¬ Otros números

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¬ Número uno

Cartas al director : Aldoux Huxley tenía razón

Contra el contubernio filisteo: Contando las horas despejadas

Adiós 2000: ¿Qué fue de las promesas del futuro?

Los flechazos: Otro tributo

El coche fantástico: Recuerdos de esta serie televisiva

"Me parece haber escuchado algo de felicidad por aqui": Annie, el otro Houston

Ciudades, casualidades: Influencia de las ciudades en nuestras vidas

¿Me estoy conviertiendo en una canción de los Nikis? Alegato anti-estrés

Recuerdos en Dymo: Le petit Nicolas

Independence day: la independencia familiar

No trespassing: Más aullidos de El Zurdo desde el corazón del bosque

Manifiesto lírico en defensa del chándal

Party- Jaia-Fiesta: Crónica de nuestra tercera fiesta

El regalo: Más humor de Alex Tornasol

Amapolas blancas: El color de la paz

Número Cuatro

Carta al Director:

Cuánta alegría y verdad la que exudan las páginas de "El Efecto Orégano", verdadero hito del pensamiento tradicional antimoderno del Bilbao finisecular.

Y para que usteden vean ( -para que ustedes veáis- como dicen en la TV ) que no predican solos en el desierto les envío un parrafito del gran autor británico Aldous Huxley escrito en 1946 sobre el infortunio que vivimos quienes somos esclavos de esta "edad de oro" mediática. La radio, la televisión, la prensa y, para qué negarlo, el cine, el teatro y la novela, no son más que demostraciones de un absurdo afán por publicarlo todo, sacar todo a la luz, sin criterio, sin razon, sin... en fin les dejo con Huxley:

" [...] El más popular e influyente de todos los inventos recientes, la radio, no es sino un conducto por el cual afluye a nuestros hogares un estrépito prefabricado. Y este estrépito penetra, por supuesto, más allá de los tímpanos de nuestros oídos. Se adentra en la mente y la llena de una Babel de distracciones: noticias, piezas de información inajustadas, ráfagas de música coribántica o sentimental, dosis constantemente repetidas de dramaticismo que no traen catarsis, sino que meramente crean un ansia de diarios, o aun horarios, enemas emotivos. Y allí donde, como ocurre en muchos países, las estaciones emisoras se sostienen vendiendo tiempo a los anunciantes, el ruido es llevado de los oídos, a través de los reinos de la fantasía, el conocer y el sentir, hasta el núcleo central de los deseos del yo. Hablada o impresa, difundida por el éter o en pulpa de madera, toda la literatura de avisos tiene un solo propósito: no dejar que la voluntad logre nunca el silencio. La falta de deseos es la condición para la liberación y el esclarecimiento. La condición para un sistema expansivo y tecnológicamente progresivo de producción en masa es un anhelo universal. El arte de anunciar es la organización del esfuerzo por extender e intensificar los anhelos; esto es, extender e intensificar la operación de esa fuerza que (como lo enseñaron siempre todos los santos y maestros de todas las religiones superiores) es la causa principal del sufrimiento y la maldad, y el mayor obstáculo entre el alma humana y su divina Base."

Ahí queda eso, este humilde lector jamás pretendió amargarles la tarde, eso que quede claro. Tan sólo ofrecer una perspectiva que ha sido ya apuntada por ustedes. Espero que continúen con su excelente labor partysana, y reciban mientras tanto mi cordial saludo y mi más sentido pésame por no disfrutar del futbol que es lo que realmente hace sentirse plenas a las personas. Una lástima.

Serafín Latón

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Contra el contubernio filisteo

Ante la vida y este mundo moderno uno de los más ilustres emboscados de nuestro tiempo- el alemán Ernst Jünger- recomendó "haced como los relojes de sol, contad las horas despejadas".

En el Efecto Orégano también queremos rasgar la oscuridad que nos envuelve - fin de la historia, apoteosis unineuronal (pensamiento único), neoliberalismo, imperialismo cultural norteamericano, ...- y compartir con presuntos afines nuestros momentos más luminosos , nuestras horas despejadas, que nos hacen concebir esperanzas en un futuro sugestivo de personas libres.

La lectura de autores olvidados o malditos, ciertas películas o la atracción - sin sumisión- por determinadas intuiciones políticas transversales,.... todos estos haces de luz - y , por supuesto, todas los otros destellos menores como ciertos grupos musicales enmudecidos por la sorda industria discográfica- tienen cabida en nuestras páginas, pequeño Fuerte de Yukón donde nos refugiamos exiliados como defensa - pero con la esperanza de saber que Dios también nació en el exilio- ante el asalto de los nuevos bárbaros.

¡Contad las horas despejadas!

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Adiós 2000

Era en una época feliz, cuando palabras como hipoteca, oposiciones o precariedad laboral no significaban nada para nosotros, cuando nuestras paredes estaban revestidas de papel pintado y cuando nuestros problemas se limitaban a las cuentas de dividir y a completar el álbum de cromos de Hanna-Barberá.

Por aquel entonces intentábamos imaginar que sería de nosotros en un año tan significativo como el 2.000. Era curioso ver lo que pensábamos que sería, quizás influidos por la imaginación de los creadores de ciencia-ficción.

Veíamos este año como algo muy lejano en el tiempo, y en mi caso, el simple hecho de pensar que tendría 36 años en tan emblemática fecha me hacía verlo como algo que jamás llegaría. Me imaginaba a mí mismo como una suerte de Leonard Nemoy adulto, embutido en un ajustado traje de material sintético, sentado en una silla de metacrilato transparente y diseño futurista.

Hay que pensar que como en "1984", casi todas las predicciones han errado ; Nostradamus, Verne, Orwell, H.G. Wells etc.. todos han dado un gran patinazo, con la excepción de Aldous Huxley, el mas acertado a mi modo de ver.

Todos imaginábamos un mundo donde la ciencia y la técnica habrían acabado con las penalidades que acosan al ser humano, donde los problemas cotidianos estarían prácticamente solventados, donde las máquinas trabajarían para nosotros, y nosotros con el ocio como único imperativo temporal nos dedicaríamos a la cultura y a yacer en impolutos espacios naturales con bellas jóvenes ataviadas con ligeras túnicas blancas, esperando a que nos avisaran para el almuerzo. Sí todo quedaba controlado y no había ninguna invasión extraterrestre, no tendríamos otra cosa que hacer que pasear con nuestros coches voladores por ciudades cubiertas por una campana de cristal o viajar a ciudades en el fondo del mar, donde comeríamos algas cultivadas en plantaciones subacuáticas.

El mito de la ciencia infalible anunciaba también un mundo sin enfermedades, ni dolor, con amor libre, cultura para todos, sin diferencias de clase, donde la propiedad privada no sería un obstáculo para el desarrollo comunitario y donde el científico hacia las veces de druida o chamán de la tribu. Pero por suerte o por desgracia el 2.000 no se ha presentado así, sino que se presenta como un mundo estructurado de forma injusta por los caprichos del mercado, con la explotación laboral como valor en alza, con el vaciamiento ideológico y cultural como dato significativo, y con el sometimiento mundial a los que tienen que defendernos de los marcianos (no en vano ellos inventaron ese mito) y para colmo ni siquiera vestimos esos skijamas al estilo Star Trek.

