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Ir a "La vuelta de Martín Fierro"
XI Y mientras que tomo un trago pa refrescar el garguero, y mientras tiempla el muchacho y prepara su estrumento, les contaré de qué modo tuvo lugar el encuentro. Me acerqué a algunas estancias por saber algo de cierto, creyendo que en tantos años esto se hubiera compuesto; pero cuanto saqué en limpio fue, que estábamos lo mesmo. Ansí me dejaba andar haciéndomé el chancho rengo, porque no me convenía revolver el avispero; pues no inorarán ustedes que en cuentas con el gobierno tarde o temprano lo llaman al pobre a hacer el arreglo. Pero al fin tuve la suerte de hallar un amigo viejo que de todo me informó, y por él supe al momento que el juez que me perseguía hacía tiempo que era muerto: por culpa suya he pasado diez años de sufrimiento, y no son pocos diez años para quien ya llega a viejo. Y los he pasado ansí, si en mi cuenta no me yerro: tres años en la frontera dos como gaucho matrero, y cinco allá entre los indios hacen los diez que yo cuento. Me dijo, a más, ese amigo que anduviera sin recelo, que todo estaba tranquilo, que no perseguIa el Gobierno, que ya naides se acordaba de la muerte de moreno, aunque si yo lo maté mucha culpa tuvo el negro. Estuve un poco imprudente, puede ser, yo lo confieso, pero él me precipitó porque me cortó primero; y a más me cortó en la cara que es un asunto muy serio. Me asiguró el mesmo amigo que ya no había ni el recuerdo de aquel que en la pulpería Io dejé mostrando el sebo. El, de engreído me buscó, yo ninguna culpa tengo; él mesmo vino a peliarme, y tal vez me hubiera muerto si le tengo más confianza o soy un poco más lerdo; fue suya toda la culpa, porque ocasionó el suceso. Que ya no hablaban tampoco, me lo dijo muy de cierto, de cuando con la partida llegué a tener el encuentro. Esa vez me defendí como estaba en mi derecho, porque fueron a prenderme de noche y en campo abierto. Se me acercaron con armas, y sin darme voz de preso, me amenazaron a gritos, de un modo que daba miedo, que iban a arreglar mis cuentas, tratándomé de matrero, y no era el jefe el que hablaba, sinó un cualquiera de entre ellos. Y ese, me parece a mí, no es modo de hacer arreglos, ni con el que es inocente, ni con el culpable menos. Con semejantes noticias yo me puse muy contento y me presenté ande quiera como otros pueden hacerlo. De mis hijos he encontrado sólo a dos hasta el momento; y de ese encuentro feliz le doy las gracias al cielo. A todos cuantos hablaba les preguntaba por ellos, mas no me daba ninguno razón de su paradero. Casualmente el otro día llegó a mi conocimiento, de una carrera muy grande entre varios estancieros y fui eomo uno de tantos, aunque no llevaba un medio. No faltaba, ya se entiende, en aquel gauchaje inmenso muchos que ya conocían la historia de Martín Fierro; y allí estaban los muchachos cuidando unos parejeros. Cuando me oyeron nombrar se vinieron al momento, diciéndome quienes eran, aunque no me conocieron, porque venía muy aindiao y me encontraban muy viejo. La junción de los abrazos, de los llantos y los besos se deja pa las mujeres, como que entienden el juego; pero el hombre que compriende que todos hacen lo mesmo en público canta y baila abraza y llora en secreto. Lo único que me han contado es que mi mujer ha muerto que en procuras de un muchacho se fue la infeliz al pueblo donde infinitas miserias habrá sufrido por cierto; que, por fin, a un hospital fue a parar medio muriendo y en ese abismo de males falleció al muy poco tiempo. Les juro que de esa pérdida jamás he de hallar consuelo; muchas lágrimas me cuesta dende que supe el suceso; mas dejemos cosas tristes, aunque alegrías no tengo; me parece que el muchacho ha templao y está dispuesto, vamos a ver qué tal lo hace, y juzgar su desempeño. Ustedes no los conocen, yo tengo confianza en ellos, no porque lleven mi sangre, (eso fuera lo de menos) sino porque dende chicos han vivido padeciendo; los dos son aficionados, les gusta jugar con fuego, vamos a verlos correr: son cojos... hijos de rengo. EL HIJO MAYOR DE MARTIN FIERRO XII LA PENITENCIARIA Aunque el gajo se parece al árbol de donde sale, solía decirlo mi madre y en su razón estoy fijo: "Jamás puede hablar el hijo "con la autoridá del padre". Recordarán que quedamos sin tener dónde abrigarnos; ni ramada ande ganarnos, ni rincón ande meternos, ni camisa que ponernos, ni poncho con qué taparnos. Dichoso aquel que no sabe lo que es vivir sin amparo; yo con verdá les declaro, aunque es por demás sabido: dende chiquito he vivido en el mayor desamparo. No le merman el rigor los mesmos que lo socorren; tal vez porque no se borren, los decretos del destino, de todas partes lo corren como ternero dañino. Y vive como los bichos buscando alguna rendija; el güérfano es sabandija que no encuentra compasión, y el que anda sin direción es guitarra sin clavija. Sentiré que cuanto digo a algún oyente le cuadre; ni cara tenía, ni madre, ni parentela, ni hermanos; y todos limpian sus manos en el que vive sin padre. Lo cruza éste de un lazazo, lo abomba aquél de un moquete, otro le busca el cachete, y entre tanto soportar, suele a veces no encontrar ni quien le arroje un soquete. Si lo recogen lo tratan con la mayor rigidez; piensan que es mucho tal vez, cuando ya muestra el pellejo, si le dan un trapo viejo pa cubrir su desnudez. Me crié, pues, como les digo, desnudo a veces y hambriento; me ganaba mi sustento y ansí los años pasaban; al ser hombre me esperaban otra clase de tormentos. Pido a todos que no olviden lo que les voy a decir; en la escuela del sufrir he tomado mis leciones; y hecho muchas reflesiones dende que empecé a vivir. Si alguna falta cometo