¬ Otros números

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¬ Número uno

Joey Ramone: In memoriam

Nuestra Banda Sonora: elefant dosmiluno

Joy Division: ¿un grupo de culto?

Pedrito de Andía: un pijo para un pueblo

Mi interruptor

"Gabba, gabba, hey!:Un homenaje a Joey Ramone

Vaya patín: Bilbao sobre ruedas

¿Quién con 15 años no ha deseado ser un mod?

Cosa sucia: Una visión retroprogresiva de la mujer en la publicidad

La muela del ego: Un nuevo artículo de El Zurdo

Dyc con Cola: Volver a los conciertos con más años, más canas, más responsabilidades

Chicas Burda: Reflexiones a propósito de un tema de Los Cardiacos

Alta fidelidad: La novela de Nick Hornby, la música pop, las chicas,...

Número Seis

"..Tus labios rojos se atrevieron a preguntar quién eran áquellos del I don't care. ...Y yo jamás te hubiera conocido si no llega a ser por Los Ramones..."
 
"Los Ramones" - Pistones

Joey Ramone: In memoriam

Es curioso que una de las muertes más sentidas en los últimos tiempos sea la de un macarra norteamericano, presumiblemente violento, politoxicomano, ...

Como escribiría cualquier sociólogo columnista bien remunerado de la prensa establecida, ¿qué referentes estamos ofreciendo a nuestros jóvenes para que lloren - bueno, no nos pasemos, tan sólo unas lágrimillas- por un personaje como Joey Ramone?.

Quizás me equivoque, en cualquier caso no sería más que una nueva decepción a sumar al capítulo de desencantamiento de mi universo, pero Joey y los Ramones eran AUTENTICOS: calificativo manido por las ofertas de la tercera planta de El Corte Inglés y por los anuncios de bebidas refrescantes - y, no lo olvidemos, desatascadoras de retretes- pero actitud necesaria en un mundo dominado por el parecer y el juego de espejos.

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Nuestra Banda Sonora: elefant dosmiluno

¿Tu mujer te ha obligado a malvender o tirar a la basura tu colección de vinilos porque con los jarrones de Ikea, la colección de revistas El Mueble y el biombo chino (sois una pareja moderna), no hay sitio para ellos en vuestro piso de setenta metros cuadrados?

¿Ya no puedes escuchar música en tu casa porque interrumpes las sesiones de yoga de tu mujer o despiertas a la criatura que duerme amenazante en tu antiguo cuarto de lectura y audiciones musicales?

¿No puedes comprar música porque tu mujer te controla todos los gastos ya que quiere que en veinte años amortices la hipoteca y puedas nuevamente endeudarte en un bonito chalet "acosado"con vistas a la barbacoa, el Audi y el chándal de tu vecino?.

¿El trabajo , la seriedad ("...¿te acuerdas las pintas que llevabas cuando eras mod"), las animadas cenas de matrimonios jóvenes ( "nos hemos comprado un nuevo coche") o las criaturas amenazantes te han apartado de la música (¡quién lo diría recordándote consumidor compulsivo de todas las inciativas musicales de los años ochenta!)?

¡Pues, no! Esta situación se va acabar porque hoy ¡has decidido comprarte un disco !...pero, ¡maldición!, ¿qué música adquirir si hace años que no escuchas la radio (¡Juan de Pablos, por favor, adelanta el horario de emisión!) y no sabes qué sonidos pueden ser atractivos - tú que fuiste un melómano exigente y con gusto- en el año 2001?

Tranquilo, amigo lector. Nuestra banda sonora está especialmente dedicada a melómanos despistados. Elefant dosmiluno es un buen catálogo para conocer probablemente la música más exquisita y atractiva que se hace en nuestra país. Si necesitas retomar el amor por la música, el sello Elefant te puede reconciliar con el mundo musical con la selección más completa y distinguida de pop con todos sus matices (desde los posicionamientos más naif de La pequeña Suiza o Niza hasta las propuestas electrónicas de Ibon Errazkin pasando por viejos conocidos como Carlos Berlanga o las eternas Vainica).

Escuchar este disco es un primer paso en tu liberación, quizás el siguiente es prender fuego a la casa... Don Pin Pon

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Joy Division: ¿un grupo de culto?

Mi amigo y redactor en jefe de este panfletillo, Juan el talibán , me ha pedido que escriba algunas reflexiones sobre Joy Division. Y lo primero que me viene a la mente cuando pienso en esta banda de culto es precisamente eso: ¿cómo puede considerarse una banda de culto a un grupo que tuvo apenas tres años de existencia y que tan sólo grabó dos LPs (Unknown pleasures y Closer)?

Muchas veces he pensado que quizás, si Ian Curtis no se hubiera ahorcado en la cocina de su casa una mañana de mayo de 1980, el interés que genera Joy Division no sería el mismo. Ya sabemos que los humanos somos muy morbosos con el tema de la muerte, sobre todo si el que acaba con la vida de alguien es uno mismo. Y si además es joven y talentoso, mejor que mejor. Es que nos encanta eso de llamarlos el músico maldito, o el poeta maldito.

¿Despertarían el mismo interés Elvis, James Dean o Jimi Hendrix si no hubieran muerto jóvenes? La pregunta es retórica porque obviamente, nunca lo sabremos. Sin embargo y, al margen de estas consideraciones, el hecho es que Joy Division es realmente una banda prácticamente irrepetible tanto por el tipo de música que hacían, como por sus letras desgarradas y por la compleja personalidad de sus miembros, sobre todo la de su lider, Ian Curtis.

Warsaw

Joy Division nació en 1977 en Manchester de un germen inicial que se había llamado Stiff Kittens y de su evolución posterior a Warsaw (aquí ya se comprobaba la admiración de Curtis por David Bowie, este nombre lo extrajo del título de una canción de Bowie, Warsawa).

El nombre definitivo del grupo, Joy Division, fue extraido de la simbología de la segunda Guerra Mundial: las joy divisions eran mujeres obligadas a prostituirse para satisfacer las necesidades sexuales de los oficiales nazis. Comenzaba el ocaso del punk y su música sintética fue como una oleada de aire fresco en el panorama musical británico.

Pero no sólo fue ese aire de renovación lo que les hizo grandes, Joy Division escribieron unas letras que hablaban de sentimientos, nada que ver con la "riot song" predominante. Suele decirse también que hacían canciones "oscuras". No lo creo. Puede que sean oscuras por la voz cavernosa de Curtis y por el altísimo tono del bajo en todas sus canciones, pero nada más. He de reconocer que las primeras veces que escuché su música yo también pensé que era oscura. Pero una vez, una prima mía con la que solía discutir muy a menudo de música, y que por cierto fue la que me prestó mi primera cinta de Joy Division - por la otra cara recuerdo que había un Grandes Éxitos de los Cars, ¡qué paradoja! - me dijo: "Joy Division son muy optimistas, lee sus letras con atención y verás". Así lo hice y cual fue mi sorpresa cuando las mismas canciones que había escuchado con anterioridad me ofrecían ahora otra versión, mucho más luminosa.

