Cuentos, Historias, Leyendas...Curiosidades
 
 

 

favila FAVILA

Favila . Poco se sabe de este rey, hijo y sucesor de Pelayo, que solo reinó dos años (737-739). Casado con Froiliuva, tuvieron hijos, cuya pista se perdió. 

Favila murió en una cacería, entre las garras de un oso: "ab urso est interfectus", dice lacónicamente una crónica.

 

cornellana LA INFANTA Y LA OSA

En una leyenda popular asturiana, una infantina que se personaliza en la histórica Cristina, hija del Rey Astur-Leonés Bermudo II (984-999), se perdió siendo muy niña en un bosque del hoy concejo de Salas, y fue recogida por una benéfica Osa que le dio de mamar y la cuidó hasta que fue encontrada por unos monteros. 

En la torre izquierda de la fachada de la iglesia del viejo convento de CORNELLANA, hay un escudo donde está esculpida la osa con la niña en una talla del siglo XII.

 

SANTO TORIBIO

De Santo Toribio se cuenta que estando en plena siesta junto a su carro de bueyes, le despestó la feroz embestida de un oso que abatió a uno de sus bueyes de un tremendo mordisco en la cabeza. Ni corto ni perezoso, Santo Toribio le recriminó su actitud y consiguió que el oso acabara tirando de su carro. Por ello, los capiteles de las columnas que sostienen el altar mayor del monasterio de Santo Toribio en Liébana representan a un buey y un oso. 
Dos esculturas de ambos animales flanquean la puerta de la Colegiata de Arbás, en la vertiente leonesa del Puerto de Pajares, siendo ésta otra versión de la misma historia con un monje asturiano.

 

LA OSA MAYOR, LA OSA MENOR Y EL DRAGÓN. Escrito por Beleth 

Hace mucho tiempo, cuando el cielo no era más que una enorme bóveda de pizarra, vivía en las montañas una gran Osa. Era de color plateado, pues así era el color de los osos antes de que el hombre pisara la tierra, un plateado tan brillante que cuando se ponía al Sol nadie era capaz de mirarla sin entrecerrar los ojos. Era hermosa, sabia y fuerte, y por ello era la reina de la montaña. Con el tiempo la Osa concibió una pequeña Osita tan plateada como ella. Todos en la montaña estaban encantados con la criaturita ya que era alegre y juguetona. 
Un día, el Dragón de Plata, señor del Valle del Agua que lindaba con la montaña, decidió dar un paseo por los límites del valle. El Dragón de Plata era el ser más vanidoso que podía encontrarse y ante todo estaba orgulloso de sus escamas de plata. Es por eso que cuando vio a la Osita jugando en un río, no pudo evitar que el brillo del pelo de la criaturita hiciera que su corazón se llenara de envidia. Voló trazando unos círculos en torno a ella y a cada vuelta que daba mayor era la rabia y la envidia que sentía. Estaba a punto de abalanzarse sobre la Osita para devorarla cuando llegó su madre, la Osa. Entonces fue el colmo para el Dragón de Plata, dos criaturas con una piel más brillante que la suya era ya demasiado. Pero el Dragón se retiró a su cubil en la Fosa del Fuego para idear un plan con el que acabar con la dicha de la Osa. 
Un día la Osita estaba jugando cuando vio algo brillante en el cielo que llamó su atención. Poco a poco el Dragón de Plata se perfiló en el cielo. Entonces el Dragón de Plata le dijo: 
- Hola Osita, tu madre la Osa me ha dicho que te recoja, sube a mi lomo e iremos a verla. - 
La Osita en un principio se mostró reacia, pero le hacía mucha ilusión eso de volar. Así que sin rechistar se subió al lomo del Dragón y se fueron volando. 
En la cueva de la Osa estaban reunidos los representantes de todas las familias de la montaña. El asunto era urgente, la Osita había desaparecido y no se sabía nada de su paradero. Los Lobos habían rastreado toda la montaña y no habían descubierto la menor pista. Los Topos habían recorrido sus túneles preguntando a los seres del mundo subterráneo si sabían algo, pero nada. Y los Halcones no habían visto nada desde las alturas. 
Finalmente un sapo entró en la cueva y torpemente se dirigió a la Osa: 
- Ilustrísima Señora de la Montaña. Soy un mensajero del Dragón de Plata, señor del Valle del Agua. Mi señor os informa de que tiene cautiva a vuestra hija en su cubil de la Fosa del Fuego. Si queréis recuperarla deberéis ir allí y entregarle vuestra piel a cambio de vuestra hija. - 
Tras una dura y peligrosa marcha la Osa llegó al cubil del Dragón de Plata. En realidad era un agujero en la pared del valle de un río de lava al que se accedía por una estrecha cornisa. Tras acostumbrarse a la oscuridad vio a su hija al fondo del cubil, encogida por el miedo, y a su lado al Dragón de Plata quien exhibía una amplia sonrisa de triunfo. La Osa fue la primera que habló: 
- Aquí me tienes, ahora deja ir a mi hija. - 
El Dragón se rió y contestó: 
- No puedo permitir que haya nadie en el mundo con una piel más lustrosa que la mía.
Diciendo esto se lanzó sobre la Osa. Entablaron una lucha sin igual que duró siete días con sus siete noches. Y en ningún momento la lucha se inclinó del lado de ninguno. Pero los Dragones son criaturas mágicas por lo que la Osa comenzó a sentirse débil después de tanto tiempo de pelear. Sabiéndose perdida, decidió salvar a su hija de las garras del Dragón dando su vida. Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban se abrazó al Dragón y saltó con él al río de lava. 
La Osita se quedó sola y comenzó a llorar la muerte de su madre, y sus lágrimas eran de plata. Fue entonces cuando Dios tomó las lágrimas de la Osita y le dijo, no te preocupes, porque podrás ver a tu mamá todas las noches en el firmamento. Y con las lágrimas dibujó a su madre la Osa Mayor, peleando con el Dragón, para salvarla a ella la Osa Menor. Y quiso Dios que todo el mundo pudiera ver la escena para que aprendiesen que siempre hay almas nobles que luchan contra la envidia y es por ello que convirtió las lágrimas en estrellas." 

