Editorial   Panorama Internacional Nº 10

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Revoluciones del siglo XX

Nahuel Moreno


 
  El texto que reproducimos a continuación hace parte del trabajo Las revoluciones del Siglo XX escrito por Nahuel Moreno en 1982.

Panorama Internacional quiere ayudar así al lector a comprender y a desarrollar la discusión planteada en Principales conclusiones políticas de la II Conferencia Internacional del CITO , también publicadas en este número de la revista. En particular, el texto que a continuación presentamos es útil para encarar la discusión sobre el tema de lo ocurrido en los Estados Obreros.

Al lector que desee profundizar en el tema le recomendamos estudiar la totalidad de la obra Las revoluciones del Siglo XX .

 
 


Los Distintos Estados

(...) El Estado se define, entonces, por la casta o la clase que lo utiliza para explotar y oprimir a las demás clases y sectores . Hasta el presente se han dado cinco tipos de Estado:

  1. El Estado asiático, que defendía a la casta burocrática, con sus faraones, y oprimía a los agricultores.
  2. El Estado esclavista, que defendía a los dueños de los esclavos y oprimía a los esclavos.
  3. El Estado feudal, que defendía a los señores feudales y las propiedades de la Iglesia, y oprimía a los siervos.
  4. El Estado burgués, que defiende a los capitalistas y oprime a los obreros.
  5. El Estado obrero, no capitalista o transicional.

El Estado obrero o transicional

Este último Estado, que nace a partir de la Revolución Rusa de octubre de 1917, es el primer Estado que no sirve a la clase explotadora dominante en el mundo actual, la burguesía. Es provisorio, transicional; o avanza hacia el socialismo mundial, lográndose que desaparezca el Estado, o se retrocede nuevamente al capitalismo.

El Estado obrero va a existir mientras siga habiendo burguesía en alguna parte del planeta. Pero una vez triunfe el socialismo en el mundo, que vayan desapareciendo las clases sociales y, con ellas, la explotación, no va a hacer falta fuerzas armadas, policía, jueces, ni gobierno. Es decir, no va a hacer falta que sobreviva el Estado, porque será el pueblo en su conjunto el que cumplirá todas las tareas de administración, control y conducción de la sociedad, como durante millones de años lo hicieron las tribus primitivas.

Los diferentes tipos de Estado

En una misma sociedad, hay sectores de las clases o castas dominantes que monopolizan el Estado durante una época, y luego son desplazados por otros sectores. El ejemplo más significativo de este fenómeno es la dominación actual de los grandes monopolios capitalistas, que desplazaron a la burguesía no monopolista del siglo pasado. Tanto el Estado del siglo XIX como el del siglo XX son Estados capitalistas, pero al mismo tiempo expresan a diferentes sectores de la burguesía.

Es decir, clasificamos a los tipos de Estado por los sectores de clase que dominan en determinada época. Esta clasificación tiene que ver con sectores sociales, no con las instituciones que gobiernan. Por ejemplo, en una monarquía burguesa pueden dominar el Estado, durante una etapa, la burguesía comercial e industrial de libre competencia, y en otra etapa la burguesía monopolista, o se pueden dar diferentes combinaciones.

Desgraciadamente, lo mismo ha empezado a ocurrir con los Estados obreros: surgen distintos tipos, según los sectores que los controlan. Si es la mayoría de la clase obrera a través de sus organizaciones democráticas, se trata de un Estado obrero. Pero si lo controla la burocracia, que impone un Estado totalitario, es un Estado obrero burocratizado.

Los regímenes políticos

La definición del carácter del Estado sólo nos sirve para empezar a estudiar el fenómeno. Sólo responde a la pregunta: ¿Qué clase o sectores de clase tiene el poder político? El régimen político es otra categoría que responde a otra pregunta: ¿A través de qué instituciones gobierna esa clase en determinado período o etapa?

Esto es así porque el Estado es un complejo de instituciones, pero la clase en el poder no las utiliza siempre de la misma forma para gobernar. El régimen político es la diferente combinación o articulación de las instituciones estatales que utiliza la clase dominante (o un sector de ella) para gobernar . Concretamente, para definir un régimen político debemos contestar las preguntas: ¿Cuál es la institución fundamental de gobierno? ¿Cómo se articulan a ella las otras instituciones estatales?

