Vió
la primera luz don Ismael Gómez Fuentes, en San Salvador, el
14 de julio de 1878. Siendo aun muy niño, tuvo el dolor de perder
a sus padres, y muy joven todavía ingresó en la recién
fundada Escuela Politécnica, dirigida por el General don José
María Francés y Roselló, en donde siguió
sus estudios principiados brillantemente y de donde fue enviado a Alemania,
a perfeccionarlos, en unión de otros dos compañeros suyos,
permaneciendo en la capital de aquel país, cerca de tres años.
A
su regreso de Alemania, permaneció durante algunos años
en Guatemala y Costa Rica, actuando en este último país
como Secretario del Consulado de El Salvador, en la misma época
en que estaba allí, encargado del Consulado, don Alberto Masferrer.
En Costa Rica, no sólo inició su carrera diplomática,
sino que al dedicarse a escribir en periódicos y revistas, sentó
buen nombre como escritor, culto y castizo, continuando su labor periodística
en El Salvador, cuando regresó a él, en el periódico
"Diario de El Salvador", de don Román Mayorga Rivas,
formando parte del trío de periodistas de los que la patria se
enorgullece, formado por él, Arturo Ambrogi y Luis Lagos y Lagos.
Desde
los comienzos de su vida mostró vocación por las letras,
en las cuales resplandecía con gran acopio de erudición
y abriéndose paso a un porvenir verdaderamente fecundo en triunfos
de saber y de la intesligencia.
Por
su sagacidad, brillante preparación y despejada inteligencia,
el Supremo Gobierno lo nombró Secretario Particular del señor
Ministro de la Guerra, General Fernando Figueroa.
Habiendo
estallado la guerra entre El Salvador y Guatemala en 1906, don Ismael
G. Fuentes, marcha, como buen salvadoreño, a la defensa de su
Patria, y por su comportamiento y valor, es ascendido ese mismo año
al Grado de Teniente Coronel.
En
1907, contrae matrimonio en Santa Tecla, con la estimada señorita
María Castellanos Palomo, hija del ilustre hombre público
salvadoreño, don Jacinto Castellanos Rivas.
Desde
su matrimonio, hasta mediados de 1918, se dedica a los negocios y durante
ese tiempo demostró tanto tino en el comercio, que fue nombrado
por la casa constructora de las máquinas "Singer",
Gerente General de ella en El Salvador, pero a mediados del 1918, abandona
dicho empleo para dedicarse por completo a la política, tomando
parte muy activa, en la lucha electoral pro-Quiñonez, como Secretario
General del Partido Nacional Democrático.
En
marzo de 1919, sube don Jorge Meléndez a la Presidencia de la
República y el Supremo Gobierno, nombra a don Ismael Fuentes,
Secretario de la Legación acreditada en España e Italia.
A fines del mismo año, es nombrado Encargado de Negocios ad interim,
en España, y demostró tales talentos en la diplomacia,
que el año siguiente, el Supremo Gobierno lo nombra Delegado
Especial de El Salvador, al Congreso Postal Universal celebrado en Madrid.
Fue
don Ismael Gómez Fuentes político preparado, un escritor
brillante, un diplomáatico nato y de vastísimo saber,
aprestando los servicios de su talento y coadyuvando con sus ideas a
la reorganización de la diplomacia salvadoreña. Fue un
hombre que aportó a su país, grandes conocimientos y conceptos
de ciudadano ilustrado, halagado por una brillente actuación
y El Salvador estuvo notablemente representado por él, pues fueron
muchos los honores que sabía captar su espíritu caballeresco
y gentil.
Por
ello, pero más que todo por su preparación diplomática
ya probada, en 1923, fue nombrado Encargado de Negocios, en propiedad,
ante la Corte de España , y un año después, negocia,
como Plenipotenciario, un Tratado de Arbitraje entre El Salvador y la
República Suramericana del Uruguay.
El
Salvador es notablemente representado en España, durante años,
por don Ismael, hasta que a fines del año 1925, ocupa su lugar
el doctor don Rodolfo Schonemberg.
Desde
ese año, hasta en junio de 1927, fue nombrado Enviado Extraordinario
y Ministro Plenipotenciario de El Salvador en Alemania, en unión
de su esposa y de sus hijos, recorre media Europa, captándose
entre todos los grandes hombres del Viejo Continente, amigos notables
y desinteresados.