   

El Osito SANDRINO
Historia novelada del oso SANDRINO, encontrado en el Parque Nacional de Abruzzo, en Italia, donde todavía vive, en el Centro de Recuperación del Parque.
Original: Sr. Director del Parque Nacional de Abruzzo
Traducción: Mª Pilar Moñino

Erase una vez...pero no hace mucho tiempo, un pequeñísimo osito, que vivía feliz con su mamá y una hermanita casi idéntica a él. Había nacido en el frío invierno del año anterior, entre las montañas del Parque Nacional de Abruzzo. Cuando vino al mundo, no sabía que la vida sería tan difícil para él...Pesaba algunos cientos de gramos, frente al quintal y medio de la madre. Por algún tiempo fue amamantado y resguardado pero luego la curiosidad de ver el exterior de la gruta que le hacía de casita fue irresistible. Así, al principio de Junio decidió que ya había crecido lo suficiente para poder seguir a su madre en una de tantas excursiones en el mundo lejano y misterioso. Ella, preocupada por enseñarle a vivir y a ser autosuficiente, no se lo impidió. El padre estaba quizás muy lejos, entre las montañas, como ha de ser en la Ley de los osos, y seguramente había encontrado un destino distinto. El osito correteó impaciente detrás de su mamá osa, jugando también con su hermanita. Y descubrió un mundo maravilloso, nunca soñado, de prados verdes, hermosos bosques y sobre todo miles de flores de todos los colores, de plantas y de animalitos tan distintos a él.

Para buscar comida debían de explorar cada día territorios más extensos: pero alejándose más y más de su casita se dio cuenta que aquel mundo no era todo tan hospitalario. Estaba el Parque, donde se encontraba tranquilo, pero de pronto el Parque terminaba y allí podía sucederle cualquier cosa. Un día mamá osa arrugó la nariz porque allá abajo por el valle pasaban hombres de mirada seria y perversa, armados con escopetas; otro día el osito, que se había quedado durmiendo la siesta durante las horas de más calor, fue perseguido por una jauría de perros salvajes, abandonados por sus dueños en el monte, y se salvó solamente porque chilló tanto que sus gritos alertaron a su mamá y pudo llegar pronto a rescatarlo. Allá abajo zumbaba incesante un insecto muy escandaloso: la mamá le explicó que era una motosierra, una pequeña máquina que tiraba al suelo enormes árboles, destrozando el lugar donde viven los osos. Con el verano, las molestias se hacían más frecuentes y cercanas: había también monstruos de hierro (los coches), y sobre todo muchos hombres de todos los colores. Algunos de ellos no parecían tener malas intenciones, pero su propio entusiasmo por la Naturaleza les hacía violar el territorio que los animales deberían tener solo para ellos. Era una invasión de terribles olores humanos, la tierra se llenaba de objetos tirados, variopintos pero horribles: a veces se encontraba algo comestible, pero casi siempre eran cosas inútiles, incapaces de alimentar la tierra o llenarla de flores.