Ian Curtis y sus complejos

Separar la música de Joy Division de la personalidad y la ajetreada vida de su lider Ian Curtis es una tarea realmente ardua, prácticamente imposible (es lo que tienen las bandas de culto). Y Curtis era un tipo con una personalidad compleja pero sobre todo, un acomplejado. Acomplejado por su frágil estabilidad emocional y, sobre todo, por tener que medicarse prácticamente a diario. Y probablemente sus canciones eran la única forma de escapar de estos complejos. Para mi, las canciones de Joy Division navegan entre la vitalidad del contenido y la oscuridad de la forma.

Otro de los aspectos que a mi entender los hace únicos es esa actitud provocadora que demostraban. A diferencia de otros grupos más o menos contemporáneos como los Who, los Clash o los Sex Pistols, no actuaban por pose o como una forma de llegar a los medios. Curtis necesi- taba hacer todo de forma extrema, porque sino, - y volvemos a lo mismo - se sentía mediocre, del montón y entonces, podía sumirse en una profunda depresión, que era lo que más le aterrorizaba. Era un provocador, sí, pero por necesidad.

Pero quizás el factor que mejor explique su entrada en la leyenda sea que Joy Division fueron y siguen siendo los compañeros de viaje de aquellas personas a las que, de vez en cuando, les gusta tocar fondo. Jim Morrison era de esta manera. Y también Ian Curtis. Y quizás por eso, no hay mejor música para una depresión que The Doors o Joy Division. Hay mucha gente - entre la que me incluyo - que en los malos momentos prefiere escuchar People are strange o She's lost control antes que London Calling o My generation.

Ahora, ya podéis juzgar vosotros mismos, ¿es esto suficiente para hablar de ellos como de una de las bandas más influyentes del siglo? ¿Hubieran entrado en la leyenda si Ian Curtis no se hubiera suicidado? Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que cuando decidió acabar con su vida estaba escuchando The Idiot de Iggy Pop y que en su lápida hay una inscripción que reza Love will tear us apart.

Mr Shankly

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Pedrito de Andía: un pijo para un pueblo

Viajad por España y visitad sus ciudades. En sus ciudades, pasead por su parte antigua o monumental. En esa parte triste y nostálgica, alfombrada de adoquines, buscad el escaparate de una vieja librería. Allí lo veréis, escondido en unos sopórtales, con los marcos del cristal en madera verde y un cartel que dice "RESERVAMOS LIBROS DE TEXTO, TODAS LAS CARRERAS Y OPOSICIONES". Y en el lugar de honor; un libro. Es una novela romántica, algo decimonónica, bien escrita, bastante desfasada, un tanto folklórica, un mucho de cursi y supuestamente pintoresca. Se vende, no como best-seller del verano, sí como un recuerdo turístico con clase. Y es que se desarrolla en la vieja ciudad, por sus calles o en los campos de alrededor. En Santiago es "La Casa de la Troya", en Santander "Peñas Arriba" o "Sotileza", en Oviedo "La Regenta", en Pamplona "Fiesta", en Soria "El Santero de San Saturio", en..... y así, de Norte a Sur, en todas partes. ¿En todas? No, en todas no. En las librerías bilbaínas no hay novela protagonista, hay otras cosas como "Aprenda a tocar la txalaparta en 15 días", "Asterix eta Obelix kaska ke kaska", "El Putrenjeim, sueño y realidad" y mil maravillas más. ¿Qué pasa aquí? ¿Es qué no hay una sola novela costumbrista y lugareña? ¿Es qué los de Bilbao están tan ocupados marcando goles que a nadie se le ha ocurrido escribir un libro? ¡Pues nada de eso!

Novela bilbaina

En Bilbao hay una novela estupenda. Si me apuran, la mejor novela española de la 2ª mitad del siglo XX. Si me amenazan con torturarme diré que quizás sea una de las 10 mejores novelas en castellano del siglo XX.
Y si me tocan un pelo hasta confesaré que es una de las 100 mejores novelas que se han escrito por aquí desde el Quijote. Pero mira tú qué gracia... ¡Nadie te la vende! Y no sólo no te la venden, ¡ni tan siquiera te la prestan! (prueba a pedirla en la Biblioteca de Getxo y verás qué risas). Luego os contaré por qué pasa esta cosa tan graciosa pero primero dejadme que os cuente algo del librito de marras.

Incipit vita nuova

¿No os ha pasado a veces, en uno de esos tiempos muertos en que la cabeza se va a la infancia o a la adolescencia, que recordáis algún momento bochornoso y vergonzante de vuestra inmadurez y solo de pensarlo os sonrojais? ¿No os ha pasado nunca que analizáis lo que hicisteis en aquel último verano de mostos con Cointreau y os dais cuenta de que indudablemente erais unos perfectos imbéciles? ¿No os ha pasado siempre que de esa vida de pijo capullo y subnormal, que os ocupó unos cuantos años de vuestra existencia, guardáis un silencio pudorosamente sepulcral? Pues imaginaos que hubiera un tío con los huevos suficientes (2 pero muy grandes) para poner todo ese ridículo existencial por escrito. Imaginaos, además, que el exhibicionista ese tuviese un talento para la escritura aún más sobredimensionado que sus adminículos reproductores. Y por último, imaginad que esa adolescencia lamentable se desarrollase en el Bilbao de los felices años 20, entre fiestas, clubes supuestamente elitistas, amas de cría, viajes al extranjero, colegios jesuíticos, hotelitos de Neguri, Rolls Royces y baños en la playa de Las Arenas. Pues eso es "La Vida Nueva de Pedrito de Andia". Es la autobiografía con acné de un pijo bilbaíno cursi, bastante bobalicón, romántico tardío, meapilas y beatorro que da en llamarse Pedrito de Andia y que se enamora de una especie de Anne Igartiburu con pelas y prosodia lingüística, a la que se pueden aplicar los mismos calificativos que a Pedrito, pero que encima disfruta de una sosez a medio camino entre los mejillones y los arrecifes coralinos (ya os he dicho que era una especie de Anne Igartiburu).

fondo de cultura clásica, el toque folklórico de una fiesta vasca, el paraíso perdido de un imaginario pueblo costero donde se ubica el caserío familiar, las excursiones a Biarritz, los paseos en balandro desde el antiguo marítimo, las viejas historias familiares, la murga lejana del txistu y del tamboril y los consejos en vizcaino del aña Tiburtzi y ya la tenemos liada. Os lo advierto, no vais a dejarla a medio leer.

Motivo del olvido

¿Tendría éxito un streaptease de Lola Ferrari ante las señoras de la Adoración Nocturna? ¿Tendría éxito el jamón ibérico en una convención de fabricantes de babuchas de la OLP?

¿Tendría éxito Sam Cooke en una actuación ante la plana mayor del Ku-Kux-Klan? Me da que no. Pues ahora pensad en vender en el Bilbao de fin de siglo el libro de un fascista como Rafael Sánchez Mazas, ministro sin cartera durante la dictadura del general Franco y fundador de la Falange. ¡Ni de coña!

