TALANTE DE LA PRESENCIA ESPAÑOLA EN FILPINAS
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2. PRIMEROS AÑOS


Contenido

Legazpi y sus hombres
La conversión
Políticas coloniales
Estilo misionero
Influencia civilizadora de los frailes
Manila, Boston y Nueva York (Siglo XVII)
Exito de la cristianización
‘Edad de Oro’ y declive

Legazpi y sus hombres

No es esta la ocasión de narrar en detalle la historia de la gran expedición de Legazpi. Estableció el poder de España en Filipinas y echó los cimientos de su organización nacional permanente. En cierto sentido fue una empresa americana. Las naos se construyeron en América y se equiparon en casi su totalidad aquí. Y fué liderada y pilotada por hombres que vivieron en el Nuevo Mundo.

El trabajo de  Legazpi en los siete años siguientes le merece un lugar entre los más grandes colonizadores. De hecho no tiene rival. Empezando con cinco barcos y cuatrocientos hombres acompañados de cinco monjes agustinos, reforzado en 1567 por doscientos soldados y de vez en cuando por pequeños contingentes similares de monjes y soldados, con  una combinación de tacto, inventiva y coraje, pudo repeler a los portugueses y echar tales cimientos que los cambios de los treinta años siguientes constituyen una de las revoluciones más sorprendentes en los anales de la colonización.

Gesta brillantísima fue la del nieto de Legazpi, Juan de Salcedo, un joven de veintidos años que con cuarenta y cinco hombres exploró el norte de Luzón, lo que hoy comprende las provincias de Zambales, Pangasinan, La Unión, Ilocos y la costa de Cagayán, y aseguró la sumisión de sus pueblos al dominio español. (24) Sus compañeros bien puedieron con razón tenerlo por “desafortunado porque la fortuna le había colocado donde el olvido por necesidad hubo de enterrar los hechos más valientes que caballero alguno haya emprendido.” (25)

No menos digno de distinción que Legazpi y su heroico nieto fue Fray Andrés de Urdaneta, el veterano navegante cuyo talento natural y extenso concimiento de los mares orientales hicieron siempre tan buen servicio a su comandante y contribuyeron de la manera más efectiva al éxito de la expedición.

La conversión

Y no se debe olvidar el trabajo de los Frailes. Inspirados de celo apostólico, reforzados por el entusiasmo ardiente de la Contrarreforma, bien dotados e incansables, trabajaron en armonía con Legazpi, ganaron conversos, y detuvieron la marea del Islam que avanzaba poco a poco. El más hábil de los Hermanos, Martín de Rada, predicaba en Visaya a los cinco meses.

La tarea de conversión empezó con buenos auspicios en Cebú, donde Legazpi también empezó su trabajo, con una sobrina de Tupas,  nativo de gran influencia, que fué bautizada con gran solemnidad. Después vino la conversión del Moro (musulmán) "que había servido como intérprete y tenía gran influencia en todas esas tierras.” El bautizo de Tupas y su hijo en 1568 fué un acontecimiento decisivo: el ejemplo de Tupas, por su gran significado, abrió las puertas a una conversión general. (26)

Es coincidencia singular que en el lapso de una generación los españoles remataran la labor de siglos de acabar con el poderío musulmán en España al mismo tiempo que frenaban su avance en las islas de los antípodas. La religión del profeta había llegado a Malaca en 1276, a Molucas en 1465, y desde allí se había extendido hacia el norte hasta Borneo y Filipinas. Joló (Sulú) y Mindanao succumbieron en el siglo XVI y al comenzar la conquista de Luzón en 1571 Legazpi encontró muchos mahometanos que se habían establecido o convertido en Luzón a consecuencia de las relaciones comerciales con Borneo. El antiguo cronista agustino Grijalva comentaba, y sus palabras tienen eco en Morga y el historiador moderno Montero y Vidal: (27) “Tanto había enraizado el cancer que si se hubiera demorado la llegada de los españoles toda la gente se hubiera hecho mususlmana como lo son los isleños que no están bajo el gobierno de Filipinas.” (28)

Políticas coloniales españolas

Una de las desafortundas herencias de la revolución religiosa del siglo dieciséis es que abrió un golfo enorme de separación entre las mentalidades teutónica y latina, casi imposible de comprender por una inteligencia media. Las rivalidades mortales entre católico y protestante, entre inglés y español, dejaron trazas indelebles en sus descendientes exacerbando malentendidos y prejuicios raciales. Ingleses y americanos ven con desprecio la ceguera económica o la incapacidad de los españoles pero los primeros cierran los ojos a los objetivos y logros reales de los segundos. Las tragedias y disparates de la colonización inglesa en América se olvidan con frecuencia y sólo se recuerdan las tragedias y disparates de la colonización española. 

