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La modernidad y diversidad del nacionalismoPeio MonteanoEl señor Zabala en su último artículo me reprocha el haber deformado sus afirmaciones y me exige que mis interpretaciones se ajusten a lo escrito por él. Como se recordará, en mi artículo Navarra, entre lo vasco y lo español, rebatía las tesis que en mi opinión defiende el Sr. Zabala: que en nuestra comunidad nos hayamos ante un enfrentamiento entre una identidad navarra autóctona de una parte y una identidad vasca extranjera de otra. Y le replicaba aportándo datos sobre investigaciones muy recientes que vienen a contradecirle y a confirmar la tesis que yo defiendo: en Navarra la confrontación identitaria se produce entre navarros que se sienten esencialmente vascos y navarros que se sienten esencialmente españoles. Algo, que dicho sea de paso, parace ahora admitir el Sr. Zabala cuando en su último escrito se refiere a la guerra de banderas de Leitza "que enfrenta -dice- los dos modelos de nacionalismo". Me creo obligado pues, a justificar que no he tergiversado sus palabras. Y para ello tan sólo reproduzco literalmente el párrafo en el que el Sr. Zabala decía: "Estamos, sociológicamente hablando, ante un fenómeno de reacción de una identidad colectiva, arraigada y sentida a lo largo de la historia, frente a otra identidad externa. Es decir, de un nosotros navarro, que se revela contra una invasión simbólica vehiculizada en parte de nuestra cultura que considera al nacionalismo vasco como el ellos "(Diario de Noticias, 23-7-98, Euskera, voto y nacionalismo, líneas 130-138). Si este párrafo permite una interpretación distinta de la mía, por favor dígamelo. Está claro que no comparte mis opiniones, pero hasta que no me diga qué no comparte y, sobre todo, argumente el porqué, me resulta imposible rebatirle. También me invita el señor Zabala a que plantee una tesis doctoral sobre el fenómeno nacionalista a lo largo del siglo XX para conocer así lo común de los nacionalismos y sus consecuencias a pesar de su diferente contexto territorial o temporal en que se desarrollaron. Como bien sabe mi interlocutor, a uno la vida rara vez le da para más de una tesis y yo acabo de terminar la mía. Pero no obstante, me gustaría referirme a los temas propuestos por la sencilla razón de que, por limitaciones de espacio, no pude tratar de ellos en mi anterior artículo. Aspectos que suelen pasar por alto las muchas personas que en los últimos años se afanan en mostrar al nacionalismo como la verdadera bestia negra de nuestro tiempo. Porque de la hidra de siete cabezas del franquismo, tal vez se haya olvidado a los rojos y seguramente también a los masones y los judíos; pero parece pervivir la fobia contra los separatistas. Auge y modernidad La leyenda negra que se abate sobre el nacionalismo acostumbra a mostrarlo como un movimiento atávico, irracional, como una vuelta al pasado. Pero lo cierto es que, muy al contrario, se trata de una ideología de la modernidad o, como dice el filósofo neomarxista Habermas, de una forma específicamente moderna de identidad colectiva. Una ideología que extrae su racionalidad precisamente de su papel central en la construcción de lo racional por antonomasia, el Estado (Weber). De hecho, la explosión de los nacionalismos a la que acudimos en los últimos años contradice, tanto la predicción de su progresivo ocaso (Hobsbawm) como las tesis en favor de un postnacionalismo que, sin renunciar a su identidad, se base en un patriotismo constitucional de carácter universalista y compartido (Habermas). La realidad ha sido muy distinta: nacimiento de 22 nuevos estados en el antiguo bloque socialista, avance de los nacionalismos periféricos (Quebec, Escocia, Gales), xenófobos (ultraderecha francesa) o integristas religiosos (Afganistán, Argelia), nacimiento de nuevos nacionalismos (Liga Norte), etc. Hasta la tan cacareada unidad europea se está construyendo desde los nacionalismos de Estado (Francia, Alemania, España), cuya