Los cinco tipos de Estado que hemos enumerado han pasado, a su vez, por diferentes regímenes políticos.

(...)El Estado burgués ha dado origen a muchos regímenes políticos: monarquía absoluta, monarquía parlamentaria, repúblicas federativas y unitarias, repúblicas con una sola cámara o con dos (una de diputados y una muy reaccionaria, de senadores), dictaduras bonapartistas, dictaduras fascistas, etc. En algunos casos son regímenes con amplia democracia burguesa, que hasta permiten que los obreros tengan sus partidos legales y con representación parlamentaria. En otros casos son lo opuesto; no hay ninguna clase de libertades, ni siquiera para los partidos burgueses. Pero a través de todos estos regímenes, el Estado sigue siendo burgués, porque sigue en el poder la burguesía, que utiliza el Estado para seguir explotando a los obreros.

Los gobiernos

Los gobierno, en cambio, son los hombres de carne y hueso que, en determinado momento, están a la cabeza del Estado y de un régimen político. Esta categoría responde a la pregunta: ¿ quién gobierna ?

No es lo mismo que régimen, porque pueden cambiar muchos gobiernos sin que cambie el régimen, si las instituciones siguen siendo las mismas.

En Estados Unidos, por ejemplo, hace dos siglos que hay un régimen democrático burgués, con su presidente y su parlamento elegidos por el voto, y su poder judicial. El Partido Republicano y el Democrático se alternan en el gobierno. En los últimos años han pasado los gobiernos de Kennedy, Johonson, Nixon, Ford, Carter y Reagan. Podemos denominarlos así porque, en el complejo de instituciones que constituyen la democracia burguesa yanqui, la más fuerte es la presidencial. A través de todos estos gobiernos, el régimen no cambió; siguió siendo una democracia burguesa presidencialista.

No hay que confundir los distintos regímenes con los distintos tipos de Estado. El Estado se define, como ya hemos visto, por las clases o sectores de clase que lo dominan, los regímenes, por las instituciones.

La Alemania nazi y la URSS stalinista tuvieron regímenes muy parecidos: gobierno de un solo partido, sin la más mínima libertad democrática y con una feroz represión. Pero sus tipos de Estado son diametralmente opuestos: el nazi es el Estado de los monopolios más reaccionarios y guerreristas; la URSS es un Estado obrero burocratizado, no capitalista.

Lo mismo ocurre con las monarquías: las hay asiáticas, esclavistas, feudales y capitalistas. Como van las cosas, hay gobiernos familiares también en los Estados obreros: los Castro de Cuba, los Mao en China, los Tito en Yugoslavia, los Ceausescu en Rumania, el padre con su hija en Bulgaria... ¿llegaremos a ver reinados obreros?

Esto no niega que a veces haya ciertas coincidencias, más o menos generalizadas, entre un tipo de Estado y el régimen. Todo Estado obrero burocratizado tiende a ser totalitario. Los Estados de los grandes monopolios tienden también al totalitarismo, que sólo pueden imponer cuando derrotan con métodos de guerra civil a la clase obrera...

Reforma y Revolución.

Hemos venido asegurando que en Argentina, al igual que en Bolivia y Perú, hubo una revolución. Se nos ha objetado que no es así, con diferentes argumentos. Hay quienes sostienen que sólo hay una revolución cuando el movimiento de masas destruye a las fuerzas armadas del Estado o de un régimen, como ocurrió en Nicaragua. Otros definen que hay revolución cuando cambia el carácter del Estado, es decir, cuando el poder pasa a manos de otra clase, como sucedió en Rusia en octubre de 1917. Finalmente, están quienes aseguran que la revolución se produce cuando se expropia a la clase dominante, como ocurrió, por ejemplo, en Cuba, más de un año después del triunfo castrista.

Son tres concepciones distintas de lo que es una revolución. Lógicamente, coincidimos en que a esos tres fenómenos hay que llamarlos revolución. Por supuesto, también aceptamos que ninguno de esos tres fenómenos se dio en la Argentina, en Bolivia o en Perú: no fueron destruidas las fuerzas armadas de la burguesía, ni cambió el carácter del Estado –que sigue siendo burgués-, ni se expropió a la burguesía y al imperialismo.