RAMÓN BARROCO

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Los Flechazos: Otro tributo

El nacimiento de Los Flechazos lo conocí por carta. Fue en la primavera de 1986. Un buen amigo de entonces, Koldo Glez de Mendaza, había conocido a Alex Díez Garín, pero no como músico, sino como editor del fanzine "Frustration". Nosotros, Koldo y yo, también preparábamos entonces nuestra propia publicación, que terminó siendo "Oxford Street". Por una cosa u otra, la correspondencia con Alex era frecuente. Así fue como nos enteramos que quería dejar Opera Prima (el grupo nuevaolero en el que había estado) y crear un grupo "para hacer versiones, sin más, sin pretensiones". Creo que esas fueron sus palabras y creo recordar que una de esas primeras versiones fue de los Troggs. Alex contaba que la nueva banda ensayaba y progresaba a ojos vistas. Pronto fue evidente que así era. No sé si fue entonces o si fue unos meses después, pero el fanzine barcelonés "Reacciones" publicó unas fotos de los recién bautizados Flechazos que nos sorprendieron a todos. Se parecían a esas fotos urbanas de los primerísimos Who o incluso de los Byrds, con edificios acristalados de fondo y con mucha ilusión en las caras.

Alex siguió escribiendo y poco a poco la historia de Los Flechazos se fue desplegando ante nosotros. Ficharon por 'Dro' y grabaron su primer LP.

Qué curioso que a Alex no le gustasen entonces las 'Rickenbackers'. Tuvimos la oportunidad de estar con él varias veces entre 1987 y 1989 y pudimos comentar ése y otros muchos asuntos. En Zaragoza, un mes de enero, con motivo de una concentración mod, mientras esperábamos para ver a Sex Museum y Los Miserables, Alex nos dijó que las ''Rickenbackers' sonaban demasiado limpias. Entonces él tocaba una imitación 'Fender', si no me equivoco. Pero pronto cambió de idea y apareció con su nueva 'Rick' 330 y, efectivamente, parecían hechos para estar juntos.

Cuando llegó la hora del 2º LP, Alex, Elena y los demás nos mandaron una 'demo' previa con todas las canciones del disco. Querían que escribiésemos las notas de contraportada del nuevo disco. Oyendo la demo escribimos las notas que luego aparecieron en la funda del LP, encerrados en la habitación de Koldo, tecleando en la 'Olympia' portatil. Alex nos envió un par de copias del disco y fue emocionante poder saber que, aunque a distancia y remotamente, habíamos tenido algo que ver con todo eso. La suerte fue que pudimos participar otro poquito con el siguiente disco, el tercer LP.

Justo antes de que fuese grabado, tuve la suerte de descubrir "Tres Días" en la cara B de un 'single' del 67 de los ex - Brincos Juan y Junior. ¡Había comprado el disco por 25 pesetas en un bazar de viejo del Casoco Viejo de Vitoria! Era una canción perfecta, una equilibrada mezcla de Beatles y Who que nos parecía hecha a medida para Los Flechazos. Se la mandamos en cinta y el grupo la grabó. ¡Seguro que tengo por alguna parte la cinta que Alex nos mandó con los resultados!

Los Flechazos siguieron adelante. Les vimos en directo sólo una vez, y fue en León, en un muy lejano 'Purple Weekend'. Y siguieron las cartas, y las notas, y las llegadas del "Pussycat" con cuatro líneas escritas por Alex a toda prisa. El grupo se había convertido casi en un fenómeno de masas. Salían en la tele, en la radio (¿no fueron número 4 en 'Los 40 Principales' con "Lo conseguí" o con "A toda velocidad"?) y hasta en revistas de moda (juro que leí un recorte sacado de 'Ragazza') Y llegaron todo lo alto que pudieron, siempre honestos, sencillos y coherentes. Fue estupendo ser espectador de aquel capítulo de la Era Pop... ¡aunque fuese por carta!

Miguel Valpuesta Landa (Pop Thing)

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El coche fantástico

¿Acaso tienen bastante con ocho veces? ¿Por qué no nos reponen a Michael? ¿Por qué no veo ya saltar a Kitt sobre otro coche que le viene de frente? ¿Por qué no aparecen aquellas mozas exuberantes, de peinado permanente y con maquillaje egipcio que el protagonista se beneficiaba a voluntad?

Me temo que hasta la odisea espacial, hasta el 2010, o hasta que El Corte Inglés no vea un filón, no rescataremos los 80. Yo les digo que el tiempo dará laureles a la década de Naranjito. No hablo de Mecano o de Alí Ajka. Hablo de la TV que nos alegró la digestión de los veranos. Hablo de la mejor serie que ha alumbrado la cajanotantonta. Hablo del gran Michael Knight. Ese tipo de largas piernas y mentón partido que tanto se parece al socorrista Buchanan. Le recordarán, sin duda, por sus botas puntiagudas, sus vaqueros prietos, sus camisas abiertas, con generosos cuellos y escote, y, como no, por aquellas cazadoras que lo mismo eran rojo charol que azul del Celta o cuero vaca de Wyoming.

¡Michael, el grande! Ahora que me empiezo a parecer a él, resulta que pasa de moda. Sí, la mala gente se mofa de sus artes de apareamiento, de sus pesquisas, de sus aventuras. Dicen que las proezas de su coche, en realidad, eran las de un micro-machine. Le acusan de machista y de pastoso ciudadanos que, dentro de veinte años, verán sus propias fotos y dirán qué iban horteras.

Yo, sin embargo, tengo un Peugeot negro, un 309, cuya silueta, muy probablemente, les recuerde al Transam llamado Kitt. Acostumbro a vestir cazadora cuero Alhóndiga, a enfundarme unos vaqueros tubulares y a ajustarme un reloj de diseño futurista. No obstante, no logro igualar la mirada de Michael, que lo mismo se torna en un imán sensual que en una amenaza. Querría mantenerla serena pero furibunda, señalar a algún desgraciado y soltarle un "le dije que la chica no estaba en el menú". Sin embargo, la frase tampoco está de moda. Casi no hay caballeros, no hay solitarios. No hay frases. El paradigma ya no es esa atmósfera gótica, desarraigada y tecnológica de la gran serie. El paradigma no es. No hay paradigma. No tengo a Boni para consolarme. Sólo tengo a Ally Mc Beal, que es la pasta, el menosprecio al varón, la depresión y la falta de curvas. Y, encima, no conduce.

Michael Regato

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"¡Me parece haber escuchado algo de felicidad por aquí!"