Pero yo he hecho un experimento: Le presto el libro a 10 sujetos escogidos al azar entre personal de marcada ideología nazionalista habiendo tomado la precaución de retirar la solapa de la contraportada donde viene el pedigree del autor. Resultado: Para la pagina 52 el 100% de la muestra se está corriendo de gusto y me cuentan que es un libro precioso. Y es que en Pedrito hay mucho de esa cosa, tan falsa y tan populona, que es la víscera pequeño-patriotera, y que tanto gusta a los que creen tener ideología. A mi solo me queda reírme.
Y a ti sólo te queda leerlo, porque tu eres de los míos. Eres de los que saben que quizás a Sallinger le huela el aliento, que Richmal Crompton era una señorona inglesa, que Bernard Shaw era un comunistón viviendo como capitalista, que Rousseau era de todo menos consecuente, que Oscar Wilde confundía el geranio con el colector de escape, que Jesucristo era un hippy de mierda y que John Ford era un apestoso católico dipsomaníaco. Y sabiéndolo, ni lo censuras ni te preocupa, simplemente sonríes porque sabes. Y a tí, como a mí, de este absurdo pedazo de historia donde vivimos solo te preocupa conocer el momento exacto en que tirarán de la cadena para saltar a tiempo del fondo de la taza. Y te vas a comprar el Pedrito de Andia y vas a jugar a adivinar quién se oculta bajo cada nombre y qué familia negurítica se esconde tras cada apellido. Y vas a ir en romeria-penitente a Begoña para cruzarte con Unamuno, otro castigado (el Manifiesto del Partido Comunista al lado del prólogo de Vida de Don Quijote y Sancho resulta una ñoñez burguesa), en las escaleras de Mallona, y sentir el más estúpido de los éxtasis místicos de la literatura castellana.

Y vas a odiar a Pedrito porque es un imbécil. Y ese imbécil fuiste tú, aunque tú, como yo, de ese Bilbao modelo "roaring twenties" sólo has visto los últimos gases de la cola del cometa.

Alex Tornasol


Dedicado A Ernest Lluch que siempre vio a Pedrito de Andia como una apología de la violencia (????) y al que, indudablemente, habrá hecho mucha ilusión que le asesinen los fans de "Asterix eta Obelix".

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Mi interruptor

De pequeño tenía un interruptor en la cocina. Era un interruptor de la vieja instalación eléctrica y por él nunca pasaba la corriente. Estaba pegado al marco de la ventana, tras la cortina y tan arriba que, para llegar a él, debía subirme a una silla. Cuando lo cambiaba de posición sonaba compacto y algo hueco; un clic melodioso, sin chasquidos. Como si deseara ser apretado. Parecía que en aquella nueva posición estaba más cómodo, que aquélla era la buena.

De pequeño, cuando deseaba que algo cambiara, apretaba el interruptor. No se encendía ninguna luz y ningún electrodoméstico se agitaba. Tampoco se apagaba ninguna farola de la calle. Pero yo sentía que algo había cambiado en un segundo, que en el universo había ocurrido una perturbación, pequeña tal vez, pero que podía ser de grandes consecuencias. Con sólo yo apretar un botón, algo, en alguna parte del mundo ya no era como antes. Yo me sentía parte del mundo, yo era parte esencial del gran circo y, por tanto, en mi vida también había cambiado algo. Y sonreía, porque era lo que quería. Así que, como todos los niños, yo también fui paranoico y por eso, cuando algo no me iba como quería, cambiaba el interruptor de posición.

Otras veces, recuerdo, tenía más claro lo que quería que cambiara. Esto es: tenía un deseo definido. Entonces, el interruptor no sólo servía para que se alterara algo del cosmos, sino que era un instrumento de ejecución. Algo así como el conmutador de una silla eléctrica. Puede sorprender, y tendría que sorprender tanto como echar moneditas a un estanque, soplar unas velas, partir un hueso del pollo o rezar en un templo. Al menos, yo era más original y tenía mi propio enchufe.

El otro día me acordé de él. Me acordé porque deseaba apretarlo con todas mis ganas y alterar así el fluir de las cosas. Fui a la cocina, llegué a la ventana y aparté la cortina. Ya no estaba. Según me cuentan, hace años que se quitó.

Ahora, busco otro interruptor. Quiero encontrar otro objeto que sea capaz de torcer el destino. Quiero encontrarlo pero no lo encuentro.

Corusco

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"Gabba, gabba, hey!: Homenaje a Joey Ramone"

Yo nací el año en que se juntaron por primera vez los Ramones. Y eso quiere decir algo. No porque posea un especial afán narcisista ni un ego excesivamente desarrollado. Es solamente que no encuentro otra explicación a la admiración que siento por ellos. Porque reconozcámoslo, han sido una banda punkosa (ya sabéis que este fanzine es de corte más bien popero) y bastante repetitiva (veintitantos años con los mismos tres acordes)... entonces ¿qué es lo que les ha hecho tan grandes? Pues sinceramente, no lo sé, aunque sospecho que fue precisamente eso: la fidelidad a su estilo, un estilo juerguista y peleón. Todo fan de los Ramones sabía lo que encontraría al comprar un disco: canciones de dos minutos con estribillos pegadizos y, sobre todo, con un marchón impresionante.

Pero no quiero que este articulillo sea una relación de datos biográficos, discos, conciertos, etc. Preferiría -y así lo haré puesto que soy yo el que teclea- tratar de haceros partícipes de lo que para mi han supuesto los Ramones. Los que ya sois adictos, me comprenderéis inmediatamente y los que no, vosotros os lo perdéis (probad a escuchar el Loco Live; si no os dan ganas de patear un par de brats os podéis ir directos al geriátrico).

Terapia anti-aburrimiento

Empezaré diciendo que no recuerdo cuál fue la primera canción que escuche de estos cuatro neoyorquinos. Probablemente sería la mítica Sheena. Sólo recuerdo que me entraron muchísimas ganas de saltar y empujarme en plan hooligan. A partir de ahí me empecé a comprar muchos de sus discos en estudio y a escucharlos a todas horas. Las vidas de Sheena o Judy, el Ku Klux Klan, Bonzo y otra serie de personajillos y elementos más o menos freaks comenzaron a formar parte de mi vida cotidiana y a ser mi mejor terapia anti-aburrimiento.

El estilo de los Ramones también molaba. Toda la parafernalia del aguila con el bate, los gritos de guerra (Gabba gabba hey! o Hey, ho! Let's go!) y ese look de metro de Nueva York contribuían a acrecentar su mito. Así que me apunté a la movida y me compré un par de camisetillas (los vaqueros mugrientos y ajustadísimos me parecieron un poco excesivos). Además, cada vez que sonaba alguna de sus melodías en un bar, mis manos sentían una tendencia incontrolable hacia mi flequillo a fin de esparcirlo sobre mi frente y poder parecerme lo más posible a cualquier Ramone. Hoy todavía me pregunto cómo querría alguien parecerse a seres tan rematadamente feos, pero ya se sabe, la adolescencia...

Los Ramones en Portugalete

Otro recuerdo que me traen los Ramones no es tan agradable. Sabréis que los Ramones gustaban de tocar en sitios tan glamourosos como el pabellón Zubi-Alde de Portu. Resulta que, teniendo planificado con muchísima antelación ese concierto, dos semanas antes le oigo decir a mi madre: "Ignacio, ¿que ropa vas a llevar a...?" ¡No me lo podía creer! Esas palabras sólo podían significar que había un maléfico acto familiar a la vista (acto familiar con viaje incorporado) ¡Me iba a perder a los Ramones!. Supliqué, lloré, juré no salir en un año y no sé cuantas cosas más, pero la suerte estaba echada. No recuerdo si fue un apasionante bautizo o una divertidísima comunión...Recuerdo estar en la iglesia impotente, carcomiéndome las entrañas...¡Me estaba perdiendo a los Ramones por una parida semejante! Si al menos hubiéramos hablado de una guerra nuclear ...

