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AUTÉNTICA
POESÍA 
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las siguientes poesías:
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Mi corazón, un día, tuvo
un ansia suprema,
que aún hoy lo embriaga cual lo
embriagara ayer;
quería aprisionar un alma en un
poema,
y que viviera siempre... pero no pudo
ser.
Mi corazón, un día, silenció
su latido,
y en plena lozanía se sintió
envejecer;
quiso amar un recuerdo más fuerte
que el olvido
y morir recordando... pero no pudo ser.
Mi corazón, un día, soñó
un sueño sonoro,
en un fugaz anhelo de gloria y de poder;
subió la escalinata de un palacio
de oro
y quiso abrir las puertas... pero no
pudo ser.
Mi corazón, un día, se
convirtió en hoguera,
por vivir plenamente la fiebre del placer;
ansiaba el goce nuevo de una emoción
cualquiera,
un goce para él solo... pero no
pudo ser.
Y hoy llegas tú a mi vida, con
tu sonrisa clara,
con tu sonrisa clara, que es un amanecer;
y ante el sueño más dulce
que nunca antes soñara,
quiero vivir mi sueño... pero
no puede ser.
Y he de decirte adiós para siempre,
querida,
sabiendo que te alejas para nunca volver,
quisiera retenerte para toda la vida...
¡Pero no puede ser! ¡Pero
no puede ser!
No, nada llega tarde, porque todas las
cosas
tienen su tiempo justo, como el trigo
y las rosas;
sólo que, a diferencia de la espiga
y la flor,
cualquier tiempo es el tiempo de que
llegue el amor.
No, Amor no llegas tarde. Tu corazón
y el mío
saben secretamente que no hay amor tardío.
Amor, a cualquier hora, cuando toca a
una puerta,
la toca desde adentro, porque ya estaba
abierta.
Y hay un amor valiente y hay un amor
cobarde,
pero, de cualquier modo, ninguno llega
tarde.
Amor, el niño loco de la loca
sonrisa,
viene con pasos lentos igual que viene
a prisa;
pero nadie está a salvo, nadie,
si el niño loco
lanza al azar su flecha, por divertirse
un poco.
Así ocurre que un niño
travieso se divierte,
y un hombre, un hombre triste, queda
herido de muerte.
Y más, cuando la flecha se le
encona en la herida,
porque lleva el veneno de una ilusión
prohibida.
Y el hombre arde en su llama de pasión,
y arde, y arde
y ni siquiera entonces el amor llega
tarde.
No, yo no diré nunca qué
noche de verano
me estremeció la fiebre de tu
mano en mi mano.
No diré que esa noche que sólo
a ti te digo
se me encendió en la sangre lo
que soñé contigo.
No, no diré esas cosas, y, todavía
menos,
la delicia culpable de contemplar tus
senos.
Y no diré tampoco lo que vi en
tu mirada,
que era como la llave de una puerta cerrada.
Nada más. No era el tiempo de
la espiga y la flor,
y ni siquiera entonces llegó tarde
el amor.
POEMA
DEL RENUNCIAMIENTO
Pasarás por mi vida sin saber
que pasaste.
Pasarás en silencio por mi amor,
y al pasar,
fingiré una sonrisa, como un dulce
contraste
del dolor de quererte... y jamás
lo sabrás.
Soñaré con el nácar
virginal de tu frente;
soñaré con tus ojos de
esmeraldas de mar;
soñaré con tus labios desesperadamente;
soñaré con tus besos...
y jamás lo sabrás.
Quizás pases con otro que te diga
al oído
esas frases que nadie como yo te dirá;
y, ahogando para siempre mi amor inadvertido,
te amaré más que nunca... y jamás lo sabrás.
Yo te amaré en silencio, como
algo inaccesible,
como un sueño que nunca lograré
realizar;
y el lejano perfume de mi amor imposible
rozará tus cabellos... y jamás
lo sabrás.
Y si un día una lágrima
denuncia mi tormento,
-el tormento infinito que te debo ocultar-
te diré sonriente: "No es
nada... ha sido el viento".
Me enjugaré la lágrima... ¡y jamás lo sabrás!
Te digo adiós y acaso te quiero
todavía.
Quizás no he de olvidarte... Pero
te digo adiós.
No sé si me quisiste... No sé
si te quería,
o tal vez nos quisimos demasiado los
dos.
Este cariño triste y apasionado
y loco
me lo sembré en el alma para quererte
a ti.
No sé si te amé mucho...
No sé si te amé poco,
pero sí sé que nunca volveré
a amar así.
Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo
y el corazón me dice que no te
olvidaré.
Pero al quedarme solo... sabiendo que
te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás
te amé.
Te digo adiós y acaso con esta
despedida
mi más hermoso sueño muere
dentro de mí.
Pero te digo adiós para toda la
vida,
aunque toda la vida siga pensando en
ti.
Yo he vivido mi vida: si fue larga o
fue corta,
si fue alegre o fue triste, ya casi no
me importa.
Y aquí estoy, esperando. No sé
bien lo que espero,
si el amor o la muerte, -lo que pase
primero-.
Algo tuve algún día; lo
perdí de algún modo,
y me dará lo mismo cuando lo pierda
todo.
