|
¿ Coopera para las desalojadas del Sector Cuatro ? Las mujeres se acercaban con un botecito hasta las ventanillas de los automóviles que se detenían enfrente del teatro Isauro Martínez, mientras que esperaban que encendiera la luz verde del semáforo en esa esquina instalado. Eran los primeros días del mes de marzo de 1992. Precaristas del amor, salieron a la calle para defender sus fuentes de trabajo. Porque para ellas, la venta de las caricias, aunque todavía no lo inscriben dentro del reglamento mercantil, ni mucho menos abona intereses a los tejes bursátiles - a simple vista -, es parte de un negocio que una gran cantidad de mujeres inicia por necesidad más que por gusto propio. En esos momentos, las muchachas del Sector Cuatro, quienes habían sido controladas por Prevención Social y le taconeaban macizo por las calles de la colonia Maclovio Herrera, se han desperdigado en bandadas de musas anónimas y tomaron las calles del centro de Torreón por su cuenta. Los domingos laguneros, allá por la Alianza, sector prohibido según la opinión de las amas de casa, era fácil escuchar comentarios como el siguiente: -- No vecina. Ya da "cosa" andar por los rumbos de la Alianza. Y era cosa de que, durante el día y la noche, las chicas buenas de la vida alegre, aparecen como espectros de un submundo más cercano al "Realismo Mágico "que describen los autores del Boom Latinoamerícano. En las aceras , por parejas, con vestidos comunes sin lentejuelas ni chakira. Nada de plumas y mucho menos tefanes con brocados, encajes o aplicaciones de adornos con hilos dorados, las muchachas deambulan de esquina en esquina y solo se detienen cuando algún cliente les hace las consabida seña. Con gestos -según ellos discretos- sensualmente arman un sordomudo contrato de alquiler y ellas, en relamiéndose los labioscon parsimonia, se desprenden de la pared para ir a colgarse del brazo del momentáneo seductor y luego se enfilan hacia algún lugar que les cubra los instantes de lujuria. ¿ Bombay, Bangkok, Brasilia ? No, es la esquina de la avenida Juárez y Múzquiz en la ciudad de Torreón, Coahuila, durante los últimos dias del mes de octubre de 1991 y apenas si pasan de las tres de la tarde. Aquello era un revoloteo de mariposillas, a la manera que lo hacen las que le hacen a los guayabos en fruto maduro. Algunas son casi unas niñas. Catorce años a lo sumo. Muchas de ellas con cara de muerto fresco. Pálidas y ojerosas tal como las pinta Agustín lara y Oscar Athié en sus composiciones. Con unos maquillajes arrancados no sabemos a que polvos, que las hace troncar su rostro por uno de los que les vemos a las muñecas de piñata. Chapeteadas a fuerza, como una manzana de Canatlán, Dgo. Comerciantes cuya mercancía apenas si requiere de una sombreada banca de la Plaza de Armas. Donde se sientan para esperar al consabido comprador, en tanto leen su consabida no- vela semanal. Mascan chicle casi de manera cronométrica, lo truenan, se echan el pelo a un lado. Atisban, si ven que se acerca una patrulla de la policia municipal, de inmediato abordan un carro de sitioy se dan un volteón. Al poco rato regresan y hacen que se pintan, cortan o liman las uñas, así, en plena calle. Las hay que cargan su radiograbadora para escuchar música y hacer menos tediosas las esperas. Allá en el barrio alegre había rockolas, sinfonolas que por unas monedas echaban a rodar los discos para escuchar las rolas de Los Bukis, todos los tropicalísimos de la colección de guaracheros. Ana Gabriel y Ricardo montaner eran los preferidos en las borracheras. Hasta Bronco se la rifaba. Aún no aparecían las bandas con sabor a " Machos ". Allá era puro ruido, por que la música para gente decente o " Nais " como ellos mismos la llamaban, estaba prohibida. Chamacas que miran tirar su juventud entre caricias ajenas, prestadas, entre besos que saben a cerveza o sotol, a promesas que se olvidan fácilmente a la mañana siguiente. Niñas que aprietan la congoja que les produce la soledad para no morir de tristeza, por que están seguras de que ya no habrá un hombre que las mire con un poquito de cariño. Señoras que se envuelven en mecanismos de defensa para ya no sentirse explotadas por esa sociedad que un día las echó de su mundo. Todas ellas pupilas que rumian una rabia reciente porque se sienten como animales corridos de un zoológico oficial al que le faltaron verdaderos estudios para rescatar sin rubor a los seres ahí depositados. Avecillas indefensas que sucumben entre el viacrucis y la bofetada que les asesta la jungla de asfalto. Desbordadas como las aguas de Río Nazas durante las grandes avenidas. Pero seres vivos al fin, que en ocasiones alcanzan a esconderse entre los maderos de los tabaretes que duermen en el mercado Alianza y que ellas han convertido en sus principales cómplices a fin de reguardarse de miradas indiscretas, de esas personas que acuden a observarlas como si se tratara de una enorme Cámara de Gesell instalada a lo largo y ancho de las calles de Torreón. -- ¿ Coopera para las desalojadas... ? Aquel grito tercermundista que sólo en un país como el nuestro y en estos tiempos pudimos haber escuchado.
|
|