¿Y sabéis que es lo primero que pensé cuando me enteré de la muerte de Joey? Me acordé de aquel concierto perdido y pensé que había dejado pasar una ocasión única porque ya nunca podré verles en directo. Y me consolé pensando que tampoco había visto nunca a los Clash, ni a los Jam, ni a la Velvet, pero que al fin y al cabo, siempre podría escuchar sus discos ...y eso me consuela...algo... ¡Va por ti, Joey!

Mr Shankly

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Vaya patín

Es pura casualidad que Alex de la Iglesia haya hecho recientemente una lúdica semblanza de nuestro Bilbao en las páginas del Rolling Stone hispano. Nuestro paisano cineasta glosa un día de asueto por nuestra ciudad y va mencionando nuestras calles, nuestros locales, nuestros ambientes. Nadie debe marchar de Bilbao sin tomar unas copas en el Scuba o en el Cubil. Un día de marcha en Bilbao debe terminarse, si es que se quiere cumplir los cánones, enterrado bajo una montaña de mejillones en la Tortilla.

Y es casualidad lo que dice nuestro paisano, porque no sé muy bien qué o a quién busco cuando cada sábado dejo mi casa de pueblo y me vengo para la capital, cuando me adentro en el Bocho. Pero no son sus acertadas indicaciones las que me guían. Quizá influya este relumbrón que nos aturde a los bilbainos. También puede ser que es más fácil perderse en Bilbao un sábado que lo que resulta hacerlo en el corazón mismo de Urdaibai.

Me gusta perderme, y, reconozco, tengo gran facilidad para ello. Y además las galas de los escaparates nos distraen con tanta eficacia como las respingonas cumbres que flanquean la ría de Gernika y las aves que la pueblan. Escaparates. Me había fijado yo en aquella oferta, pero el sábado pasado ya no pude resistirme. Unos zapatos, zapatones, que tiras de una cadenita y se convierten en patines, pues les salen unas ruedas. Y no tienes que pagar ni una peseta para adquirir este invento, porque Airtel te los regala si te das de alta. A mí que, tras hacerme soñar con él zapatófono de Maxwell Smart, me dijeron que nunca lo usaríamos el común de los mortales, ya que se trataba de un invento que sólo se usaría contra la extinta Agencia Kaos, me resultó imposible resistirme a la oferta.

Y feliz como un niño con zapatos nuevos me fui a los Ideales, a ver Dragones y Mazmorras, pero antes a ver salir a la gente, en cuadrilla o en pareja, comiendo mi bolsa de snacks.

Y en esto que salió del cine Alex de la Iglesia, con unos amigotes, mientras otros les esperaban fuera, pues habían preferido otra película. El grupo de Alex se unió al resto de la cuadrilla, pero él se me quedó mirando. Pensé que Alex me conocería de algo, llevado de mi delirio de grandeza. Pero no. Sólo miraba mis pies. Su mirada se tornó triste, un rictus torció su sonrisa. Él acabaría como siempre sepultado por una montaña de mejillones en la Tortilla. Y yo, guisajo de mí, si tiraba de una cadenita nadie sabe dónde terminaría.

Onésimo Fettice

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¿Quién con 15 años no ha deseado ser un mod?

En 1981 los mod eran - para los inquietos quinceañeros bilbainos -una referencia estética atractiva pero confusa. Demasiado joven para haber podido asistir al estreno de Quadrophenia (1978), mi contacto con el mundo mod se limitaba a conversaciones con mi primo Cato, que había visto tres veces la película; unos discos de The Who y The Jam; y unos parches con la bandera británica, flechas y dianas adquiridos en el rastro madrileño.

Sin embargo, la capacidad de sugestión del sueño juvenil que encerraba el mito de esta tribu urbana me animó a convertirme en parte de ella porque seamos sinceros ¿quién con quince años no ha deseado ser un mod?.

¿Qué necesitaba para convertirme en un Jimmy Cooper bilbaino ? Lo primero, sin duda, una buena imagen (amargura adolescente tenía ya en exceso). Personalmente conocía poco sobre la estética mod porque en el Bilbao de 1981- en plena fiebre punki o nueva olera- esta tribu urbana era prácticamente inexistente. Alguien, supongo que mi primo Cato, me hablo de gabardinas- éramos un poco catetos y desconocíamos la existencia de algo llamado parka- y acto seguido fui corriendo al armario de mi difunto abuelo donde recordaba una prenda gris para sobrevivir con setenta años a la lluvia de Bilbao. Resulta gracioso que el primer contacto con un movimiento juvenil pretendidamente moderno despidiese un fuerte olor a naftalina.

Mi indumentaria se completó con unos vaqueros y un niki Fred Perry de imitación, con el anagrama de la firma inglesa sólo que con tres ramas de laurel en vez de las dos oficiales. A través de una habilidosa operación - más que de mod de modistilla (perdón, por el chiste fácil)- conseguí eliminar los hilos que dibujaban el tercer laurel y ...¡ya estaba listo mi auténtico Fred Perry! (un poco cutre lo sé). Desde luego mi imagen era muy distante de la de aquellos mods tan sofisticados que más tarde conocí y cuya ropa había sido adquirida en Londres en viajes financiados por sus padres, hombres de negocios residentes en la margen derecha del Nervión. Por mi parte, tardaría mucho en viajar a la capital británica.

Después de todo, como los auténticos mods británicos de los años sesenta o como Jimmy Cooper, mi extracción era obrera y mis fuentes económicas se reducían a la suma de una paga familiar semanal y los ingresos de algún trabajo alienante como buzoneador.

En cuanto a los discos, como casi todos los mods, comencé escuchando a los clásicos de ese movimiento en aquellos momentos (The Who y The Jam) evolucionando rápidamente hacia gustos cada vez más selectos y minoritarios siguiendo la norma, propiamente adolescente y también propia de un mundo con pretensiones de dandysmo como el mod, de "cuanto más raro, mejor". Como en el juego de la oca, los mod parecían (y parecen) seguir un esquema que admitía pocas variaciones, de sixtie a soluero y de aquí a psicodélico pasando por el sarampión garajero. ( Este comportamiento también es observable en los movimientos pólíticos radicales donde cada mes uno va cambiando de grupúsculo buscando una iniciativa más rupturista acabando eso sí, al cabo de un tiempo, en fiel defensor de los vicios y carencias del Sistema).

Durante varios años la imagen y los discos sesenteros me convirtieron en un adolescente esquizofrénico que clasificaba al mundo en dos únicas categorías: muy mod o poco mod.

Sin embargo, cuando a finales de los 80 tanto en Bilbao como en otras ciudades de nuesto país se vivió, como cantaban los Flechazos o Brighton 64, una auténtica explosión juvenil asistí ya a este espectáculo con un fuerte desapego fruto de mi desencanto al descubrir que tras la atractiva estética se ocultaba la falta de propuestas sugestivas de acción y pensamiento.

Mr Ringo Rango

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Cosa sucia

La de las mujeres ha sido una lucha larga por conseguir la igualdad de derechos con respecto al hombre. Y ha sido una lucha valiente y esforzada, pero que al final no ha servido de nada. No ha rendido sus frutos por culpa de los publicistas y de las feministas.