Permanece
en Berlín (Alemania), todo el tiempo que representó a
El Salvador ante aquel Gobierno, hasta el mes de mayo de 1931, año
que regresa definitivamente al país, dejando en aquel Continente
un gran número de amigos notables, contándose entre ellos:
don Antonio Maura, el general Primo de Rivera, don José Francos
Rodríguez, don José María de Ortega Morejón,
el Vizconde de Fontenay, Gustavo Stresemann; el hoy Secretario de Estado
de su Santidad, Monseñor Pacelli(1) y tantos otros
cuyos nombres no recuerdo por ahora.
Ya
en Santa Tecla, lugar en que volvió a residir, dedícase
nuevamente al periodismo y en la Capital, se pone al frente del Diario
"El Día", como Director, hasta pocos meses antes de
morir, del que se retiró a causa del mal estado de su salud.
Murió
en Santa Tecla, el 16 de mayo de 1934, a consecuencia de una enfermedad
del corazón, de la que venía padeciendo desde hacía
varios años.
Don
Ismael Gómez Fuentes, era una persona de cultura refinada y trato
exquisito. Historiador brillante y estudioso, en la Madre Patria buscó
en los incunables del Archivo de Indias, documentos que dieran más
luz a nuestra historia patria.
Dotado
de verdadero don de gentes y de una sagacidad admirable, supo mantener
en Europa, los prestigios de El Salvador, en esta época de grendes
evoluciones, que por desgracia no ha terminado todavía. Los viajes
acrecentaron el caudal de sus conocimientos y su espíritu abriole
un camino entre los principales historiadores y escritores, tanto españoles,
como franceses y alemanes.
Fue
una figura de relieve excepcional, de profundos conocimientos, que prestó
a las letras patrias todo el resplandor de sus talentos, todo el calor
de sus anhelos.
Tuvo
enemigos, como los tiene todo hombre grande, casi siempre discutido,
pero el que escribe estas lineas, que lo conoció, que lo apreció,
que comprendió todo lo que valía, y que aunque quisiera
no podría ser su historiador, porque no ha llegado la hora de
serlo ni el que escribe competente para ello, puede decir que: fue un
hombre ilustre, de méritos indiscutibles y todo un diplomático
que laboró por el buen nombre de su país.
En
prueba de ésto, es que los Gobiernos Europeos, lo condecoraron
repetidas veces.
Poseía
las siguientes condecoraciones:

Debo volver sobre el artículo dedicado
a don Francisco Gavidia a raíz de un trabajo aun inédito,
del cual me han llegado ecos. Se trata de una Antología del modernismo
en El Salvador (1880-1910) realizada por Ricardo Roque Baldovinos, jefe
del Departamento de Letras de la UCA. Ya había recibido por intermedio
de mi hermana Astrid algunos textos encontrados por Roque.
Lunes 24 de septiembre de 2007
Ricardo Lindo
redaccion@centroamerica21.com
Sombras devueltas a la memoria
Pues bien. Resulta que don
Francisco Gavidia siempre insistió en que el Modernismo, la gran
revolución literaria guiada por Rubén Darío, verdadero
Bolívar de las letras de América, debiera ser llamado
Escuela de San Salvador. Los críticos, y yo los seguí
sin cuestionarlos, han insistido en cambio en que sólo la innovación
métrica hallada por don Francisco y transmitida a Rubén
es rescatable para la historia del Modernismo.
Pero Roque Baldovinos indaga y ve que el asunto va mucho más
lejos. Una generación de escritores nacientes sigue en San Salvador
las amables locuras de Gavidia y Darío, en cuenta Rafaelita Contreras,
la joven salvadoreña que fuera primera esposa de Darío
y de la cual enviudó. Y en San Salvador surge la primera generación
de poetas modernistas y la estética misma del Modernismo.
Ricardo Roque revisa olvidadas
fuentes, El Fígaro (1894-1895, cincuenta y un números)
La Juventud Salvadoreña (1889-1897) y La Quincena (1903-1907).
Ya están ahí las princesas vagorosas, los exotismos orientales,
los cisnes cuyos curvados cuellos interrogan el horizonte, y muy pronto
cuatrocientos elefantes caminarán a la orilla de la mar.
Entre esas sombras que Roque
Baldovinos devuelve a la memoria se encuentra Ismael G. Fuentes. No
lo conocí, pero debí conocerlo, pues se trata de mi abuelo
materno, pero murió sin llegar a envejecer. Un ataque cardíaco
se lo llevó tempranamente. Había nacido en 1878 y se iba
en 1934. El Papa le envió una condecoración póstuma.
