Admiro su constancia. Su esferzo por salir de la dura vida de su niñez. Trabajó como pastor. Se fue pagando estudios, hasta llegar al nivel de lo que entonces era Bachillerato elemental, e ingresó en el Ejército. Fue suboficial de Infantería en Cantabria (en "La Fuente del francés", de Hoznayo, conoció a quien compartiría el resto de su vida), Pirineos, Xauen (Marruecos), Lorca y Sidi Ifni (Marruecos), además de, por supuesto, Gijón, donde se había casado con mi madre en 1950.
    Con su ejemplo nos enseñó la honradez y el respeto a los demás.
    Políticamente, a partir de 1969, discutí mucho con él, contra el franquismo. Me pasé. Él no era fascista, sino un militar leal al Gobierno (¡Dios, qué buen vassallo, si oviesse buen señor! , se lamentaba el poeta en el Cantar del Mio Cid). Afortunadamente, luego le tuve varias décadas para evitar aquellos temas.
    "Dos no riñen si uno no quiere""El agua estropea los caminos" (ponderando el vino, él que nunca fue de bares); "de veinte en veinte y este que no se cuente" (en los brindis), eran algunas constantes que nunca perdió.
    El Alzheimer le golpeó durante los últimos años de su vida y su corazón le falló una mañana de domingo. El día anterior, ya entrada la noche, algo me dijo que pasase a verle. ¡Y fui! Me quedó el recuerdo de su adiós con la mano, junto a mi madre, tras la ventana

    Admiro su visión progresista de la cosas. Casada con un militar de la postguerra, siempre nos habló de la entrada de los franquistas en su pueblo condenando las barbaridades que hicieron. Evidentemente, era muy diferente a mi padre y, sin embargo, siempre fueron una pareja muy unida. El respeto al otro, ¡qué gran ejemplo!
    Le gustaba la pintura, a la que dedicó el último cuarto de su vida, y, por los escritos que estamos encontrando sus hijos ahora, tras su muerte, en su juventud se expresaba muy bien poéticamente.
    Le encantaba hablar y escuchar.
    Aunque vivió en el Rif, para ella debió ser muy duro regresar a Marruecos, a Ifni, no mucho después de la guerra del 57. Pero, su naturaleza abierta, la integró entre los ait-baamranis. Todavía en estos últimos años de su vida, cada vez que se topaba en Xixón con algún marroquí le saludaba en árabe.
    Una intervención quirúrgica, en principio sencilla, nos la quitó cuando creíamos que todavía pasaría unos años entre nosotros.