En los años 70 y 80, cuando un publicista quería promocionar un coche, rápidamente le colocaba sobre el capó una turgente jovencita; cuando se trataba de vender una bebida espirituosa, en el acto aparecía otra moza luciendo escote y abrazándose a una botella; cuando se anunciaban unos cigarrillos, nos hablaba una guiri de voluptuosas curvas y nos contaba que lo que a ella más le gustaba eran los hombres a los que el aliento les olía a Malporrow, y así todo. Entonces las feministas se quejaron diciendo que aquello era una ordinariez y que daba una mala imagen de la mujer tratada como simple objeto de deseo. Es posible que tuvieran razón, pero metieron la pata. Lograron captar el odio de los publicistas y estos se han vengado de la mujer. ¡Y de qué manera!

Si antes la mujer vista a través de la publicidad era el más deseable de los placeres, hoy los anuncios nos la presentan como la más repulsiva de las criaturas que pueblan la faz de la tierra. Dentro de la especie femenina distinguimos gracias a los anuncios de la tele diversas subespecies:

Incontinentis olorosus: Un fallo en los esfínteres provoca que muchas féminas vayan por ahí dejando un rastro como los caracoles y manchándose el vestido en las ocasiones más comprometidas. Por suerte para ellas, otro sabio varón ha descubierto la justa proporción de celulosa necesaria para que la pobre desgraciada pueda circular por el mundo sin problemas.
Reglosus Repugnantis: Eran especímenes desgraciados que vivían dejando el mundo perdido de guarrerías hasta que algún sabio científico (por supuesto, hombre) inventó los tampones y las compresas. Por lo visto, en estas mujeres la hemorragia periódica es su estado natural y si no llega a ser por las alas de su compresa, tendrían que haber vivido encerradas sin poder salir de compras, ni ir a la playa, ni comprarse flores, ni hacer felices a sus maridos ni ninguna de esas otras actividades intelectuales a las que son tan dadas las mujeres.


Almorranicus Inflamatorius: Trabajan de secretarias y pasan tantas horas sentadas mecanografiando los gloriosos pensamientos de sus jefes, que terminan por aparecerles hemorroides. El jefe en cambio nunca sufre inflamaciones en el tramo final del recto porque nunca está sentado sino siempre activo y en movimiento. Ahora las sufridas ya pueden ser como sus adorados jefes porque pueden untarse pomada siempre que quieran.
Desperfectum Absolutus: Llegadas a la edad madura todo en su organismo comienza a fallar. El pecho se desploma, el culo se transforma en una incomoda mochila, el pelo pierde su color y lo peor de todo es que los dientes son postizos y al masticar se les sueltan. Menos mal que un cirujano ya se ocupa de sus grasas y un químico genial ha inventado un pegamento para dientes infalible y unos tintes espléndidos.

Descerebratum Absolutus: A estas nada les ocurre a simple vista, pero indagando en sus preocupaciones vitales, rápidamente advertimos que carecen de cerebro. Sus intereses son primarios y surrealistas: que el niño les coma, que la ropa salga blanca de la lavadora, que los muebles no se rayen, que la vecina les tenga envidia, que sus amigas usen el mismo perfume que ellas y que la comida tenga fibra. Para lograr su felicidad se desviven cientos de empresas multinacionales.

Ya es hora de que las feministas reconduzcan sus iras y carguen contra esta publicidad ignominiosa. Deben solicitar que en la publicidad se hable de la próstata de los señores, de la calva brillante del jefe, de los analfabetos que sólo saben hablar de fútbol, del repulsivo aliento de los que dejan pudrirse sus muelas porque a los muy valientes les da miedo ir al dentista, del olor de los calcetines, de los fétidos sobacos de los maridos y de lo divertido que resulta ponerle los cuernos al memo del esposo. Y si en la publicidad sale una señora que está muy rica, ¡pues mejor!, que ya es hora de que todos se enteren de lo bien hecha que está una señora.

Alex Tornasol

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La muela del ego

«Erase una vez una mueca escondida...» (TED HUGHES)
«¿Me estás hablando a mí? No hay nadie más aquí...» (UN TAXISTA)
«Verás lo que es justo, verás lo que es verdadero. Nunca te ha faltado el coraje para decir lo que pensabas, pero las restricciones te impedían ver claro.» (HANNIBAL LECTER)

Desde el 86, más o menos, se me ha venido puteando de variopintas formas (a saber -por orden cronológico y en progresión acumulativa-):

a) cargándome con tal o cual sambenito (hay quien dice «en el principio fue el verbo», a lo que yo añadiría «y, poco después, el Sanedrín, el Santo Oficio, Salem y el Comité de Actividades Antialgo, para evitar que el verbo se encarnase demasiado»);

b) haciéndome el vacío (la teoría del apestado, excelentemente expresada por Santiago Alba Rico en su ensayo «Las reglas del caos», ya anticipada por Guy Debord en sus disquisiciones sobre la sociedad del espectáculo y todavía mejor por los diversos profetas de antiutopías -Kafka y sus cucarachas, Orwell y sus disidentes alcoholizados en un oscuro bar...-);

c) dándome algo de chance comercial, sí, pero (¿cómo decirlo?) en plan boxeador sonado (¿vísteis «Fat city» o aquella otra con el difunto Brad Davis?: pues eso) o vedette pelleja (de las que acababan, tras alzar la pierna en el Paralelo, encargándose de los retretes en cafés de artistas);

y d) desde finales de los 90, embromándome en sórdidos juegos de manipulación iniciados indefectiblemente al grito de «Marcial, tú eres el más grande» (ya sabéis, aquello de los Duques con Don Quijote y Sancho y la ínsula y Clavileño y la madre que los parió a todos, episodio racialmente ibérico, si pensamos en la cantidad de secuelas que ha dejado tanto en nuestra literatura -«La comedia nueva», «El árbol de la ciencia», «Luces de bohemia», «La señorita de Trevélez»- como en nuestro cine -«Calle mayor», «Cómo casarse en 7 días», «Juegos de sociedad», «La siesta» o, últimamente y de las mejores en este género, «Mamá es boba»- y no digamos en la tv -donde la cosa, gracias a los programas de inocentadas, las crónicas marcianas, las tómbolas, los caiga quien caiga y los debates basura, ha adquirido trazas de institución y hoy por hoy nadie puede esperar recibir una palabra amable o una promesa de apoyo por parte de sus prójimos sin sospechar una cámara oculta o unas risas enlatadas choteándose de su candidez-).
Supongo que por mi karma quijotesco de andar siempre enredándome en camisas de muchas varas, todas estas putadas resultaban previsibles, más en una época como la presente en la que palabras como «nobleza», «hidalguía» o «integridad» son tan mal recibidas respecto a la salud mental de alguien como lo puedan ser «Alzheimer» o «síndrome de Down».

Una vez me dijeron que yo tenía madera para tertuliano de telebasura («Eres un tío raro, el prototipo del excéntrico, te encanta todo lo anómalo y tienes buena labia: pero deberías rebajar el nivel de tu crítica y no morder la mano que te da de comer; tú es que vas y arremetes con todo, ¿cómo no te van a echar de todas partes? Fíjate en Jesús Palacios: ése sí que se lo sabe hacer...»).