la motiva mi inorancia; no vengo con arrogancia y les diré en conclusión que trabajando de pión me encontraba en una estancia. El que manda siempre puede hacerle al pobre un calvario; a un vecino propietario un boyero le mataron, y aunque a mí me lo achacaron salió cierto en el sumario. Piensen los hombres honrados en la vergüenza y la pena de que tendría la alma llena al verme ya tan temprano igual a los que sus manos con el crimen envenenan. Declararon otros dos sobre el caso del dijunto; mas no se aclaró el asunto, y el juez, por darlas de listo, "amarrados como un Cristo nos dijo, irán todos juntos". "A la justicia ordinaria voy a mandar a los tres." Tenía razón aquel juez, y cuantos ansí amenacen: ordinaria... es como la hacen, lo he conocido después. Nos remitió, como digo, a esa justicia ordinaria, y fuimos con la sumaria a esa cárcel de malevos que por un bautismo nuevo le llaman Penitenciaria. El porqué tiene ese nombre naides me lo dijo a mí, mas yo me lo esplico ansí: le dirán Penitenciaria por la penitencia diaria que se sufre estando allí. Criollo que cai en desgracia tiene que sufrir no poco; naides lo ampara tampoco si no cuenta con recursos; el gringo es de más discurso: cuando mata se hace el loco. No sé el tiempo que corrió en aquella sepoltura; si de ajuera no lo apuran, el asunto va con pausa; tienen la presa sigura y dejan dormir la causa. Inora el preso a qué lado se inclinará la balanza; pero es tanta la tardanza que yo les digo por mi: el hombre que dentre allí deje afuera la esperanza. Sin perfecionar las leyes perfecionan el rigor; sospecho que el inventor habrá sido algún maldito: por grande que sea un delito aquella pena es mayor. Eso es para quebrantar el corazón más altivo. Los llaveros son pasivos, pero más secos y duros tal vez que los mesmos muros en que uno gime cautivo. No es en grillos ni en cadenas en lo que usté penará sinó en una soledá y un silencio tan projundo que parece que en el mundo es el único que está. El más altivo varón y de cormillo gastao, allí se vería agobiao y su corazón marchito, al encontrarse encerrao a solas con su delito. En esa cárcel no hay toros, allí todos son corderos; no puede el más altanero, al verse entre aquellas rejas, sinó amujar las orejas y sufrir callao su encierro. Y digo a cuantos inoran el rigor de aquellas penas, yo que sufrí las cadenas del destino y su inclemencia: que aprovechen la esperencia del mal en cabeza agena. ¡Ay madres, las que dirigen al hijo de sus entrañas! No piensen que las engaña, ni que les habla un falsario; lo que es el ser presidario no lo sabe la campaña. Hijas, esposas, hermanas, cuantas quieren a un varón, diganlés que esa prisión es un infierno temido, donde no se oye más ruido que el latir del corazón. Allá el día no tiene sol, la noche no tiene estrellas; sin que le valgan querellas encerrao lo purifican; y sus lágrimas salpican en las paredes aquellas. En soledá tan terrible de su pecho oye el latido: lo sé, porque lo he sufrido y créameló el aulitorio: tal vez en el purgatorio las almas hagan más ruido. Cuenta esas horas eternas para más atormentarse; su lágrima al redamarse calcula en sus afliciones, contando sus pulsaciones. lo que dilata en secarse. Allí se amansa el más bravo; allí se duebla el más juerte: el silencio es de tal suerte que, cuando llegue a venir, hasta se le han de sentir las pisadas a la muerte. Adentro mesmo del hombre se hace una revolución: metido en esa prisión, de tanto no mirar nada, le nace y queda grabada la idea de la perfeción. En mi madre, en mis hermanos, en todo pensaba yo; al hombre que allí dentró de memoria más ingrata, fielmente se le retrata todo cuanto ajuera vió. Aquél que ha vivido libre de cruzar por donde quiera se aflige y se desespera de encontrarse allí cautivo; es un tormento muy vivo que abate la alma más fiera. En esa estrecha prisión sin poderme conformar, no cesaba de esclamar: ¡qué diera yo por tener un caballo en que montar y una pampa en que correr! En un lamento costante se encuentra siempre embretao; el castigo han inventao de encerrarlo en las tinieblas, y allí está como amarrao a un fierro que no se duebla. No hay un pensamiento triste que al preso no lo atormente; bajo un dolor permanente agacha al fin la cabeza, porque siempre es la tristeza hermana de un mal presente. Vierten lágrimas sus ojos pero su pena no alivia. En esa costante lidia sin un momento de calma, contempla, con los del alma, felicidades que envidia. Ningún consuelo penetra detrás de aquellas murallas; el varón de más agallas, aunque más duro que un perno, metido en aquel infierno sufre, gime, llora y calla. Del furor el corazón se le quiere reventar, pero no hay sinó aguantar aunque sosiego no alcance; ¡dichoso en tan duro trance aquel que sabe rezar! Dirige a Dios su plegaria el que sabe una oración; en esa tribulación gime olvidado del mundo, y el dolor es más projundo cuando no halla compasión. En tan crueles pesadumbres, en tan duro padecer, empezaba a encanecer después de muy pocos meses; allí lamenté mil veces no haber aprendido a ler. Viene primero el furor, después la melancolía; en mi angustia no tenía otro alivio ni consuelo sinó regar aquel suelo con lágrimas noche y día. A visitar otros presos sus familias solían ir; naides me visitó a mí mientras estuve encerrado; ¡quién iba a costiarse allí a ver un desamparado! ¡Bendito sea el carcelero que tiene buen corazón! Yo sé que esta bendición pocos pueden alcanzarla, pues si tienen compasión su deber es ocultarla. Jamás mi lengua podrá espresar cuánto he sufrido; en ese encierro metido; llaves paredes, cerrojos se graban tanto en los ojos que uno los ve hasta dormido. El mate no se permite, no