En el periodo entre la definición de las políticas coloniales españolas e inglesas, ideales comerciales desplazaron a los religiosos e Inglaterra fue la primera en exaltae el ideal comercial. Las colonias pasaron de ser primariamente campos para la propagación del cristianismo e incidentamente para la producción de riqueza a ser campos primariamente para el desarrollo comercial e industrial y sólo incidentalmente para trabajo de cristianización. Sin duda alguna el cambio ha contribuido enormmente a la riqueza del mundo y al progreso pero fué fatídico para las poblaciones nativas.

La política española intentaba preservar y civilizar las razas nativas, no establecer una casa nueva para los españoles, y la legislación colonial proveyó complicadas salvaguardas para la protección de los indios. Muchas de ellas se convirtieron en papel mojado pero la preservación de la civilización de los pueblos nativos de Méjico, Centro y Sur América, y sobre todo de Filipinas, contrasta vivamente, después de hacer las calificaciones y caveats que hagan falta, con la suerte, pasada y prospectiva, de los aborígenes en América del Norte, las islas Sandwich, Nueva Zelanda y Australia, y diferencia claramente en sus respectivas tendencias y resultados a los sistemas español e inglés. El contraste entre los efectos de la conquista española en las Indias Occidentales, Méjico y Filipinas refleja el desarrollo de la política humana del gobierno. Los estragos de los primeros conquistadores, ha de recordarse, sucedieron antes que la corona tuviera tiempo de definir una política colonial.

Estilo misionero español

Es costumbre entre escritores protestantes hablar con desprecio de las misiones católicas sin darse cuenta que la conversión de Francia o Inglaterra al cristianismo fue efecto de métodos similares. Los protestantes ridiculizan los bautismos en masa y un cristianismo a flor de piel, pero también así se propagó el cristianismo en tiempos anteriores entre las que hoy son naciones dominantes. Los católicos por su parte pueden preguntar si hay alguna evidencia que indique que se hubiera dado la conversión de los primitivos germanos o anglosajones con los métodos que emplean hoy los protestantes.

Los bautismos en masa tienen su sentido real en el estado de ánimo receptivo del cultivo cristiano paciente que los sigue. El cristianismo ha hecho sus conquistas reales y se mantiene vivo por la formación cristiana, y su progreso es la mejora que una generación consigue sobre otra en la observacia de sus preceptos. Quien lea los antiguos libros penitenciales y observe la evidencia que ofrecen de la vitalidad de las prácticas y ritos paganos en la población inglesa de la alta edad media no podrá ser muy exigente con la caracterización de los frutos aún imperfectos de las misiones católicas de los tres últimos siglos.

A la luz, por lo tanto, de una historia imparcial por encima de prejuicios de raza y de religión, tras una comparación con los primeros años de la conquista española de América con la primera o las dos primeras generaciónes de asentamientos ingleses, hay que considerar la conversión y civilización de Filipinas en los cuarenta años que siguieron a la llegada de Legazpi como un logro sin paralelo en la historia. Un exámen de lo conseguido en el mismo fin del mundo con un puñado de soldados y una banda exigua de misioneros revelará sin ninguna duda las razones de este veredicto. Tenemos para este quehacer la fortuna de estar en posesión, entre otro material, de una relación verdaderamente clásica de la condición de las islas a principios del siglo XVII escrita por un hombre de formación investigadora y mentalidad filosófica, el Dr. Antonio Morga, que vivió ocho años en las islas como empleado del gobierno. (29)

Influencia civilizadora de los Frailes

Los españoles encontraron en la población de las islas gentes de dos tipos contrastados y que todavía existen –los malayos y los negritos. Después de la introducción del cristianismo se clasificaba a los nativos comunmente de acuerdo con su religión como indios (nativos cristianos), moros (30) (nativos mahometanos) y Paganos (gentiles) o infieles. Las creencias religiosas de los malayos no tenían nada de tenaces y cedieron con facilidad a los esfuerzos de los misioneros. El fastuoso ceremonial de la iglesia, y su colorido, impresionó y halagó el gusto de los nativos por lo espectacular.