Annie, el otro Houston

Debo confesarlo. La película de "El Padrino" me parece un tostón infumable y jamás he pasado de la primera media hora sin quedarme traspuesto. Otra película reconocida como genial por los entendidos como es "Vértigo", a mí me parece que el gordo ese la debió filmar en medio de una indigestión de calamares. Y esto por no hablar del "Gatopardo", que siempre me ha parecido una especie de Tranxilium 500mg en formato audiovisual. Todo esto me hace pensar que debo ser un cinéfilo pésimo. Así que ya lo sabes, si eres de los que creen que Harpo era el más gracioso de los Marx, ya estás dejando de leer a partir de aquí, porque voy a hablar de una de mis pelis favoritas: ANNIE.

Yo era más joven y más feliz y muchísimo más guapo a juzgar por lo que cuenta mi madre cuando llegaron unas Navidades a Bilbao. Y con la Navidad llegó ese rito horroroso en que mis abuelos nos llevaban a todos los primitos y primitas al cine. Cuando pienso en aquellas sesiones prosélito-familiares, me da por pensar que unas vacaciones con el doctor Menghele no pueden ser tan terribles. En fin, que estaba yo temiéndome lo peor (lo peor era una de esas pornografías infantiles de Walt Disney que basan su éxito en el hecho demostrable de que la infancia está formada por homosexuales violentos e idiotizados) cuando en el Consulado empezó "Annie". Al cuarto de hora mis primos habían desaparecido porque el mismo demonio había surgido del subsuelo del cine y se los había llevado. Mis abuelos debían haber fallecido aquella misma tarde y mis tíos estarían enterrándolos. Ya no había motivos de preocupación. Yo sólo tenía ojos para aquella chica de los rizos (aunque debo reconocer que otra de las huerfanitas...) y así dos horas.

¿ De qué va "Annie"? Pues el argumento no deja de ser una pijada. La cosa es que una huerfanita que se llama Annie vive en un orfanato regentado por una golfa y alcohólica, mala malísima que es Carol Burnett. Entonces llega un señor muy rico en un Rolls y adopta a la niña. Luego la niña se va a la cojocasa del señor rico y allí ablanda el corazón del millonario que hasta entonces era un cascarrabias.

El oligarca tiene a su servicio a un mago hindú (que tiene poderes), a una secretaria (que al contrario de las que se fabrican en Deusto está muy bien, baila y encima no se cae de tonta-pija) y a un montón de criados (que ni siquiera han oído hablar de los sindicatos) que lo mismo abrillantan el mármol que sirven el desayuno. Lo malo es que la bruja del hospicio se junta con un primo suyo que es un sinvergüenza y tratan de sacarle una pasta a cambio de la pobre Annie. Para enteraros del resto vais a verla al cine.

¿Y por qué me gusta tanto "Annie"? Porque es un compendio de todo lo que no. Lo que no podrás tener nunca, lo que no comprenderá jamas nadie que desees y lo que no podrás confesar a nadie que te gusta. Es un musical y todas las niñas bailan saltando encima de las camas. Los malos son encantadores, divertidos y torpes como deben ser los malos. Todos los problemas del rey de los negocios son decidir entre pedir al chofer que saque el Rolls o el Duesenberg, no darse cuenta de que lo tiene hecho con la secretaria y que Roosevelt quiere que afloje algo para el "new deal".

Sé que los intelectuales de turno me van a poner a parir el gusto. Dirán que no tengo ni idea y que la mejor película de John Houston es "Dublineses" y cosas por el estilo. No sé por qué a los supuestos enteradillos les ha dado por creer que para que algo sea digno tiene que ser serio, triste y aburrido. Esto me recuerda esa escena de Annie en la que la malísima Carol Burnett despierta de su borrachera por culpa del divertido alboroto de las niñas. La pérfida mujer sube al dormitorio de las niñas y con la peor de sus muecas dice: "¡Me parece haber escuchado algo de felicidad por aquí!" Y parece que los supuestos modernos han tomado la misma actitud. ¡Les molesta la diversión! Creen que una buena película requiere un trauma infantil, una sexualidad incomprendida y una paupérrima realidad social. Y esto les pasa porque no han visto esa escena en que las niñas van a los estudios de radio de la CBS a cantar eso tan bonito de que "la elegancia se demuestra al sonreír".

Alex Tornasol

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Ciudades, Casualidades

Si creemos que la personalidad de cada uno de nosotros es el resultado de un conglomerado de experiencias y recuerdos adquiridos a lo largo de nuestra existencia, y que nuestra propia historia se teje entrelazando casualidades buenas y casualidades malas (como nos propone el personaje de Ana de la medemiana "Los amantes del círculo polar"), admitiremos - nosotros, urbanitas de pro- la influencia que las ciudades que han sido y son parte de nuestra vida han tenido en el proceso de maduración de las personas que ahora somos.

Algunas de estas ciudades nos fueron arrojadas en estereotipos y una vez vividas se nos asentaron en el recuerdo como una estantería de sensaciones (el aroma de sus avenidas recién regadas por la mañana, el murmullo de sus cafés en la sobremesa, la luminosidad de sus paisajes nocturnos...), cada una con su lomo de distinto color para diferenciarlas. Es innegable, sin embargo, que todas ellas pasaron por delante de nuestros ojos y, al mostrarnos una parte de sus recuerdos, nos cambiaron en parte.

Pero, además de las experiencias vividas en cada una de estas ciudades, nos hemos encargado de completar nuestro libro de fotografías y recuerdos con otros elementos aportados por nuestro subconsciente, de forma que cada ciudad es una mezcla de vivencias reales y sensaciones incorporadas en algún momento anterior o posterior gracias a películas, libros, canciones, historias, etc.

Por ello, por ejemplo, ya no podría pensar en Nueva York, si ésta no fuera una ciudad tan glamourosa como la Audrey Hepburn de "Desayuno con diamantes", paseando su altivez ingenua por Tiffany's. El lujo de una noche de champán, de un paseo en Rolls o de famosos pintores como Mel Ramos forman ya parte inherente de "mi" Nueva York, de forma que sin ellos se perdería una gran parte de mi atracción por la ciudad.

Tampoco soy capaz de imaginarme otro Madrid que no sea el Madrid ochentero de la movida. Desde que descubrí la música de Nacha Pop en mi adolescencia, me he sentido fascinado por aquella ciudad en la que era imposible encontrarse a medianoche con alguien que no quisiera soñar y en la que los "torpedos" y los "patos" hacían vibrar cada noche el ambiente de los pubs. También me imaginé escapando de casa, pensando solamente en una chica que me esperaba en algún garito de Malasaña para fugarnos rumbo a algún paraíso desconocido y, mientras me alejaba, miraba al suelo y contaba las baldosas al andar.

¿Y Londres? Londres será ya siempre para mi - indiscutiblemente influido por Morrissey y Johnny Marr en el London de Louder than bombs - una ciudad viscosa, donde un humo denso y viciado se derrite por las fachadas de los edificios victorianos, envolviéndote por completo.

Estoy seguro que todos vosotros podríais enumerarme un sinfín de ejemplos parecidos, componiendo un collage multicolor con la percepción que tenéis de "vuestras" ciudades, unas más decadentes, otras más limpias y brillantes, pero todas ellas al fin y al cabo, son vuestras y de nadie más. Quizás por ello ahora, siempre que conozco una nueva ciudad, me pregunto si el recuerdo que pervivirá en mi en el futuro será real o, una vez más, simplemente una cuerda anudada de casualidades (unas buenas y otras malas).