Pero los cambios ocurridos en la Argentina, Bolivia y Perú han sido tan espectaculares que la teoría debe explicarlos y definirlos. Sin hacer una discusión sobre palabras, es imprescindible precisar teóricamente qué ocurrió en estos países. Para hacerlo, comenzaremos por definir qué quiere decir “revolución”, señalaremos cómo se producen los cambios y qué tipo de cambios existen.

Reforma y Revolución

Reforma y revolución son fenómenos que se dan en todo lo existente, al menos en todo lo vivo. Reforma, como su nombre lo indica, es mejorar, adaptar algo, para que siga existiendo. Revolución, en cambio, es el fin de lo viejo y el surgimiento de algo completamente nuevo, distinto.

Si tomamos como ejemplo el desarrollo de la aeronáutica, podemos ver que ha pasado por tres revoluciones: la primera, cuando el hombre comienza a volar, con artefactos más livianos que el aire: los globos; la segunda se da cuando inventa aparatos más pesados que el aire: los aviones con motores a explosión; la tercera revolución son los motores a retropropulsión, “a chorro”.

¿Por qué llamamos “revoluciones” a estos tres grandes avances? Porque cada uno de ellos es sustancialmente distinto al anterior, y lo liquida. Los aviones con motor a explosión liquidan a los globos. Los aviones a chorro liquidan a los aviones a explosión. Un avión no tiene nada que ver con un globo y un motor a chorro no tiene nada que ver con un motor a explosión.

Pero, entre cada una de estas revoluciones, se dan progresos, mejoras, es decir, reformas. El globo lleno de aire caliente, que volaba para donde lo llevaba el viento y sólo podía transportar a tres o cuatro personas, es mejorado hasta llegar a los grandes “zeppelines” alemanes, llenos de gases más livianos que el aire, con motores que les permiten volar hacia donde quieran y capaces de transportar a centenares de pasajeros. Eso fue una reforma. Los aviones monomotores biplanos que se usaron en la primera guerra mundial sólo llevaban a una o dos personas, podían subir pocos centenares de metros y tenían escasa autonomía de vuelo; los últimos aviones con motor a explosión fueron los enormes bombarderos cuatrimotores de la segunda guerra mundial, que volaban a miles de metros de altura, llevaban toneladas de bombas y tenían gran autonomía, o los “Super Constellation”, que transportaban a más de 100 pasajeros atravesando los océanos. También fueron una reforma. Otra es la que va desde los primeros aviones a chorro alemanes, o los Gloster Meteor que usaron los yanquis en la guerra de Corea, pequeños y con velocidades subsónicas, hasta los cazas supersónicos actuales, o el “Concorde”. Todas éstas son reformas, porque un Zeppelin seguía siendo un globo, un Super Constellation es un avión con motor a explosión y un Concorde un avión a chorro, aunque fueran infinitamente superiores al primer globo, al monotomor de la primera guerra o a los Messeerschmidt a chorro alemanes de la segunda guerra.

Como toda definición marxista o científica, revolución y reforma son relativos al segmento de la realidad que estamos estudiando, es decir, al objeto con relación al cual aplicamos estas categorías. Si en vez de estudiar la aeronáutica estudiáramos los medios de transporte en general, todo cambia. Hay varias revoluciones. Antes que nada el hombre camina, después cabalga, es decir utiliza los pies o las patas; después inventa la rueda, que es la más grande revolución hecha hasta la fecha en el transporte. Gracias a la rueda se desarrollan muchisimos medios terrestres de transporte: los coches tirados a caballo, los trenes, los automóviles. Por otra parte, el hombre navega con distintos medios: el bote, el buque, el transatlántico, impulsados por diferentes fuentes de energía. Por último, vuela.

Si tomamos en cuenta el medio por donde el hombre logra transportarse, hay sólo cuatro revoluciones: tierra, mar, aire y espacio. Todos los otros cambios, con relación a esta clasificación, son reformas: la rueda para la tierra, las canoas o los buques para el agua, los globos y los aviones para el aire, los cohetes para el espacio. Pero si tomamos, por ejemplo, el transporte terrestre en sí mismo, todos esos cambios que ya mencionamos son revoluciones.

Estas categorías de reforma y revolución también se dan en el terreno histórico social. Para poder usarlas correctamente, no debemos olvidar nunca su carácter relativo. ¿Revolución con relación a qué? ¿Reforma con relación a qué?

