estaban en tablas: no vivía, sino que moría. El bellísimo Parzival entró en el palacio y fue bien recibido por el que lo había enviado allí. No le dejó estar mucho tiempo de pie, sino que le pidió que se acercara y que se sentara: 'Venid a mi lado, pues si os sentara allí lejos, sería como si os tomara demasiado por forastero', dijo el atribulado anfitrión. Por su enfermedad tenía grandes fuegos y ropa de abrigo. Amplios y largos, y de piel de marta cebellina, tenían que ser su falda y el abrigo que llevaba encima. Incluso la más pequeña piel, negra y gris, era muy hermosa, y lo mismo sucedía con el gorro en su cabeza, por fuera y por dentro de marta muy cara. Rodeaba el gorro por arriba un ribete de Arabia, con un resplandeciente rubí en el centro, a modo de pequeño botón".

    "Allí estaban sentados muchos magníficos caballeros y se presentó ante sus ojos la mayor tristeza. Un escudero entró corriendo por la puerta. Llevaba una lanza, de cuyos filos fluía sangre, que corría por el mango hasta la mano, para ser recogida en la manga. Al verla se produjo un gran duelo. En el espacioso palacio lloraron y gritaron. Las gentes de treinta países no hubieran podido hacer con sus ojos otro tanto. El escudero llevó la lanza por toda la sala, a lo largo de las cuatro paredes, y de nuevo hasta la puerta, de la que salió corriendo. Se callaron entonces los lamentos y el dolor que había despertado la lanza que llevaba en su mano el escudero".

LA PROCESIÓN DEL GRIAL.

   Entonces comenzaron a prepararse para la cena. Casi treinta doncellas; todas ellas flor de la nobleza; trajeron bandejas, cuchillos de plata, servilletas, candelabros; tras ellas llegó la reina. "Sobre un verde ajmardi portaba la perfección del Paraíso, a la vez la raíz y su brote. Era una cosa que se llamaba 'El Grial', la mayor gloria del mundo". La que portaba el Grial tenía por nombre Repanse de Schoye. El Grial tenía esta condición: la que lo cuidaba tenla que conservar su pureza y estar libre de maldad.

Repanse de Schoye, la doncella portadora del Grial.

   " En cien mesas se sirvió el espléndido banquete; primero los pajes recogieron pan del Grial" (...) "ante el Grial estaba dispuesto todo lo que se deseaba: comida caliente, comida fría, comida moderna y también la tradicional, carne de corral y de caza. Muchos dirán que esto no se ha visto nunca. Pero critican sin razón, pues el Grial era el fruto de la felicidad, el cuerno de la abundancia de todos los placeres del mundo, y se acercaba mucho a lo que se dice del reino de los cielos. En pequeñas vasijas de oro se recogía lo que convenía a cada alimento: salsas, pimientas, zumos de frutas. El moderado y el tragón recibieron lo que deseaban y fueron servidos con esmero. Licor de moras, vino, arrope rojo ... Se pidiera lo que se pidiera de beber y se pusiera donde se pusiera la copa, se podía ver dentro de ella el poder del Grial. La noble sociedad era Huésped del Grial".

    "Parzival vio perfectamente la opulencia y el gran portento, pero por su buena educación no hizo ninguna pregunta. Pensó: ‘Gurnemanz me aconsejó con muy buena voluntad y sin ningún género de dudas que no debía hacer muchas preguntas. ¿Y si me ocurre aquí lo mismo que allí?. Sin preguntar me enteraré de lo que sucede a estos caballeros' ".

    El señor del castillo le obsequió a su huésped una hermosa y costosa espada, que él había utilizado en la lucha, hasta que fue herido.

   La noche que Parzival pasó allí, tuvo una gran pesadilla, parecida a la que tuvo su madre antes de que él naciera. Al despertar se encontró solo, todos se habían escondido. Sólo el escudero que se ocupaba del puente le gritó, al salir Parzival en su caballo: "¡Id al infierno!" ."Sois un necio. ¡Si hubierais abierto el pico y hubierais preguntado al señor del castillo!. ¡Habéis echado a perder vuestra gloria!". "Parzival pidió a gritos una explicación, pero no recibió respuesta. Por mucho que gritó al escudero, éste hizo como si fuera andando dormido y cerró la puerta del castillo".