Mr Shankly

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¿Me estoy conviertiendo en una canción de Los Nikis?

Yo era un muchacho que, como cantaba Gianni Morandi, amaba a los Beatles y los Rolling Stones. Además me gustaba bailar a los Who ( en plan Jimmy en Quadrophenia), a los Ramones (moviendo al compás una imaginaria melena que mi cabello - empeñado en un peinado tipo Jackson Five- siempre se ha negado a dejar crecer) o a los Clash (en frenético pogo skatalítico).

Sin embargo, ocho años de trabajo asalariado con jornadas propias de los talleres textiles del Manchester del siglo XIX (¿quién ha hablado de las 35 horas?) y objetivos de ventas inalcanzables - astronómicos-incluso para nuestro primer astronauta en el espacio, Pedro Duque, me han convertido en un hombre estresado amante de Wolfgang Amadeus Motzart y otras melodías clásicas.

Pocos de los lectores de esta publicación entenderán que haya cambiado la rabia incontrolable del My Generation de los Who o la velocidad punketa de los Ramones por la placidez de la Sinfonía 36 en Do Mayor o la Serenata nº 13 en Sol Mayor del maestro de Salzburgo.

Sé que parezco, como Silvia Sobrini, Enrique el ultrasur u Olaf el vikingo, un personaje de canción de los Nikis. (¿Javier Casado el estresado?)pero en estos momentos los compases de Motzart son el mejor ansiolítico- ¿no era el My Generation otro tipo de ansiolítico adolescente?- ante este mundo laboral muy técnico, moderno y neoliberal, pero que huele a antiguo, a siglo XIX, a , como se ha recordado en El Efecto Orégano, nuevas formas de esclavitud. Por favor, apúntenme a su Brigada de Demolición contra este mundo moderno.

Javier Casado (el estresado)

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Recuerdos en Dymo

Otra lluviosa tarde de verano. Esa misma mañana había hecho voto, por enésima vez, de ir a la playa para conseguir ese bronceado tan favorecedor y filisteamente bien
considerado y, en mi fuero interno, me alegraba de tener una disculpa para arrellanarme en el sofá a leer sin sentirme culpable por ello.

Leer es plato de gusto para los Especiados del Orégano y su Efecto, sin embargo, la elección de un nuevo libro se presenta para este corazón boscoso como una tarea difícil. Esa era mi mayor preocupación aquella tarde, y por eso me puse a hurgar en el Armario de los Libros. Fue en ese momento cuando lo vi, o mejor dicho ? cuando lo sentí. Mis dedos pasaron por una parte extrañamente rugosa en la pasta de un libro, y lo cogí para ver a qué se debía. Era una de esas pequeñas tiras de Dymo.

Por si no lo recordáis o por si sois demasiado jóvenes, os diré mis queridos Amigos Especiados, que las tiras de Dymo eran trozos de una cinta plástica autoadhesiva en la que se imprimían las letras que forman nuestro nombre mediante un aparato llamado Dymo, y se usaban para señalar la posesión de algo, generalmente libros. Hace tiempo, mucho tiempo ? más incluso del que me gustaría reconocer, que no he usado uno de esos artilugios con reminiscencias de infancia y de colegio, y ello aumentó mi curiosidad por el libro de que se trataba.



Era "Le petit Nicolas" del dúo Sempé-Goscinny. La ilustración de un muchacho en pantalones cortos en la cubieta me trajo a la memoria recuerdos de mis propios pantalones cortos grises, jersey de pico verde botella, camisa blanca y corbata roja a cuadros escoceses (curiosamente de la misma tela que las faldas de las chicas).

Y me acordé de mis recreos, jugando a "coger y librar" contra las chicas en el patio, chicas que más tarde fueron desplazadas de nuestros juegos por un balón ? qué difícil me resulta entender eso ahora, cuando la mejor compañera de juegos que puedo imaginar es, cómo no, una mujer.

También despertó en mí cierta nostalgia de pupitres dobles de formica azul, en los que intentabas pasar desapercibido para la profesora de mate mientras hablabas de mil y una cosas con tu compañera. Y así, surgiendo de la nada, apareció ante mí la cara angelical de esa niña que terminando la primaria nos volvía locos a todos los chicos de clase.

¿Qué habrá sido de ella? Al igual que el libro y la pequeña tira de Dymo estaban olvidados en el Armario de los Libros, su imagen se había olvidado por completo en el armario de la memoria. Un cambio de colegio para cursar la secundaria me privó de verla crecer, no vi si su cara sufrió los efectos del acné, ni si pasada la pubertad su cuerpo de muñeca se transformaba en el de una diosa, ni conocí a su primer novio ? de lo cual, he de reconecer, me alegro.

Hace unos días que no me quito su imagen de la cabeza y, sin embargo, la sóla idea de volver a verla me aterra. Que los recuerdos sean sólo eso, recuerdos, y nos sigan alegrando las ociosas tardes de verano ?

The Catcher

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Independence Day

Recientemente me ofrecí para ayudarle a un amigo en su mudanza y hará menos tiempo aún, que otro amigo camina por la calle fijándose en los letreros de Se Vende que cuelgan de los balcones. Los nervios comenzaban a apoderarse de mí y es que la situación no era para menos. Sin embargo, leí por casualidad en el periódico, uno de esos estudios sociológicos con los que tratan de retratarnos a las generaciones más tiernas y, gracias a Dios, me tranquilicé: "Antes de los 25 años sólo se emancipa el 14% de la gente joven" me pareció una frase definitiva.

Se nos acusa de no querer abandonar la condición de Hijos de Familia y se culpa de ello a las comodidades que nuestros padres nos brindan, como fruto de su progreso: Habitaciones individuales con calefacción, mesa de estudio, compact-disc, servicio de lavandería, derecho a garaje y en régimen de pensión completa ?todo ello a cambio de responder de vez en cuando a un par de preguntillas, que hemos aprendido a esquivar con maestría si se tornan demasiado personales. Lo reconozco, nos sentimos en casa como gato en pescadería.

Pero también es cierto que hemos cumplido ya la edad para ejercitar la autonomía de los adultos y para preferir la compañía de nuestros pares a la de nuestros padres, y sin embargo, las alternativas que se nos presentan no son muy alentadoras: Con un oficio que no proporciona suficiente beneficio vivimos en un régimen de semi-dependencia, ganando el dinero necesario para costear nuestros gastos de bolsillo y dejar atrás la precaria economía del estudiante, que anda siempre a la cuarta pregunta, pero viendo aún la inversión en un piso como un objetivo difícil a medias con un banco, e irrealizable en solitario. Digo esto, precisamente ahora que al reloj de mi cuenta ahorro-vivienda se le termina la cuerda.

