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Acto primero: se inicia la leyenda El comienzo de la historia de Egipto está marcado por las intensas luchas que entablaron, en diversos momentos, las dos zonas del país, el Alto y el Bajo Egipto. Hasta la llegada de un hombre que uniera, bajo el lema de una sola bandera, a todos los hombres del valle, tuvieron lugar batallas sangrientas, se cometieron crímenes horribles, mucha gente padeció los horrores de la guerra en unos tiempos en los que el hombre tan solo tenía como objetivo el someter a su semejante. Estos hombres ancestrales, estos acontecimientos que se sucedieron antes del primer amanecer, quedaron en la memoria de una cultura que, a pesar de haber evolucionado un paso más que sus coetáneas, jamás llegó a entender que la guerra es el fruto de la estupidez humana. Con estos hechos, muchos egiptólogos coinciden en catalogar a los mitos como posibles sucesos reales que por su dureza y repercusión, quedaron plasmados en la memoria de las generaciones que siguieron, y que no tardaron en convertirse en parte indispensable de su forma de vida. Así pues, la Señora de la Magia, la bella Isis, rescató de la ciudad de Bibblos el cuerpo de su difunto esposo Osiris, tras haber sido engañado y asesinado por su propio hermano Seth. La joven y bella viuda, debe soportar la tiranía de las penosas pruebas que los dioses le han puesto, y gracias a sus dotes mágicas, consigue resucitar a Osiris el tiempo suficiente como para fundirse con él en un tierno y mágico instante, que tendrá como resultado la semilla de un rey que está por nacer aún, y que llevará el nombre de Horus. El malvado Seth persigue a Isis y a su hijo a través de todo el Delta. Isis, en un intento de salvaguardar a su hijo, lo deja al cuidado de la diosa de Buto, la serpiente Uadjet. Así, la Dama de la Magia consigue que su hijo pueda crecer hasta que haya llegado el momento de enfrentarse a su destino. La cobra Uadjet ha inculcado al niño un sentido de rectitud y protección ante el débil. Osiris, que por mandato divino se había convertido en el único juez del Más Allá, se presenta ante su hijo, como dios resucitado, y lo prepara en el arte de las armas y la estrategia de la guerra. No solo el uso del metal será preciso para derrotar al mal, sino que la palabra es una preciosa aliada en cuestiones de ésta índole. Y Osiris pregunta a su hijo cual es, a su parecer, la acción más hermosa que existe. Y el hijo responde que ninguna de las que existen supera a la de reparar una ofensa que se ha hecho a los progenitores. Y ve el padre la madurez expresada en las respuestas del hijo, y de esta forma, le comunica que su adiestramiento ha concluido. La hora de convertirse en el Horus Jubiloso ha llegado. Pero Osiris recomienda a su hijo que plante batalla a Seth en un medio acuático, puesto que Horus había nacido débil de piernas. Acto segundo: la hora de la venganza. El cielo y la tierra fueron testigos de este comunicado, pero entre el agua y el aire se ocultaban espías del malvado Seth, quienes asistieron atónitos a la terrible transformación de Horus, convertido ahora en todo un poderoso guerrero. Corriendo a comunicar dichas noticias a su señor, sembraron el pánico en numerosos adeptos de sus filas, que hicieron uso del transfugismo para unirse a las filas del joven y vigoroso dios con cabeza de halcón. Entre estos desertores, se hallaba la diosa Tueris, hembra hipopótamo que había sido compañera de Seth. Y así, el destino acuerda que ambos contendientes se enfrenten en medio de una laguna, donde ninguno de los dos hacía pie. Poco antes de la hora del combate, Isis se dirige a su hijo y le entrega un mustio dedo pulgar, explicándole que pertenecía al propio Seth, el cual en un acto de rabia, tras haber comprobado la resurrección de Osiris, se lo había amputado de un mordisco y se lo había colocado en la boca a su hermano, momentos antes de despedazarlo en cuarenta y dos trozos. Cuando Isis hubo recompuesto el cuerpo y deseando enterrar la cabeza de su amado esposo en la tierra de Abydos, halló