Artículo publicados en el diario Síntesis por: Miguel Santiago Reyes Hernández Para
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Publicado en Síntesis el 1 de Febrero del 2001 SILENCIO ENCUBRIDOR DE VILEZAS Camilo Estrada Luviano En recientes notas periodísticas han salido diferentes reportajes sobre la violación a los derechos humanos de los presos en Almoloya e incluso, el presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, un doctorado y que fue director de un prestigiado instituto de investigaciones jurídicas declaró que no existía tal violación. Si lo vemos fríamente, lo menos que podemos decir es que hemos llegado a tal grado de abyección que hasta personas que supuestamente son de la más alta solvencia moral mienten, como es el caso del doctor Soberanes, porque la falta del más mínimo respeto a la dignidad humana existe en Almoloya, aunque le hayan cambiado el nombre. Pero no es el único que ha llegado a tal extremo. El Secretario de Gobernación, Santiago Creel, -de quien Guadalupe Loaeza dice que es un niño bien-, digo, una gente nais (nice, en inglés), totalmente palacio, no corrige tal aberración. Y eso que él es responsable directo de tal centro penitenciario de alta seguridad. Pero también es el empleado del ciudadano presidente para que se encargue de tales menesteres. Cabría preguntar que si no lo hace es porque no le da la gana o porque el presidente, acorde con la nueva práctica gerencial, no le ha ordenado nada pues no tiene que ordenarle lo que él, por obligación, tiene que llevar a cabo; y entonces tenemos que el subordinado no cumple y el jefe no ordena; pero aquí cabe recordar el adagio popular que dice que tanto peca el mata la vaca como el que le alza la pata. Nadie pone en duda que el estado tiene todo el derecho de construir penales de alta seguridad, pero aun éstos, son centros de rehabilitación, no centros de castigo y menos centros donde se pisotee lo más valioso del ser humano que es su orgullo y su dignidad; la alta seguridad se refiere solamente a evitar una posible fuga, es decir, hacer que ésta sea imposible de llevar a cabo. Pero para esto no hace falta tanta medida infernal que sobaja al ser humano llevándolo hasta la situación de un animal enjaulado, peor tantito, de un animal en constante observación. Ni los animales de laboratorio son tratados así y menos los de los zoológicos, entonces, ¿por qué a los detenidos en Almoloya sí? Por toda nuestra historia, no tenemos pena de muerte y los centros de reclusión son para la rehabilitación de los que, real o supuestamente, han quebrantado las reglas sociales de cumplimiento obligatorio. Pero en tales centros casi nunca se hace eso y siempre hay quienes indigna y vergonzantemente lo niegan. Y, es verdad, hay delitos que no deberían cometerse nunca y cuando alguien los comete la indignación que causa es inmensa, pero eso no da derecho a quitarle a nadie la calidad de humano y menos a la autoridad que es la que, supuestamente, debe velar porque se respeten todos los derechos de todos. Mucho menos un dizque defensor de los derechos humanos debería tratar de justificar tal situación. Esto sólo puede pasar en un país donde el cinismo y la desvergüenza sean pan de cada día. Respetar la calidad de humanos es obligatorio hasta en el ejército en donde por la propia naturaleza de la institución sí existe la pena de muerte. Mas lo que sucede en el penal de Almoloya que ahora ha sido rebautizado como La Palma –quizá para alegrar el absoluto dominio del cemento y el fierro- no es privativo de él: esto sucede en casi todos, para no decir todos, los penales de México. Pero si hasta el defensor nacional de los derechos humanos dice que no es verdad no nos queda mas que pedirle a la virgen de Guadalupe que nos ampare y que nunca lleguemos a esos lugares. Con esto, además de confortarnos quedaremos bien con nuestro flamante Secretario del Trabajo, el devoto y piadoso señor Abascal Carranza quien es el encargado de repartir bendiciones y pueda ser que por ser tan guadalupano y pío él sí llegue algún día a defender un tan elemental derecho humano. Porque ni el señor Soberanes, ni el nais señor Creel lo hacen y parece ser que al mero mero, le importa un cuerno. O, a lo mejor, sus centenas de guaruras no le permiten ver lo que pasa alrededor. ¡Vaya usted a saber! camiloel@minsky.eco.buap.mx
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