A su organización social y política le faltaba cohesión. No había estados bien establecidos sino más bien colecciones de grupos pequeños semejantes a clanes. El liderato de estos pequeños grupos o barangays era hereditario y la autoridad del jefe del barangay despótica. (31) Esta desintegración social facilitó inmensamente la conquista; y por medio de una combinación de tacto y conciliación, con el apoyo efectivo de las armas pero con muy poco derramamiento de sangre, la soberanía española se sobreimpuso a estos grupos sin coordinación, conservando su caracter esencial como uno de los elementos del complejo administrativo colonial. A la vez este sistema fue una adaptación del desarrollado en Nueva España. Construyendo sobre las instituciones existentes del barangay como unidad administrativa, los españoles intentaron familiarizar y acostumbrar a los indios a la vida sedentaria de poblados y a un trabajo moderado. Sólo bajo estas condiciones se pudo proveer instrucción religiosa y ejercer un control sistemático. Estos poblados se llamaban comunmente pueblos o reducciones y remontados a los indios que huían para sustraerse a la disciplina de la vida civilizada.

Como símbolo de lealtad y para sufragar los gastos del gobierno, a cada familia india se le imponía un tributo de ocho reales, el equivalente de un dólar, y a efectos tributarios se distribuía a la población en grupos sociales especiales, semejantes a señoríos feudales, llamados encomiendas. El tributo de ciertas encomiendas estaba reservado exclusivamente para el rey. Se concedían también encomiendas a oficiales del ejército español o del gobierno. (32)

La Memoria de las Encomiendas en las Islas en 1591, justamente a veinte años de la conquista de Luzón, revela un progreso extraordinario en la obra civilizadora. En la ciudad de Manila había una catedral con su palacio episcopal, monasterios de agustinos, dominicos y franciscanos, y una casa de jesuitas. El rey mantenía un hospital para españoles y había otro hospital para indios a cargo de dos legos franciscanos. La guarnición era de doscientos soldados más o menos. El barrio chino del Parián contaba con unas doscientas tiendas y una población de alrededor de dos mil almas. En el suburbio de Tondo había un convento de franciscanos y otro de dominicos que ofrecían educación cristiana a unos cuarenta sangleyes (mercaderes chinos) convertidos.

En Manila y alrededores se recaudaban nueve mil cuatrocientos diez tributos, lo que indica una población de unas treinta mil seicientas cuarenta almas bajo la instrucción de trece misioneros (ministros de doctrina), aparte de los frailes en los monasterios. En la antigua provincia de Pampanga el cálculo de población era 74.700 con veintiocho misioneros; en Pangasinán 2.400 almas con ocho misioneros; en Cagayán e islas Babuyanes 96.000 almas pero sin misioneros; en La Laguna 48.400 almas con veintisiete misioneros; en Bicol y Camarines con la isla de Catanduanes 86.640 almas con quince misioneros, etc. lo que montaba un total de 166.903 tributos en las islas o 667.612 almas al cuidado de ciento cuarenta misioneros de los que setenta y nueve eran agustinos, nueve dominicos, y cuarenta y dos franciscanos. Las encomiendas del rey eran treinta y una y las privadas doscientas treinta y seis. (33)

Fray Martín Ignacio en su Itinerario, la primera descripción impresa de las islas (1585), dice: “En la opinión común de nuestro tiempo hay mas de cuatrocientas mil almas entre conversos y bautizados.” (34)

El sistema de encomiendas fue la causa de muchas dificultades y opresión en la América hispana. En Filipinas tampoco estuvo libre de males. El pago de tributos fue también un irritante para los nativos y al principio era frecuente someter a los indios a trabajos forzados, pero durante este periodo de transición y más tarde, el clero abogó constantemente por un trato humano y se interpuso entre los nativos y las autoridades militares. Esta solicitud de los misioneros por sus hijos espirituales y los males de los que querían protegerles está claramente patente en la Relación de las Cosas de Filipinas de Domingo de Salazar, el primer obispo, a veces llamado el “Las Casas de Filipinas.” (35)

