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FAVILA Favila . Poco se sabe de este rey, hijo y sucesor de Pelayo, que solo
reinó dos años (737-739). Casado con Froiliuva, tuvieron hijos, cuya pista se perdió.
Favila murió en una cacería, entre las garras de un
oso: "ab urso est interfectus", dice lacónicamente una crónica. |
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LA
INFANTA Y LA OSA En una leyenda
popular asturiana, una infantina que se personaliza en la histórica Cristina, hija del
Rey Astur-Leonés Bermudo II (984-999), se perdió siendo muy niña en un bosque del hoy
concejo de Salas, y fue recogida por una benéfica Osa que le dio de mamar y la cuidó
hasta que fue encontrada por unos monteros.
En la torre izquierda de la fachada de la iglesia del
viejo convento de CORNELLANA, hay un escudo donde está esculpida la osa con la niña en
una talla del siglo XII. |
SANTO
TORIBIO De Santo Toribio se cuenta
que estando en plena siesta junto a su carro de bueyes, le despestó la feroz embestida de
un oso que abatió a uno de sus bueyes de un tremendo mordisco en la cabeza. Ni corto ni
perezoso, Santo Toribio le recriminó su actitud y consiguió que el oso acabara tirando
de su carro. Por ello, los capiteles de las columnas que sostienen el altar mayor del
monasterio de Santo Toribio en Liébana representan a un buey y un oso.
Dos esculturas de ambos animales flanquean la puerta de la
Colegiata de Arbás, en la vertiente leonesa del Puerto de Pajares, siendo ésta otra
versión de la misma historia con un monje asturiano. |
LA
OSA MAYOR, LA OSA MENOR Y EL DRAGÓN. Escrito por Beleth
Hace mucho tiempo, cuando el cielo
no era más que una enorme bóveda de pizarra, vivía en las montañas una gran Osa. Era
de color plateado, pues así era el color de los osos antes de que el hombre pisara la
tierra, un plateado tan brillante que cuando se ponía al Sol nadie era capaz de mirarla
sin entrecerrar los ojos. Era hermosa, sabia y fuerte, y por ello era la reina de la
montaña. Con el tiempo la Osa concibió una pequeña Osita tan plateada como ella. Todos
en la montaña estaban encantados con la criaturita ya que era alegre y juguetona.
Un día, el Dragón de Plata, señor
del Valle del Agua que lindaba con la montaña, decidió dar un paseo por los límites del
valle. El Dragón de Plata era el ser más vanidoso que podía encontrarse y ante todo
estaba orgulloso de sus escamas de plata. Es por eso que cuando vio a la Osita jugando en
un río, no pudo evitar que el brillo del pelo de la criaturita hiciera que su corazón se
llenara de envidia. Voló trazando unos círculos en torno a ella y a cada vuelta que daba
mayor era la rabia y la envidia que sentía. Estaba a punto de abalanzarse sobre la Osita
para devorarla cuando llegó su madre, la Osa. Entonces fue el colmo para el Dragón de
Plata, dos criaturas con una piel más brillante que la suya era ya demasiado. Pero el
Dragón se retiró a su cubil en la Fosa del Fuego para idear un plan con el que acabar
con la dicha de la Osa.
Un día la Osita estaba jugando
cuando vio algo brillante en el cielo que llamó su atención. Poco a poco el Dragón de
Plata se perfiló en el cielo. Entonces el Dragón de Plata le dijo:
- Hola Osita, tu madre la Osa me ha
dicho que te recoja, sube a mi lomo e iremos a verla. -
La Osita en un principio se mostró
reacia, pero le hacía mucha ilusión eso de volar. Así que sin rechistar se subió al
lomo del Dragón y se fueron volando.