Si nos referimos a la estructura de la sociedad, a las clases sociales, la única revolución posible es la expropiación de la vieja clase dominante por la clase revolucionaria. Esa expropiación cambia totalmente la sociedad, porque hace desaparecer a la clase que hasta ayer dominaba la producción y la distribución, y su papel es asumido por otra clase. Cualquier otro fenómeno es una reforma.

Si nos referimos al Estado, la única revolución posible es que una clase destruya el Estado de otra, la expulse del mismo y lo tome en sus manos construyendo un Estado distinto. En nuestra época eso es la revolución socialista o social. Todo lo que ocurra con los regímenes y gobiernos son sólo reformas, en tanto no se cambie el carácter de clase del Estado.

Pero nosotros sostenemos que esa misma ley se aplica con relación a los regímenes políticos. En los regímenes políticos puede haber reformas y revoluciones. Es decir, dentro de un mismo Estado (por ejemplo el Estado burgués) se producen cambios en el régimen político, que pueden darse por dos vías: reformista o revolucionaria. Con relación al Estado, da lo mismo: todas son reformas, porque el Estado sigue siendo burgués. Pero con relación al régimen no es lo mismo.

Este problema es muy importante para la acción, la política y el programa del partido revolucionario. Porque éste no lucha en abstracto contra el Estado burgués. Lucha contra el Estado tal cual se da en cada momento; es decir, lucha contra el régimen político, contra las instituciones de gobierno que en cada circunstancia asumen ese Estado, y contra el gobierno que las encabeza.

Los cambios en el Estado y en la sociedad.

En líneas generales, los marxistas revolucionarios afirmamos que el cambio en el carácter de Estado y de la sociedad, en esta época de transición del capitalismo al socialismo, sólo es posible por vías revolucionarias. Esta cuestión ha dividido al movimiento marxista, precisamente, entre reformistas y revolucionarios.

Los reformistas sostenían que se podía llegar al socialismo gradualmente, sin revoluciones, conquistando hoy las ocho horas de trabajo, mañana el voto universal, pasado mañana la legalidad de los partidos obreros y, por último, con la mayoría de esos partidos obreros en el parlamento.

Los revolucionarios, en cambio, sostenían que para construir el socialismo había que derrotar a la burguesía haciendo una revolución, es decir, sacándole el poder para que lo asumiera la clase obrera. No negaban la existencia de reformas. Pero sostenían que todas las conquistas que lograra la clase obrera sin derrotar política y socialmente a la burguesía, es decir sin quitarle el poder y expropiarla, nunca nos podrían llevar al socialismo. Este no se lograría por ese proceso gradual, paulatino, de suma de conquistas que preconizaban los reformistas. Más aún, si no se hacía la revolución social, se retrocedería, se perderían las conquistas adquiridas.

Efectivamente, nacionalizar un banco o un ferrocarril, imponer las ocho horas, llevar representantes obreros al parlamento, son reformas al régimen capitalista. Sirven para preparar la revolución, pero no cambian el régimen, porque la burguesía sigue dominando el Estado y la economía. Y si alguna vez un partido obrero revolucionario ganara mayoritariamente las elecciones, las fuerzas armadas del Estado burgués le impedirían asumir el gobierno o lo echarían a los pocos días, a menos que hubiera una revolución obrera y socialista que las derrotara.

La primera revolución obrera triunfante, la rusa, nos dio la razón a los revolucionarios. Fue una revolución porque liquidó el Estado capitalista en el terreno político y a la burguesía en el terreno económico, expropiándola y eliminándola como clase social. Los reformistas, en cambio, nunca lograron el socialismo, aunque hubo países que durante años y años estuvieron gobernados por esos partidos obreros reformistas que ganaron las elecciones, como la socialdemocracia sueca o alemana.

Por lo mismo, retrocedieron también en las reformas conquistadas por la clase obrera, o lo están haciendo: bajan los salarios, crece la desocupación, se pierden las leyes sociales, etcétera.