Mamá osa recomendó a sus pequeños permanecer siempre lejos del hombre, de sus huellas y de sus cuevas (las casas), porque allí siempre podían pasar cosas malas inesperadas. Una vez, sin embargo, el osito tuvo tentaciones de desobedecer a su mamá, y vio a lo lejos un cachorro de hombre pequeñito como él, que le sonreía y lo observaba a través de dos extraños ojos largos y negros, que mamá llamó prismáticos. Otra vez notó una extraña quietud, y descubrió dos hombres de uniforme que estaban riñendo a los turistas domingueros, obligándoles a recoger y llevarse de allí toda su basura. Mamá osa explicó que habían llegado finalmente los guardas del parque, a quienes debían el que les salvara de muchos peligros, pero por desgracia los guardias eran muy pocos para conseguir defender todo el territorio de los animales de las miles de molestias causadas por el hombre.

Sin embargo, el osito crecía muy poco, estaba siempre más débil, y mientras su hermanita estaba muy bien, él se cansaba intentando corretear tras la madre. Una enfermedad incubada desde hacía tiempo y contraída en el momento más frío y hambriento del invierno, se manifestaba ahora sin remedio. Como no era capaz de conseguir la comida suficiente, cada vez se tenía menos sobre sus patitas.

Un duro día de verano, era casi mediados de agosto, no pudo más: se recostó un poco entre la hierba y le pidió a su mamá que le abandonara a su suerte. La osa lloró mucho, intentó darle valor y empujarlo, pero sabía demasiado bien que el pequeño tenía razón. En aquellas condiciones no lo habría conseguido jamás. La Ley de la Naturaleza, la despiadada regla de la selección natural a la cual ningún animal puede escapar, obligaba a abandonar al individuo más débil para salvar al resto de la especie. Si quería proteger a su otra pequeña, la madre debía irse de allí rápidamente, porque aquella zona era muy frecuentada por el hombre, y el peligro era enorme. Así que se dio la vuelta, contrayendo cada músculo de su gran cuerpo, y echó a andar en silencio, mientras oía al osezno llorar cada vez más flojo. Lo había visto tropezar con sus patitas traseras, caerse y abandonarse echado en tierra: su destino parecía escrito.

Fue justo entonces, sin embargo, cuando ocurrió el "milagro". Un poco más arriba de él oyó rumores de pasos, y el osito sintió que alguien lo observaba. Girando apenas su cabecita, se vió encuadrado en los prismáticos de uno de aquellos hombres de uniforme. Extrañamente, no tuvo miedo. Por instinto se sintió protegido, y no se rebeló ni cuando el guardia del parque lo cogió y lo cargó en uno de aquellos veloces monstruos de hierro brillantes y ruidosos.

Algunas horas más tarde estaba en la Dirección del Parque, lavado y envuelto en mantas calientes. Sentía voces alegres alrededor de él, alguien le metió en la boca un increíble biberón lleno de leche. Tenía ganas de relajarse, el miedo había terminado. Las chicas que trabajan en el parque compitieron entre ellas para prepararle una papilla de huevos y otras cosas muy buenas. El hombre que mandaba allí estaba muy contento y propuso bautizarlo SANDRINO.

En pocos días se había recuperado bastante; no estaba aún curado del todo, peo ya podía correr y jugar.

Ahora el deseo de todos habría sido dejarlo libre, para que volviera a corretear detrás de su madre. Pero por desgracia no era posible. Durante muchos meses el veterianario debía de continuar curándole, y de su mamá, además, no tenían noticias: quién sabe dónde estaría ahora. Aparte de esto, Sandrino no había podido aprender el arte de sobrevivir en aquel mundo tan difícil, probablemente no habría sido siquiera capaz de encontrar suficiente comida para si mismo. Lo había escuchado decir muchas veces a la gente del parque: muy a menudo les ocurría a sus primos de los parques norteamericanos, viciados por los dulces y otras golosinas que les echaban desde los coches durante el verano. Cuando llegaba el frío, los turistas desaparecían, y tantos y tantos pequeños ositos Yoghis pasaban hambre. No pocas veces los Rangers de Yellowstone los encontraban muertos, porque en la alegría del verano ninguno había aprendido a buscar comida él solito y prepararse para el duro invierno.

