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Hemos pasado revista a la administración eclesiástica, política y comercial de Filipinas en tiempos antiguos; se puede pasar ahora a una encuesta de algunos de los resultados más notables del systema como todo. Esto es especialmente necesario por la opinión tradicional y prevalente en muchos círculos de que el sistema colonial español fue siempre y en todo lugar un sistema opresivo y de explotación; cuando de hecho, el sistema español, en cuanto sistema de leyes, impidió siempre la explotación efectiva de los recursos de la colonia y fue mucho más humano en su trato a los pueblos dependientes que el sistema francés o el inglés. Si por una parte los primeros conquistadores trataron a los nativos con crueldad espantosa, el gobierno de España legisló más sistemáticamente y con más benevolencia para protegerlos que cualquier otra potencia colonizadora. Al tiempo de las primeras conquistas sucedieron las cosas demasiado rápidamente para el gobierno central en aquellos dias de comunicaciones lentas, y los horrores del choque entre los desalmados buscadores de oro y los sencillos hijos de la naturaleza, según la descripción de Las Casas diseminada por Europa, se convirtieron en la característica tradicional y aceptada del gobierno español. (115) El imperio colonial español duró cuatrocientos años y una elemental justicia histórica dicta que no ha de ser juzgado por sus principios o por su colapso. La lejanía de Filipinas y la ausencia de ricos depósitos de oro y plata hizo relativamente facil al gobierno asegurar la ejecución de su humana legislación y a la iglesia dominar la colonia y guiar su desarrollo como una gran misión a beneficio de sus habitantes. (116) Al mismo resultado contribuyó el poco ilustrado proteccionismo de los mercaderes sevillanos, porque los impedimentos que interpusieron al desarrollo del comercio Filamericano bloquearon efectivamente la explotación de las islas. A la vista de la historia de nuestros propios estados sureños, tanto como de la historia de las Indias Occidentales, nunca debería olvidarse que aunque las Filipinas están en los trópicos, nunca vieron las escenas horrorosas del comercio de esclavos de Africa o del desperdicio de vidas humanas por el trabajo en el antiguo sistema de plantaciones. La condición de los aldeanos de una misión en Filipinas es digna de envidia comparándola con la de los nativos en otras islas del archipiélago o la de los campesinos de Europa del mismo tiempo. Valgan como ilustración y prueba de este punto de vista unas pocas citas de testigos dignos de toda credibilidad, todos ellos viajeros con conocimientos extensos del oriente. La Pérouse, CrawfurdLa Pérouse, famoso explorador francés que visitó Manila en 1787, escibió: “Tres millones habitan estas diferentes islas y en la de Luzón vive una tercera parte. No me parece que estas gentes sean inferiores bajo ningún concepto a las de Europa; cultivan la tierra con inteligencia, son carpinteros, ebanistas, herreros, joyeros, tejedores, albañiles, etc. Me he movido entre sus poblados y las he encontrado amables, hospitalarias, afables, etc.” (117)Una generación más tarde, Crawfurd, el historiador inglés del archipiélago indio que vivió en la corte del sultán de Java como residente inglés, ofrece una comparación de la condición de Filipinas con la de otras islas del este que merece reflexión seria. “Es notable que la administración india de uno de los peores gobiernos de Europa, y una donde los principios generales de buen gobierno son menos entendidos, –una también que nunca fue hábilmente ejecutada, haya sido en balance la menos dañina a la felicidad y prosperidad de los habitantes nativos del país. Sin duda este ha sido el caracter de la conexión española con Filipinas, con todos su vicios, desatinos e iliberalidades; y la condición presente de estas islas ofrece prueba irrefutable del hecho. Casi todos los otros paises del archipiélago están hoy en cuanto a riqueza, poder y civilización se refiere en peor condición que cuando los europeos conectaron con ellos hace tres siglos. Sólo Filipinas ha avanzado en