le permiten hablar, no le permiten cantar para aliviar su dolor, y hasta el terrible rigor de no dejarlo fumar. La justicia muy severa suele rayar en crueldá; sufre el pobre que allí está calenturas y delirios, pues no esiste pior martirio que esa eterna soledá. Conversamos con las rejas por sólo el gusto de hablar; pero nos mandan callar y es preciso conformarnos, pues no se debe irritar a quien puede castigarnos. Sin poder decir palabra sufre en silencio sus males, y uno en condiciones tales, se convierte en animal, privao del don principal que Dios hizo a los mortales. Yo no alcanzo a comprender por qué motivo será, que el preso privado está de los dones más preciosos que el justo Dios bondadoso otorgó a la humanidá. Pues que de todos los bienes (en mi inorancia lo infiero) que le dio al hombre altanero su Divina Majestá, la palabra es el primero, el segundo la amistá. Y es muy severa la ley que por un crimen o un vicio, somete al hombre a un suplicio el más tremendo y atroz privado de un beneficio que ha recebido de Dios. La soledá causa espanto, el silencio causa horror; ese contínuo terror es el tormento más duro, y en un presidio siguro está de más tal rigor Inora uno si de allí saldrá pa la sepoltura el que se halla en desventura busca a su lao otro ser pues siempre es bueno tener compañeros de amargura. Otro más sabio podrá encontrar razón mejor, yo no soy rebuscador, y ésta me sirve de luz: se los dieron al Señor al clavarlo en una cruz. Y en las projundas tinieblas en que mi razón esiste, mi corazón se resiste a ese tormento sin nombre, pues el hombre alegra al hombre, y el hablar consuela al triste. Grábenló como en la piedra cuanto he dicho en este canto; y aunque yo he sufrido tanto debo confesarlo aquí: el hombre que manda allí, es poco menos que un santo Y son buenos los demás, a su ejemplo se manejan; pero por eso no dejan Ias cosas de ser tremendas, piensen todos y compriendan el sentido de mis quejas Y guarden en su memoria con toda puntualidá, lo que con tal claridá les acabo de decir; mucho tendrán que sufrir si no cren en mi verdá. Y si atienden mis palabras no habrá calabozos llenos; manéjensé como buenos; no olviden esto jamás: aquí no hay razón de más; más bien las puse de menos. Y con esto me despido; todos han de perdonar; ninguno debe olvidar la historia de un desgraciado: quien ha vivido encerrado poco tiene que contar. EL HIJO SEGUNDO DE MARTIN FIERRO XIII Lo que les voy a decir ninguno lo ponga en duda, y aunque la cosa es peluda, haré la resolución; es ladino el corazón pero la lengua no ayuda. El rigor de las desdichas hemos soportao diez años, pelegrinando entre estraños sin tener donde vivir y obligados a sufrir una máquina de daños. El que vive de este modo de todos es tributario; falta el cabeza primario, y los hijos que él sustenta se dispersan como cuentas cuando se corta el rosario. Yo anduve ansí como todos, hasta que al fin de sus días supo mi suerte una tía y me recogió a su lado; allí viví sosegado y de nada carecía. No tenía cuidado alguno ni que trabajar tampoco; y como muchacho loco lo pasaba de holgazán; con razón dice el refrán que lo bueno dura poco. En mí todo su cuidado y su cariño ponía; como a un hijo me quería con cariño verdadero y me nombró de heredero de los bienes que tenía. El juez vino sin tardanza cuanto falleció la vieja. "De los bienes que te deja, me dijo, yo he de cuidar: "es un rodeo regular "y dos majadas de ovejas." Era hombre de mucha labia, con más leyes que un dotor. Me dijo: "Vos sos menor "y por los años que tienes, "no podés manejar bienes, "voy a nombrarte un tutor." Tomó un recuento de todo porque entendía su papel, y después que aquel pastel lo tuvo bien amasao, puso al frente un encargao y a mí me llevó con él. Muy pronto estuvo mi poncho lo mesmo que cernidor; el chiripá estaba pior, y aunque pa el frío soy guapo, ya no me quedaba un trapo ni pa el frío, ni pa el calor. En tan triste desabrigo, tras de un mes iba otro mes; guardaba silencio el juez, la miseria me invadía; me acordaba de mi tía, al verme en tal desnudés. No sé decir con fijeza el tiempo que pasé allí; y después de andar ansí, como moro sin señor, pasé a poder del tutor que debía cuidar de mí. XIV Me llevó consigo un viejo que pronto mostró la hilacha: dejaba ver por la facha que era medio cimarrón; muy renegao, muy ladrón, y le llamaban Viscacha. Lo que el juez iba buscando sospecho y no me equivoco; pero este punto no toco ni su secreto averiguo: mi tutor era un antiguo de los que ya quedan pocos. Viejo lleno de camándulas, con un empaque a lo toro; andaba siempre en un moro metido en no sé qué enriedos con las patas como loro, de estribar entre los dedos. Andaba rodiao de perros, que eran todo su placer; jamás dejó de tener menos de media docena; mataba vacas ajenas para darles de comer. Carniábamos noche a noche alguna res en el pago; y, dejando allí el resago, alzaba en ancas el cuero, que lo vendía a un pulpero por yerba, tabaco y trago. ¡Ah!, ¡viejo más comerciante en mi vida lo he encontrao! Con ese cuero robao, él arreglaba el pastel, y allí entre el pulpero y él se estendía el certificao. Le echaba de comedido; en las trasquilas, lo viera, se ponía como una fiera si cortaban una oveja; pero de alzarse no deja un vellón o unas tijeras. Una vez me dio una soba que me hizo pedir socorro porque lastimé un cachorro en el rancho de unas vascas; y al irse se alzó unas guascas; para eso era como zorro. ¡Aijuna! dije entre mí; me has dao esta pesadumbre: ya verás cuanto vislumbre una ocasión medio güena; te he de quitar la costumbre de cerdiar yeguas ajenas. Porque maté una viscacha otra vez me reprendió, se lo vine a contar yo; Y no bien