En la cueva de la Osa estaban
reunidos los representantes de todas las familias de la montaña. El asunto era urgente,
la Osita había desaparecido y no se sabía nada de su paradero. Los Lobos habían
rastreado toda la montaña y no habían descubierto la menor pista. Los Topos habían
recorrido sus túneles preguntando a los seres del mundo subterráneo si sabían algo,
pero nada. Y los Halcones no habían visto nada desde las alturas.
Finalmente un sapo entró en la cueva
y torpemente se dirigió a la Osa:
- Ilustrísima Señora de la
Montaña. Soy un mensajero del Dragón de Plata, señor del Valle del Agua. Mi señor os
informa de que tiene cautiva a vuestra hija en su cubil de la Fosa del Fuego. Si queréis
recuperarla deberéis ir allí y entregarle vuestra piel a cambio de vuestra hija. -
Tras una dura y peligrosa marcha la
Osa llegó al cubil del Dragón de Plata. En realidad era un agujero en la pared del valle
de un río de lava al que se accedía por una estrecha cornisa. Tras acostumbrarse a la
oscuridad vio a su hija al fondo del cubil, encogida por el miedo, y a su lado al Dragón
de Plata quien exhibía una amplia sonrisa de triunfo. La Osa fue la primera que
habló:
- Aquí me tienes, ahora deja ir a mi
hija. -
El Dragón se rió y contestó:
- No puedo permitir que haya nadie en
el mundo con una piel más lustrosa que la mía.
Diciendo esto se lanzó sobre la Osa.
Entablaron una lucha sin igual que duró siete días con sus siete noches. Y en ningún
momento la lucha se inclinó del lado de ninguno. Pero los Dragones son criaturas mágicas
por lo que la Osa comenzó a sentirse débil después de tanto tiempo de pelear.
Sabiéndose perdida, decidió salvar a su hija de las garras del Dragón dando su vida.
Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban se abrazó al Dragón y saltó con él al río
de lava.
La Osita se quedó sola y comenzó a
llorar la muerte de su madre, y sus lágrimas eran de plata. Fue entonces cuando Dios
tomó las lágrimas de la Osita y le dijo, no te preocupes, porque podrás ver a tu mamá
todas las noches en el firmamento. Y con las lágrimas dibujó a su madre la Osa Mayor,
peleando con el Dragón, para salvarla a ella la Osa Menor. Y quiso Dios que todo el mundo
pudiera ver la escena para que aprendiesen que siempre hay almas nobles que luchan contra
la envidia y es por ello que convirtió las lágrimas en estrellas." |
El Osito SANDRINO
Historia novelada del oso SANDRINO, encontrado en el
Parque Nacional de Abruzzo, en Italia, donde todavía vive, en el Centro de Recuperación
del Parque.
Original: Sr. Director del Parque Nacional de Abruzzo
Traducción: Mª Pilar Moñino Erase una vez...pero no hace mucho tiempo, un pequeñísimo osito,
que vivía feliz con su mamá y una hermanita casi idéntica a él. Había nacido en el
frío invierno del año anterior, entre las montañas del Parque Nacional de Abruzzo.
Cuando vino al mundo, no sabía que la vida sería tan difícil para él...Pesaba algunos
cientos de gramos, frente al quintal y medio de la madre. Por algún tiempo fue amamantado
y resguardado pero luego la curiosidad de ver el exterior de la gruta que le hacía de
casita fue irresistible. Así, al principio de Junio decidió que ya había crecido lo
suficiente para poder seguir a su madre en una de tantas excursiones en el mundo lejano
y misterioso. Ella, preocupada por enseñarle a vivir
y a ser autosuficiente, no se lo impidió. El padre estaba quizás muy lejos, entre las
montañas, como ha de ser en la Ley de los osos, y seguramente había encontrado un
destino distinto. El osito correteó impaciente detrás de su mamá osa, jugando también
con su hermanita. Y descubrió un mundo maravilloso, nunca soñado, de prados verdes,
hermosos bosques y sobre todo miles de flores de todos los colores, de plantas y de
animalitos tan distintos a él.