civilización, riqueza y población. Cuando fueron descubiertas, la mayoría de las tribus eran una raza de salvajes medio desnudos, inferiores a todas las demás tribus más avanzadas que por entonces movían un comercio activo y gozaban de un cupo respetable de las necesidades y comodidades de un estado civilizado. Y sin embargo hoy dia son en general superiores en casi todo a cualquiera de las otras razas. Este es un dato valioso e instructivo.” (118)Mallat, Bowring En 1846 Mallat, que por algún tiempo llevó la administración del principal hospital de Manila, se hizo eco del juicio de Crawfurd de 1820 al expresar su opinión de que los habitantes de Filipinas gozaban de una vida más libre, feliz y plácida que la de los habitantes de las colonias de cualquier otra nación. (119) A Sir John Bowring, gobernador de Hongkong por muchos años, le impresionó la ausencia de castas: "En general, encontré que prevalecía una urbanidad amable y generosa, –relación amistosa donde se intentó esa relación–, con las líneas de demarcación y separación menos marcadas e impermeables que en la mayoría de los países orientales. He visto en la misma mesa al español con el mestizo, el cura indio y el soldado. Sin duda la misma religión crea un vínculo común; pero para quien ha observado las alienaciones y repulsas de casta en muchos lugares del mundo oriental –casta, la gran maldición social– los vínculos y comunicación libre entre hombre y hombre en Filipinas ofrecen un contraste digno de admiración.” (120)Jagor No menos sorprendente en su contenido general que el veredicto de Crawfurd es el del naturalista alemán Jagor que visitó las islas en 1859-1860. “A España pertenece la gloria de haber elevado a un nivel relativamente alto de civilización, mejorando sustancialmente su condición, a un pueblo que encontró en un estado inferior de cultura, distraído por guerras mezquinas y gobiernos despóticos. Protegidos de enemigos exteriores, gobernados por leyes suaves, los habitantes de estas espléndidas islas en su generalidad, han progresado en recientes siglos a una vida sin duda más confortable que la de las gentes de ningún país tropical bajo gobierno propio o europeo. Esto se explica en parte por condiciones peculiares que protegieron a los nativos de una explotación despiadada. Los monjes también contribuyeron de manera esencial a este resultado. Nacidos de gentes llanas, acostumbrados a la probreza y negación de sí mismos, sus obligaciones les pusieron en contacto íntimo con los nativos y estaban naturalmente equipados para adaptar una religión y moral extranjeras a usos prácticos. Y cuando en tiempos recientes empezaron a vivir en relativa riqueza y su celo piadoso empezó en general a relajarse en la medida del aumento en sus rentas, todavía siguieron contribuyendo muy esencialmente a sostener las condiciones al mismo tiempo buenas y malas que hemeos descrito, porque sin tener familia propia y sin una cultura refinada, la asociación íntima con los hijos de la tierra fue para ellos necesidad. Hasta su oposición orgullosa a las autoridades seculares resultó ventajosa para los nativos.” (121)Palgrave De una fuente muy diferente, el boceto encantador Vida Malaya en Filipinas de William Gifford Palgrave, tenemos un testimonio similar. Su concimiento profundo de la vida y carácter oriental y las experiencias variadas de su vida tan diversas como ser soldado y misionero jesuita en la India, peregrino a la Meca y cónsul inglés en Manila dan a su opinión un valor más que ordinario. “Sonará algo paradójico a oídos europeos, pero la Islas Filipinas deben su prosperidad interna a un gobierno clerical más que a nada; y a lo mismo debe la población malaya su suficiencia y felicidad. El gobierno clerical mantuvo una y otra vez una barrera de piedad y justicia entre la raza débil y la fuerte, entre vencido y vencedor; y fue el protector seguro de los habitantes nativos, su bienhechor fiel, su líder y guia suficiente. Con el ‘Cura’ por padre y con la ayuda del ‘Capitán’, el poblado filipino siente y sabe poco de las vejaciones inseparables de la administración extranjera directa; y si bajo ese gobierno es raro el ‘progreso,’ como nos gusta llamarlo, el descontento y la necesidad lo son más.”En comparación con la India, es significativa la ausencia de hambre, cosa que atribuye en parte a la gran proporción de propiedades pequeñas. “La buena fortuna de Filipinas consiste no tanto en lo que tienen como en aquello de lo que carecen, la ausencia de la empresa y capital europeos. Unos cuantos colonos capitalistas europeos, unas cuantas haciendas gigantes, unas cuantas fábricas centrales, unas cuantas combinaciones, colosales y rentables, de trabajo organizado y producto que se compra, y todo el equilibrio equitativo entre capital y producción, posesiones y trabajo que hoy dia es suficiente para que viva un pobre campesino acabaría desorganizado, descolocado y roto; para ser sustituído por jornales, pobreza, ayuda del gobierno, subscripciones y hambre. Europa, gananciosa e insaciable Europa recogería la cosecha; pero ¿con qué se quedaría el Archipiélago, hoy feliz, contento y satisfecho sino con los rastrojos, escasez, necesidad, desasosiego, miseria?” (122)Sawyer El último testimonio que aporto del bienestar general de los nativos bajo el sistema antiguo es el de Mr. Sawyer. “Si los nativos salieron malparados en obras de autores recientes la administración española salió peor, porque se la pinta con las tintas más oscuras y se la condena sin moderación. Era en verdad corrupta y defectuosa, qué gobierno no lo es? Sobre todo iba a rastra de los tiempos, y sin embargo no la faltaban buenos puntos.Deficiencias del sistema Estos juicios sorprendentes procedentes de tal variedad de fuentes son prueba suficiente que las ideas populares que tenemos del sistema colonial español necesitan tanta revisión cuanta las ideas populares necesitan normalmente. Pero no ha de olvidarse que el sistema-misión español, por útil y benevolente que fuese como agente que acercó a un pueblo bárbaro a la sombra de la civilización cristiana, no puede considerarse permanente a no ser que consideremos la vida simplemente como una preparación para el cielo. Como sistema educativo tenía sus límites, podía educar hasta cierto punto pero no más allá. Prolongarlo más allá de ese estado sería prolongar hasta la tumba una niñez extremadamente protegida, sin permitir que la sustituyera una madurez asertiva. El status legal de los indios ante la ley era el de menores, y no se proveyó para que pudieran llegar a la mayoría. El clero miraba a estas cargas del estado como a niños de colegio de la iglesia y los obligaba a la observancia de sus ordenanzas con el palo. La Pérouse dice: “Sólo se pensó en hacer cristianos, no ciudadanos. Este pueblo estaba dvidido en parroquias y estaba sujecto a las más minuciosas y extavagantes observancias. Cada falta, cada pecado se castigaba con el palo. La falta de asistencia a misa o a las orciones tiene su pena fijada y, a órdenes del pastor, el castigo se administra a hombres y mujeres en la puerta de la iglesia.” (124) Le Gentil describe una escena así en una aldea cerca de Manila donde un domingo por la tarde observó una muchedumbre casi sólo de mujeres indias siguiendo a una mujer que había de ser azotada a la puerta de la iglesia por no haber ido a misa. (125) La prevalencia de una supervisión y disciplina tan paternalista sobre la generalidad de la población en la colonia pudo afectar a la clase dominante. La Pérouse comenta sobre la ausencia de libertad en las islas: “No se goza de libertad: inquisidores y monjes observan las conciencias, oidores (jueces de la audiencia) toda actividad privada; el gobernador los movimientos más inocentes; una excursión al interior, cualquier conversación está bajo su jurisdicción; en fin, este país, el más hermoso y encantador del mundo, es sin duda el último donde un hombre libre eligiría vivir.” (126) Es de suponer que la consecuencia natural de una supervisión tan constante fuera la apatía intelectual y que el avance intelectual fuera imposible. Y ciertamente, los avances en conocimientos científicos fueron en efecto bloqueados. El astrónomo fancés Le Gentil provee una descripción interesante de la condición del conocimiento científico en dos universidades en