se lo hube dicho, "ni me nuembres ese bicho" me dijo, y se me enojó. Al verlo tan irritao hallé prudente callar; éste me va a castigar dije entre mí, si se agravia: ya vi que les tenía rabia y no las volví a nombrar. Una tarde halló una punta de yeguas medio bichocas después que voltió unas pocas las cerdiaba con empeño; yo vide venir al dueño pero me callé la boca. El hombre venía jurioso y nos cayó como un rayo; se descolgó del caballo revoliando el arriador, y lo cruzó de un lazaso áhi no mas a mi tutor. No atinaba don Viscacha a qué lado disparar, hasta que logró montar, y de miedo del chicote, se lo apretó hasta el cogote, sin pararse a contestar. Ustedes crerán tal vez que el viejo se curaría: no, señores, lo que hacía con más cuitao, dende entonces era maniarlas de día para cerdiar a la noche. Ese fue el hombre que estuvo encargao de mi destino; siempre anduvo en mal camino, y todo aquel vecindario decía que era un perdulario, insufrible de dañino. Cuando el juez me lo nombró al dármeló de tutor, me dijo que era un señor el que me debía cuidar, enseñarme a trabajar y darme la educación. Pero qué había de aprender al lado de ese viejo paco que vivía como el chuncaco en los bañaos, como el tero; un haragán, un ratero, y más chillón que un barraco. Tampoco tenía más bienes ni propiedá conocida que una carreta podrida y las paredes sin techo de un rancho medio desecho, que le servía de guarida. Después de las trasnochadas allí venía a descansar; yo desiaba aviriguar lo que tuviera escondido, pero nunca había podido pues no me dejaba entrar. Yo tenía una jergas viejas que habían sido más peludas y con mis carnes desnudas, el viejo, que era una fiera, me echaba a dormir ajuera con unas heladas crudas. Cuando mozo fue casao aunque yo lo desconfío; y decía un amigo mío que, de arrebatao y malo, mató a su mujer de un palo porque le dió un mate frío. Y viudo por tal motivo nunca se volvió a casar; no era fácil encontrar ninguna que lo quisiera: todas temerían llevar la suerte de la primera. Soñaba siempre con ella, sin duda por su delito y decía el viejo maldito el tiempo que estuvo enfermo, que ella dende el mesmo infierno lo estaba llamando a gritos. XV Siempre andaba retobao, con ninguno solía hablar; se divertía en escarbar y hacer marcas con el dedo; y cuando se ponía en pedo me empezaba aconsejar. Me parece que lo veo con su poncho calamaco; después de echar un buen taco ansí principiaba a hablar: "Jamás llegués a parar a donde veás perros flacos." "El primer cuidao del hombre es defender el pellejo; llevate de mi consejo, fijate bien lo que hablo; el diablo sabe por diablo pero más sabe por viejo." "Hacete amigo del juez, no le dés de qué quejarse; y cuando quiera enojarse vos te debés encojer, pues siempre es güeno tener palenque ande ir a rascarse." "Nunca le llevés la contra porque él manda la gavilla; allí sentao en su silla ningún güey le sale bravo: a uno le da con el clavo y a otro con la cantramilla." "El hombre, hasta el más soberbio, con más espinas que un tala, aflueja andando en la mala y es blando como manteca: hasta la hacienda baguala cái al jagüel con la seca." "No andés cambiando de cueva, hacé las que hace el ratón: conservate en el rincón en que empesó tu esistencia: vaca que cambia querencia se atrasa en la parición." Y menudiando los tragos aquel viejo como cerro, "No olvidés, me decía, Fierro, que el hombre no debe crer en lágrimas de mujer ni en la renguera del perro." "No te debés afligir aunque el mundo se desplome: lo que más precisa el hombre tener, según yo discurro, es la memoria del burro que nunca olvida ande come." "Dejá que caliente el horno el dueño del amasijo; lo que es yo, nunca me aflijo y a todito me hago el sordo: el cerdo vive tan gordo y se come hasta los hijos." "El zorro que ya es corrido, dende lejos la olfatea; no se apure quien desea hacer lo que le aproveche: la vaca que más rumea es la que da mejor leche." "El que gana su comida bueno es que en silencio coma: ansina, vos ni por broma querrás llamar la atención: nunca escapa el cimarrón si dispara por la loma." "Yo voy donde me conviene y jamás me descarrío; llevate el ejemplo mío, y llenarás la barriga; aprendé de las hormigas: no van a un noque vacío." "A naides tengás envidia, es muy triste el envidiar; cuando veás a otro ganar a estorbarlo no te metas: cada lechón en su teta es el modo de mamar." "Ansí se alimentan muchos mientras los pobres lo pagan; como el cordero hay quien lo haga en la puntita, no niego; pero otros, como el borrego, toda entera se la tragan." "Si buscás vivir tranquilo dedicate a solteriar; mas si te querés casar, con esta alvertencia sea: que es muy difícil guardar prenda que otros codicean." "Es un bicho la mujer que yo aquí no lo destapo: siempre quiere al hombre guapo, mas fijate en la eleción; porque tiene el corazón como barriga de sapo." Y gangoso con la tranca, me solía decir: "Potrillo, recién te apunta el cormillo, mas te lo dice un toruno: no dejés que hombre ninguno te gane el lao del cuchillo." "Las armas son necesarias pero naides sabe cuándo; ansina, si andás pasiando, y de noche sobre todo, debés llevarlo de modo que al salir, salga cortando." "Los que no saben guardar son pobres aunque trabajen; nunca, por más que se atajen, se librarán del cimbrón: al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen. "Donde los vientos me llevan allí estoy como en mi centro; cuando una tristeza encuentro tomo un trago pa alegrarme: a mí me gusta mojarme por ajuera y por adentro." XVI Cuando el viejo cayó enfermo, viendo yo que se empioraba, y que esperanza no daba de mejorarse siquiera, le truje una culandrera a ver si lo mejoraba. En cuanto lo vio