Pero es superior a mí: no tengo madera de entertainer (no en vano mi primera declaración de principios se tituló «Pero qué público más tonto tengo» y abomino de conceptos como «el respetable al que tanto quiero y tanto debo»).

Una de mis pesadillas es convertirme (en parte, ya lo he hecho -especialmente, durante mi temporada enn «Mondo Brutto»-) en el John Salvaje de «Un mundo feliz», cuya rebeldía es disfrutada por los curiosos como un espectáculo más del zoo o de la feria de monstruos. Frente a eso, sólo queda o el suicidio (opción tomada por el personaje de Huxley) o una solución más zentrada (con z, con z), continuar en este mundo pero tras la muerte completa del ego, tras sacarse la muela cariada de la preocupación por los otros (por sus opiniones, por sus rechazos, por su aceptación), mirándolos con la sonrisa hermética del que quema las naves: Venator, Travis, Lecter, en exclusivo contacto con Lo Absoluto, redimidos de pretender redimir a los inasequibles a la redención, asumiendo plenamente la Soledad (así, con mayúscula), dejando quizás una imperceptible rendija para encontrar a su afín (en el caso de Venator, la joven parsi de una peripecia anterior -«Heliópolis»-; en el caso de Travis, si en el cuerpo de la putita Iris hubiese latido el alma flamígera de Mallory Knox, creo habría hallado su mitad ideal; en cuanto a Lecter, ya tiene a Starling -qué final tan hermoso el que depara Thomas Harris a mi psicoterapeuta favorito-).

La muela del ego tarda en desprenderse. Para llegar a devenir un Venator, un Travis, un Lecter hay que haber pagado antes una buena cuota de sufrimiento (por eso, el amigo Hannibal no logra la Transfiguración ante nuestros ojos hasta que no conocemos sus vivencias infantiles en el Báltico -ahí adquiere su auténtica dimensión crística/luciférica-): de Travis vemos segundo a segundo su angustia ante ese crimen contra la humanidad llamado megaurbe (a lo que añadir su paso previo por «el horror, el horror» de la jungla en la que sirvió a las órdenes del coronel Kurtz -porque un sujeto como Travis sólo pudo servir a las órdenes de un sujeto como Kurtz-); y Venator existe como fruto de una vida larga y plena de dolor extremo (ahí están los diarios de guerra de Jünger o sus «Tormentas de acero» o «Bajo los acantilados de mármol» o sus reflexiones destiladas desde la propia memoria sobre «El dolor») y su distancia sobrehumana ha surgido de una entraña humana, demasiado humana, de la que algunas voluntades logran remontar el vuelo (el Cuervo del poeta Ted Hughes, uniendo la piedra cubierta de leves capas de vida con Lo Absoluto, sin intermediarios engorrosos y siempre mendaces).

En los primeros años de mi ostracismo, cuando me sentía reflejado en algunas páginas de Céline («bajar la basura...sacar al perro...la fiebre, la fiebre») o en aquella serie emitida por el primerizo Canal Plus («Búscate la vida»), mi ego cariado latía de impotencia y el machaqueo de mis tíos («Fíjate, a tus años, sin oficio ni beneficio. La albóndiga de la Alaska, en cambio, mira cómo le va. ¿Pero quién te mandaría meterte en política?») era como el tormento de la gota de agua.

Poco a poco, el proceso de introspección se acentuó, dejé de verme como «personaje público», dejé de esperar nada promisorio de quienes me rodean y fui aceptando mi nula incidencia para cambiar la realidad social (a la vez que se confirmaba la sintonía de mis intuiciones más hondas con el Nuevo Espíritu de los Tiempos -el derrumbe de las estructuras no lo traerá alguien sino Algo, incluidos en ese Algo amplios sectores de la población humana, básicamente orientales, entendidos como parte de Lo Impersonal-).

Nuevas lecturas (Deleuze -con o sin Guattari-, Foucault, Debord, Artaud, Jung, el «Demian» de Hesse, las lecciones bélicas del milenario Sun Tzu, Simone Weil, el ensayo sobre cine y trascendentalismo de Paul Schrader -creador de Travis-, el ya mencionado «Hannibal» de Thomas Harris, más y más de James Ellroy, más y más de Jünger, D.H. Lawrence, Ted Hughes... amén de textos bastante menores pero con algunos puntos de enjundia -el Manifiesto de Unabomber, el «Arqueofuturismo» de Guillaume Faye...-) y nuevas películas (sobre todo de Jim Carrey -«Dumb and dumber», «The Truman show», «Man on the moon», «Cable boy»- y John Malkovich -«Being John Malkovich», «Mary Reilly», «In the line of fire» o la última sobre el rodaje de «Nosferatu»-) para reafirmar mis rasgos más profundos, mi antihumanismo innato, mi bendita antisocialización, mi maltrecho autismo, tan traicionados desde la adolescencia por caer en las trampas de la palabra, de la vanidad, de las megalomanías liliputienses (porque, si pretendemos ir de megalómanos, no seamos cutres y hagámoslo en serio -no como el merluzo del tío Adolf, Mickey Mouse con cucurucho de Merlín-: fijémonos en los auténticos ejemplos de megalomanía, en las santas previamente sospechosas de herejía, en las estudiosas de gorilas y chimpancés, en los espías retirados, en los monjes zen, en Leonard Cohen comiéndose una banana, en nuestro psicoterapeuta favorito...-).

Por eso, gracias. A todos los cabrones y cabronas que me habéis puteado durante décadas: no lo pretendíais pero me habéis hecho un favor, bofetada a bofetada, al arrancarme desde la raíz, sin que quede rastro, la muela del ego.

Qué descanso. Es una gozada. Os lo recomiendo («Uy, pero qué bien hablo. Ya no tartamudeo. El desenladrillador que...»).

FERNANDO MARQUEZ
(petición de productos corazonescos: apdo 36132 -28080 Madrid-)
(ciberseñas: www.oocities.org/lamueca1)

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Dyc con Cola

Faltaba media hora para que empezase el concierto y allí estabamos los de siempre.

Hacía más de un año que no iba a un concierto, por un lado porque últimamente no suele haber buenos conciertos y por otro porque no tengo el tiempo ni la disposición para ir a ellos. Por el local empezaron a desfilar figuras de otros tiempos, que ante lo atrayente del cartel habían decidido dejar sus cómodas guaridas, y algunos vistiendo sus viejas galas, más calvos, más canosos, con más kilos, comentaban entre ellos lo que había sido de sus vidas y como estaban cada vez más liados y que cada vez tenían menos tiempo. De vez en cuando echaban una risotada recordando tiempos pasados.

Saludé a viejos amigos, algunos de los cuales lucieron atrevidos aderezos capilares y que hoy presentan una pelambrera de lo más pobre. Viejos amigos y amigas quienes se han casado, algunos ya han tenido el primer hijo, quienes alimentan insaciables hipotecas y sufren trabajos insufribles, aunque en su día hubiesen gritado "No future" o "I hope to die before get old".

Pero, en vez de abrumarme, esta situación me produjo una particular satisfacción y conversé con ellos mientras bebíamos con ansiedad nuestros "Dyc-Cola". Algunos habían dejado su atuendo habitual de ejecutivos de segunda clase poco antes de asistir al concierto, pero preferí ser benévolo con ellos y valorar positivamente su asistencia como la de hijos pródigos que retornan por el buen camino. También estaban otros a los que la vida no ha tratado bien, no han encontrado su sitio y siguen deambulando por los bares, algunos incluso por los lavabos de los bares. Sorprendentemente estaban algunas chicas a las que creía plenamente "reinsertadas" en la sociedad.