"La salida del domicilio familiar se asocia en nueve de cada diez casos, con el inicio de la vida en pareja" resaltaba el estudio en otro apartado. En mi caso, como le ocurre a mi colega Partysana, ésta continúa siendo una asignatura pendiente. Todavía no he recibido ninguna invitación para asistir a las bodas de esos amigos que parecía que nunca crecerían, pero las veo ya inminentes.
Y entonces me pregunto: ¿Se me quedará cara de Hugh Grant a la salida de la iglesia, queriendo saber cuantas ranas me quedan por besar antes de encontrar a una princesa?. O aún peor: ¿Me convertiré en una especie de Eleanor Rigby, achacosa de recoger arroz en bodas a las que no me invitaron?. De todas formas, en la práctica, el porcentaje de gente que alza el vuelo y vive sola/con un perro es elevado (por razones laborales, de estudios, o simple placer).

Otro aspecto que me preocupa es la capacidad para afrontar los pequeños obstáculos domésticos del día a día, para los que sólo la Sección Femenina preparaba parcialmente, en épocas más oscuras. Montar un mueble-fácil de los que se compran en Ikea sin que al final sobren una estantería, dos tirafondos y tres arandelas, encender el fuego de una barbacoa sin quemarle el seto al vecino, etc?.En definitiva, que aunque hace falta ser un hombre del Renacimiento y tener mucho tiempo libre para poder con todo esto, lo contrario sería aceptar una independencia falsa (ejemplos no faltan de visitas dominicales a nuestras madres, acompañadas de la tradicional bolsa de ropa sucia).

En el lado positivo del asunto, me gusta la posibilidad que una casa ofrece para plasmar en ella la propia personalidad: un póster, una planta, el recuerdo de un viaje, una foto y una música de fondo, una iluminación o el color de una tapicería harán que las visitas nos conozcan mejor mientras terminamos de ducharnos, y no me tachéis de peliculero.

Sé que un día reuniré a mis padres en el salón, solemnemente, y hablaré con ellos sobre lo que hoy os he contado. Sé que será un cambio importante al que me lanzaré con una mezcla de miedo e ilusión, y también sé que es un paso natural en el discurrir de la vida. Ese será mi independence day, con minúsculas, sin caballos, ni espadas, ni banderas, ni tíos con peluca de los que le gustan a Alex Tornasol, pero de los más importantes en mi Historia particular.

El Chaval de la Trenca

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No trespassing

-Yo no necesito a nadie...

Casto Enríquez de Tejada vive con su padre, el banquero Mariano Enríquez de Tejada, y su madrastra, la peletera Esmeralda Benalborch, en la casa vecina a la tuya. Su fanzine «No Trespassing», máximo exponente de la corriente juvenil exclusivista, supone la última encarnación de la larga cadena de avatares que se inició en los primeros 60 bajo la etiqueta «mod» (aunque sus más remotos orígenes hayan de sondearse mucho más atrás).

Sus páginas recogen la violencia apenas contenida de quienes, en otro siglo, se habrían batido en duelo a la primera de cambio escupiendo al mismo tiempo al claro de luna. El grito de los niños ricos que nacieron con un cromosoma mental de más y que, por ello, nunca encajarán en la máquina plutocrática de sus dinastías. Hijos desnaturalizados que reniegan de la herencia de dorada mediocridad que sus progenitores les preparaban. Mutaciones no deseadas que se regodean en el espíritu de la contradicción a todo lo que la burguesía rampante valora más en este otear del nuevo milenio. Exprimen sus PCs con indolente furia alumbrando más y más páginas de nihilismo descastado, sediento en su rebeldía de aristocracia y no de lumpen. Porque todo comenzó hace mucho, mucho tiempo bajo la etiqueta «mod» (o mucho más atrás...).

-«No Trespassing» es exclusivo e intolerante. Es altivo. Es elegante. No transigimos con la basura, empezando por la que pueda emanar de nuestro más cercano entorno: entorno impuesto por la razón de haber nacido en una clase social degradada, sólo elevada en la coyuntura material pero espiritualmente inferior al más abyecto de los parias. No queremos manchar la belleza de nuestras intuiciones, resto luminoso de otras épocas, con la gris miseria moral en la que se desenvuelven nuestros padres, tíos, hermanos mayores, padrinos, tutores...

Casto Enríquez de Tejada te recuerda a ti cuando tenías su edad y, sin embargo, ¡es tan diferente!... Si todos tus deseos se hubiesen cumplido entonces, tú serías como él. Tendrías un perro dobermann con quien compartir la más rigurosa intimidad. Tendrías un cuarto lleno de trenes eléctricos y autos en miniatura en donde dejar morir las horas construyendo mil y un paisajes a escala. Tendrías todos los tebeos de la Marvel (y aquellos gruesos volúmenes de Mitología leídos de prestado en cierta casa cuando ibas de visita) y podrías soñar a tu gusto con las mil encarnaciones de la diosa Diana que regalaron a tu libido los primeros desperezamientos. Tendrías un rostro delgado (como de gemelo univitelino de la ondina Audrey Hepburn) como el que parecía apuntar en tu infancia y que se desintegró desagradablemente al pasar la barrera de los nueve años.

-¿Somos señoritos?: seguramente, pero señoritos descastados que saltan muy atrás para asumir una herencia. Tan atrás que solemos preferir los animales a la gente, los dioses griegos a las ONGs, la Historia en su espiral de eterno retorno a la política sin sentido de cada día.

Porque Casto tiene un dobermann: una hembra de un año llamada Cordelia, a la que mima y agasaja como jamás lo hará con ningún ser humano. Y tiene toda una habitación tomada por raíles y autovías y valles y montañas a escala reducida que modela una y otra vez como el joven dios de un mundo autómata. Y tiene todos los tebeos de la Marvel (y también hojea a menudo la monumental enciclopedia de Mitología que llena medio estante de la biblioteca familiar) gustando de jugar consigo mismo en tanto contempla el poster de Madame Hydra (en actitud de arenga a sus huestes) o mientras se pierde en la reproducción renacentista de una criatura indefinida de trazas amazónicas (que tensa su arco para ensartar a algún inoportuno mirón). Porque Casto afila su adolescencia como la Audrey Hepburn que, de pequeño, te hipnotizó para siempre con la nostalgia de un incesto imposible y un narcisismo perdido.

-Ante todo, dignidad. Es lo que separa al espíritu pujante del espíritu en decadencia.

Cordelia se coló, alcahueta ella, cierto atardecer en tu jardín. Tú leías en el sofá-columpio junto a la piscina de hojas muertas, un par de meses después de morir Trina. Precisamente un libro sobre perros con ilustraciones extraídas de aquellos Golden Books de tu infancia que aquí popularizaron los álbumes de la Novaro y los fascículos de Ciencias Naturales de Bruguera. El hocico húmedo y la lengua cariñosa se posaron un momento en tu entrepierna. La tela plisada de tu falda-pantalón se oscureció por la acometida y vuestras miradas se encontraron. Cordelia sabía que tú, alguna que otra vez, habías espiado a su amito tras el seto cuando aquél libaba echado sobre el césped una bebida isotónica (que no tomaba por llevar un tren de vida deportivo sino por pillar un pequeño colocón euforizante -también le ocurría con las barritas energéticas-).