Para buscar comida debían de explorar cada día
territorios más extensos: pero alejándose más y más de su casita se dio cuenta que
aquel mundo no era todo tan hospitalario. Estaba el Parque, donde se encontraba tranquilo,
pero de pronto el Parque terminaba y allí podía sucederle cualquier cosa. Un día mamá
osa arrugó la nariz porque allá abajo por el valle pasaban hombres de mirada seria y
perversa, armados con escopetas; otro día el osito, que se había quedado durmiendo la
siesta durante las horas de más calor, fue perseguido por una jauría de perros salvajes,
abandonados por sus dueños en el monte, y se salvó solamente porque chilló tanto que
sus gritos alertaron a su mamá y pudo llegar pronto a rescatarlo. Allá abajo zumbaba
incesante un insecto muy escandaloso: la mamá le explicó que era una motosierra, una
pequeña máquina que tiraba al suelo enormes árboles, destrozando el lugar donde viven
los osos. Con el verano, las molestias se hacían más frecuentes y cercanas: había
también monstruos de hierro (los coches), y sobre todo muchos hombres de todos los
colores. Algunos de ellos no parecían tener malas intenciones, pero su propio entusiasmo
por la Naturaleza les hacía violar el territorio que los animales deberían tener solo
para ellos. Era una invasión de terribles olores humanos, la tierra se llenaba de objetos
tirados, variopintos pero horribles: a veces se encontraba algo comestible, pero casi
siempre eran cosas inútiles, incapaces de alimentar la tierra o llenarla de flores.
Mamá osa recomendó a sus pequeños permanecer
siempre lejos del hombre, de sus huellas y de sus cuevas (las casas), porque allí siempre
podían pasar cosas malas inesperadas. Una vez, sin embargo, el osito tuvo tentaciones de
desobedecer a su mamá, y vio a lo lejos un cachorro de hombre pequeñito como él, que le
sonreía y lo observaba a través de dos extraños ojos largos y negros, que mamá llamó
prismáticos. Otra vez notó una extraña quietud, y descubrió dos hombres de uniforme
que estaban riñendo a los turistas domingueros, obligándoles a recoger y llevarse de
allí toda su basura. Mamá osa explicó que habían llegado finalmente los guardas del
parque, a quienes debían el que les salvara de muchos peligros, pero por desgracia los
guardias eran muy pocos para conseguir defender todo el territorio de los animales de las
miles de molestias causadas por el hombre.
Sin embargo, el osito crecía muy poco, estaba
siempre más débil, y mientras su hermanita estaba muy bien, él se cansaba intentando
corretear tras la madre. Una enfermedad incubada desde hacía tiempo y contraída en el
momento más frío y hambriento del invierno, se manifestaba ahora sin remedio. Como no
era capaz de conseguir la comida suficiente, cada vez se tenía menos sobre sus patitas.
Un duro día de verano, era casi mediados de
agosto, no pudo más: se recostó un poco entre la hierba y le pidió a su mamá que le
abandonara a su suerte. La osa lloró mucho, intentó darle valor y empujarlo, pero sabía
demasiado bien que el pequeño tenía razón. En aquellas condiciones no lo habría
conseguido jamás. La Ley de la Naturaleza, la despiadada regla de la selección natural a
la cual ningún animal puede escapar, obligaba a abandonar al individuo más débil para
salvar al resto de la especie. Si quería proteger a su otra pequeña, la madre debía
irse de allí rápidamente, porque aquella zona era muy frecuentada por el hombre, y el
peligro era enorme. Así que se dio la vuelta, contrayendo cada músculo de su gran
cuerpo, y echó a andar en silencio, mientras oía al osezno llorar cada vez más flojo.
Lo había visto tropezar con sus patitas traseras, caerse y abandonarse echado en tierra:
su destino parecía escrito.