Un triste día de otoño, le llegó también la noticia de que los cazadores furtivos habían asesinado a disparos varios osos justo en las montañas a las que se dirigía su madre. Habían matado también hembras adultas, y Sandrino entendió que seguramente era justo él el último sobreviviente de una familia un tiempo espléndida y feliz.

Entonces se dijo que debía aceptar la convivencia con el hombre. Esperando tener algún día un compañera, tener sus propios pequeños, protegido de los peligros pero en cautividad. Porque al menos sus hijos, o sus nietos, podrían volver a correr libres y alborozados en aquellos prados y entre aquellos bosques, sin encontrar ruidos, ni perros, ni escopetas, ni venenos, ni trampas. Ese día en que los hombres habrán comenzado a razonar y a entender la Naturaleza, mostrándose menos despiadados que hoy con todos los seres inocentes e incapaces de hacerles daño.

 

Desde el Valle del Huerna, Manolo manda dos notas curiosas:

Hacia la primavera - verano, aparecen en el campo unos hongos de color marrón oscuro o negro. Casi perfectamente circulares, de diámetro que puede variar desde unos dos a unos diez centímetros, aparecen a ras de suelo. Cuando están maduros, rompen fácilmente y sueltan un polvo del mismo color oscuro, no se aprecia olor desagradable alguno.
En el alto valle del Huerna son tradicionalmente conocidos como "piu del osu", entendiendo "piu" como pedo. No se sabe el porqué, aunque se supone que la ignorancia de saber qué es y su color parecido al oso sea el motivo.


Cuando una persona tiene el pelo de la cabeza erizado o despeinado, se le suele decir: "paez que viste al osu". Si se le dice a alguien aunque esté correctamente peinado, y  de forma inconsciente se atusa el pelo.

 

 

LA ERMITA DEL LLANO, enviado por Luis S. Cubillo Luis:

Dicen que la ermita de Llano, en Aguilar de Campoó, se construyó debido a la experiencia que sufrió un cazador, no se cuanto tiempo hace, pero mucho....... supongo.

La historia relata que un cazador que perseguía una pieza se metió en la bosquejada del Monte Royal.

Cuando se percata de que su munición se había terminado, se le aparece un gran oso, que en pose amenazante le ataca. El cazador se echó su arma a la cara, y, ante su sorpresa, disparó, y el oso cayó muerto.

Termina la leyenda contando que el cazador, agradecido, se preocupó de edificar en el lugar una ermita en honor a la Virgen de la zona, virgen que hoy veneran todos los Aguilarenses con el nombre de la Virgen del Llano.

Tal como me lo contaron os lo cuento, pues la leyenda merece por su belleza no ser olvidada, queriendo contribuir con mi relato, a que ésta no pase al olvido.

 

La Caza del Oso

No ofrecía grandes dificultades a mi paso aquel camino cuya longitud no excedería de quince o veinte varas; pero la consideración racionalísima de lo que íbamos a hacer después de recorrerlo, sin otra retirada que el abismo en el caso muy posible de salir escapados de la cueva, si no quedábamos hechos jigote, allá dentro, clavó mis pies en el suelo a los primeros pasos que di sobre él. Vi todo lo brutalmente temerario que había en nuestra empresa desatinada, y formé serio propósito de volverme atrás. Pero Chisco y Pito Salces se habían sumido ya en la caverna; y aunque temerarios y muy brutos los dos, no era honrado ni decente dejarlos sin su ayuda un hombre que acababa de prometerles ir tan allá como fuera otro.

Duraron muy pocos instantes estas vacilaciones mías; y cerrando los ojos de la inteligencia a todo razonamiento de sentido común, es decir, bajándome al de aquellos dos bárbaros, avancé resuelto por la cornisa y llegué a la boca de la cueva, dentro de la cual latían desesperadamente los dos perros y me encontré a Chisco y a su camarada disponiendo el plan de ataque. La cueva, como ya sabía yo por referencia de los dos mozos que la conocían muy bien, tenia dos senos; el primero, a la entrada, era espacioso y no muy alto de bóveda, con el suelo bastante más alto que el umbral de la puerta, muy escabroso y en declive muy pronunciado hacia el muro del fondo, en el cual se veía la boca del otro seno o gabinete de aquel salón de recibir. Olía allí a sótano y a musgo y a perrera… y a hombres escabechados.