existencia ni se atreve a cuestionar. Y es que, como han puesto de manifiesto muchos autores, la globalización de la economía y la política está produciendo fenómenos de des identidad y de marginalidad. De ahí que en los próximos años acudamos probablemente a un incremento en la reivindicación del pluralismo y de la vuelta a espacios más humanos, sociables, gestionables y sobre todo, promotores de identidad. En suma, a la reivindicación del derecho a la libertad y la igualdad pero desde el derecho a la diferencia. Nacionalismos Tampoco puede hablarse en sentido estricto de un único nacionalismo. Como ideología es ambivalente ya desde sus orígenes: hay naciones que han formado un Estado (Alemania, Italia), pero también hay Estados que han forjado naciones (España, Francia, países latinoamericanos). En realidad los que existe es una gran variedad de nacionalismos -algunos incluso contrapuestos- cuya naturaleza y discurso depende de sus anclajes ideológicos (fascismo, liberalismo, socialismo), del proyecto nacional perseguido (tradicional, industrialista, anti imperialista), el modelo de Estado, los medios utilizados (pacifismo versus militarismo) y un largo etcétera. La distinta combinación de estos elementos hace que la naturaleza de los nacionalismos se mueva entre dos extremos: nacionalismos de Estado, nacionalismos de extrema derecha, nacionalismos integristas religiosos y nacionalismos periféricos (históricos o nuevos, moderados o revolucionarios). Esta extrema diversidad del nacionalismo es olvidada frecuentemente por sus detractores, que tienden a simplificarla bajo un término común. Así no es raro que en el Estado español, por ejemplo, se ataque a los nacionalismos aludiendo a sus efectos más perversos: el colonialismo europeo, el holocausto nazi o la limpieza étnica serbia. Al margen de que al menos los dos primeros tienen más que ver con el capitalismo, se pasa por alto que los imperios fueron destruidos por los movimientos de liberación nacional, que el expansionismo nazi fue frenado por el nacionalismo de los invadidos y que quienes han sufrido y sufren la agresión serbia son los nacionalistas croatas, bosnios o kosovares. Se olvida también que las identidades colectivas que sustentan los nacionalismo son compatibles con otros tipos de identidades, sean éstas de clase, de género, de credo, etc. De hecho, dentro del nacionalismo vasco mismo podemos encontrar a nacionalistas de izquierda y de derechas, confesionales y no confesionales, defensores de la lucha armada y partidarios de la lucha parlamentaria, militantes del movimiento obrero y empresarios. Por otro lado, la intensa participación en movimientos religiosos, pacifistas, sindicales, humanitarias, feministas, ecologistas, solidarios con el Tercer Mundo, etc, de personas que, además de otras muchas, tienen una clara identidad nacional, tira por tierra el estereotipo de fanáticos etnocentristas y xenófobos que pintan los detractores de los nacionalismos. Unos detractores que, en muchos casos y como ya he dicho en otras ocasiones, hablan contra un nacionalismo desde otro nacionalismo. Unos detractores, que a menudo, se oponen a las fronteras en el Ebro a la vez que levantan muros infranqueables en el Estrecho de Gibraltar. En resumidas cuentas, no pueden meterse todos los nacionalismos en un mismo saco ni caracterizarlos en bloque como una vuelta a las cavernas. Y en nuestro ámbito más cercano, es forzoso reconocer que, en un mundo que sigue dominado por los Estados nación constituidos, el objetivo del nacionalismo vasco -dotar a la nación vasca del poder político imprescindible para asegurar su supervivencia- resulta plenamente legítimo y respetable, máxime si como proclama, pretende lograrlo mediante el ejercicio del derecho a la autodeterminación, que no es sino una variante de la soberanía popular o el autogobierno democrático de una comunidad. Peio Monteano ex alcalde de Villaba y Doctor en Historia por la Universidad Pública de Navarra |