A Cordelia le gustaba tu olor y decidió que, combinado con el de Casto, el cocktail resultante sería definitivamente guay para su delicado olfato. Ella también había probado en noches de primavera sin sueño los más íntimos humores del amito y su sabor picante la había hecho, acto seguido, soñar con imágenes de sensualidad primordial imposibles de describir articuladamente en lenguaje humano (aunque sí de ser evocadas en determinados estados de trance) y se preguntaba a qué sabrían tus humores. En fin, ¿Cordelia alcahueta o, mejor, perfumista y catadora de cinco estrellas?

-No pretendemos cambiar nada de lo vigente porque aspiramos a cambiarlo todo: ¿somos pasotas por abstenernos a marchar en cabeza de las reclamaciones fariseas? Seguramente, pero pasotas que pasan de todo: de todo, incluso del pasar de todo. Como aquel loco del bigotón que resucitó a Zaratustra, lo más cercano a un verdadero padre que algunos hemos llegado a tener.

Tú presumiste al momento las intenciones de la perra. Desde que la oruga zocata se transformó en mariposa negra, tu empatía con los irracionales había aumentado (a la par que tu desapego de los humanos -mutaciones al margen, claro-).

Cordelia alcahueteaba, sí. ¿Por qué no seguirle el juego?: tras la inflación de belleza estúpida que había anegado las penúltimas tribus urbanas de niños pijos (los neoñoños -con sus fanzines «Chupetín de Palolú» y «Forrest Gump Forever»-, los carameloides -con grupos de música tan espeluznantemente insulsos como Los Parvulines y Síndrome de Down- o los -éstos ya se pasaban de la raya, lo que, en dicho contexto, es más que demasiado- splináceos ingenuistas -que no hacían ni fanzines ni grupos ni nada, sólo se desplazaban con lentitud de bradipos por locales vespertinos tipo «A las 10 en casa» añorando su estancia en el kindergarten, algo que expresaban con su neojerga en media lengua, sus chicles inductores de salivación y sus irritantes atuendos, versión en talla grande de los que vende Doña Coletas, con las pecheras siempre húmedas por las copiosas babas que jamás se limpiaban-), tras esa inflación de blandiblub, descubrir de pronto que el binomio «belleza + inteligencia» no se había extinguido del todo era de lo más estimulante para alguien como tú que no podía disociar un hermoso rostro o una linda figura de una buena conversación, una aguda letra de pop-rock o un brillante artículo (incluso, para tu sensibilidad, la abundancia de lo segundo podía llegar a redimir en ocasiones la precariedad de excelencias físicas).

-Que los filisteos no salten la valla. Mi perra no haría ascos a unas tajadas de cerdo para almorzar...

«No Trespassing»: ciento cincuenta ejemplares tamaño periódico inglés en papel pergamino de color gris. Tinta granate. Culto a los animales raros (artículos de divulgación, grabados antiguos...) como el lobo de tierra, el balanogloso, el arawana, el andrewsarchus, el pez espátula, el monstruo del lago Ness (en su hipótesis más sugerente -una gigantesca babosa hermafrodítica oscilando entre la depredación y la molicie-)...Cómics de línea claroscura, con algo de Jim Steranko y algo de Wilson Mc Coy, o recreando sin rubor el savoir faire británico desplegado por Pat Turret yJenny Butterworth en su creación «Tiffany Jones».

Glosas enfervorecidas pero no retóricas (categóricas en su concisión imagista) sobre Henry de Montherlant, Yukio Mishima, Juan Eduardo Cirlot, Emily Bronte, Lord Dunsany, Thomas Edward Lawrence, Rosa Chacel, César Gonzalez Ruano, Esclarmonde de Foix, Ramón Llull, Azorín, James Ellroy... (singular batiburrillo de una coherencia insuperable en el exclusivo mundo de Casto y sus adláteres). Obsesiones cinematográficas y televisivas sobre las que se vuelve una y otra y otra vez («Juego de lágrimas» -por el personaje de Dil-, «Ha llegado el águila» -por el irlandés encarnado por Donald Sutherland y el militar que interpreta Michael Caine-, las series «Retorno a Brideshead», «Twinn Peaks» y «Spenser» -esta última muy especialmente por el personaje de Hawk-, «Desayuno con diamantes» -cuando Casto se refleja en su imprevista gemela Holly Golightly-, «Arrebato», «Lord Jim», «Robin y Marian» -Casto desearía ser ambos y, también, hacérselo con ambos: envidia y deseo, patrimonio exclusivo de los corazones más sutiles-...). Música atemporal en la que uno se recoge hasta sentir el click reparador que nos libera las sienes de la presión de los días (y que uno gusta de recrear en morosos análisis escritos para nadie, monologados, guiñados a los espíritus más íntimamente afines). Páginas olorosas en las que aplastar flores y mariposas, semillas volanderas y epeiras diminutas.

FERNANDO MARQUEZ (petición de productos zurdescos al apdo 36132 de Madrid)

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Manifiesto lírico en defensa del Chándal

Parece que el chándal está mal visto. Y se ha editorializado desaprensivamente en su contra desde las páginas del propio Efecto Orégano. Desconcierta que un fanzine, una publicación independiente como E.O. caiga en el seno del mainstream para chapotear desde ahí una ruda opinión contra un ropaje cuanto menos auténtico y veraz. Bien sea el chándal de los bacaletas nativos de la margen izquierda del Gran Bilbao, bien sea el chándal doméstico de la mayor parte de los vecinos de los barrios de nuestras grandes urbes. Ambas modalidades merecen el denuesto de, con todos los respetos, inconformistas despistados que hacen del chándal sede y clave del mal gusto que, al parecer, provendría originariamente de las corrientes globalizadoras y anuladoras del individuo que hoy, tal, y todo eso. Conmigo no contéis. Sinceramente discrepo. Para mí el chándal es metáfora (o metonimia o sinónimo o proyección o huella) de un pasado que no viví, y sin embargo añoro, y de un futuro que, para mi sorpresa, va todavía llegando, pero no me corresponde. El chándal es en suma distinción.

Cuánto no habría dado yo en mis veinte casi remotos por tener una vecina con un padre bancario que lavara el coche los sábados enchandalado junto a la fuente de la plaza, y a ella por ser chica le tocaba bajar la basura los lunes miércoles y viernes ya de noche, en bata y zapatillas de cuadros, y los sábados por la mañana con su chándal y con playeras, para darse tal vez un garbeo. Y a veces ayudaba a su padre a fregotear el parabrisas mientras la madre en la cocina preparaba la paella y su hermano oía a Bruce Springsteen o a Police.

- Procura no hacer tanta espuma, Julia.

Cuánto no habría dado por bajar yo mismo a por el pan en sudadera con Adidas de imitación o los mismos zapatos del viernes, y un paquete de Ducados. Un café en la degus y un vistazo a los periódicos. Y un colega

- Qué tal Onésimo, a la tarde nos íbamos a dar un voltio por el Casco. Vienen mi prima Julia y sus amigas.