me dijo: "este no aguanta el sogazo; "muy poco le doy de plazo; "nos va a dar un espetáculo "porque debajo del brazo "le ha salido un tabernáculo." Dice el refrán que en la tropa nunca falta un güey corneta; uno que estaba en la puerta le pegó el grito áhi no más: "Tabernáculo... qué bruto; "un tubérculo, dirás." Al verse ansí interrumpido al punto dijo el cantor: "No me parece ocasión "de meterse los de ajuera "tabernáculo, señor "le decía la culandrera." El de ajuera repitió dándole otro chaguarazo; "Allá va un nuevo bolazo, "copo y se lo gano en puerta: "a las mujeres que curan se las llama curanderas". No es bueno, dijo el cantor, muchas manos en un plato, y diré al que ese barato ha tomao de entremetido, que no créia haber venido a hablar entre literatos. Y para seguir contando la historia de mi tutor le pediré a ese dotor que en mi inorancia me deje, pues siempre encuentra el que teje otro mejor tejedor. Seguía enfermo como digo, cada vez más emperrao; yo estaba ya acobardao y lo espiaba dende lejos: era la boca del viejo la boca de un condenao. Allá pasamos los dos noches terribles de invierno él maldecía al Padre Eterno como a los santos benditos, pidiendolé al diablo a gritos que lo llevara al infierno. Debe ser grande la culpa que a tal punto mortifica; cuando vía una reliquia se ponía como azogado, como si a un endemoniado le echaran agua bendita. Nnnca me le puse a tiro, pues era de mala entraña, y viendo herejía tamaña, sl alguna cosa le daba de lejos se la alcanzaba en la punta de una caña. Será mejor, decía yo que abandonado lo deje, que blasfeme y que se queje y que siga de esta suerte, hasta que venga la muete y cargue con este hereje. Cuando ya no pudo hablar le até en la mano un cencerro, y al ver cercano su entierro, arañando las paredes espiró allí, entre los perros y este servidor de ustedes. XVII Le cobré un miedo terrible después que lo vi dijunto; llamé al alcalde, y al punto, acompañado se vino de tres o cuatro vecinos a arreglar aquel asunto. "Anima bendita", dijo un viejo medio ladiao; "que Dios lo haiga perdonao, "es todo cuanto deseo "le conocí un pastoreo "de terneritos rabaos. "Ansina es, dijo el alcalde, con eso empezó a poblar; yo nunca podré olvidar las travesuras que hizo; hasta que al fin fue preciso que le privasen carniar. "De mozo fue muy jinete, no lo bajba un bagual; pa ensillar un animnal sin necesitar de otro, se encerraba en el corral y allí galopiaba el potro. "Se llevaba mal con todos; era su costumbre vieja el mesturar las ovejas, pues al haccr el aparte sacaba la mejor parte y después venía con quejas." "Dios lo ampare al pobresito, dijo en seguida un tercero, siempre robaba carneros, en eso tenía destreza: enterraba las cabezas, y después vendía los cueros." "Y qué costumbre tenía; cuando en el jogón estaba, con el mate se agarraba estando los piones juntos, yo tayo, decía, y apunto, y a ninguno convidaba." "Si ensartaba algún asao, ¡pobre! ¡como si lo viese! poco antes de que estuviese primero lo maldecía, luego después lo escupía para que naides comiese." "Quien le quitó esa costumbre de escupir al asador fue un mulato resertor que andaba de amigo suyo, un diablo, muy peliador, que le llamaban Barullo." "Una noche que les hizo como estaba acostumbrao se alzó el mulato enojao, y le gritó: "Viejo indino, "yo te he enseñar, cochino, "a echar saliva al asao." "Lo saltó por sobre el juego con el cuchillo en la mano; ¡la pucha el pardo livianol en la mesma atropellada le largó una puñalada que la quitó otro paisano." "Y ya caliente Barullo, quiso seguir la chacota: se le había erizao la mota lo que empezó la reyerta: el viejo ganó la puerta y apeló a las de gaviota". "De esa costumbre maldita dende entonces se curó; a las casas no volvió, se metió en un cicutal, y allí escondido pasó esa noche sin cenar." Esto hablaban los presentes; y yo que estaba a su lao, al óir lo que he relatao, aunque él era un perdulario, dije entre mí: "¡Qué rosario le están resando al finao!" Luego comenzó el alcalde a registrar cuanto había, sacando mil chucherías y guascas y trapos viejos, temeridá de trebejos que para nada servían. Salieron lazos, cabrestos, coyundas y maniadores, una punta de arriadores, cinchones, maneas, torzales una porción de bozales y un montón de tiradores. Había riendas de domar, frenos y estribos quebraos; bolas, espuelas, recaos, unas pavas, unas ollas, y un gran manojo de argollas de cinchas que había cortao. Salieron varios cencerros, alesnas, lonjas, cuchillos, unos cuantos cojinillos, un alto de jergas viejas, muchas botas desparejas y una infinidad de anillos. Había tarros de sardinas, unos cueros de venao, unos ponchos aujeriaos, y en tan tremendo entrevero apareció hasta un tintero que se perdió en el juzgao. Decía el alcalde muy serio: "Es poco cuanto se diga; "había sido como hormiga, "he de darle parte al juez, "y que me venga después "conque no se los persiga." Yo estaba medio azorao de ver lo que sucedía; entre ellos mesmos decían que unas prendas eran suyas, pero a mí me parecía que esas eran aleluyas. Y cuando ya no tuvieron rincón donde registrar cansaos de tanto huroniar y de trabajar de balde, "vámonos, dijo el alcalde "luego lo haré sepultar." Y aunque mi padre no era el dueño de ese hormiguero él allí muy cariñero, me dijo con muy buen modo "Vos serás el heredero "y te harás cargo de todo." "Se ha de arreglar este asunto "como es preciso que sea "voy a nombrar albacea "uno de los circustantes, "las cosas no son, como antes "tan enredadas y feas." ¡Bendito Dios! pensé yo: ando como un pordiosero y me nuembran heredero de toditas estas guascas: ¡quisiera saber primero lo que se han hecho mis vacas! XVIII Se largaron