Que lo que consiguió la conquista real de las islas fue este espírirtu de bondad, amor cristiano y disposición fraterna de los misioneros está abundantemente constatado por observadores cualificados de varias nacionalidades y periodos, (36) pero la prueba más convincente es el tamaño ridículo de los efectivos militares que hicieron falta para sostener el prestigio del rey católico. El ejército organizado en 1590 para la defensa del país tenía unos efectivos de cuatrocientos hombres! (37) No es de extrañar que un antiguo virrey de Nueva España afirmara: "En cada fraile tenia el rey en Filipinas un capitan general y un ejercito entero." (38)

Los esfuerzos de los misioneros en modo alguno se limitaban a la instrucción religiosa, también se dirigían a a promover el avance social y económico de las islas. Cultivaron en los nativos su gusto innato por la música y enseñaron español a los niños. (39) Introdujeron avances en la agricultura del arroz, importaron de América para su cultivo el maíz y el cacao y desarrollaron el cultivo de índigo, café y caña de azúcar. La única planta comercial introducida por una agencia del gobierno fué el tabaco. (40)


Manila, Boston y Nueva York en el siglo XVII

La descripción que hace Morga en 1603 de la joven capital del reino insular de Nueva Castilla, nombre dado a Filipinas por Felipe II, invita a una comparación con Boston, Nueva York o Filadelfia en el siglo XVII. Una muralla de piedra de tres millas rodeaba la ciudad. Había dos fuertes y un bastión, cada uno con su guarnición de unos pocos soldados. La residencia del gobierno y edificios de oficinas eran de piedra, espaciosos y bien aireados. Los edificios municipales, la catedral y los monasterios de tres órdenes religiosas eran del mismo material. Los jesuitas, además de ofrecer estudios especiales para los miembros de su orden, regían un colegio para la educación de la juventud española. Felipe II ordenó el establecimiento de este colegio en 1585 que se abrió solo en 1601. (41) Antes, en 1593, se había establecido un colegio de monjas para niñas, (42) el de Santa Potenciana.

En provisión para enfermos y desamparados, Manila iba en el siglo XVII muy por delante de cualquier ciudad en las colonias inglesas, estado que continuó por más del siglo y medio siguiente. (43) Primero estuvo el hospital real para españoles con sus médicos y enfermeros; el hospital de los franciscanos para indios administrado por tres sacerdotes y cuatro hermanos de obediencia que eran médicos y apotecarios y cuya maestría obraba curas sorprendentes en medicina y cirurgía; la Casa de la Misericordia, que aceptaba esclavos enfermos, proveía albergue a huérfanas, y atendía a otros problemas; y por último el hospital para sangleyes o mercaderes chinos en el barrio chino. (44) Dentro de la muralla había unas seiscientas casas, casi todas de piedra y habitadas por españoles. Edificios sustanciales, gentes bien vestidas, abundancia de provisiones y otras necesidades de la vida humana hacían de Manila, en palabras de Morga, “una de las ciudades más elogiadas del mundo por los viajeros que llegan a ella.” (45) Había otras tres ciudades en las islas, Segovia y Cázeres en Luzón, y la ciudad de “El Santísimo Nombre de Jesús” en Cebú, el asentamiento español más antiguo del archipiélago. En la primera y tercera había unos doscientos habitantes españoles, en Cázeres como un centenar. En Santísismo Nombre de Jesús había un colegio de jesuitas.

Los indios tenían su propio alfabeto antes de la llegada de los españoles y la capacidad de leer y escribir era bastante general entre ellos. Sin embargo no tenían literatura de ningún tipo. (46) Un sacerdote jesuita que vivó en las islas dieciocho años y escribía no mucho más tarde de 1640, nos dice que para entonces los tagalos habían aprendido a escribir de izquierda a derecha en vez de perpendicularmente como acostumbraban hasta entonces, pero escribían sólo a efectos de correspondencia. No había todavía libros en lenguas locales a no ser los escritos por los misioneros sobre religión. (47)

Exito de la cristianización

Los Frailes y Morga hablan en genral con no poca satisfacción de lo que respecta a la vida religiosa de los indios. Fray Martín Ignacio escribe en 1584: “Los bautizados reciben la fe con gran firmeza, y son buenos cristianos, y serían mejor si se les ayudara con buenos ejemplos.” (48) Naturalmente, los soldados españoles dejaban bastante que desear como ejemplos de buenos cristianos y Fray Martín cuenta la historia de un nativo principal de vuelta del país de los muertos –“un caso extraño que sucedió realmente en una de estas islas,”– que habló a sus paisanos de “los beneficios y delicias” del cielo, lo que “dió ocasión a que algunos recibieran el baustismo inmediatamente mientras que otros demoraban diciendo que si había soldados españoles en la gloria no querían ir allí por no estar en su compañía.” (49)