Fue justo entonces, sin embargo, cuando ocurrió
el "milagro". Un poco más arriba de él oyó rumores de pasos, y el osito
sintió que alguien lo observaba. Girando apenas su cabecita, se vió encuadrado en los
prismáticos de uno de aquellos hombres de uniforme. Extrañamente, no tuvo miedo. Por
instinto se sintió protegido, y no se rebeló ni cuando el guardia del parque lo cogió y
lo cargó en uno de aquellos veloces monstruos de hierro brillantes y ruidosos.
Algunas horas más tarde estaba en la Dirección
del Parque, lavado y envuelto en mantas calientes. Sentía voces alegres alrededor de él,
alguien le metió en la boca un increíble biberón lleno de leche. Tenía ganas de
relajarse, el miedo había terminado. Las chicas que trabajan en el parque compitieron
entre ellas para prepararle una papilla de huevos y otras cosas muy buenas. El hombre que
mandaba allí estaba muy contento y propuso bautizarlo SANDRINO.
En pocos días se había recuperado bastante; no
estaba aún curado del todo, peo ya podía correr y jugar.
Ahora el deseo de todos habría sido dejarlo
libre, para que volviera a corretear detrás de su madre. Pero por desgracia no era
posible. Durante muchos meses el veterianario debía de continuar curándole, y de su
mamá, además, no tenían noticias: quién sabe dónde estaría ahora. Aparte de esto,
Sandrino no había podido aprender el arte de sobrevivir en aquel mundo tan difícil,
probablemente no habría sido siquiera capaz de encontrar suficiente comida para si mismo.
Lo había escuchado decir muchas veces a la gente del parque: muy a menudo les ocurría a
sus primos de los parques norteamericanos, viciados por los dulces y otras golosinas que
les echaban desde los coches durante el verano. Cuando llegaba el frío, los turistas
desaparecían, y tantos y tantos pequeños ositos Yoghis pasaban hambre. No pocas veces
los Rangers de Yellowstone los encontraban muertos, porque en la alegría del verano
ninguno había aprendido a buscar comida él solito y prepararse para el duro invierno.
Un triste día de otoño, le llegó también la
noticia de que los cazadores furtivos habían asesinado a disparos varios osos justo en
las montañas a las que se dirigía su madre. Habían matado también hembras adultas, y
Sandrino entendió que seguramente era justo él el último sobreviviente de una familia
un tiempo espléndida y feliz.
Entonces se dijo que debía aceptar la convivencia
con el hombre. Esperando tener algún día un compañera, tener sus propios pequeños,
protegido de los peligros pero en cautividad. Porque al menos sus hijos, o sus nietos,
podrían volver a correr libres y alborozados en aquellos prados y entre aquellos bosques,
sin encontrar ruidos, ni perros, ni escopetas, ni venenos, ni trampas. Ese día en que los
hombres habrán comenzado a razonar y a entender la Naturaleza, mostrándose menos
despiadados que hoy con todos los seres inocentes e incapaces de hacerles daño. |
Desde
el Valle del Huerna, Manolo manda
dos notas curiosas:
Hacia la primavera - verano, aparecen en el campo
unos hongos de color marrón oscuro o negro. Casi perfectamente circulares, de diámetro
que puede variar desde unos dos a unos diez centímetros, aparecen a ras de suelo. Cuando
están maduros, rompen fácilmente y sueltan un polvo del mismo color oscuro, no se
aprecia olor desagradable alguno.
En el alto valle del Huerna son tradicionalmente conocidos como "piu del osu",
entendiendo "piu" como pedo. No se sabe el porqué, aunque se supone que la
ignorancia de saber qué es y su color parecido al oso sea el motivo.
Cuando una persona tiene el pelo de la cabeza
erizado o despeinado, se le suele decir: "paez que viste al osu". Si se le dice
a alguien aunque esté correctamente peinado, y de forma inconsciente se atusa el
pelo.