Empieza el concierto y los grupos suenan muy bien, algunos de los asistentes dan botes como hace tiempo que no daban, sudan, gritan y son verdaderamente ellos.

Sonando el último grupo una chica me llama por mi nombre, no la reconozco, me dice quien es y ..... ¡ es increíble ¡ ... ¡ estás muy cambiada ¡. Empiezo a hablar con ella y pienso en lo que pudo ser y no fue, pero ahora ya es demasiado tarde, no pudo ser y basta; cuando eres joven porque eres demasiado joven y cuando no eres tan joven, porque no eres tan joven. En fin, volvía a casa sudoroso y pense que podría ser la mejor noche de mi vida y soñé en quedarnos allí para siempre. Mas tarde pensé ¡La vida sale bien!, di el último sorbo al "Dyc-cola" y continué mi camino.

RAMON BARROCO (El viejo amigo español)

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Chicas Burda

Algunas publicaciones para mujeres han tenido para mí un especial interés, más que muchas que se suponen para hombres. En mi primera infancia nunca me interesó la revista "Lilly" que compraban algunas chicas, mas bien prefería el "Corsario de Hierro" y las "Joyas literarias juveniles" de Bruguera.

Más tarde en mi adolescencia algo llamó mi atención de una manera especial; era la revista "Burda Moden" que nuestras madres compraban para tomar ideas y sacar patrones. Esta revista contenía fotos de gran calidad y a color de guapas chicas de mirada dulce, elegantemente vestidas y peinadas, cuya belleza superaba con creces lo que se solía ver por la calle por aquel entonces.

Gracias a esta publicación teníamos a la vista una amplia variedad de chicas que iban desde la rubia de pelo corto con minifalda y sandalias blancas con una vaporosa blusa estampada de seda a la morena de ojos verdes que vestía un largo abrigo y altas botas de charol negro. Realmente nunca he entendido como Burda era una publicación para mujeres y son publicaciones para hombres algunas que se llaman así.

No me llamaban la atención las revistas que gustaban a otros chicos y supuestamente masculinas como "Don Balón", porque ver un póster a todo color con la foto de Cruyff, Kempes, Juanito o Perico Alonso, vistiendo un ridículo y diminuto pantalón Meyba no tenía para mí el más mínimo interés.

Las chicas del Burda eran elegantes y sofisticadas pero sencillas a la vez, no tenían el divismo y la arrogancia de las modelos de hoy en día, y su timidez y anonimato te permitían pensar en la chica de tus sueños y no en una engreída anoréxica, podrida de dinero y cuyo protagonismo y estrellato se refleja de una manera insultante en todos los medios de comunicación.

Las revistas que se suponen que son masculinas (por y para el hombre) del tipo "MAN" no me interesan, ni siquiera las chicas que salen, ni desde el punto de vista que aparecen (desde luego nada espontáneo). Cuando de verdad te gusta algo, y a mí me gusta el genero femenino, te gusta en su integridad y en todos sus aspectos.

Feminidad ausente

Hoy día existen multitud de publicaciones femeninas. Abarcan un amplio abanico que va de las publicaciones para "ejecutivas agresivas" a revistas subvencionadas (en parte o totalmente) con fondos públicos del capítulo "mujer", pero en las que la feminidad brilla por su ausencia. No he encontrado ninguna de ellas que despierte en mí esa mezcla de curiosidad, ingenuidad y admiración que me causaron las "chicas del Burda".

RAMÓN BARROCO

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Alta fidelidad

¿Estoy triste porque escucho música pop o escuho música pop porque estoy triste? ¿Qué fue primero, vaya, la música o la tristeza? Parece lógico que esta forma de razonar, por parte de un melómano al menos, venga motivada por algún contratiempo emocional, sentimental, digamos. Y el argumento no puede ser más demoledor, cuando se dice haber escuchado cientos de veces cosas como Only Love Can Break Your Heart, Love Hurts, I Just Don't Know What To Do With Myself, o Tangled Up In Blue, Stolen Car, y Walk Away Renee, añadiría yo.

Pero no, la validez de unir irremisiblemente el binomio pop/tristeza sólo encuentra sentido en el pensamiento inicial de Rob Fleming (el protagonista de la historia, propietario de una tienda de discos en Londres y que vive con Laura, que le abandona al principio de la historia), cuando éste decide, poniendo en marcha su recurrente formulación en forma de lista de a cinco, repasar sus cinco rupturas amorosas más memorables. Y eso porque uno también ha escuchado otros cientos de veces cosas como My Girl, Baby I Love You, o I Can Hear Music, para nada sospechosas de contener soterrados discursos empapados de melancolía, sino más bien exaltaciones vibrantes de pura emoción vital.


¿Efectos colaterales del pop? Seguro. Los mismos que producen, insisto, At The Club o Saturday Night At The Movies, y que hacen que no imagines algo mejor que vivir estas canciones. Las dos caras de la misma moneda, sin duda. Pero recopilando la banda sonora de tu vida, puedes darte cuenta de que la balanza se inclina a uno u otro lado. O bien que se encuentra de una forma u otra nivelada, estado más o menos ideal, si cabe.

Se trata pues de tu propia banda sonora, la que como melómano confeccionas a base de vivencias y discos de vinilo, que curiosamente se van solapando formando a veces uniones inseparables, o conservando una asombrosa independencia y capacidad de adaptación a las circustancias del momento. Las canciones quiero decir.

Ordenando la discoteca

¿No es curioso cómo algunas no puedes sino identificarlas con determinadas vivencias, mientras que otras logran zafarse de esa encerrona y se mantienen libres de cualquier atadura? Fue Brian Wilson quien dijo algo así como que sólo tocaba música triste si le hacía sentir bien. ¿Contradictorio?, para nada. Paradójico más bien. Se refería, intuyo, a ese maravilloso poder redentor que ciertas canciones aparentemente desconsoladas poseen. Esa clase de tristeza es la que puedo soportar, y más bien me temo que no sea ésta a la que me refería al principio. Pero bueno, ¿y qué pasa con el libro? Pues todo esto precisamente. Y si no recuerda ese pasaje en que Rob, cuando Laura (la chica del contratiempo sentimental que señalaba más arriba) le ha abandonado ya y se encuentra en la parte baja de la ola, comienza a reordenar su discoteca. ¿Qué criterio dirías que emplea? El autobiográfico. Exactamente. ¿Lo habías pensado alguna vez?
Por eso sienta bien, muy bien, leer este libro. Y no sólo por la infinidad de detalles musicófilos que encierra, que no lo negemos es lo que te engancha al principio, o por lo menos te aproxima en primera instancia al libro (La galería de mitología rock citada es sobresaliente, desde Al Green a Guy Clark, pasando por los Clash, Richard Thompson y Dusty Springfield) sino porque la identificación con su protagonista no resulta para nada artificial. Más bien al contrario: hablamos de discos de música pop, amor, trabajo, futuro (en su doble versión laboral y sentimental), más música pop, amigos, familia, películas, libros, desazón, buenos momentos, y algo más de amor y música pop. Si es que salvo por la tienda de discos y una pequeña gran lista de relaciones sentimentales (¡esto es Bilbao!), el parecido es cuasi clónico.