No tenia ya duda para Chisco que era "la señora", es decir, la osa, lo que rezongaba en el fondo del antro invisible, respondiendo al latir desesperado de los perros; y la señora con su prole, porque sin este cuidado amoroso ya hubiera salido al estrado para hacernos los honores de la casa. En este convencimiento, se trató en breves palabras, casi por señas, porque no había instante que perder, de sí sería más conveniente soltar la perruca que el sabueso; y acordado lo primero, el bárbaro de Pito, sin otras razones se fue hasta la boca del antro, en el cual metió la cabeza al mismo tiempo que la perruca. Esta había desaparecido, algo vacilante e indefensa, hacía la derecha; y no sé cuál fue primero, si el desaparecer la perruca allá dentro, o el oírse dos chillidos angustiosos y un bramido tremebundo, o el retroceder de Pito cuatro pasos del boquerón, exclamando hacia nosotros( yo creo que con regocijo), pero con el arma preparada:

-¡Cristo Dios!… ¿Vos digo que aqueyus no son sus ojus: son dos brasales!

Comprendió Chisco al punto de que se trataba; soltó al sabueso y me mandó a mí que me quedara donde estaba ( es decir, como al primer tercio de la cueva, muy cerca del muro de la derecha), pero con el arma lista, aunque sin disparar antes que ellos dos y avanzó él hasta colocarse en la misma linea de Chorcos, de manera que sus tiros se cruzaran en ángulo bastanta abierto en el centro del boquerón del fondo.

Como toda la prudencia y reflexión que podía esperarse de aquellos rudos montañeses había que buscarla en Chisco, yo no apartaba mis ojos de él, y no podía menos de admirarme al observar que ni en aquel trance de prueba se alteraba la perfecta regularidad de su continente: su mirada era firme, serena y fría, como de ordinario; su color el mismo de siempre, y no había un músculo ni una señal en todo su cuerpo que delatara en su corazón un latino más de los normales; al revés de Pito Salces, que no cabía en su ropa, no por miedo seguramente, sino por el deleite brutal que para él tenían aquellos lances.

Tomando yo por guía de mi anhelante curiosidad la mirada de Chisco, y sin dejar de oír ladridos de "Canelo" apenas metido este en la covacha, pronto lo vi retroceder, pero dando cara al enemigo con las cuatro patas muy abiertas, la cabeza levantada y casi tocando el suelo con el vientre. Lo que le obligaba a caminar así no era difícil de adivinar: tras él venia la fiera gruñendo y rezogando; y al asomar al boquerón no me impidió el frio nervioso que corrió por todo m i cuerpo, estimar la exactitud con que Pito había calificado el lucir de los ojos de aqel animalaza: realmente centelleaban entre mechones lanudos de sus cuencas, como las ascuas en la oscuridad: La presencia nuestra le contuvo unos instantes en el umbral de la caverna; pero rehaciéndose enseguida avanzó dos pasos, menispreciando las protestas de "Canelo", y se incorporó sobre sus patas traseras, dando al mismo tiempo un berrido y alzando las manos hasta cerca del hocico, como si exclamara:

-¡Pero estos hombres que se atreven a tanto son mucho mas brutos que yo!

Al ver que se incorporaba la fiera, dijo a Pito Salces, Chisco:

-Tú al ojo; yo, al corazón…¿Estás? Pues …¿a una!

Sonaron dos estampidos; batió la bestia el aire con los brazos que aún no había tenido tiempo de bajar; abrió la boca descomunal, lanzando otro bramido más tremendo que el primero; dio un par de vueltas sobre sus patas, como cuando bailan en las plazas los esclavos de su especie, y cayó redonda en mitad de la cueva con la cabeza hacai mí. Corrí yo entonces a rematarla con otro tiro de mi escopeta; pero me detuvo Chisco, diciéndome mientras cargaba apresurado la suya, igual que hacía Pito por su parte.

-Guarde esas balas por lo que pueda suceder de prontu. Pa lo que usté desea jacer, con el cachorriyu sobra….