Existe, pues, reforma también en el Estado y en la sociedad. La legalización de los partidos obreros y los sindicatos por el Estado burgués es una reforma, ya que introduce en la superestructura elementos de democracia obrera. Lo mismo en el terreno económico. Los bolcheviques, por ejemplo, realizaron la revolución económica cuando expropiaron a la burguesía y nacionalizaron las empresas. Pero en el campo aceptaron el reparto de las tierras en propiedad a los campesinos mientras preparaban un plan para convencerlos de las ventajas de la nacionalización de la tierra. El proceso de transformación del campesino de pequeño propietario a obrero asalariado en las tierras del Estado sería revolucionario con relación al campesino que pasaría de pequeño burgués a obrero. Pero era reformista con relación a la economía del Estado: antes y después de ese hecho el Estado no es capitalista sino obrero, transicional.

Pero lo indiscutible es que no cambia el carácter del Estado y de la sociedad si no se da una revolución social y económica que destruya el Estado burgués, ponga en el poder al proletariado y expropie a los burgueses.

Los cambios en el régimen.

Sostenemos que en los regímenes políticos hay también cambios revolucionarios y cambios reformistas.

Comparando los procesos argentino, boliviano o peruano con los de Brasil o España, ha surgido una apasionante discusión teórica. ¿Son o no diferentes? Si son iguales, ¿eso significa que hubo una revolución en el régimen de los cinco países? ¿O no la hubo en ninguno?

Desde un punto de vista superficial, en todos ocurrió algo parecido: cambió el régimen de gobierno, de dictatorial y totalitario a relativamente democrático. Bajo Franco, Videla, Garrastazú Medici y García Meza no había libertades democráticas y se utilizaban métodos de represión física para aplastar al movimiento obrero y de masas. Bajo el rey Juan Carlos, Geisel, Bignone, Siles Suazo y Belaúnde Terry hay amplias libertades democráticas y sindicales, funcionan los partidos políticos y hay elecciones. Sin embargo, nosotros sostenemos que Argentina, Bolivia y Perú son totalmente distintos de Brasil y España. En los primeros hubo una revolución y en los segundos no. Pero en España y Brasil sí hubo reformas, y tan importantes que cambiaron el carácter del régimen.

En primer lugar, la diferencia más visible entre estos dos procesos es que en Argentina, Bolivia y Perú hubo una crisis revolucionaria, y en Brasil y España no . Ya hemos señalado que en Argentina, entre la caída de Galtieri y la asunción de Bignone, hubo un período prácticamente sin gobierno, ni régimen, ni nada. El presidente y la institución fundamental del régimen, la junta militar, no estaban más. Lo mismo ocurrió en Bolivia tras la caída de García Meza. Pasaron semanas enteras antes de que el parlamento electo en 1980, autoconvocado, se pusiera de acuerdo en quién debía ser el gobierno. De hecho, hasta que asumió Siles, no lo hubo. Otro tanto pasó en Perú cuando la Asamblea Constituyente, convocada por la propia dictadura en crisis total para intentar una salida más o menos controlada, les dio la espalda a los militares y durante un tiempo nadie sabía qué constitución había ni que nuevo régimen dirigiría el país.

En Brasil y España, en cambio, en ningún momento se produjo esta crisis revolucionaria, este vacío institucional de poder. Hubo, sí, crisis políticas, pero nunca desaparecieron de la escena las instituciones fundamentales de gobierno. Y si no hay crisis revolucionaria, no puede haber revolución .

Esa es la primera condición.

La segunda condición para que cambie el régimen por vía revolucionaria es que el anterior desaparezca, que no controle nada, y que el que aparezca después sea absolutamente distinto. Una reforma, en cambio, es un proceso gradual, en el cual el régimen sufre grandes modificaciones, pero planificadas y dosificadas desde el poder . Surgen incluso regímenes distintos. Evidentemente las libertades, las cortes o parlamentos, la elección directa de las autoridades a nivel provincial, constituyen un régimen diferente al de Franco o al de Medici. La crisis económica y política y la represión del movimiento de masas en ascenso obligan al régimen a adaptarse; a autorreformarse hasta el punto de sufrir cambios cualitativos. Pero siempre manteniendo un elemento de continuidad: el bonapartismo. En Brasil nadie elige el presidente, mejor dicho lo siguen poniendo los militares. Y en España nadie elige al rey.

En Argentina, a diferencia de Brasil o España, el nuevo régimen es opuesto al anterior.