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LA ERMITA DEL LLANO, enviado por Luis S. Cubillo Luis:
Dicen que la ermita de Llano, en
Aguilar de Campoó, se construyó debido a la experiencia que sufrió un cazador, no se
cuanto tiempo hace, pero mucho....... supongo.
La historia relata que un cazador
que perseguía una pieza se metió en la bosquejada del Monte Royal.
Cuando se percata de que su
munición se había terminado, se le aparece un gran oso, que en pose amenazante le ataca.
El cazador se echó su arma a la cara, y, ante su sorpresa, disparó, y el oso cayó
muerto.
Termina la leyenda contando que el
cazador, agradecido, se preocupó de edificar en el lugar una ermita en honor a la Virgen
de la zona, virgen que hoy veneran todos los Aguilarenses con el nombre de la Virgen del
Llano.
Tal como me lo contaron os lo
cuento, pues la leyenda merece por su belleza no ser olvidada, queriendo contribuir con mi
relato, a que ésta no pase al olvido.
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La
Caza del Oso No ofrecía grandes
dificultades a mi paso aquel camino cuya longitud no excedería de quince o veinte varas;
pero la consideración racionalísima de lo que íbamos a hacer después de recorrerlo,
sin otra retirada que el abismo en el caso muy posible de salir escapados de la cueva, si
no quedábamos hechos jigote, allá dentro, clavó mis pies en el suelo a los primeros
pasos que di sobre él. Vi todo lo brutalmente temerario que había en nuestra empresa
desatinada, y formé serio propósito de volverme atrás. Pero Chisco y Pito Salces se
habían sumido ya en la caverna; y aunque temerarios y muy brutos los dos, no era honrado
ni decente dejarlos sin su ayuda un hombre que acababa de prometerles ir tan allá como
fuera otro.
Duraron muy pocos instantes estas vacilaciones
mías; y cerrando los ojos de la inteligencia a todo razonamiento de sentido común, es
decir, bajándome al de aquellos dos bárbaros, avancé resuelto por la cornisa y llegué
a la boca de la cueva, dentro de la cual latían desesperadamente los dos perros y me
encontré a Chisco y a su camarada disponiendo el plan de ataque. La cueva, como ya sabía
yo por referencia de los dos mozos que la conocían muy bien, tenia dos senos; el primero,
a la entrada, era espacioso y no muy alto de bóveda, con el suelo bastante más alto que
el umbral de la puerta, muy escabroso y en declive muy pronunciado hacia el muro del
fondo, en el cual se veía la boca del otro seno o gabinete de aquel salón de recibir.
Olía allí a sótano y a musgo y a perrera
y a hombres escabechados.
No tenia ya duda para Chisco que era "la
señora", es decir, la osa, lo que rezongaba en el fondo del antro invisible,
respondiendo al latir desesperado de los perros; y la señora con su prole, porque sin
este cuidado amoroso ya hubiera salido al estrado para hacernos los honores de la casa. En
este convencimiento, se trató en breves palabras, casi por señas, porque no había
instante que perder, de sí sería más conveniente soltar la perruca que el sabueso; y
acordado lo primero, el bárbaro de Pito, sin otras razones se fue hasta la boca del
antro, en el cual metió la cabeza al mismo tiempo que la perruca. Esta había
desaparecido, algo vacilante e indefensa, hacía la derecha; y no sé cuál fue primero,
si el desaparecer la perruca allá dentro, o el oírse dos chillidos angustiosos y un
bramido tremebundo, o el retroceder de Pito cuatro pasos del boquerón, exclamando hacia
nosotros( yo creo que con regocijo), pero con el arma preparada:
-¡Cristo Dios!
¿Vos digo que aqueyus no son
sus ojus: son dos brasales!