"Parzival abandona el castillo vacío", obra de Willy Pogany.

   El héroe pensaba que todos los caballeros se habían ido para luchar por el señor del castillo, a quien creyó en dificultades; y comenzó a seguir unas huellas que vio al salir por el puente. Deseaba ganarse la espada que el rey le obsequió; pero las huellas fueron perdiéndose hasta desaparecer. Entonces escuchó los lamentos de una dama; era Sigune, su prima, a quien no reconoció en un principio, pues ella se había rapado los cabellos, había perdido el color y las fuerzas. Sin embargo ella sí lo reconoció por su voz. La doncella aún sostenía en su regazo el cuerpo, ahora embalsamado, de su difunto príncipe. Parzival le aconsejó enterrarlo, pero ella se negó. Al enterarse de dónde venía , ella le dijo: "Es el (castillo) más perfecto del mundo. Quien lo busca intencionadamente, por desgracia nunca lo encuentra. Muchos lo intentan. Sólo sin buscarlo se puede encontrar. Señor, no creo que lo conozcais. Se llama Munsalwäsche y el nombre del reino del señor del castillo Salwäsche. El viejo Titurel se lo dejó en herencia a su hijo, el rey Frimutel. Este noble héroe consiguió gran gloria. Murió en una justa, a la que lo había llevado su amor. Dejó cuatro nobles hijos: tres, ricos, pero atribulados; el cuarto, pobre, pero por Dios, para expiar una culpa. Este último se llama Trevrizent. Su hermano Anfortas lleva su vida en una silla. No puede cabalgar, ni andar, ni estar tumbado, ni estar de pie. Es el señor de Munsalwäsche. No le perdona la desgracia. Señor, si hubierais ido realmente allí, a esa sociedad apesadumbrada, habríais liberado a su señor de la gran aflicción que padece desde hace mucho".

    Al enterarse de que no había hecho lo que debía, Sigune se negó a seguir hablándole. De esa forma su primo tuvo que partir de allí.

    Parzival se sentía muy apenado por haber sido indolente para preguntar cuando estuvo sentado al lado del atribulado Anfortas.

    Al continuar su camino se encontró con Jeschute, esposa del duque Orilo de Lalande; la mujer cabalgaba en un escuálido caballo, vestida con ropas hechas jirones. Era el castigo que le daba su esposo. Este duque era el hermano del rey Lähelin, que usurpó los reinos que Parzival debía heredar por parte de su madre.

    El joven no reconoció en un principio a la duquesa como la mujer a quien había robado anillo y broche después de separase de su madre; pero Jeshute lo reconoció inmediatamente.

    Parzival tuvo que luchar para devolverle el favor de su esposo, pues él había pensado que ella había cambiado sus sentimientos respecto a él y que había deshonrado su pureza y su buen nombre con un amante. Al vencer a Orilo, Parzival tarmbién le hizo prometer que iría a Britania, a la corte del rey Arturo, para ponerse al servicio de Cunneware -en ese momento el duque no sabía que se trataba de su propia hermana- y resarcirla por los golpes que recibió por su risa. Antes de separarse, ambos caballeros y la dama cabalgaron hacia una eremita en una peña escarpada. El ermitaño se llamaba Trevrizent. Parzival cogió el relicario que encontraron allí y juró sobre él, por su honor de caballero, que la duquesa no cometió ninguna falta cuando le arrancó el broche y anillo, y les dijo: "Era un necio, no un verdadero hombre aún. Mi inteligencia era todavía pequeña. Tuvo que llorar mucho y que sudar abundantemente por el sufrimiento". Entonces le devolvió el anillo, pero declaró que, por causa de su necedad, había perdido el broche. Así se reconciliaron los esposos. Posteriormente la pareja hizo los preparativos y se encaminaron hacia la corte de Arturo, que se había mudado a la pradera de Plimizöl.

IR A LA PÁGINA PRINCIPAL.