Manila. Estas instituciones parecían ser los últimos bastiones de ideas y métodos escolásticos abandonados ya hacía tiempo en Europa. Un ingeniero español le confesaba francamente que “España estaba cien años por detrás de Francia en ciencias y Manila otros cien años por detrás de España.” De electricidad sólo se concocía el nombre y los experimentos en ese campo estaban prohibidos por la inquisición. Le Gentil albergaba considerables sospechas de que el profesor de matemáticas en el colegio de los jesuitas todavía defendía el sistema tolemaico. (127) Alfabetización en la islasPero considerando el número exiguo de eclesiásticos que hubo en las islas hay que absolverles de la acusación de pereza mental. Al contrario, su actividad, a pesar del clima, fue considerable. (128) Un exámen de la obra monumental de T. J. Medina (129) sobre la imprenta en Manila y del suplemento de Retana (130) revela no menos de casi quinientos títulos de libros impresos en las islas antes de 1800. En esa cantidad no se incluyen libros enviados o traídos a España para su publicación, lo que necesariamente comprendería una gran proporción de libros de interés general mas bien que local, incluyendo, claro, las historias más importantes. A esto hay que añadir un número considerable de gramáticas y diccionarios de las lenguas nativas e historias misioneras que nunca se imprimieron. (131) Naturalmente las imprentas monásticas de las islas tiraban principalmente obras de edificación religiosa como catecismos, narraciones misionales, martirios y vidas de santos, historias religiosas y manuales de lenguas nativas. Se traducían devocionarios sencillos, rosarios, catecismos, esquemas de doctrina cristiana, historias de mártires, y obras similares para uso de los indios. De estas obras, había unas treinta y seis en Tagalog, y de tres a diez o doce en cada una de las lenguas Visaya, Bicolano, Pampango, Ilocano, Ilongo (“Panayan” en el original –traductor) y Pangasinense. (132) Si, como se afirma con credibilidad, la capacidad de leer y escribir estaba más generalmente difundida en Filipinas que entre la gente común en Europa, (133) se encuentra uno con el resultado singular de que en las islas, con más población que podía leer y escribir, había menos material de lectura fuera del estrictamente religioso que en nigúna otra comunidad del mundo. El gobierno español, para promover el aprendizaje de español, prohibía a veces la traducción de libros al tagalog y por lo tanto no se puede asumir en absoluto con seguridad que la lista de traducciones a idiomas nativos en el siglo XVIII comprendiera la totalidad de la literatura europea impresa . (134) Abundando en ello, Zúñiga dice explicitamente que “los habitantes de Luzón han tenido desde la llegada de los españoles comedias, interludios, tragedias, poemas y toda clase de literatura traducida del español sin haber producido un poeta nativo que haya compuesto ni siquiera un interludio.” (135) Zúñiga también describe una eulogía de bienvenida dedicada por un aldeano al Almirante Alava. Esta loa, como se llamaba a esta especie de composición, está repleta de alusiones a los viajes de Ulises y Aristóteles, la muerte desafortunada de Plinio y otros incidentes de la historia antigua. Estas alusiones indican al menos cierto conocimiento fuera del ámbito de la doctrina cristiana, lo suficientemente livianos para hacer que extremos como que Aristóteles se ahogara de pena por ser incapaz de medir la profundidad del mar o que Plinio se lanzara al Vesuvio en su celo por investigar las causas de su erupción parezcan ir más allá de los límites de la licencia poética. Teatro y prosa en españolLos intereses literarios de los indios encontraron sin embargo su máxima expresión en la adaptación de obras de teatro en español representadas durante festividadess religiosas. Zúñiga ofrece una descripción simpática de estas obras. En general estaban compuestas por tres o cuatro tragedias españolas cuyas tramas estaban tan ingeniosamente entreveradas que el mosaico parecía pieza única. Los protagonistas eran siempre moros y cristianos y la acción se centraba en el deseo de los moros de casarse