Pero no me lamento de mi mala fortuna,
pues me queda un palacio de cristal en
la Luna,
y por andar errante, por vivir el momento,
son tan buenos amigos mi corazón
y el viento.
Por eso y otras cosas, me deja indiferente,
aquí, allá y dondequiera,
lo que diga la gente.
-¿Trampas?- Pues sí,
hice algunas;
pero, mal jugador, yo perdí más
que nadie
con mis trampas de amor.
-¿Pecados?- Sí, aunque
leves, de esos que Dios perdona,
porque, a pesar de todo, Dios no es mala
persona.
-¿Mentiras?- Dije muchas,
y de bello artificio,
pero que en un poeta son cosas del oficio.
Y en los casos dudosos, si hice bien
o hice mal,
ya arreglaremos cuentas en el Juicio
Final.
Eso es todo. He vivido.
La vida que me queda puede tener dos
caras,
igual que una moneda: una que es de oro
puro
-la cara del pasado- y otra, la
del presente
-que es de plomo dorado-.
Por lo demás, ya es tarde; pero
no tengo prisa,
y esperaré la muerte con mi mejor
sonrisa,
Y seguiré viviendo de la misma
manera,
que es vivir cada instante como una vida
entera,
mientras siguen andando, de un modo parecido,
los hombres con el tiempo y el tiempo
hacia el olvido.
Yo la amé, y era de otro, que
también la quería.
Perdónala Señor, porque
la culpa es mía.
Después de haber besado sus cabellos
de trigo,
nada importa la culpa, pues no importa
el castigo.
Fue un pecado quererla, Señor,
y, sin embargo
mis labios están dulces por ese
amor amargo.
Ella fue como un agua callada que corría...
Si es culpa tener sed, toda la culpa
es mía.
Perdónala Señor, tú
que le diste a ella
su frescura de lluvia, su resplandor
de estrella.
Su alma era transparente como un vaso
vacío:
Yo lo llené de amor. Todo el pecado
es mío.
Pero, ¿cómo no amarla,
si tú hiciste que fuera
turbadora y fragante como la primavera?
¿Cómo no haberla amado,
si era como el rocío
sobre la yerba seca y ávida del
estío?
Traté de rechazarla, Señor,
inútilmente,
como un surco que intenta rechazar la
simiente.
Era de otro. Era de otro que no la merecía,
y por eso, en sus brazos, seguía
siendo mía.
Era de otro, Señor, pero hay cosas
sin dueño:
Las rosas y los ríos, y el amor
y el ensueño.
Y ella me dio su amor como se da una
rosa
como quien lo da todo, dando tan poca
cosa...
Una embriaguez extraña nos venció
poco a poco:
Ella no fue culpable, Señor...
ni yo tampoco!
La culpa es toda tuya, porque la hiciste
bella
y me diste los ojos para mirarla a ella.
Si. Nuestra culpa es tuya, si es una
culpa amar
y si es culpa de un río cuando
corre hacia el mar.
Es tan bella, Señor, y es tan
suave, y tan clara,
que sería pecado mayor si no la
amara.
Y por eso, perdóname, Señor,
porque es tan bella,
que tú, que hiciste el agua, y
la flor, y la estrella,
tú, que oyes el lamento de este
dolor sin nombre,
tú también la amarías,
¡si pudieras ser hombre!
Vengo del fondo oscuro de una noche implacable,
y contemplo los astros con un gesto de
asombro.
Al llegar a tu puerta me confieso culpable,
y una paloma blanca se me posa en el
hombro.
Mi corazón humilde se detiene
en tu puerta
con la mano extendida como un viejo mendigo;
y tu perro me ladra de alegría
en la huerta,
porque, a pesar de todo, sigue siendo
mi amigo.
Al fin creció el rosal aquel que
no crecía
y ahora ofrece sus rosas tras la verja
de hierro:
Yo también he cambiado mucho desde
aquel día,
pues no tienen estrellas las noches del
destierro.
Quizás tu alma está abierta
tras la puerta cerrada;
pero al abrir tu puerta, como se abre
a un mendigo,
mírame dulcemente, sin preguntarme
nada,
y sabrás que no he vuelto...
¡porque estaba contigo!
CANCIÓN
DEL AMOR LEJANO
Ella no fue, entre todas, la más
bella,
pero me dio el amor más hondo
y largo.
Otras me amaron más; y, sin embargo,
a ninguna la quise como a ella.
Acaso fue porque la amé de lejos,
como a una estrella desde mi ventana...
Y la estrella que brilla más lejana
nos parece que tiene más reflejos.
Tuve su amor como una cosa ajena
como una playa cada vez más sola,
que únicamente guarda de la ola
una humedad de sal sobre la arena.
Ella estuvo en mis brazos sin ser mía,
como el agua en un cántaro sediento,
como un perfume que se fue en el viento
y que vuelve en el viento todavía.
Me penetró su sed insatisfecha
como un arado sobre la llanura,
abriendo en su fugaz desgarradura
la esperanza feliz de la cosecha.
Ella fue lo cercano en lo remoto,
pero llenaba todo lo vacío,
como el viento en las velas del navío,
como la luz en el espejo roto.
Por eso aún pienso en la mujer
aquella,
la que me dio el amor más hondo
y largo...
Nunca fue mía. No era la más
bella.
Otras me amaron más... Y, sin
embargo,
a ninguna la quise como a ella.
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