Morga escribía en 1603: “Es la más estricta verdad que los negocios de la fe han tomado buen pié: la gente tiene buena disposición e ingenio y han visto los errores de su paganismo y las verdades de la religión cristiana; tienen buenas iglesias y monasterios de madera, bien construídos, con santuarios y ornamentos brillantes, y todo lo necesario para el servicio, cruces, candelas, cálices de oro y plata, muchas cofradías y actos religiosos, asiduidad a los sacramentos y presencia en los servicios divinos, y cuidado en el mantenimiento y aprovisionamiento de sus monjes, con gran obediencia y respeto; dan también para las oraciones y entierro de sus muertos y ejercitan todo ello con puntualidad y liberalidad.” (50)

Una generación después las memorias de los religiosos eran menos optimistas: “Reciben con facilidad nuestra religión y su falta de penetración intelectual les ahorra profundizar en las dificultades de los misterios. Son demasiado descuidados en cumplir con las obligaciones del cristianismo que profesan y tienen que ser obligados por miedo al castigo y dirigidos como niños de escuela. Borracheras y usura son los dos vicios más comunes que los esfuerzos de nuestros monjes no han sido suficientes a extirpar.” (51) Que estos esfuerzos se coronaron más tarde con una gran medida de éxito se demuestra por el testimonio casi unversal sobre las costumbres moderadas de los filipinos.

‘Edad de Oro’ y declive

Se ha llamado a este primer periodo de la historia filipina su “Edad de Oro.” Ciertamente  ningúna otra generación fue testigo de tales cambios ni progreso. Fué la época del mayor poderío español, cuyo declive y consiguiente decrepitud no pudo dejar de afectar a la colonia. Este empeoramiento fue en no pequeña medida consecuencia del tremendo esfuerzo que hizo el país por mantener y solidificar su poder en Europa al mismo tiempo que soportaba el peso de las nuevas empresas en América y Filipinas. Una de las más extrañas coincidencias de la historia es que precisamente en los años en que los españoles llevaban a cabo la labor única de redimir a un pueblo oriental del barbarismo y paganismo atrayéndolo al cristianismo y a la civilización, todo el poderío de la madre patria se empleaba en un conflicto tremendo en Europa que sólo trajo ruina y desolación a las provincias más prósperas de su dominio minando su propia capacidad de crecimiento.

Forzando al máximo sus energías por muchos años para oponerse a la marea de cambio y progreso, suprimiendo la libertad de pensamiento con vigor implacable y aislándose junto con sus dependencias contra ideas nuevas, el conservadurismo se convirtió en condición inmutable y los órganos de gobierno se osificaron. Políticas de restricción comercial que pudieron ser justificables o al menos explicables razonablemente en el siglo dieciséis –prueba contra la innovación y progreso– se mantuvieron vigentes hasta más allá del siglo dieciocho. En consecuencia, en el periodo de rápido crecimiento colonial de las potencias de Francia, Holanda e Inglaterra a mediados de siglo XVII, las colonias españolas se encuentraron bajo un régimen comercial que impidió cada vez más su prosperidad y bloqueó efectivamente su progreso.

El contraste entre las posesiones españolas y las de otras potencias marítimas se se agudizó con el tiempo. El conservadurismo insuperable del gobierno central ofreció pocas oportunidades para el desarrollo de una clase de oficiales coloniales energéticos y progresivos, mientras que la corrupción corroía el servicio civil colonial.

Estas condiciones de ausencia de espíritu de progreso, hostilidad hacia nuevas ideas, ausencia de desarrollo de recursos, y la prevalencia de cohecho y corrupción justifican hoy una condena abundante y enfática del sistema colonial español. Pero de cualquier manera que se observe este sistema no debemos perder de vista el precio terrible del progreso en las colonias tropicales de Holanda, Francia e Inglaterra; ni tampoco dejar de comparar los pueblos de Filipinas en el siglo XVIII con las plantaciones de Santo Domingo, Jamaica, o Java, o con las de Cuba en el siglo XIX cuando el espíritu de progreso irrumpió en la isla.