como he dicho a disponer el entierro; cuando me acuerdo, me aterro: me puse a llorar a gritos al verme allí tan solito con el finao y los perros. Me saqué el escapulario, se lo colgué al pecador; y como hay en el Señor misericordia infinita, rogué por la alma bendita del que antes jue mi tutor. No se calmaba mi duelo de verme tan solitario, áhi le champurrié un rosario como si juera mi padre, besando el escapulario que me había puesto mi madre. Madre mía, gritaba yo, dónde andarás padeciendo; el llanto que estoy virtiendo lo redamarías por mí, si vieras a tu hijo aquí todo lo que está sufriendo. Y mientras ansí clamaba sin poderme consolar, los perros, para aumentar más mi miedo y mi tormento, en aquel mesmo momento se pusieron a llorar. Libre Dios a los presentes de que sufran otro tanto; con el muerto y esos llantos les juro que falta poco para que me vuelva loco en medio de tanto espanto. Decían entonces las viejas, como que eran sabedoras, que los perros cuando lloran es porque ven al demonio; yo creía en el testimonio: como cré siempre el que inora. Ahi dejé que los ratones comieran el guasquerío; y como anda a su albedrío todo el que güérfano queda, alzando lo que era mío abandoné aquella cueva. Supe después que esa tarde vino un pión y lo enterró, ninguno lo acompañó ni lo velaron siquiera; y al otro día amaneció con una mano dejuera. Y me ha contado además el gaucho que hizo el entierro (al recordarlo me aterro, me da pavor este asunto) que la mano del dijunto se la había comido un perro. Tal vez yo tuve la culpa porque de asustao me fui; supe después que volví, y asigurárseló puedo. que los vecinos, de miedo, no pasaban por allí. Hizo del rancho guarida la sabandija más sucia, el cuerpo se despeluza y hasta la razón se altera: pasaba la noche entera chillando allí una lechuza. Por mucho tiempo no pude saber lo que me pasaba; los trapitos con que andaba eran puras hojarascas; todas las noches soñaba con viejos, perros y guascas. XIX Anduve a mi voluntá como moro sin señor; ese fue el tiempo mejor que yo he pasado tal vez: de miedo de otro tutor ni aporté por lo del juez. "Yo cuidaré, me había dicho, "de lo de tu propiedá; "todo se conservará, "eI vacuno y los rebaños "hasta que cumplás treinta años "en que seás mayor de edá." Y aguardando que llegase el tiempo que la Iey fija, pobre como largartija, y sin respetar a naides, anduve cruzando al aire como bola sin manija. Me hice hombre de esa manera bajo el más duro rigor; sufriendo tanto dolor muchas cosas aprendí; y, por fin, vítima fui del más desdichado amor. De tantas alternativas ésta es la parte peluda; infeliz y sin ayuda fue estremado mi delirio, y causaban mi martirio los desdenes de una viuda. Llora el hombre ingratitudes sin tener un jundamento, acusa sin miramiento a la que el mal le ocasiona, y tal vez en su persona no hay ningún merecimiento. Cuando yo mas padecía la crueldá de mi destino rogando al poder divino que del dolor me separe, me hablaron de un adivino que curaba esos pesares. Tuve recelos y miedos pero al fin me disolví: hice coraje y me fui donde el adivino estaba, y por ver si me curaba cuanto llevaba le di. Me puse al contar mis penas más colorao que un tomate, y se me añudó el gaznate cuando dijo el ermitaño: "Hermano, le han hecho daño "y se lo han hecho en un mate." "Por verse libre de usté "lo habrán querido embrujar." Después me empezó a pasar una pluma de avestruz y me dijo: "De la Cruz "recebí el don de curar." "Debés maldecir, me dijo, "a todos tus conocidos, "ansina el que te ha ofendido "pronto estará descubierto, "y deben ser maldecidos "tanto vivos como muertos." Y me recetó que hincao en un trapo de la viuda frente a una planta de ruda hiciera mis oraciones, diciendo: "No tengás duda, "eso cura las pasiones." A la viuda en cuanto pude un trapo le manotié; busqué la ruda y al pie, puesto en cruz, hice mi reso; pero, amigos, ni por eso de mis males me curé. Me recetó otra ocasión que comiera abrojo chico: el remedio no me esplico, mas, por desechar el mal, al ñudo en un abrojal fi a ensangrentarme el hocico. Y con tanta medecina me pareció que sanaba por momentos se aliviaba un poco mi padecer, mas si a la viuda encontraba volvía la pasión a arder. Otra vez que consulté su saber estrodinario, recibió bien su salario, y me recetó aquel pillo que me colgase tres grillos ensartaos como rosario. Por fin, la última ocasión que por mi mal lo fi a ver, me dijo: "No, mi saber "no ha perdido su virtú: "yo te daré la salú, "no triunfará esa mujer." "Y tené fe en el remedio, "pues la cencia no es chacota; "de esto no entedés ni jota; "sin que ninguno sospeche "cortale a un negro tres motas "y hacelas hervir en leche." Yo andaba ya desconfiando de la curación maldita, y dije: "Este no me quita "la pasión que me domina; "pues que viva la gallina "aunque sea con la pepita." Ansí me dejaba andar, hasta que en una ocasión, el cura me echó un sermón, para curarme, sin duda, diciendo que aquella viuda era hija de confisión. Y me dijo estas palabras que nunca las he olvidao: "Has de saber que el finao "ordenó en su testamento "que naides de casamiento "le hablara, en lo sucesivo, "y ella prestó el juramento "mientras él estaba vivo." "Y es preciso que lo cumpla, "porque ansí lo manda Dios. "os necesario que vos "no la vuelvas a buscar, "porque si llega a faltar "se condenarán los dos." Con semejante alvertencia se completó mi redota; le vi los pies a la sota, y me le alejé a la viuda más curao que con la ruda, con los grillos y las motas. Después me contó un amigo que al juez había dicho el cura; "Que yo era un cabeza dura "y que era un mozo perdito, "que me echaran del partido, "que no tenía compostura." Tal