No hay tal proceso gradual y planificado de reformas del viejo régimen. Todo el mundo sabe que las aperturas democráticas de Brasil y España fueron meditadas y preparadas por el viejo régimen, antes incluso de que la crisis económica y política y el ascenso de masas lo obligaran a ponerlas en marcha. El mismo plan tenían los militares en Argentina, y aún lo tienen en Uruguay. Pero ese plan no funcionó en nuestro país. A menos, que alguien crea que Videla, Massera y compañía planificaran y controlaran que ellos mismos iban a ir presos, acusados de homicidio y torturas.

En España y Brasil, todos los pasos son previsibles hasta que una revolución los liquide. En cambio, tampoco los partidos políticos burgueses argentinos previeron que Galtieri iba a caer ni qué iba a suceder después. Por eso mismo, durante varios meses, bajo Bignone, nadie sabía qué Constitución iba a regir ni cómo iban a ser las elecciones. Nadie planificó tampoco que las masas tuvieran la libertad de insultar o pegar impunemente en la calle a los oficiales más importantes de las fuerzas armadas. ¡Que pruebe ahora algún militante revolucionario brasileño o español insultar a los oficiales de las fuerzas armadas, y vamos a ver qué le pasa!

Para terminar de aclarar lo que estamos diciendo, veámoslo desde el punto de vista del programa de nuestro partido. En Brasil y España, el eje político fundamental sigue siendo la lucha contra el bonapartismo. Todo programa revolucionario debe tener como consigna central: ¡abajo el rey o el presidente militar! ¡Por la república democrática! ¡Por el derecho democrático del pueblo de elegir su gobierno!

No es así en Argentina. No podemos atacar a Alfonsín, a Luder o a quien gane las elecciones porque sea un gobierno o un régimen bonapartista, no elegido libremente por el pueblo. Hasta tal punto ha triunfado la revolución política, democrática, que atacaremos al régimen y al gobierno porque son capitalistas y proimperialistas. Y lucharemos por la revolución político-social, por la toma del poder por el proletariado, por el socialismo.

Esta diferencia en el programa manifiesta la diferencia que hay en la realidad. En España y en Brasil hubo una espectacular reforma que modificó cualitativamente el régimen, haciendo muy importantes concesiones democráticas a las masas. Ya no son bonapartismos fascistas o semifascistas, pero conservan su institución bonapartista central. Es lo que denominamos “bismarkismo senil”. No se hizo la revolución democrática que destruya ese poder bonapartista. En la Argentina, ya se ha revolucionado el poder hasta el máximo posible en un país que no hizo todavía su revolución socialista, única forma de eliminar de cuajo los poderosos elementos de bonapartismo y totalitarismo de todo régimen burgués, incluso del que es producto de una revolución que se mantiene dentro de los márgenes burgueses.

Una última discusión sobre este problema tiene que ver con el hecho de que en la Argentina, como Perú y en Bolivia, el movimiento de masas no destruyó a las fuerzas armadas burguesas, como ocurrió, por ejemplo, en Nicaragua. Ya señalamos que esta diferencia es fundamental y que se trata de dos tipos distintos de revoluciones democráticas. Pero no queremos discutir sobre palabras. Puede ser incorrecto, efectivamente, denominar “revolución” a un fenómeno como el argentino, el peruano o el boliviano. Podemos ponerle otro nombre para diferenciarlo, siempre y cuando digamos que también es totalmente distinto al proceso reformista, gradual, de concesiones democrático-burguesas controladas, de España y Brasil. Las libertades democrático-burguesas de la Argentina actual han sido producto de la crisis general del régimen militar y de la burguesía y del colosal ascenso del movimiento de masas. No fueron concesiones planeadas y controladas por la burguesía y el régimen militar, sino conquistas arrancadas por la acción de las masas trabajadoras, que originaron un nuevo régimen completamente distinto, en ese aspecto, al anterior. A eso nosotros lo llamamos revolución democrática. Seguimos en esto a Lenin quien definió como revolución democrática a la revolución de febrero de 1917 en Rusia, y a Trotsky, que caracterizó de igual modo a la revolución española de 1931 (que fue producto de la crisis y de una elección y no de un enfrentamiento en las calles de las masas contra el gobierno).

Contrarrevolución y reacción.