en su boca el mustio pulgar amputado, y le previene que ese dedo lo salvará, pues tendrá un difícil momento en medio de la lucha. Y el joven Horus lo sujeta en el interior de un moño que sujetaba su gran cabellera. Horus, seguido por un amplio número de adeptos, entre los que se encontraban los antes partidarios de Seth, se dirige rumbo al pantano, donde ya se encuentra su vil tío, rodeado de un grupo de fanáticos enloquecidos, los cuales han formado un coro de cánticos y gritos contra el joven combatiente. Los dos enemigos, tío y sobrino, se colocan uno frente al otro, y se introducen en la laguna. Sus ojos se buscan en medio del ocaso, y sus miradas cargadas de odio y muerte, inician las hostilidades. Horus desenvaina primero su espada, e intenta hacer blanco en el pecho de Seth. Éste, en un rapidísimo movimiento, esquiva el golpe y lanza al aire su arma, con una inusitada rapidez que provoca un profundo corte al aire, el cual gime de dolor. El silencio se ha hecho en la orilla. Ninguno de los dos bandos pronuncia palabra, pues la lucha es encarnizada. Las horas van transcurriendo en medio de feroces ataques. Los adversarios, gracias a sus condiciones de divinidad, cambian su aspecto físico. Cuando Seth ataca con forma de cocodrilo, Horus se defiende con su forma de hipopótamo. En el fragor de la batalla, las armas van cayendo al fondo del pantano. Con sus escudos, se propician golpes letales para un humano, pero igualmente terribles para ambos. Horus se encuentra con los dientes destrozados, y sus labios son tan solo un trozo de carne deshilachada colgando de su boca. Seth, a su vez, ha perdido la forma de su nariz, la cual es un hueco óseo en medio de su ensangrentado rostro. Tras tres días de combate agresivo en exceso para cualquier humano, las fuerzas comienzan a abandonar a los dos guerreros. En un movimiento de rapidez sin igual, Seth se abalanza sobre su sobrino, y de un mordisco le arranca uno de sus ojos. Con una inusitada violencia, escupe el miembro amputado a los cielos. Pero, ante el estupor del malvado y cruel dios Seth, el ojo se queda suspendido sobre en firmamento y comienza a brillar. A partir de ese momento, las fases de la luna serán el reflejo y el ansia de Seth por volver a morder ese ojo; pero jamás lo conseguirá, y el astro volverá a reflejarse majestuoso en medio del manto celeste. Pero este fracaso no amedrenta a Seth. Hallándose ambos en su cuarto día de contención, intentará sodomizar al joven sobrino. Así pues, puesto que habían perdido todas sus armas, y el combate se realizaba cuerpo a cuerpo, con un rápido movimiento agarra los testículos de Horus, al tiempo que muestra el pequeño miembro genital. Estalla entonces, en el interior de Seth, una inmensa reacción de poder, que le provoca una tremenda erección. El terrible dios rojo se ve superior, más vigoroso y más potencial que su ridículo sobrino. Pero Horus, en un gesto de una superior inteligencia, toma el dedo seco y amputado de su tío, y lo coloca ante su rostro. Este hecho provoca la reacción deseada, puesto que Seth se queda atónito, viendo su miembro pulgar. Es en ese momento que, con una violencia jamás antes vista, Horus arranca los testículos de su adversario. La balanza se ha inclinado en favor del orden. Durante cuatro días, el firmamento había estado a punto de desmoronarse, puesto que era inminente el triunfo del caos. Sin embargo, la juventud y el valor de Horus han dado paso a la Luz de un nuevo amanecer. Será, a partir de ahora, la Luz de Egipto, la cual combinada con las horas nocturnas, establecerá para siempre que el astro solar aparezca cada mañana provocando así el eterno resurgir del sol por el horizonte de oriente, cual Horus resplandeciente y bañado de Luz. Acto tercero: el comienzo de la historia Sabemos que el comienzo de las primeras dinastías fue bastante difícil. El Gran Menes había unificado los dos países. El Alto y el Bajo Egipto se hallaba comandado por un mismo rey, pero si bien las rencillas habían terminado sofocándose, los altercados que enfrentaron a los partidarios de Horus