Comprendió Chisco al punto de que se trataba;
soltó al sabueso y me mandó a mí que me quedara donde estaba ( es decir, como al primer
tercio de la cueva, muy cerca del muro de la derecha), pero con el arma lista, aunque sin
disparar antes que ellos dos y avanzó él hasta colocarse en la misma linea de Chorcos,
de manera que sus tiros se cruzaran en ángulo bastanta abierto en el centro del boquerón
del fondo.
Como toda la prudencia y reflexión que podía
esperarse de aquellos rudos montañeses había que buscarla en Chisco, yo no apartaba mis
ojos de él, y no podía menos de admirarme al observar que ni en aquel trance de prueba
se alteraba la perfecta regularidad de su continente: su mirada era firme, serena y fría,
como de ordinario; su color el mismo de siempre, y no había un músculo ni una señal en
todo su cuerpo que delatara en su corazón un latino más de los normales; al revés de
Pito Salces, que no cabía en su ropa, no por miedo seguramente, sino por el deleite
brutal que para él tenían aquellos lances.
Tomando yo por guía de mi anhelante curiosidad la
mirada de Chisco, y sin dejar de oír ladridos de "Canelo" apenas metido este en
la covacha, pronto lo vi retroceder, pero dando cara al enemigo con las cuatro patas muy
abiertas, la cabeza levantada y casi tocando el suelo con el vientre. Lo que le obligaba a
caminar así no era difícil de adivinar: tras él venia la fiera gruñendo y rezogando; y
al asomar al boquerón no me impidió el frio nervioso que corrió por todo m i cuerpo,
estimar la exactitud con que Pito había calificado el lucir de los ojos de aqel
animalaza: realmente centelleaban entre mechones lanudos de sus cuencas, como las ascuas
en la oscuridad: La presencia nuestra le contuvo unos instantes en el umbral de la
caverna; pero rehaciéndose enseguida avanzó dos pasos, menispreciando las protestas de
"Canelo", y se incorporó sobre sus patas traseras, dando al mismo tiempo un
berrido y alzando las manos hasta cerca del hocico, como si exclamara:
-¡Pero estos hombres que se atreven a tanto son
mucho mas brutos que yo!
Al ver que se incorporaba la fiera, dijo a Pito
Salces, Chisco:
-Tú al ojo; yo, al corazón
¿Estás? Pues
¿a una!
Sonaron dos estampidos; batió la bestia el aire
con los brazos que aún no había tenido tiempo de bajar; abrió la boca descomunal,
lanzando otro bramido más tremendo que el primero; dio un par de vueltas sobre sus patas,
como cuando bailan en las plazas los esclavos de su especie, y cayó redonda en mitad de
la cueva con la cabeza hacai mí. Corrí yo entonces a rematarla con otro tiro de mi
escopeta; pero me detuvo Chisco, diciéndome mientras cargaba apresurado la suya, igual
que hacía Pito por su parte.
-Guarde esas balas por lo que pueda suceder de
prontu. Pa lo que usté desea jacer, con el cachorriyu sobra
.
¿Qué quedaba allí por hacer? Lo que hizo Chorcos
enseguida con su irreflexión de siempre; llamr a "Canelo" y meterse con él en
la cueva desalojada por la osa, ¿Puches, había que acabar igualmente con las
crías
y saber lo que había sido de la perruca que ni salia ni
"agullaba"..Bueno estaba de entender el caso; pero había que verlo,
¡puches!
Por el aire andaban aún los dos oseznos arrojados
por Pito desde la embocadura de la covacha, cuando "Canelo" salió disparado
como una flecha y latiendo hacia la entrada de la cueva grande. Yo, que estaba muy cerca
de ella, miré a Chisco y leí en sus ojos algo como la confirmación de un recelo que él
hubiera temido. Observar esto y amenguarse la luz de la cueva como si hubieran corrido una
cortina delante de su boca, por el lado del carrascal, fue todo uno.
-¡El machu!- exclamo Cisco entonces.