El proceso opuesto a la revolución es la contrarrevolución. El opuesto a la reforma es la reacción.

Contrarrevolución y reacción se dan también en los tres campos: económico-social, político-social y político. También la contrarrevolución y la reacción son términos relativos. Puede darse una contrarrevolución política, en el régimen, que en relación con la sociedad y el Estado no sea una contrarrevolución sino una reacción. Por ejemplo, el stalinismo hizo una contrarrevolución política: destruyó el régimen de Octubre e implantó un régimen contrarrevolucionario. Incluso cambió el tipo de Estado: de Estado obrero a Estado obrero burocratizado. Pero con relación al carácter del Estado, no fue una contrarrevolución: no se reinstauró la economía capitalista ni tomó el poder la burguesía: el Estado sigue siendo obrero. El cambio del Estado soviético como producto de la contrarrevolución política stalinista no es contrarrevolucionario sino reaccionario.

Una reacción en el terreno económico social es, por ejemplo, la política de la burocracia china de alentar la propiedad privada de las pequeñas industrias. En relación con las ramas de industria que se privaticen, será una contrarrevolución, porque dejarán de ser propiedad estatal para pasar a ser propiedad privada. Pero respecto de la estructura de conjunto de la sociedad y del Estado chino, es una reacción; introduce elementos regresivos, capitalistas, en una sociedad no capitalista. Eso no significa que sea una contrarrevolución. Lo sería si se volviera a la propiedad privada de los resortes fundamentales de la economía china, porque cambiaría abruptamente y totalmente el carácter de la sociedad y, con ella, del Estado: volvería a ser un Estado burgués capitalista.

Finalmente, también hay reacción y contrarrevolución con relación a los regímenes del Estado burgués. Si se pasa a un régimen fascista o bonapartista que aplasta al movimiento obrero con métodos de guerra civil, se dio una contrarrevolución. Ejemplos: Pinochet, Videla, Hitler, Franco, etc. (Contrarrevolución en relación con el régimen político, no con el Estado, que sigue siendo burgués y no retrocede al feudalismo o a otra sociedad más regresiva. En relación con el Estado burgués, es una reacción).

Pero si se pasa de un régimen democrático a uno más totalitario, represivo, pero que no aplasta a los trabajadores con métodos de guerra civil, es una reacción, no una contrarrevolución. Ejemplo: Onganía derribó a Illia e instauró el Estado de sitio, pero bajo uno y otro régimen funcionó la justicia, y el Estado de sitio se aplicó siguiendo la misma Constitución.

Esta diferencia entre contrarrevolución y reacción se manifiesta también en el terreno institucional. Tanto bajo Illia como bajo Onganía, la institución fundamental sobre la que se apoyaba el régimen político eran las fuerzas armadas. Illia subió por elecciones condicionadas por los militares, que proscribieron al partido mayoritario, el peronismo. A Onganía lo pusieron en el poder esas mismas fuerzas armadas. Fue un cambio reaccionario de régimen.

No así con el golpe de Videla ni con el de Pinochet. Este último aniquiló el viejo régimen democrático-burgués, con su parlamento y sus partidos, que llevaba décadas de funcionamiento en Chile, e instauró un nuevo régimen, opuesto por el vértice al anterior: su institución fundamental es el bonaparte Pinochet, que se apoya en las fuerzas armadas. Fue una contrarrevolución.

Estas definiciones nos permiten corregir un error terminológico que cometimos muchas veces: hablar de contrarrevolución democrática. Hemos denominado así a los procesos en que la burguesía intenta desviar y frenar la revolución ilusionando a las masas con el mecanismo de la democracia burguesa. Es cierto que su objetivo es contrarrevolucionario, pero no se trata de una contrarrevolución, precisamente porque no cambia radicalmente el régimen. Intenta frenar la revolución a través de maniobras, aprovechando las ilusiones democráticas de las masas, y eventualmente reprimiéndolas, pero siempre dentro de la legalidad democrático-burguesa. No destruye el régimen democrático-burgués sino que se apoya en él. Por eso no es una contrarrevolución. En adelante lo denominaremos reacción democrático-burguesa.

Nota

Tomado de: Las revoluciones del Siglo XX , Cuadernos de El Socialista No. 6, Publicación del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) de Nicaragua, 16 de julio de 1987. Páginas 7 a la 23.


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