vez por ese consejo, y sin que más causa hubiera, ni que otro motivo diera, me agarraron redepente y en el primer contingente me echaron a la frontera De andar persiguiendo viudas me he curado del deseo; en mil penurias me veo, mas pienso volver, tal vez, a ver si sabe aquel juez lo que se ha hecho mi rodeo. XX Martín Fierro y sus dos hijos, entre tanta concurrencia siguieron con alegría celebrando aquella fiesta. Diez años, los mas terribles había durado la ausencia y al hallarse nuevamente era su alegría completa. En ese mesmo momento uno que vino de afuera, a tomar parte con ellos suplicó que lo almitieran. Era un mozo forastero de muy regular presencia y hacía poco que en el pago andaba dando sus güeltas; aseguraban algunos que venía de la frontera que había pelao a un pulpero en las últimas carreras, pero andaba despilchao, no traia una prenda buena; un recadito cantor daba fe de sus pobrezas. Le pidió la bendición al que causaba la fiesta, y sin decirles su nombre les declaro con franqueza que el nombre de Picardía es et único que lleva, y para contar su historia a todos pide licencia, diciéndolés que en seguida iban a saber quién era: tomó al punto la guitarra, la gente se puso atenta, y ansí cantó Picardía en cuanto templó las cuerdas. XXI PICARDIA Voy a contarles mi historia perdónenmé tanta charla, y les diré al principiarla aunque es triste hacerlo así, a mi madre la perdí antes de saber llorarla. Me quedé en el desamparo, y al hombre que me dió el ser no Io pude conocer; ansí, pues, dende chiquito volé como un pajarito en busca de qué comer. O por causa del servicio, que a tanta gente destierra, o por causa de la guerra, que es causa bastante seria, los hijos de la miseria son muchos en esta tterra. Ansí, por ella empujado, no sé las cosas que haría, y, aunque con vergüenza mía, debo hacer esta alvertencia: siendo mi madre lnocencia, me llamaban Picardía. Me llevó a su lado un homhre para cuidar las ovejas, pero todo el día eran quejas y guazcazos a lo loco, y no me daba tampoco siquiera unas jergas viejas. Dende la alba hasta la noche, en el campo me tenía; cordero que se moría, mil veces me sucedió, los caranchos lo comían pero lo pagaba yo. De trato tan riguroso muy pronto me acobardé; el bonete me apreté buscando mejores fines, y con unos bolantines me fuí para Santa Fe. El pruebista principal a enseñarme me tomó, y ya iba aprendiendo yo a bailar en la maroma; mas me hicieron una broma y aquéllo me indijustó. Una vez que iba bailando, porque estaba el calzón roto, armaron tanto alboroto que me hicieron perder pie: de la cuerda me largué y casi me descogoto. Ansí me encontré de nuevo sin saber dónde meterme; y ya pensaba volverme, cuando, por fortuna mía, me salieron unas tías que quisieron recogerme. Con aquella parentela, para mí desconocida, me acomodé ya en seguida; y eran muy buenas señoras, pero las más rezadoras que he visto en toda mi vida. Con el toque de oración ya principiaba el rosario; noche a noche un calendario tenían ellas que decir, y a rezar solían venir muchas de aquel vecindario. Lo que allí me aconteció siempre lo he de recordar, pues me empiezo a equivocar y a cada paso refalo, como si me entrara el malo cuanto me hincaba a resar. Era como tentación lo que yo esperimenté; y jamás olvidaré cuánto tuve que sufrir, porque no podía decir "Artículos de la Fe." Tenía al lao una mulata que era nativa de allí; se hincaba cerca de mí como el ángel de la guarda ¡pícara! y era la parda la que me tentaba ansí. "Resá, me dijo mi tía, "Artículos de la Fe." Quise hablar y me atoré la dificultá me aflije; miré a la parda, y ya dije "Artículos de Santa Fe." Me acomodó el coscorrón que estaba viendo venir; yo me quise corregir, a la mulata miré, y otra vez volví a decir "Artículos de Santa Fe." Sin dificultá ninguna rezaba todito el día, y a la noche no podía ni con un trabajo inmenso; es por eso que yo pienso que alguno me tentaría. Una noche de tormenta, vi a la parda y me entró chucho; los ojos, me asusté mucho, eran como refocilo: al nombrar a San Camilo, le dije San Camilucho. Esta me da con el pie, aquella otra con el codo; ¡ah viejas! por ese modo, aunque de corazón tierno, yo las mandaba al infierno con oraciones y todo. Otra vez, que como siempre la parda me perseguía, cuando yo acordé, mis tías me habían sacao un mechón al pedir la estirpación de todas las heregías. Aquella parda maldita me tenía medio afligido, y ansí me había sucedido que ai decir estirpación le acomodé entripación y me cayeron sin ruido. El recuerdo y el dolor me duraron muchos días; soñé con las heregías que andaban por estirpar, y pedía siempre al resar la estirpación de mis tías. Y dale siempre rosarios, noche a noche y sin cesar; dale siempre barajar salves, trisagios y credos: me aburrí de esos enriedos y al fin me mandé mudar. XXII Anduve como pelota y más pobre que una rata; cuando empecé a ganar plata se armó no sé qué barullo, y yo dije: a tu tierra, grullo, aunque sea con una pata. Eran duros y bastantes los años que allá pasaron; con lo que ellos me enseñaron formaba mi capital; cuando vine me enrolaron en la Guardia Nacional. Me había ejercitao al naipe, el juego era mi carrera; hice alianza verdadera y arreglé una trapisonda con el dueño de una fonda que entraba en la peladera. Me ocupaba con esmero en floriar una baraja: él la guardaba en la caja, en paquetes, como nueva; y la media arroba lleva quien conoce la ventaja. Comete un error inmenso quien de la suerte presuma, otro más hábil lo fuma, en un dos por tres lo pela; y lo larga que no vuela porque le falta una pluma. Con un socio que lo entiende se armaron partidas muy buenas; queda allí la plata agena, quedan prendas