Hasta poco antes de su fallecimiento dirigía un periódico
y una vez un escritor novato, llamado Hugo Lindo, llegó a ver
al director por un asunto de poca monta. Fue la única vez que
se vieron.
Hugo ignoraba que estaba
ante su futuro suegro, don Ismael que ante su yerno póstumo.
En el colegio, la muchacha Carmencita Fuentes ni siquiera sabía
que Hugo existiera. Hugo Lindo se hubiera emocionado de haber sabido
que el director era compañero de primera hora de Rubén
y el Maestro Gavidia. Del segundo alcanzó a ser amigo y lo admiró
hasta la muerte. Pero la misteriosa vida se reservó todo eso.

Después de la orgía
(Fantasía negra),
A Isaías Gamboa
De Ismael G. Fuentes
(…) Había pasado ya el festín; las ricas lámparas
despedían luces mortecinas color azulado; sobre las mesas rodaban
en horrible confusión las bruñidas copas teñidas
con las heces del licor, las músicas habían apagado ya
sus sonidos, y a las alegres carcajadas habían sustituido silencio
y somnolencia.
Aquella multitud de jóvenes que acaba de dejar el salón
hastiada de placer, había sido el galeote de la infamia.
Elma, mi linda prometida, mi musa soñadora, había sido
la víctima escogida por mi loca fantasía, y sobre su límpida
copa, escancié el amargo licor del primer desengaño, la
infidelidad de su adorado Amed.
Era Dioscelinda la culpable de aquel negro crimen; con su boca de labios
frescos que repartían impúdicos besos, con sus ojos que
eran una llamarada de amor y con sus olímpicas formas que parecían
haber brotado del mármol pentélico, al impulso creador
del cincel, había fascinado mis sentidos, y ebrio, loco con la
belleza de aquella mujer irresistible, había cometido el delito
de ser infiel a Elma mi linda prometida.
Sí! yo fui el culpable; yo fui quien la mató.
Y aquella noche al apagarse el último sonido de la morisca guzla
de Dioscelinda, cuando ya las ricas lámparas despedían
luces mortecinas color azulado, se oyó en el salón un
grito de muerte; Elma, la virgen de mis sueños que había
expiado mis locuras escondida tras una de las ricas tapicerías
de la estancia, había sepultado en su pecho el yatagán
que Dioscelinda dejara olvidado en la mesa del festín…
¡Oh Elma, mi linda prometida, vuelve a la vida, ven!
Y Amed, soltando una nerviosa carcajada, tomó de una vez todo
el rico chipre que en su copa rebosaba, y una lágrima pura como
un diamante líquido rodó en la copa y la bebió
también.
La Juventud Salvadoreña
T. VI, N. 1, enero de 1895. p. 26-27.

“Los amigos de papá”
El paso de Ismael por la
poesía fue breve, pero no es poca cosa contarse entre los iniciadores
del modernismo, y su aporte a la cultura nacional fue grande. Diplomático,
historiador y periodista, nunca estuvo lejos de las letras y las artes,
si bien su formación tuvo lugar en el distante campo de la milicia.
(Estudió en Alemania y, andando el tiempo, otro militar de la
escuela, Paul von Hindenburg, presidente de la república de Weimar,
recibió al embajador Fuentes tratándolo de “colega”.
Entonces, por cierto, no se decía embajador sino ministro de
la legación de El Salvador).
Antes de ser nombrado en
Alemania fue encargado de negocios de nuestro país en España,
donde se codeó con diversos intelectuales.
Recuerdo una tarde en que
caminaba en Madrid con mi tía Nora, su hija mayor. Llegamos a
la calle Ortega y Gasset y ella dijo:-¡Ah,
sí! Aquí vivía. Era amigo de papá.
Varios “amigos de papá”
entraron honrosamente en la Historia además del filósofo
español, en cuenta el polígrafo mexicano Alfonso Reyes.
Años después
de la muerte del Rey Alfonso XIII, otro diplomático, el poeta
Raúl Contreras, tuvo ocasión de conversar en Suiza con
su viuda, y la reina depuesta le preguntó:
-¿Y Fuentes?

La Academia
Salvadoreña de Historia: su legado
Desde Madrid, a iniciativa
del abuelo, se fundó la Academia Salvadoreña de la Historia.
Era la cuarta en América.