Yo, que me crié donde las señoras llevan sombrerito con pluma, que es la suma redundancia, el exceso de gusto sobre la humana melena y más si es de hembra o femenina, y donde los hombres en cambio se contentan con la pluma, aunque a veces si llueve puedan llegar a llevar visera. Y no van en chándal sino con boatinés de esas que son como batas con rombos, muy ligeras, tan (.../...) confortables, y si gustan tanto ahí es porque los ingleses las usan para ir al campo cabalgando a cazar alimañas. Las mismas chicas de este pueblo que os digo visten por la mañana del sábado como si tuvieran el caballo a la entrada de la boutique. Con botas de media caña y sin tacón y pantalones anchos por las caderas. Una fusta, cogería yo una fusta.

Y toca ahora hablar del otro chándal, el moderno, y puesto que yo soy un gañán seguidor de Buddy Holly, o sea un rocker en potencia, un pretendido currela con ganas de bailar y de beber cerveza, se me ocurre que daría un meñique por coger un coche y quemar el fin de semana completo cebado de placébicas pastillas. Por hacer retumbar los bafles de mi utilitario terrible y financiado. En chándal, claro. Entre tanto mod aspirante al dfisfrute de los bienes culturales, que goza los hits de los anuncios de perfume, a ser posible del sello Atlantic sería yo un nuevo rocker pero como lo son en mi opinión esos chavales de chándal moderno, de chándal de fiesta, con varias bandas verticales en las perneras. Como me imagino que harían hoy los rockers de los cincuenta si vivieran en Barakaldo.

El chándal, como el anillo de comunión, ese otro objeto identitario que está en cambio lleno de misterio (objeto místico por tanto), es signo de distinción. O distinguimiento, que a los efectos hoy es lo mismo. Señal de identidad que alguien me arrebató antesdeayer, o más seguramente yo mismo perdí en un despiste muy característico. Huella del pasado que no viví y añoro y símbolo del futuro que no me corresponde pero anhelo.
¿Veis cómo sí me río?

Onésimo Feticce

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FIESTA-PARTY-JAIA

Pensé que no volvería a escribir en este panfleto con grapas, pero la fiesta que estos reprimidos nostálgicos organizaron en una taberna yuppy (Y yo que pensaba que ya no existían yuppies) me humedeció algo más que la lengua.

El Efecto Orégano, que sigue produciendo en mi efectos físico-orgánicos, explotó como las palmeras de la pirotecnia Astondoa, en aquella noche que ya nunca olvidaré. La culpa: tanto ejecutivo de consultoría, asesoría, aseguradora y diversos oficios de oficina. De todos los allí presentes me sorprendió un hortera vestido entero de blanco, que más se asemejaba a un enfermero glamuroso que a un picapleitos de Young&Young. Este susodicho que por momentos parecía gay, (Hay que ver cuanta gente sale ahora del armario) resultó ser un ávido seductor que con palabrería barata intentó llevarme al huerto. Yo que no soy muy vegetariana, a pesar de mis debilidades por el orégano, rechacé toda proposición de conocer el huerto, los roturos, o cualquier tipo de regadío. Él insistió y yo, más quemada que una gamba a la plancha, acabé por descubrir el nuevo Bilbao.

Además, Bilbao está últimamente muy espléndido, y aunque no todo el monte es orégano (¡Qué grande debía ser ese armario de donde salen todos ahora!) me encontré por los nuevos mentideros con esa gente que dicen que marca el ritmo de una ciudad (La fiesta-party-jaia fue si bien recordáis el 17 de Junio, aniversario de la fundación de la noble villa de Bilbao). Políticos y mandatarios que sólo se preocupan de saber quien se hará cargo de la contrata.

Estos mismos que relacionan al alcalde conmigo y no. No, no, no..ya hay una tal Begoña, que además de ser la Amatxu, es más pura que yo.

Pero vírgenes aparte, puesto que una no tiene nada de eso a pesar de ser Virgo, acabé comiendo una pizza en El Horno de Mazarredo, donde a determinadas horas, acudimos los residuos de la noche, en busca de una última oportunidad. Esto de dormir sola cada vez me jode más (lo de jode queda claro que es una expresión), y veo como mi cama crece al mismo tiempo que mi profesión. Soy una gran profesional, pero también una gran solterona, igual que casi tod@s los de la Fiesta-Party-Jaia del Efecto Orégano. ¿Cuándo será la próxima?

PARTYSANA

PD Sigo buscando hombres ansiosos con ganas de nuevas experiencias. A mi me encantan especialmente los salidos con nostalgias setenteras (efecto_oregano@ole.com)

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El regalo

Aquella mañana el helicóptero de la Ertzantza volaba bajo sobre el acantilado de Aixerrota. Los vecinos preguntaban: "¿Qué habrá pasado?" Y cuando miré hacia las rocas, me enteré. Era un Audi 100 convertido en un amasijo de hierros que sin duda alguna se había arrojado desde lo alto del precipicio. En el interior se veía el cuerpo destrozado de un hombre de unos 40 años vestido con lo que quedaba de un chándal del Athletic. El cráneo estaba machacado y la masa encefálica escurría por la puerta. Pronto llegaron los bomberos y ya no pude ver más. Otro suicidio. Entonces seguí mi camino y, aparte de contar el suceso a los amigos entre comentarios jocosos y risas tomando unas cervezas, no volví a pensar en el asunto. Ese desinterés fue mi perdición.

Domingo. En mi casa. Suena el timbre. Con las dificultades propias del que no ha dormido ni mucho ni bien, me arrastro hasta la puerta. Es un mensajero que me trae un paquete. "¿Tengo que pagar algo?" - "No, viene a portes pagados. Firme aquí". Cierro la puerta y desenvuelvo el paquete. Debe tratarse de un error. Es un chándal. Todo un equipo completo. Seguro que es una equivocación, yo jamás me he puesto un chándal y hasta en el colegio tuvieron el buen gusto de hacernos usar un sencillo conjunto de pantalón corto y camiseta. Mis amigos me conocen y saben que no me pondría este horror ni amenazándome de muerte. Yo siempre he sido una persona decente. Jamás he vivido en un chalet acosado, ni he ido a un partido de fútbol, ni he llevado a los hijos al Mc Donald, ni he ejercido mi derecho al voto. Cuando he practicado algún deporte, muy en contra de mi voluntad, he vestido de la forma mas discreta posible y ahora me ofenden regalándome esto. Debe tratarse de una broma. Seguro que es alguien que quiere molestarme. Es una trampa o un complot. Todo esto lo ha preparado algún canalla. Me apuesto lo que sea a que ahora mismo llaman a la puerta dos policías de la brigada anti-hortera que vienen con una orden de registro y me la cargo. Voy a deshacerme de esta porquería cuanto antes. ¡Y además es un chandal del Athletic! ¡Qué asco!

Busco un rincón inextricable donde ocultar la prueba inculpatoria cuando me siento poseído por un extraño morbo. ¿Qué se sentirá vistiendo una monstruosidad así? ¿Qué raro placer experimentará ese veraneante que deambula con zapatos y chándal por el paseo marítimo? Y con el mismo regusto pecaminoso con que un día me entregué al primer beso, deshago el envoltorio y me visto de arriba abajo con el deportivo terno. Me miro ante el espejo y.... ¡Flash!