¿Qué quedaba allí por hacer? Lo que hizo Chorcos enseguida con su irreflexión de siempre; llamr a "Canelo" y meterse con él en la cueva desalojada por la osa, ¿Puches, había que acabar igualmente con las crías…y saber lo que había sido de la perruca que ni salia ni "agullaba"..Bueno estaba de entender el caso; pero había que verlo, ¡puches!…

Por el aire andaban aún los dos oseznos arrojados por Pito desde la embocadura de la covacha, cuando "Canelo" salió disparado como una flecha y latiendo hacia la entrada de la cueva grande. Yo, que estaba muy cerca de ella, miré a Chisco y leí en sus ojos algo como la confirmación de un recelo que él hubiera temido. Observar esto y amenguarse la luz de la cueva como si hubieran corrido una cortina delante de su boca, por el lado del carrascal, fue todo uno.

-¡El machu!- exclamo Cisco entonces.

Pero yo que estaba más cerca que él de la fiera y mereciendo los honores de su mirada rencorosa, como si a mí solo quisiera pedir cuentas de los horrores cometidos allí con su familia, sin hacer caso de consejos ni de mandatos, apunté por encima de "Canelo", que defendía valerosamente la entrada, y, a riesgo de matarle, disparé un cañón de mi escopeta. La herida, que fue en el pecho, lejos de contenerle, le enfureció más; y dando un espantoso rugido, arrancó hacia mí atropelladando a "Canelo", que en vano había hecho presa en una de sus orejas: Faltándome terrero en que desenvolver el recurso de la escopeta, di dos saltos atrás empuñando el cuchillo; pero ciego ya de pavor y perdida completamentela serenidad. Desde el fondo de la cueva salió otro tiro entonces: el de la espigarda de Pito hirió tambien al oso, pero sólo se detuvo un momento: lo bastante para que el mozón de Robacío le hundiera la hoja de su cuchillo por debajo del brazo izquierdo, hasta la empuñadura. Fue el golpe de gracia, porque con él se desplomó la fiera patas arriba, yendo a caer su cabeza sobre el pescuezo de la osa, donde le arranqué, con otro tiro de mi revólver, el último aliento de vida que le quedaba.

A pesar de ello, los dos monzones volvían a cargar sus escopetas. ¡Para qué, Señor! ¿Era posible que quedaran en toda la cordillera ni en todo el mundo sublunar, más osos que los que allí yacían a nuestros pies, entre chicos y grandes, vivos y muertos? Después nos miramos los tres cazadores, como si tácitamente hubiéramos convenido en que era imposible cometer mayores barbaridades que las que acabábamos de cometer, y que solamente por un milagro de Dios habíamos quedado vivos para contarlas. Esta escena muda, que fue brevísima, acabó por echar Pito el sombrero al aire, es decir , por estrellarse contra la bóveda erizada de puntas calcáreas; Chisco hizo lo propio, y yo no quise ser menos que los dos: Luego nos dimos las manos, y juro a Dios que al estrechar la de Chisco entre las mías, latió mi corazón a impulsos del más vivo agradecimiento. ¿Qué hubiera sido de mí sin su empuje sereno y valeroso?


(Fragmento de "Peñas Arriba")
José María de Pereda
Santander (1833-1906)

 

UNA REALIDAD HECHA CUENTO, enviado por M.A. Losada Losada

Daniel vive en Villayuso de Cieza (Cantabria) y además de buen conocedor y amante de la naturaleza, que en el entorno de su pueblo es de una magnificencia admirable, es tambien un buen aficionado a la pesca y a la caza.

El pasado verano, mientras discurriamos al caer la tarde por los montes de Cieza con el fin de avistar venados y corzos pastando, me contó una anecdota que le había ocurrido pocos meses antes, durante una partida de caza de jabalí en los montes de Palencia.

Según me dijo,  Daniel formaba parte de una cuadrilla y le asignaron un puesto en el que se aposentó junto con su perro a la espera de presa. Al poco rato escuchó un ruido entre ramas y al volverse a mirar se encontró frente a un oso de enormes dimensiones. Paralizado por la sorpresa y el miedo sólo se le ocurrió agarrar a su perro por el collar y elevándolo en el aire mostrarselo al oso. Tras un tiempo que no puede recordar - aunque le pareció eterno- permanecieron frente a frente y finalmente el oso se dió la media vuelta y continuó tranquilamente su camino perdiéndose en el bosque.

Daniel, evidentemente, no quedó igual de tranquilo, pero superado el inevitable susto, ha incorporado a su bagaje personal  una experiencia singular con la que deslumbrar a sus pequeños Antonio y Javier, y en un futuro que todavía le queda muy lejano a sus nietos. ¡Entonces parecerá un cuento!...

 

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