Era conocido su amor por
el arte, y por ello el presidente Alfonso Quiñones le pidió
comisionar las esculturas de Colón e Isabel que ornan nuestro
palacio nacional a un gran escultor español. El abuelo escogió
a Coullat Valera, el mismo de la estatua a Cervantes de la plaza España,
en Madrid, y del gran monumento a Bécquer en Sevilla. Más
tarde, en Alemania, a pedido de monseñor Dueñas, escogió
los hermosos vitrales de la catedral de San Miguel.
Como investigador histórico,
El Salvador y Guatemala tienen con él una impagable deuda. Él
descubrió la crónica del obispo Cortez y Larraz, pieza
fundamental para el estudio de nuestro período colonial, como
consta en la primera edición del documento.
Una vez lo vi, vivo aunque
incorporal. A sus noventa y seis años, estaba falleciendo mi
abuela. Los ojos del retrato al óleo en que aparece el abuelo
con su uniforme de ministro se iluminaron y sonrió. A muchas
décadas de distancia la estaba esperando con ansiedad de novio,
y me lo hizo saber de esa manera.
Conservo de él algunos
objetos, en cuenta el sombrero de copa y
la maleta con que aparezco en una foto reciente que me tomó Sandro
Stivella, y que ha tenido un éxito considerable. Los recibí
por medio de mi tía Margarita Fuentes de Altschul, a quien quisiera
dedicar estas líneas. "
Hasta aquí, el artículo
aparecido en "CENTROAMÉRICA
21, EDIC.24 - LUN 24 - DOM 30 DE SEPT San Salvador, 24 septiembre"

Inicio
Ahora, unos cuentos modernistas
de su juventud, que proximamente serán publicados por Concultura,
y aportados para esta página por Astrid Lindo.
Ismael G. Fuentes
(1878-1934)
Huérfano de padre y madre desde niño, recibiría,
sin embargo, una esmerada educación. Hacia 1894 colabora con
Arturo Ambrogi y Víctor Jérez en la redacción de
El fígaro. Activo en el periodismo y la vida política,
tuvo una distinguida carrera diplomática que lo hizo viajar por
muchos países de América y Europa. Entre 1925 y 1931,
funge como Ministro de El Salvador (embajador) en Berlín. Fue
fundador de la Academia Salvadoreña de Historia. No se sabe que
reuniera sus escritos en libro alguno.

Zaira
(leyenda de Oriente)
A doña Vicenta Laparra
de la Cerda, homenaje de mi admiración
por Ismael G. Fuentes
Hace algunos días
que me preguntáis por qué voy siempre a la caída
de la tarde a la vecina mezquita a elevar mis preces a Allah, y al fin
[voy] a satisfacer vuestra curiosidad.
Esto decía el hijo
de un Cadí, que arrodillado sobre una hermosa piel de tigre manchada
a trechos, tañía pausadamente un gongo hecho de cobre,
mientras que un grupo de jóvenes sumisos y atentos, se preparaban
para oir su relación.
Fue allá en Bagdad
donde tuvo lugar el sangriente drama que os voy a referir; allá
donde bajo un cielo siempre puro y siempre azul se siente expandirse
el alma y llenarse de gozo al contemplar a alguna de aquellas divinas
odaliscas.
Zaíra era sublime;
era el tipo clásico de la belleza mora; era la más pura
personificación del idealismo oriental.
Había nacido en el
rico país del Cairo, arrullada por el suave murmurio del Nilo
y por el monótono rumor de las palmeras que a sus orillas cabecean
cual si quisieran ver retratadas en las ondas los abanicos verdes de
sus copas.
Una cajita hecha de conchas
del mar, cerrada por un broche de zafiros y amatistas, llena de perlas
de Bassora y diamante de Golconda, trájole Alí a Zaíra
de la última feria de Esmirna.
Aquella cajita hecha de
conchas del mar, cerrada por un broche de zafiros y amatistas, traía
también entre las perlas y diamantes una amarillenta y perfumada
hoja de papiro.
Alí era un moro mercader
en ricas telas, que viajaba de contínuo, y en busca de ellas
iba siempre de feria en feria, de Damasco a Esmirna y de Bagdad a Bassora.
Durante una feria en Bagdad conoció el mercader a la hermosa
Zaíra, y al punto quedó prendado de su belleza irresistible.
Y ella ¡ay! ella también, al vez los ojos fulgurantes que
la miraban con insistencia, sintió algo así como una llamarada
dentro del corazón. Y llegaron a amarse.
Y después, en aquella
hoja amarillenta y perfumada, se firmó una recíproca pormesa
de matrimonio, ante el viejo Cadí del lugar, promesa en que se
aplazaba la boda para después de dos años, cuando se verificara
la primera feria de Esmirna.