con princesas cristianas o de los cristianos en casarse con princesas moras. El cristiano se presenta en unas justas moras o al revés. El héroe y la heroina se enamoran pero sus padres interponen obstáculos a la pareja. Resolver los obstáculos era relativamente fácil en el caso de un moro y una princesa cristiana. Estalla oportunamente una guerra durante la cual, después de prodigios de valor, el moro se convierte, recibe el bautismo y se celebra el matrimonio. No era tan fácil resolverlos en el caso de un príncipe cristiano enamorado de una dama mora. Como nunca puede abandonar su religón, son legión sus tribulaciones. Cae prisionero pero su princesa le ayuda a escapar, lo que a veces le cuesta la vida; o si la escena se desarrolla en tiempo de guerra la princesa se convierte y escapa al campo cristiano o el príncipe muere una muerte trágica. El héroe normalmente lleva consigo una cruz u otra imágen o reliquia, regalo de su madre, que le ayuda a salir adelante en sus aventuras. Se encuentra con leones y osos y le asaltan atracacaminos; pero siempre escapa por milagro. Y si el protagonista no acaba de muerte trágica los indios encuentran la representación insípida. En el descanso salían uno o dos payasos que arrancaban risas con chistes lo suficientemente frígidos para “helar agua caliente en el trópico.” Después de la representación sale otro payaso a criticar la obra y a satirizar a las autoridades del pueblo. Estas obras se representaban por tres dias. (136) Le Gentil asistió a una de ellas y comenta que no cree nadie en el mundo se haya aburrido tanto como él. (137) Los indios, sin embargo, tenían verdadera pasión por ellas. (138) Si se puede juzgar por el catálogo
en orden cronológico de la colección filipina de Retana,
el esquema aquí pergreñado de la literatura disponible a
los filpinos que no leían español en el siglo XVIII serviría
rezonablemente en gran medida para mucho del XIX. El primer ejemplo de
obra de ficción en prosa que he notado en su lista es la novela
pastoral de Fray Bustamante que describe los encantos tranquilos de la
vida del campo comparándolos con las ansiedades y tribulaciones
de la vida en Manila. (139) A no
ser que se me haya pasado alguna, su colección no contiene ni narrativa
histórica ni obra de ciencias naturales en tagalog.
Muy pocos indios fuera de las ciudades gozaban de suficiente conocimiento de español para compensar por esta falta de libros de conocimiento secular, y estos pocos lo habían aprendido con ocasión de prestar servicio en los curatos. La opinión común de las autoridades españolas era que los Frailes no enseñaban español a los indios para perpetuar su ascendencia entre ellos, pero Zúñiga rechaza esta acusación por injusta y falsa. (140) Es obvio que no fue practicable para los indios aprender español bajo el sistema-misión. Era imposible para un pastor de varios centenares de familias enseñar español a sus hijos. Se podrían aprender unas cuantas palabras y frases simples pero la falta de oportunidad de una práctica constante o incluso frecuente de la lengua en conversación general haría sus logros en la lengua inferior con mucho a los de los niños de escuela primaria en Alemania en inglés donde su estudio era obligatorio. (141) El aislamiento del resto del mundo al que el sistema-misión sometía a los poblados aseguraba que el conocimiento del español estuviera limitado practicamente a los indios que vivían en Manila o en grandes poblaciones, o a los que lo aprendían en las casas de los frailes. La esclavitud, con sus desarraigos, ha sido el único medio por el que grandes masas de razas extranjeras o inferiores se han elevado hasta círculo del pensamiento europeo y han sido dotadas de una lengua europea. Se puede conseguir en gran medida un resultado semejante en el futuro sólo por la traducción de literatura inglesa o española al tagalog y otras lenguas en escala no menos generosa que el trabajo de los frailes en proveer la literatura de edificación religiosa. Esto llevaría dos o tres generaciones y sin duda sería un trabajo de no menos verdadera devoción misionera. |
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