Bilbao cinematográfico

Es, sin embargo, curioso lo que las distintas localizaciones espaciales de "Alta Fidelidad" sugieren: la original de la novela en Londres, la cinematográfica de John Cusack (dirigida por Stephen Frears) en Chicago, y la propia de uno, Bilbao en este caso. Seguro que una versión británica del filme hubiera resultado más ácida y próxima al original de Nick Hornby que la americana adaptación de Cusack.
No es que cambien mucho las cosas, porque hay diálogos calcados directamente del libro, y el feeling general de la novela está muy bien recogido, lo que ocurre es que uno se imagina mucho mejor los primeros escarceos sentimentales de Rob, por ejemplo, en un ambiente más gris y lluvioso (más bilbaino, sí), que el muy soleado y atestado de cheerleaders de la película. No sé tú, pero para mí el toque lluvioso y otoñal británico es casi consustancial con la historia misma, por lo menos así me lo sugirió su lectura. Y es que en la versión en celuloide, John Cusack no renuncia a introducir ciertas modificaciones que habría que entender de gusto personal, como sustituir el tema Got To Get You Off My Mind de Solomon Burke por el Let's Get It On de Marvin Gaye, como la canción de Rob y Laura, o de contexto cultural como las referencias a la revista Rolling Stone en vez del original New Musical Express (sobre todo en esa impagable lista de "cinco trabajos de mis sueños"), mientras que otras veces se salta algún momento clave, como cuando Rob renuncia a comprar a precio más que de saldo una colección de singles de verdadero infarto, que podría luego vender en su tienda por una fortuna o quedárselos para él, y que le ofrece la mujer despechada de un coleccionista que se ha fugado con una amiga de su hija. Y ¿por qué no aprovecha esta ocasión única? Pues ni él mismo sabe explicarse como se ha puesto de lado del malo de la película (al fin y al cabo a él también le han abandonado), pero comprende lo que el tipo ("un cabronazo", reconoce) sentirá al comprobar como su preciada (y no sólo económicamente) colección se la han vendido por unas miserables libras.

Desternillantes vilipendios

Pero bueno, se mantienen practicamente iguales esos desternillantes vilipendios a Art Garfunkel o Peter Frampton (la cantautora americana que conoce Rob, y con la que tendrá una fugaz relación, interpreta su Baby, I Love Your Way, y Rob pese a una horrorizada primera reacción, consigue emocionarse seguidamente con su interpretación), o tantas otras escenas que, con el monólogo interior a través del que se cuenta la historia, nos diseccionan y explican a Rob Fleming.

Hay momentos verdaderamente memorables y por eso no me resisto a reproducirlos, porque dicen mucho más del personaje, que lo que yo pueda decir en un buen montón de líneas. Me refiero, además de los ya mencionados, a esas listas de las que he hablado, y que Rob suele confeccionar junto a Dick y Barry, dos personajes de cuidado y empleados de su tienda de discos Championship Vinyl: "primeros cinco grupos o músicos que habrá que matar a tiros cuando llegue la revolución musical" (Michael Bolton, U2, Bryan Adams, Simple Minds y Genesis, aunque por los pelos), "los cinco mejores temas de un single, solamente la primera cara, de todos los tiempos" (Janie Jones de The Clash, Thunder Road de Bruce Springsteen, Smells Like Teen Spirit de Nirvana, Let's Get It On de Marvin Gaye, y Return Of The Grievous Angel de Gram Parsons), "cinco canciones preferidas de Elvis Costello", "cinco mujeres que no viven donde yo, pero que serían bienvenidas si quisieran mudarse a mi barrio", "cinco canciones favoritas para un lunes por la mañana", etc. Parece así que Rob valorase a las personas más por sus gustos que por lo que realmente son. Y hasta él mismo lo admite en alguna ocasión, por lo menos a priori. Vamos, que cuantas veces no hemos dicho sobre alguien eso de "joder, ¡cómo me va a caer bien si el tío tiene toda la discografía de Mike Oldfield!".

Por eso, es posible que te haya ocurrido lo que a Rob cuando va con Laura, de mala gana, a cenar a casa de unos amigos de ésta. Aunque Rob se siente como en un episodio de la serie Treinta y tantos, y le cueste admitirlo, pasa una velada agradable. Hasta que Laura le invita a que eche un vistazo a la colección de discos de la pareja anfitriona, y Rob contempla horrorizado como se encuentra ante "una zona declarada de desastre, una colección de compacts tan horrorosa, tan mala, que lo mejor sería meterla en un contenedor metálico y mandarla a un país del tercer mundo. Están todos, no falta ni uno: Tina Turner, Billy Joel, Kate Bush, Pink Floyd, Simply Red, los Beatles, por supuesto, Mike Oldfield (Tubular Bells I y II, nada menos), Meat Loaf..."

Encerrona

En realidad no se trata sino de una encerrona que le ha preparado Laura para que tenga que admitir que sus amigos le han caido bien a pesar de tener unos gustos horribles. Ese realismo del libro es lo que me conmueve, detalles tan ordinarios como ese te hacen pensar en que Rob Fleming no es sino, por emplear un simil cinematográfico que a Rob le gustaría, "uno de los nuestros" (sus cinco películas: El padrino, El padrino II, Taxi Driver, Uno de los nuestros y Reservoir Dogs). Lo que te puede llevar también a una realización de mayores consecuencias aún: que ella(s) siempre, o casi, parece(n) tener la razón... pero esa es otra historia, que aunque también se expone en el libro, dejaremos para otro momento.

Así, a través de estos entrecortados retazos que te he presentado de manera apresurada, y el retrato completo que nos presenta la obra, Rob nos parecerá un personaje más bien patético unas veces, genial y brillante otras, cabreado muchas, eufórico alguna menos, pero en todo momento real como la vida misma, como tú que lees esto y como yo que lo escribo.

Pop, al fin y al cabo

¿Y la historia que cuenta el libro? Pues bueno, es como una de esas reuniones a las que a lo mejor has tenido la suerte de no haber sido invitado aún. Te llama alguien con quien no has hablado por lo menos en 5 o 6 años, y te dice que unos cuantos amigos os váis a reunir para cenar. Da la casualidad de que tampoco te has visto con ninguno de ellos en bastante tiempo. En general el asunto no te hace mucha gracia, pero aceptas, y después de la cena (que no es en un chino precisamente), y de la inevitable ronda etílica posterior (lo que en total ya te ha supuesto una bonita cantidad), te das cuenta de cómo todos ellos, o casi, han iniciado sin la menor transición ni duda posible, su vida de adultos, con todo lo que ello conlleva y en lo que no voy a entrar, pues intuyo sabes a lo que me refiero si me has seguido hasta aquí (y encima lees este fanzine). Y tú te sientes extraño, porque simplemente no has entrado en esa rueda a pesar de tener, reconócelo, varios boletos para ello, o por lo menos aún la miras, si acaso, desde la barrera. Y aún sientes que tu sitio no es, o no debería ser ese. O prefieres creerlo así. O lo que sea. En fin, el caso es que si alguna vez has tenido o tienes esta sensación (pues puede ser duradera), o una parecida, supongo que este libro no trata sino de todo ello y algo más. Música pop, claro.


Niki Hoeky

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