y botones; siempre cain a esas riuniones sonzos con las manos llenas. Hay muchas trampas legales, recursos del jugador; no cualquiera es sabedor a lo que un naipe se presta: con una cincha bien puesta se la pega uno al mejor. Deja a veces ver la boca haciendo el que se descuida; juega el otro hasta la vida, y es siguro que se ensarta, porque no muestra una carta y tiene otra prevenida. Al monte, las precauciones no han de olvidarse jamás; debe afirmarse además los dedos para el trabajo, y buscar asiento bajo que le dé la luz de atrás. Pa tayar, tome la luz, dé la sombra al alversario, acomódese al contrario en todo juego cartiao: tener ojo ejercitao es siempre muy necesario. El contrario abre los suyos, pero nada ve el que es ciego; dándolé soga, muy luego se deja pescar el tonto: todo chapetón cree pronto que sabe mucho en el juego. Hay hombres muy inocentes y gue a las carpetas van; cuando asariados están, les pasa infintas veces, pierden en puertas y en treses, y dándolés, mamarán. El que no sabe, no gana aunque ruegue a Santa Rita; en la carpeta a un mulita se le conoce al sentarse; y conmigo, era matarse, no podían ni a la manchita. En el nueve y otros juegos llevo ventaja no poca, y siempre que dar me toca el mal no tiene remedio porque sé sacar del medio y sentar la de la boca. En el truco, al más pintao solía ponerlo en apuro; cuando aventajar procuro, sé tener, como fajadas, tiro a tiro el as de espadas, o flor, o envite seguro. Yo se defender mi plata y lo hago como el primero; el que ha de jugar dinero preciso es que no se atonte; si se armaba una de monte, tomuba parte el fondero. Un pastel, como un paquete, sé llevarlo con limpieza; dende que a salir empiezan no hay carta que no recuerde: sé cuál se gana o se pierde en cuanto cain a ta mesa. También por estas jugadas suele uno verse en aprietos; mas yo no me comprometo porque sé hscerlo con arte, y aunque les corra el descarte no se descubre el secreto. Si me llamaban al dao, nunca me solía faltar un cargado que largar, un cruzao para el más vivo; y hasta atracarles un chivo sin dejarlos maliciar. Cargaba bien una taba porque la sé manejar; no era manco en el billar, y, por fin de lo que esplico, digo que hasta con pichicos era capaz de jugar. Es un vicio de mal fin, el de jugar, no lo niego; todo el que vive del juego anda a la pesca de un bobo, y es sabido que es un robo ponerse a jugarle a un ciego. Y esto digo claramente porque he dejao de jugar; y les puedo asigurar, como que fui del oficio: más cuesta aprender un vicio que aprender a trabajar. XXIII Un nápoles mercachifle que andaba con un arpista cayó también en la lista sin dificultá ninguna; lo agarré a la treinta y una y le daba bola vista. Se vino haciendo el chiquito, por sacarme esa ventaja; en el pantano se encaja, aunque robo se le hacía: le cegó Santa Lucía y desocupó las cajas. Lo hubieran visto afligido llorar por las chucherías; "ma gañao con picardía" "decía el gringo y lagrimiaba, mientras yo en un poncho alzaba todita su merchería. Quedó allí aliviao del peso sollozando sin consuelo, había cáido en el anzuelo tal vez porque era domingo, y esa calidá de gringo no tiene santo en el cielo. Pero poco aproveché de fatura tan lucida: el diablo no se descuida, y a mí me seguía la pista un ñato muy enredista que era Oficial de partida. Se me presentó a esigir la multa en que había incurrido, que el juego estaba prohibido, que iba a llevarme al cuartel; tuve que partir con él todo lo que había alquirido. Empecé a tomarlo entre ojos por esa albitrariedá: yo había ganao, es verdá, con recursos, eso sí; pero él me ganaba a mí fundao en su autoridá. Decían que por un delito mucho tiempo anduvo mal; un amigo servicial lo compuso con el Juez, y poco tiempo después lo pusieron de Oficial. En recorrer el partido continuamiente se empleaba, ningun malevo agarraba, pero tráia en un carguero gallinas, pavos, corderos que por áhi recoletaba. No se debía permitir el abuso a tal estremo: mes a mes hacía lo mesmo, y ansí decía el vecindario, "este ñato perdulario "ha resucitado el diezmo". La echaba de guitarrero y hasta de concertador: sentao en el mostrador lo hallé una noche cantando y le dije: "co... mo. ... quiando con ganas de óir un cantor". Me echó el ñato una mirada que me quiso devorar; mas no dejó de cantar y se hizo el desentendido, pero ya había conocido que no lo podía pasar. Una tarde que me hallaba de visita... vino el ñato, y para darle un mal rato dije fuerte "Ña... to... ribia "no cebe con la agua tibia", y me la entendió el mulato. Era el todo en el Juzgao, y como que se achocó áhi no más me contestó: "Cuanto el caso se presiente "te he de hacer tomar caliente "y has de saber quién soy yo." Por causa de una mujer se enredó más la cuestión: le tenía el ñato aflición, ella era mujer de ley, moza con cuerpo de güey, muy blanda de corazón. La hallé una vez de amasijo, estaba hecha un embeleso, y le dije: "Me intereso "en aliviar sus quehaceres, "y ansí, señora, ai quiere "yo le arrimaré los güesos. Estaba el ñato presente, sentado como de adorno; por evitar un trastorno ella, al ver que se dijusta, me contestó: "Si usté gusta "arrímelós junto al horno." Ahi se enredó la madeja y su enemistá conmigo; se declaró mi enemigo, y por aquel cumplimiento ya sólo buscó el momento de hacerme dar un castigo. Yo véia que aquel maldito me miraba con rencor, buscando el caso mejor de poderme echar el pial; y no vive más el lial que lo que quiere el traidor. No hay matrero que no caiga, ni arisco que no se amanse; ansí yo, desde aquel lance no salía de algún rincón, tirao como el San Ramón después que se pasa el trance.
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