Sembradores de pazlunes, 17 de julio de 2000 Sila M. Calderón EL PASADO sábado primero de julio se le brindó un homenaje al Dr. Wilfredo Estrada Adorno, secretario ejecutivo de la Sociedad Bíblica de Puerto Rico. El motivo de esta celebración fue los cuarenta años en el ministerio del Dr. Estrada. Merecidísimo homenaje para un hombre de Dios que se ha destacado por encarnar valores y cualidades excepcionales y por llevar un mensaje de unidad puertorriqueña y cristiana dentro y fuera de Puerto Rico. Conozco al doctor Estrada hace algún tiempo. Su trato cotidiano en torno a los asuntos de la vida de la Iglesia no lo ha excluido de hacer aportaciones importantes a la sociedad civil y a Puerto Rico. Su verticalidad, su integridad y su compromiso con la justicia y la verdad han hecho que trascienda el espacio del templo, del cual es pastor, y le ha permitido hacer una contribución necesaria y desinteresada a nuestro país. Con su trato sosegado, respetuoso y cortés, el doctor Estrada ha traído al debate público otro punto de vista, característico de personas que profesan una fe cristiana inquebrantable. La presencia en el homenaje del Dr. Estrada de otros religiosos, como el obispo Juan Vera, presidente del Concilio Evangélico de Puerto Rico; el Dr. Angel Marcial, supervisor de la Fraternidad Pentecostal de Puerto Rico, y monseñor Roberto González, arzobispo de San Juan, es prueba fehaciente de cómo distintos sectores religiosos han tenido la capacidad y la visión de unirse, para identificar puntos importantes de encuentro y soluciones distintas a los problemas que el país enfrenta día a día. Mucho agradecemos la entrega, el sacrificio y el respaldo de estos hombres de Dios a la causa de Vieques, desde distintos frentes. Ellos han puesto siempre a Puerto Rico por encima de todo. No han dejado de ser pastores y sacerdotes. Han sido siempre puertorriqueños al servicio de la paz. La actitud y la presencia de ellos y de tantos otros religiosos en Vieques matizó de humanismo y de justicia esa lucha. Hoy el país necesita más que nunca de personas como Estrada, Vera, Marcial y González. Los acontecimientos de violencia, sangre y muerte, que han sacudido al país en las últimas semanas, nos conciencian de lo necesaria que es la paz para todo Puerto Rico. Paz en nuestras vidas, en nuestros hogares, en nuestros centros de trabajo, en nuestras escuelas, en nuestros vecindarios y en nuestras relaciones con los demás. Es inaudito abrir un periódico, oír la radio o ver la televisión y encontrarnos con escenas macabras que nos estremecen el alma y el corazón. La lucha de padres contra hijos, de hermanos contra hermanas, de parejas y matrimonios, unos contra otros, no puede continuar. El Puerto Rico que se consterna a diario con el menosprecio por la vida, por la propiedad y por los valores cristianos y morales tiene que decir ¡basta! a este germen que amenaza con destruirnos. La tristeza y el llanto deben desaparecer de nuestras familias, de nuestros hogares y de nuestras comunidades. A los puertorriqueños nos preocupa profundamente el deterioro actual de nuestra fibra moral, la ruta muchas veces equivocada de nuestra vida individual y colectiva y la vulgarización del espectáculo público. Todo esto incide en una sociedad más violenta y ofensiva, menos compasiva y solidaria. Urge la restitución de la compasión y del corazón de nuestro país. Es imperativo que se sustituya el uso del arma que destruye, lacera y troncha vidas, por el uso del alma, que construye, hermana y unifica sentimientos. Es vital que nuestras acciones y actitudes estén enmarcadas en el respeto por la vida. Hay que rescatar el poder de la palabra, como solución a los conflictos cotidianos. Es importante identificar la solidaridad en este tiempo. El significado de hombres de Dios, como los doctores Estrada y Marcial, el obispo Vera, el arzobispo González y muchos otros, debe ser reconocido por todos. La colaboración de ellos, sus iglesias y sus feligreses en distintas alternativas para la atención conjunta a los males sociales que nos azotan es vital. Respeto la separación de Iglesia y Estado que establece nuestra Constitución. Sin embargo, en el aspecto humano y comunitario, la relación entre ambas instituciones debe ser fluida, de colaboración y de mucha integración. Ambas instituciones se necesitan para hacer bien y para darle cada una, desde su perspectiva, dirección y norte al país. Es más lo que el Gobierno necesita a las iglesias, que lo que las iglesias al Gobierno. Hace falta que nos impriman a todos su celo por los principios religiosos, éticos, morales y humanos. Que nos llenen de su espiritualidad y de su sentido de servicio al prójimo. Que nos contagien de su fe para poder hacer y lograr cambios. La contribución de personas de convicción y compromiso, como el Dr. Estrada, el Dr. Marcial, el obispo Vera, monseñor González y tantos hombres y mujeres de Dios, es imprescindible en la ruta del nuevo Puerto Rico que todos, desde lo más profundo de nuestro corazón, anhelamos. Promover la paz, la justicia, la concordia, la compasión y la unidad debe ser nuestra primera prioridad ante una sociedad que tanto lo necesita. Felicito al Dr. Wilfredo Estrada Adorno, en sus cuarenta años de servicio, por su gesta y desprendimiento, y le agradezco, como sé que le agradecen todos los puertorriqueños, su continuo servicio al país y su contribución para que Puerto Rico sea un lugar de sana y noble convivencia. © 2000 El Nuevo Día - Derechos Reservados |