el señor del Bajo País y a Seth el señor del Alto País, se remontan a los tiempos del Rey Escorpión... casi a los albores de los tiempos. Las incógnitas nos hacen dudar, pero es muy posible que ya éstos señores dioses proviniesen, ó llegasen con los nómadas que ocuparon las tierras del Valle. Sea como fuere, las primeras dinastías están plagadas de lagunas, pero que aún así esbozan estos hechos históricos, enfrentamientos entre los dos clanes rivales, que finalizan con la llegada de la III Dinastía, con la evolución del Egipto Faraónico. Usualmente, ocurre que son los venerables del norte son los que vencen a los partidarios de Seth. Pero en ocasiones, no solo vencían los adeptos al dios rojo, sino que incluso hubo casos de que el rey llegó a incluir el nombre de Seth en su titulatura real. No es el caso de Seti I, padre de Ramsés II El Grande sino que ocurrió mucho antes, durante la II Dinastía. En la segunda mitad de ésta Dinastía, los gobernantes del Doble País parecen sufrir una serie continua de golpes de estado, situación que ya había ocurrido durante la I Dinastía. Es posible que lo que ocurriese no fuese sino luchas entre las propias familias reales. Hermanos que asesinaron a su propio padre, hermano, sobrino, tío. Alrededor del año 2760 antes de nuestra era, subió al poder un hombre llamado Sejemib. Su antecesor más inmediato parece haber sido Horus Ninetjer. Fue este un rey que ya tuvo que lidiar con los enfrentamientos entre los seguidores de ambos dioses. No era posible un estado unido con aquellas diferencias que llevaban a los hombres a una lucha armada. En muchos casos, es posible que dentro de una misma familia hubiese partidarios de los dos bandos. Vemos como Ninetjer tiene altercados con los egipcios del norte durante su trigésimo año de reinado. No le queda más opción que enviar a su ejército y aplacar la sedición, pues es probable que en juego estuviese el trono de las Dos Tierras. Llegada la hora de Sejemib, se produce un hecho que, a todas luces, obedece a una jugada maestra por parte del nuevo rey. Hasta aquellos días, los nombres de los reyes que se incluían dentro del serej se hallaban protegidos por las alas de Horus. Pero Sejemib cambia su nombre de rey, para convertirse en Seth Peribsen. Algunos piensan que lo que ocurrió en realidad fue que llegó al poder un hombre que no era sino, un partidario del dios rojo. Tal vez, pero la verdad es que los pocos restos que nos hablan de él, no citan nada semejante, sino más bien que Seth Peribsen aplicó una buena política en Egipto, que la hizo mantener esa dinámica de afloramiento hacia el destino que los dioses habían fijado. Y es que, creo que aunque fuese por parte de un bando ó de otro, el rey que estuviese sentado en el sillón dorado se daba cuenta de que las dos mitades del país se necesitaban la una a la otra. No podía haber evolución con una sola mitad de un mismo ser. Acto quinto: La cordura se instala en el trono de Luz. No está muy claro, pero es muy posible que con la llegada de Menes, ó tal vez ya con la llegada del rey Escorpión, Egipto comienza una serie de metamorfosis individuales, que tienen como único objetivo la propia evolución humana. Para muestra un botón. Con la llegada de los primeros reyes se abandonan las prácticas que eran tan habituales en la cultura Naqada II, como eran los ritos de canibalismo ó el desmembramiento de cuerpos, para luego devorar los corazones de los vencidos, ó simplemente, comérselos enteros. El canibalismo de esta pre-cultura estaba a la orden del día, puesto que tras haber devorado su miembro vital, existía la creencia de poder adquirir su fuerza y vitalidad. Pero sin embargo, todavía se mantiene una cruel tradición, los enterramientos humanos. Desde el día en que el hombre se cree sus propias mentiras, y los egipcios por desgracia no fueron la excepción que confirmase la regla, ocurre lo que vulgarmente se llamaría la chapuza humana. La formación de éstos hombres-dioses dio lugar a una serie de comodidades y lujos. Si en su vida terrenal no habían pegado palo al agua, ¿cómo