El marchó lleno de
gozo a las ferias, y con la esperanza de hacer acopio de ricas y brillantes
telas, para ofrecerlas a su linda prometida; fue a Damasco y allí
realizó grandes negocios que le hicieron acreedor a ser llamado
el más rico comerciante de Bagdad; fue a Bassora y allí
también. Alah siguió dispensándole sus favores,
y llegó a Esmirna, feliz porque ya veía cercana la realización
de sus sueños.
Y llegó el gran día
cuya sola perspectiva llenaba de goces infinitos el corazón de
Alí.
Abrióse la vieja
mezquita de Bagdad para recibir a los novios, y el viejo Cadí
los esperaba para bendecirlos en nombre de Alah.
Alí llevaba un turbante
blanco como la nieve, bodando con riquísimas piedras, y una chaquetilla
color grana salpicada de lentejuelas de oro. Pendiente de un rico cinturón
llevaba un puñal damasquino de puño esquisitamente cincelado,
obsequio de un viejo judío de Damasco. Ella llevaba su tocado
blanco como las alas de los cisnes, y ricas pedrerías adornaban
el cuello y la cabeza de la virgen.
La concurrencia se agolpó
en torno de la amante pareja. Había un joven moro que clavaba
sus pupilas centellantes y negras en el rostro de la bella Zaíra.
Era Ben-Amed, antiguo rival de Alí. Este se apercibió
de esa mirada tenaz y fija en su novia, y desgracidamente débil
ante la fascinación, ella también llegó a mirarlo.
El viejo Cadí seguía leyendo pausadamente los versículos
del Corán, el sagrado libro. La llama de los celos ardía
en el pecho del fiero y noble Alí.
Concluída la ceremonia,
fuéronse a su casa, donde al compás de alegres músicas
se bailaba y se bebían ricos vinos de Chipre y de Falerno. Durante
la fiesta, Alí, estaba inquieto; sentía en el alma, como
dos puñales, aquellos ojos negros que se habían posado
en la mezquita sobre la frente de Zaíra, y un negro pensamiento
turbó su cerebro.
La noche tenía ya
su negro manto de sombras, cuando la concurrencia abandonó la
casa de los desposados.
Y más tarde, allá
en la alcoba blanca, tibia y perfumada, Alí al dar el primer
beso nupcial a su joven esposa, sepultó en su seno blanco y turgente
la finísima hoja del puñal damsquino; y la vida se le
escapó a Zaíra en un beso de amor…
–––
Desde aquel día voy
todas las tardes a la vecina mezquita, a elevar mis preces a Alah por
el descanso del alma de Zaíra.
Y el hijo del Cadí,
con los ojos arrasados en lágrimas y arrodillado sobre una hermosa
piel de tigre manchada a trechos, seguía tañendo triste
y pausadamente su gongo hecho de cobre.
Marzo–1895
(La Juventud Salvadoreña,
T. VI. N.6, junio 1895, p. 179-181)

Inicio
La última carta
por Ismael G. Fuentes
A Isaías Gamboa
Fue la víspera de
la boda; habíanse dado ya los últimos toques al salón
donde tendría lugar la fiesta; la modista había llevado
los trajes a la novia y el sastre por última vez probaba a su
dueño el frac nuevo, para ver que no quedara en él ninguna
arruga. El salón despedía un agradable y penetrante olor
a rosas y azucenas frescas, como si en él se quemaran en orientales
pebeteros ricas esencias de Damasco.
Allá en el fondo
del salón se oyó un adiós, débil como el
suspiro de una virgen, y un beso que era una llamarada de amor. Los
novios se despedían, y de sus labios, como el rumor de una música
divina, se escapó esa nota que dice: “hasta mañana,
hasta mañana, amor”.
Y, más tarde, allá
en el fondo de su cuartito de artista y de soltero, a la luz opaca de
una lámpara, y en su escritorio, él nervioso febriexitado
recorre una a una las cartas que de un pequeño paquete atado
con un listón azul va sacando; en el sobre del paquete se lee
esta sola palabra: Margarita.
Saca una a una las cartas,
y rápido, lee y en sus facciones se retrata la honda impresión
que le causan, y suspirando da un beso a una flor ajada y marchita.
