Manuel García-C. Gómez, C U Q U I S Biografía lírica de un can
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Un día del mes de julio. Qué triste estaba el cura y qué solo se
encontraba. Por aquellos días estaba ausente la abuelita
Florentina. Veraneaba en su casa de Valdeprado, entre mieses y
praderas y huertas con olorosos árboles frutales. Al sacerdote se le venía encima la vida, Todo oscuridad era el horizonte de su interior; la
«Noche obscura» de su alma.
Sobre todo aquella tarde estaba su alma empapada en tristeza y
obscuridades. Como un amanecer tapado por la niebla y la helada; por
ninguna parte se veía el sol de la alegría y la felicidad, que
disipara tan densos nubarrones. Tenía que hacer esfuerzos para que no se
apagara su Fe ¿Lo recuerdas, Cuquis? ¡Pobre cura! ¡Qué solito se
encontraba! ¡Y nadie se daba cuenta de ello!
Como otras muchas tardes, subió el sacerdote a la iglesia a visitar a Jesús,
oculto en el sagrario, y explayar ante Él su alma dolorida y triste. Tú,
como siempre, le acompañaste gozoso. Y como todos los días, corriste a
los gatos de Tita; y a otro canelo le hiciste esquilarse, tronco arriba,
por el palo de la luz; allí quedó, agarrándose con sus uñas, miedoso
de caerse y dar en tus dientes.
Penetró el sacerdote en el templo, y tú quedaste fuera recorriendo,
inquisidor, los alrededores. Él se arrodilló en el primer banco
delantero. Saludando al Señor, le abrió su alma al aliviante calorcillo
del amor de Dios.
Tú, Cuquis, cansado de corretear por allí, volviste a la puerta de la
iglesia, sentándote en típica posición canina sobre los cuartos
traseros; esperabas que el sacerdote terminara su oración y volviera a
casa. Casi dormitabas. Unos callados sollozos vinieron a tensar tu
instinto. Pinaste atento tus orejas de terciopelo. Y sin más espera, entraste corriendo en la iglesia. El sacerdote rebosaba desconsuelo y amargura; y ésta afloraba en sus ojos entre lloros y suspiro. Tú, Cuquis, lo comprendiste todo en un momento; y saltabas ante el cura, queriendo, piadoso y compasivo, besar su rostro para enjugar sus lagrimas.
¿Quién te
inspiró, perruco, tanta piedad? Que Dios te lo haya pagado ya, Cuquis, en
el cielo que tiene preparado para los perritos buenos, como tú. De ti se
valió el Creador para consolar a tu amo. Serena su alma y despejado su horizonte interior, volvía a casa admirando tu piedad. Y aquella vez, no corriste a los gatos de Tita, ni al gato canelo que se esquiló al poste. Aún tenías tu alma canina rebosante de gozosa compasión, perruco.
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