diantres esperaban que en el Más Allá la cosa fuese a cambiar? Así que los criados y demás gente imprescindible, morían con su señor y eran enterrados en los aledaños de la Mastaba del rey difunto. Daba igual que fuesen jóvenes ó viejos. Todos a cumplir con su deber patriótico. Esa falta de carisma, ese título honorífico de Dios Viviente tuvo a lo largo de toda la Historia momentos fatídicos para los que en esos instantes, la estaban escribiendo. Los sesenta y cuatro sepulcros que se hallaron alrededor de la mastaba de Horus Adjib no son nada comparados con los ciento treinta y seis enterramientos subsidiarios que tuvo Horus Den, rey de la I Dinastía. Incluso su esposa, enterrada en Gizeh, se llevó al más allá una gran cohorte de sirvientes humanos. Nadie es perfecto. Pero estos conflictos e historias bélicas no van a ser eternos. Es necesaria una jugada definitiva. Es muy posible que el último rey de la II Dinastía sea hijo de Seth Peribsen. Es el buen dios Jasejemuy. Al igual que sus antecesores, la historia de Jasejemuy está llena de oscuridad. Pero, lo que se suele aceptar, es a veces lo más lógico, así que se da por buena la opción de que el último rey de la II Dinastía sube al trono con el nombre de Jasejem. Los conflictos teológicos que enfrentan a los partidarios de los dos dioses duran ya demasiado. Así que Jasejem baraja las cartas y se dispone a colocarlas todas sobre la mesa. Esta es la partida definitiva. A partir de ahora, el nombre del rey será Jasejemuy, lo cual podríamos traducir como "Los Dos de Gran Alcance Aparecen". Y, para culminar su mano, hace uso de su comodín. En su serej coloca a los dos dioses. Jasejemuy no solo representa a los dos de gran alcance, sino que está protegido por ambos. Los profetas de los dos dioses vieron así saciada su hambre de poder. El rey admitía, por fin, que no solo Horus tenía el poder, sino que Seth también habitaba bajo la figura del Rey. Aunque la paz se hubiese puesto sobre el papel, fue necesario dar los últimos coletazos a las bandas que ponían en peligro ese "tratado de paz" aceptado por los que llevaban el poder teológico, siempre tan importante en la vida del hombre. Así que, no bastaba que Jasejemuy tomase por esposa una princesa del norte, sino que tuvo que sofocar una revuelta que dio como resultado la muerte de 47.209 egipcios. Ese día sería recordado como "El año de la lucha contra el enemigo del norte, dentro de la ciudad de Nejet". Dada la estadística de población que Egipto debía tener en esos años, no hay que ser muy listo para saber que aquello fue un auténtico drama. Pero con Jasejemuy está claro que llega el cambio. Su esposa no es otra sino Hepenmaat, la madre de los dos primeros reyes de la III Dinastía, y por lo tanto de Djeser el constructor de la primera pirámide de Egipto. Al hilo de dicha pirámide, se suele decir que Djeser levantó la primera obra en piedra de la Historia... pero eso no es del todo correcto. En tal caso, Djeser lo que sí hizo fue levantar el primer edificio construido totalmente en piedra, puesto que su padre Jasejemuy ya comenzara a tallar y trabajar la piedra. Su mastaba de Abydos es colosal. El exterior y gran parte del interior está hecho a base de ladrillo de barro cocido, y contiene un total de 58 habitáculos. Pero es la sala mortuoria, la que albergará a la momia del rey la que necesita esa calidad imperecedera. Así pues, Jasejemuy decide construirla con piedra caliza. La verdad es que resulta curioso que el comienzo de la eclosión de Egipto suceda una vez pacificados los dos dioses, y con ellos, los hombres que les rinden culto. Para realizar la obra de Jasejemuy, no solo su mastaba, sino la super estructura conocida como "El almacén de las flechas", un recinto rectangular de 123 por 64 metros, hace falta un correcto funcionamiento en la sede del Estado. Además, que Jasejemuy sea el último rey enterrado en Abydos, induce a que algo cambió en Egipto. No por las buenas se abandonaba un lugar sagrado, y menos de tanta tradición. Conclusión: Cómo hacer que las divinidades convivan con los hombres. Y