De una caja saca un pliego
de papel fino y perfumado, en uno de cuyos ángulos a guisa de
blasón se encuentra su monograma en caracteres azules, y luego
escribe una carta con mano temblorosa, en la que pone con nerviosos
caracteres todo su corazón, todo el amor que yacía adormecido
en aquel pecho que encerraba una hoguera. Aquella carta dice así:
Margarita:
Es
la víspera de mi boda, y estoy triste. Tú, tal vez extrañes
que te escriba esta carta en este momento que es uno de los más
solemnes de mi vida, pero qué se ha de hacer: así es mi
corazón y es a ti a quien se sabe abrir para que como en otro
tiempo leas lo que hay escrito en él, pues fuiste tú quien
con sus virtudes y sus gracias recogió la primera flor que en
mi pecho creció llena de fragancia y lozanía, esa gardenia
pura, inmaculada que se llama “amor”.
Voy
a unir para siempre mi suerte a la de un ángel, y sin embargo
sufro y temo tanto!
Yo
te amaba como se ama sólo una vez, como se ama a los quince años
y tú, débil, oíste mis ruegos y me amaste, y mi
corazón que era muy niño se abrió a ti y te tributó
su culto, y el idilio principió en una noche de amor y de luz,
–lo recuerdas? Esa noche eras tú un ángel y me hiciste
volverme soñador, y al escuchar las armonías celestes
de tu voz, creí llegar a una felicidad; pero ¡ay! esa felicidad
era un sueño, esa felicidad era imposible!
Después
del sueño vino la realidad y con ella los sufrimientos y fue
tanto lo que sufrí, que es imposible describir las amarguras
de esa hiel que en nuestro pecho dejan las primeras decepciones. En
el cielo límpido, azul de nuestras ilusiones se atraviesa fatídica
y sombria la primera nube negra, y la desilusión, la incertidumbre,
la duda traen a nuestro pecho la desconfianza, donde estuvo la fe. Y
todo, todo cambia aquel color azul por ese negro color del mañana,
“porque la dicha es de ayer y que mañana es la obscuridad,
la muerte”. Oh! qué terrible es la duda, que terrible es
el mañana!
Para
el amor la felicidad es de hoy, para mañana las decepciones y
los desengaños.
Nuestro
amor fue muy puro. Yo había creído encontrar en ti la
virgen de Ossián tanto tiempo soñada por mi loca fantasía;
mas la fatalidad se interpuso entre los dos,, y un día, cual
nuevo Polifemo, sorpendí a Accis en los brazos de Galatea.
Los
recuerdos y las esperanzas son fuentes divinas donde alguna vez en nuestra
desesperación saboreamos la indecible felicidad de los sueños
que vienen a ser verdaderos sueños azules y fantásticos.
La felicidad muchas veces con la agitación de sus alas impalpables
sobre nuestras frentes, nos deja sumidos en una somnolencia mística
que nos hace llegar a soñar con verdaderos imposibles. Así
he gozado yo con los recuerdos y las esperanzas porque los recuerdos
son algo así como misterioso bálsamo que calma las heridas
que en nuestro pecho dejan las primeras decepciones.
¡Cómo
lo recuerdo! Fue aquella una noche de amor; la noche en que sin pensarlo
te di un beso: ¿te acuerdas? Estabas divina, sideral; el viento
llevaba como en perfumadas ondas las notas vagas y cadenciosas de un
piano que al contacto de tus purísimas manos dejaba escapar las
notas tristes, dolientes, de la serenata de ese mago del pentagrama,
de ese Schubert melancólico a quien la bruma pesada y fría
de su país le hacía arrancar del piano gemidos llenos
de melancólica ternura. Y en el ambiente y en todo Felicidad.
Y,
después… el idilio se hundió por completo en las
sombras del desencanto.
Basta
ya de recuerdos.
Voy
a unir mi suerte a la de un ángel capaz de hacer la felicidad
de un hombre; pero ¡ay! ese hombre no soy yo. En el cielo de mi
ideal la única mujer eras tú.
Adiós,
y que por última vez te lleve esta carta con mis besos los pedazos
de un corazón que todo es tuyo.
Fausto
La carta llegó a
manos de Margarita aquella misma noche. Y al día siguiente en
el momento en que el sacerdote daba a los novios la bendición
nupcial, el joven, pálido, echó una mirada por entre la
multitud; y halló unos ojos negros clavados en él.
El sonrió amargamente.
En los labios fríos, marmóreos, de ella se dibujo una
sonrisa impregnada de honda tristeza; envidiaba los azahares de la desposada.
Él, la pureza de su frente.

(La Juventud Salvadoreña, T. VI. N. 12, diciembre 1895, p. 336-338)