Manuel García-C. Gómez,           C U Q U I S    Biografía lírica de un can

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 No olvides mi historia y si pasas por San Cristobal de Valdeiguña (Cantabria) no dejes de visitarme.XVIII.—LAS TRISTEZAS DEL CURA

    Un día del mes de julio. Qué triste estaba el cura  y qué solo se encontraba. Por aquellos días estaba  ausente la abuelita Florentina. Veraneaba en su casa  de Valdeprado, entre mieses y praderas y huertas con olorosos árboles frutales. Al sacerdote se le venía encima la vida, Todo oscuridad era el horizonte de su interior; la «Noche obscura» de su alma.

    Sobre todo aquella tarde estaba su alma empapada en tristeza y obscuridades. Como un amanecer tapado por la niebla y la helada; por ninguna parte se veía el  sol de la alegría y la felicidad, que disipara tan densos nubarrones. Tenía que hacer esfuerzos para que no se apagara su Fe ¿Lo recuerdas, Cuquis? ¡Pobre cura! ¡Qué solito se encontraba! ¡Y nadie se daba cuenta de ello!

    Como otras muchas tardes, subió el sacerdote a la iglesia a visitar a Jesús, oculto en el sagrario, y explayar ante Él su alma dolorida y triste. Tú, como siempre, le acompañaste gozoso. Y como todos los días, corriste a los gatos de Tita; y a otro canelo le hiciste esquilarse, tronco arriba, por el palo de la luz; allí quedó, agarrándose con sus uñas, miedoso de caerse y dar en tus dientes.

    Penetró el sacerdote en el templo, y tú quedaste fuera recorriendo, inquisidor, los alrededores. Él se arrodilló en el primer banco delantero. Saludando al Señor, le abrió su alma al aliviante calorcillo del amor de Dios.

          Tú, Cuquis, cansado de corretear por allí, volviste a la puerta de la iglesia, sentándote en típica posición canina sobre los cuartos traseros; esperabas que el sacerdote terminara su oración y volviera a casa. Casi dormitabas. Unos callados sollozos vinieron a tensar tu instinto.

          Pinaste atento tus orejas de terciopelo. Y sin más espera, entraste corriendo en la iglesia. El sacerdote rebosaba desconsuelo y amargura; y ésta afloraba en sus ojos entre lloros y suspiro. Tú, Cuquis, lo comprendiste todo en un momento; y saltabas ante el cura, queriendo, piadoso y compasivo, besar su rostro para enjugar sus lagrimas.

          ¿Quién te inspiró, perruco, tanta piedad? Que Dios te lo haya pagado ya, Cuquis, en el cielo que tiene preparado para los perritos buenos, como tú. De ti se valió el Creador para consolar a tu amo. 

          Serena su alma y despejado su horizonte interior, volvía a casa admirando tu piedad. Y aquella vez, no corriste a los gatos de Tita, ni al gato canelo que se esquiló al poste. Aún tenías tu alma canina rebosante de gozosa compasión, perruco.

Te pusiste enfermo19 Te pusiste enfermo.

Te llamabas Cuquis1
Viniste a mi casa2
Te hiciste mozo3
Tu hermana Linda4
Amigo de todos5
Las niñas6
Mariposas, Gorriones y lagartijas7
La perrita Tula8
El gato atigrado9
El perrazo Turco10
La primera salida11
A los Llares12
Un castigo13
Subida al Moral14
Un atropello15
Segundo atropello16
Camino de la iglesia17
Te pusiste enfermo19
Te llegó la muerte20
La tumba21
Apéndice I.- Lápida y Flores  1
Apendice II.- La gatita Belinda  2
Apéndice III.- Tu hermano Cuquis II  3
Apéndice IV.- En Parla  4
Apéndice V.- Despedida  5