uno no puede sino preguntarse como diantres Jasejemuy hizo posible esa paz entre los dos bandos, si está claro que la mitología demuestra que Horus venció a Seth, además de que forma. Bueno, como en el mundo de las divinidades no hay nada extraordinario, sino más bien que todo es posible (entre otros motivos, que ellos son los dioses y ellos deciden el cuando, como y donde) simplemente el hombre se las arregló para hacer que todo cuadrase. La historia de la batalla entre Horus y Seth está perfectamente documentada en las paredes del Santuario de Horus en Edfú, en una de las salas llamadas "deambulatorios". Aquí mismo, aparte de éstas escenas, podemos ver un final insólito, que no debemos olvidar que éste estaba reservado tan solo para los más iniciados, pero que no quiere decir que el pueblo no supiese lo ocurrido. Ocurre que el complejo mundo teológico egipcio, era en cierta forma como el Cristiano. Existen los Evangelios Canónicos y los Evangelios Apócrifos, salvo que en el Antiguo Egipto, esto no era un motivo de persecución ni nada parecido. Lo que aquí se narra, casi que a continuación, es que Horus tras vencer a Seth, organiza un gran festejo. Un banquete se celebra en el desierto, y al tiempo que Horus celebra con vino su victoria, ocurre lo impensable. Seth se hallaba atado a un poste, vencido y humillado. Pero incomprensiblemente, Isis lo libera, y, vaya narices, además tiene con él un encuentro carnal. ¿Y cómo es posible dicho encuentro si Horus había castrado al dios rojo? Bueno, tal vez por el mismo motivo que Horus pudo ser engendrado habiendo perdido el falo su propio padre. El resultado es trágico, puesto que el dios halcón no lo piensa ni un instante, y enfurecido decapita a su madre. Como para no asustarse. El simbolismo que adopta este trágico final bien pudiese estar relacionado con los meses de la sequía, cuando el Alto y el Bajo Egipto se ven envueltos en los días pestilentos. A mediados de Octubre, cuando el Nilo retira sus aguas en el mes de Joiak, Isis representa al río que ya ha perdido su fuerza, como si se hubiese decapitado al Nilo. Seth, representa al diablo, el dios rojo que tras haber dejado el país escaso de agua se retira hacia el sur, a través de los desiertos. Osiris representa la Tierra Negra que decae. Horus es como el halcón, que desde los cielos ya no divisa la germinación de su madre, el Nilo. El halcón ya no puede alimentarse, y también abandona las riberas del Nilo, en busca de alimento en otros lugares. La explicación que se le puede dar a esto no significa que el mal sea exterminado totalmente, puesto que el mal incluso es necesario. Simplemente, se ordenan las fuerzas del mal y se crea un orden cíclico de la potencia del caos. El mal, a veces, es solo una apariencia. Por ejemplo, la bondad de la cobra es su propio veneno, y que los egipcios daban uso curativo de ese veneno. Así que los antiguos egipcios sabían que entre lo negro y lo blanco había un amplio abanico de bellos colores. La lucha de estos dos dioses, que pertenecían a una misma familia, da a entender la lucha que tuvieron los miembros del mismo país, que no era sino una gran familia, todos hijos del mismo rey. Así pues, viendo un esbozo del complicado panteón egipcio vemos que muy posiblemente no todo lo que se tacha como mitológico corresponda a esa etiqueta. El reinado de ese rey Osiris, el nacimiento de su hijo, la venganza del heredero del trono de Luz, bien pudiesen estar identificados con estas primeras dinastías, ó incluso en el predinástico, puesto que es lógico pensar que esas disputas eran tan antiguas como la propia humanidad. A veces el hombre no necesita ninguna disculpa para rodearse de destrucción. La mayoría de las veces, le basta su propia estupidez para que una vez más, las rencillas de los dos hermanos salgan de nuevo a la luz. Y, por desgracia, da igual que se les llame Horus y Seth ó Caín y Abel. Resulta que, a fin de cuentas, el hombre es hombre, aquí, en Egipto e incluso allá donde moran las estrellas imperecederas.
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