"¿Qué hago aquí empujando un carrito? El chándal aún sigue pegado a mi cuerpo. ¡Pero si estoy en un megamacrocentrocomercial! Y esta cosa rubia teñida que llevo al lado, ¿quién es? Y este monstruo de 6 años que va dentro del carrito pronunciando incongruencias, pero, ¿de quién es este niño?" En esto veo que se acerca un matrimonio joven. Los dos llevan chándal (deben ser parte de la confabulación). Me saludan y entonces oigo una voz muy familiar que dice: "Es una pena pero esta tarde no podemos salir con vosotros. Ya hemos quedado con mis suegros para una barbacoa en su chalet de Baracaldo". ¡Por el amor de Dios! ¡Esa voz es la mía! He sido yo el que ha dicho barbacoa y chalet en la misma frase.

¿Qué me esta pasando? Entonces, eso rubio pintado como un coche es mi mujer y esta basura que aun no tiene conciencia es hijo mío. ¡Yo, involucrado en una barbacoa! Perderé todas mis amistades, mis padres renegaran de mí. Seré un hortera ante los hombres y ante Dios. ¡Estoy condenado! Ahora veo que mi mujer se dirige a mí llamándome "cari". No puedo soportarlo más. Otra vez voy a desvanecerme....¡Clonc!

"¿Cómo es que aquí hay tanta gente? ¿Por qué unos llevan chándal y otros camisa de cuadros? ¿Será esto una reunión de adeptos al mal gusto? Tal vez aquí esté la clave de todo. Prestare atención". De un balcón sale un tío gordo y comienza a hablar. Cada poco el público le aplaude. Cuando acaba de hablar en medio de la admiración general aparecen unos muchachos en chándal que golpean con unos palos una especie de tam-tam formado por dos maderos. ¿Qué he hecho? ¡Estoy en la inauguración de un batzoki! ¡Ya no puedo caer mas bajo! ¿Quién me mandaría ponerme este chándal? Me mareo....

Recupero la tensión sanguínea y cuando vuelvo a mirar alrededor me doy cuenta de que otra vez me rodea una muchedumbre en chándal. Hace un rato me equivocaba. Sí se podía caer más bajo. ¡Estoy en una manifestación por la paz y la democracia en País Vasco! Esto es insoportable. Salgo corriendo como un poseso y, sin control en mi carrera, me estampo contra un semáforo.... ¡Catacrash!

Me recompongo del golpe y estoy sentado en un coche. Pero no es un coche cualquiera. ¡Es un asqueroso Audi! Uno de esos que se compran los miembros de la clase media cuando creen haber alcanzado un cierto estatus. Y yo sigo enfundado en mi chándal del Athletic. ¿Cuánto tiempo podré soportar seguir así? Ahora suena una cinta en el radiocassette del coche y los que berrean son los babosos de Mocedades. Desde que me probé el chándal mi vida se ha ido al garete. ¿Qué será lo próximo? ¿Me iré de vacaciones con un viaje organizado del Inserso? ¿Me compraré un piso en Benidorm? ¿Me abonaré a un canal de pago para ver el fútbol? ¿Tendré una hija a la que llamaré Cynthia o un hijo que responderá al nombre de Jonathan? ¿Me apuntaré a un gimnasio? ¿Donaré dinero a una ONG? ¡No! ¡Esto debe terminar! Estoy junto al acantilado de la Galea. Solo hay que dirigir el coche hacia el mar. Acelero y.... ¿FIN?

Alex Tornasol

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Amapolas blancas

Dice una leyenda que las amapolas blancas florecerán en los cementerios el día que la paz reine en el mundo. Yo no lo puedo evitar: los funerales y los entierros me ponen negro. Prefiero otro tipo de ceremonias y, por supuesto, otro tipo de noticias que no tengan relación con la muerte. No obstante, voy a referir la noticia de una carta de amor que fue enviada en 1909 desde Copenhague a una niña de Agersted, en Dinamarca. Lo asombroso del caso es que la carta ha llegado a su destino casi un siglo después de haber sido enviada. La correspondencia ha estado perdida casi cien años por tierras rusas. ¿Acaso sería una explicación vital, la solución a un malentendido, una importante revelación que nunca llegó a su destino? Nadie lo sabe, porque nadie abrió la carta. La epístola quedó cerrada para siempre por aquello del derecho de los muertos a su intimidad.

Si esto os parece triste, figuraos la inmensa cantidad de cartas que quedan selladas y no son abiertas nunca. Cartas que fueron noticias interceptadas por la fatalidad, noticias que nunca llegaron a destino. Y he aquí la gran pregunta: ¿sucederá lo mismo con las noticias que no leemos en los periódicos? ¿Habrá noticias que se tiren un porrón de años perdidas en el limbo, hasta que por fin son publicadas, tal vez demasiado tarde? Sólo de pensarlo ya estoy preocupado.

No se puede descartar del todo que una noticia, o muchas más, se hayan perdido antes de llegar a las rotativas, como esa carta que estuvo perdida ochenta y ocho años por tierras rusas, escondida bajo un manto de nieve. Ya se sabe que es extraordinariamente difícil encontrar una carta blanca en Siberia en tiempo de nevadas. Una declaración de amor adolescente que tal vez fuese de enorme importancia para dos enamorados, y que por el papeleo o las prisas se perdió en algún lugar de la estepa de la antimateria, lo mismo que ocurre con las noticias que anuncian la paz.
En estos tiempos que vivimos, un periódico es como una especie de queso Gruyère al que le faltan buenas noticias, pérdidas que son terribles agujeros, negros como las tumbas. Ya se pueden animar los reporteros a encontrar las buenas noticias allá donde se hayan metido. ¿Las reconocerán después de tanto tiempo? ¿Qué aspecto tendrán? De la misma forma que la destinataria de la carta, la niña de Agersted, ya estaba muerta cuando recibió su correspondencia amorosa, nosotros tal vez estemos muertos cuando esa noticia que tanto esperábamos sea un titular.

Mientras tanto, encenderemos estrellas cada noche desde nuestro rincón. Pondremos la esperanza a nuestro servicio recordando los buenos tiempos. Escribiremos cartas de amor que tal vez lleguen a su destino, o tal vez no. Difundiremos, incansables, la noticia de que aún estamos vivos, y de que tenemos derecho a la paz, porque, de todas las noticias perdidas, la peor es la de la paz que nunca llega. Es una noticia vital que tiene tendencia a extraviarse, y a hacerse pública cuando ya los muertos sonríen bastante resignadamente en sus tumbas. Una escurridiza noticia de primera plana que llegará algún día y que, paradójicamente, será aplaudida por los propios difuntos bajo sus lápidas. Sí, sospecho que los muertos también aplaudirán. Y su aplauso producirá en toda la tierra el mismo rumor fértil que la lluvia tras la prolongada sequía.

Sólo entonces, florecerán en los cementerios las frágiles amapolas blancas.

Moutx

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