Pero yo que estaba más cerca que él de la fiera y
mereciendo los honores de su mirada rencorosa, como si a mí solo quisiera pedir cuentas
de los horrores cometidos allí con su familia, sin hacer caso de consejos ni de mandatos,
apunté por encima de "Canelo", que defendía valerosamente la entrada, y, a
riesgo de matarle, disparé un cañón de mi escopeta. La herida, que fue en el pecho,
lejos de contenerle, le enfureció más; y dando un espantoso rugido, arrancó hacia mí
atropelladando a "Canelo", que en vano había hecho presa en una de sus orejas:
Faltándome terrero en que desenvolver el recurso de la escopeta, di dos saltos atrás
empuñando el cuchillo; pero ciego ya de pavor y perdida completamentela serenidad. Desde
el fondo de la cueva salió otro tiro entonces: el de la espigarda de Pito hirió tambien
al oso, pero sólo se detuvo un momento: lo bastante para que el mozón de Robacío le
hundiera la hoja de su cuchillo por debajo del brazo izquierdo, hasta la empuñadura. Fue
el golpe de gracia, porque con él se desplomó la fiera patas arriba, yendo a caer su
cabeza sobre el pescuezo de la osa, donde le arranqué, con otro tiro de mi revólver, el
último aliento de vida que le quedaba.
A pesar de ello, los dos monzones volvían a cargar
sus escopetas. ¡Para qué, Señor! ¿Era posible que quedaran en toda la cordillera ni en
todo el mundo sublunar, más osos que los que allí yacían a nuestros pies, entre chicos
y grandes, vivos y muertos? Después nos miramos los tres cazadores, como si tácitamente
hubiéramos convenido en que era imposible cometer mayores barbaridades que las que
acabábamos de cometer, y que solamente por un milagro de Dios habíamos quedado vivos
para contarlas. Esta escena muda, que fue brevísima, acabó por echar Pito el sombrero al
aire, es decir , por estrellarse contra la bóveda erizada de puntas calcáreas; Chisco
hizo lo propio, y yo no quise ser menos que los dos: Luego nos dimos las manos, y juro a
Dios que al estrechar la de Chisco entre las mías, latió mi corazón a impulsos del más
vivo agradecimiento. ¿Qué hubiera sido de mí sin su empuje sereno y valeroso?

(Fragmento de "Peñas Arriba")
José María de Pereda
Santander (1833-1906) |
UNA
REALIDAD HECHA CUENTO, enviado por M.A. Losada LosadaDaniel vive en
Villayuso de Cieza (Cantabria) y además de buen conocedor y amante de la naturaleza, que
en el entorno de su pueblo es de una magnificencia admirable, es tambien un buen
aficionado a la pesca y a la caza.
El pasado verano, mientras discurriamos al caer la
tarde por los montes de Cieza con el fin de avistar venados y corzos pastando, me
contó una anecdota que le había ocurrido pocos meses antes, durante una partida de caza
de jabalí en los montes de Palencia.
Según me dijo, Daniel formaba parte de una
cuadrilla y le asignaron un puesto en el que se aposentó junto con su perro a la espera
de presa. Al poco rato escuchó un ruido entre ramas y al volverse a mirar se encontró
frente a un oso de enormes dimensiones. Paralizado por la sorpresa y el miedo
sólo se le ocurrió agarrar a su perro por el collar y elevándolo en el aire mostrarselo
al oso. Tras un tiempo que no puede recordar - aunque le pareció eterno- permanecieron
frente a frente y finalmente el oso se dió la media vuelta y continuó tranquilamente su
camino perdiéndose en el bosque.
Daniel, evidentemente, no quedó igual de
tranquilo, pero superado el inevitable susto, ha incorporado a su bagaje
personal una experiencia singular con la que deslumbrar a sus pequeños Antonio
y Javier, y en un futuro que todavía le queda muy lejano a sus nietos.
¡Entonces parecerá un cuento!... |
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