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LA VUELTA DE MARTIN FIERRO

(Undécima parte hasta la vigésima tercera)


XI

Y mientras que tomo un trago
pa refrescar el garguero,
y mientras tiempla el muchacho
y prepara su estrumento,
les contaré de qué modo
tuvo lugar el encuentro.

Me acerqué a algunas estancias
por saber algo de cierto,
creyendo que en tantos años
esto se hubiera compuesto;
pero cuanto saqué en limpio
fue, que estábamos lo mesmo.

Ansí me dejaba andar
haciéndomé el chancho rengo,
porque no me convenía
revolver el avispero;
pues no inorarán ustedes
que en cuentas con el gobierno
tarde o temprano lo llaman
al pobre a hacer el arreglo.

Pero al fin tuve la suerte
de hallar un amigo viejo
que de todo me informó,
y por él supe al momento
que el juez que me perseguía
hacía tiempo que era muerto:
por culpa suya he pasado
diez años de sufrimiento,
y no son pocos diez años
para quien ya llega a viejo.
Y los he pasado ansí,
si en mi cuenta no me yerro:
tres años en la frontera
dos como gaucho matrero,
y cinco allá entre los indios
hacen los diez que yo cuento.
Me dijo, a más, ese amigo
que anduviera sin recelo,
que todo estaba tranquilo,
que no perseguIa el Gobierno,
que ya naides se acordaba
de la muerte de moreno,
aunque si yo lo maté
mucha culpa tuvo el negro.
Estuve un poco imprudente,
puede ser, yo lo confieso,
pero él me precipitó
porque me cortó primero;
y a más me cortó en la cara
que es un asunto muy serio.
Me asiguró el mesmo amigo
que ya no había ni el recuerdo
de aquel que en la pulpería
Io dejé mostrando el sebo.
El, de engreído me buscó,
yo ninguna culpa tengo;
él mesmo vino a peliarme,
y tal vez me hubiera muerto
si le tengo más confianza
o soy un poco más lerdo;
fue suya toda la culpa,
porque ocasionó el suceso.
Que ya no hablaban tampoco,
me lo dijo muy de cierto,
de cuando con la partida
llegué a tener el encuentro.
Esa vez me defendí
como estaba en mi derecho,
porque fueron a prenderme
de noche y en campo abierto.
Se me acercaron con armas,
y sin darme voz de preso,
me amenazaron a gritos,
de un modo que daba miedo,
que iban a arreglar mis cuentas,
tratándomé de matrero,
y no era el jefe el que hablaba,
sinó un cualquiera de entre ellos.
Y ese, me parece a mí,
no es modo de hacer arreglos,
ni con el que es inocente,
ni con el culpable menos.
Con semejantes noticias
yo me puse muy contento
y me presenté ande quiera
como otros pueden hacerlo.
De mis hijos he encontrado
sólo a dos hasta el momento;
y de ese encuentro feliz
le doy las gracias al cielo.
A todos cuantos hablaba
les preguntaba por ellos,
mas no me daba ninguno
razón de su paradero.
Casualmente el otro día
llegó a mi conocimiento,
de una carrera muy grande
entre varios estancieros
y fui eomo uno de tantos,
aunque no llevaba un medio.
No faltaba, ya se entiende,
en aquel gauchaje inmenso
muchos que ya conocían
la historia de Martín Fierro;
y allí estaban los muchachos
cuidando unos parejeros.
Cuando me oyeron nombrar
se vinieron al momento,
diciéndome quienes eran,
aunque no me conocieron,
porque venía muy aindiao
y me encontraban muy viejo.
La junción de los abrazos,
de los llantos y los besos
se deja pa las mujeres,
como que entienden el juego;
pero el hombre que compriende
que todos hacen lo mesmo
en público canta y baila
abraza y llora en secreto.
Lo único que me han contado
es que mi mujer ha muerto
que en procuras de un muchacho
se fue la infeliz al pueblo
donde infinitas miserias
habrá sufrido por cierto;
que, por fin, a un hospital
fue a parar medio muriendo
y en ese abismo de males
falleció al muy poco tiempo.
Les juro que de esa pérdida
jamás he de hallar consuelo;
muchas lágrimas me cuesta
dende que supe el suceso;
mas dejemos cosas tristes,
aunque alegrías no tengo;
me parece que el muchacho
ha templao y está dispuesto,
vamos a ver qué tal lo hace,
y juzgar su desempeño.
Ustedes no los conocen,
yo tengo confianza en ellos,
no porque lleven mi sangre,
(eso fuera lo de menos)
sino porque dende chicos
han vivido padeciendo;
los dos son aficionados,
les gusta jugar con fuego,
vamos a verlos correr:
son cojos... hijos de rengo.



EL HIJO MAYOR DE MARTIN FIERRO

XII

LA PENITENCIARIA

Aunque el gajo se parece
al árbol de donde sale,
solía decirlo mi madre
y en su razón estoy fijo:
"Jamás puede hablar el hijo
"con la autoridá del padre".

Recordarán que quedamos
sin tener dónde abrigarnos;
ni ramada ande ganarnos,
ni rincón ande meternos,
ni camisa que ponernos,
ni poncho con qué taparnos.

Dichoso aquel que no sabe
lo que es vivir sin amparo;
yo con verdá les declaro,
aunque es por demás sabido:
dende chiquito he vivido
en el mayor desamparo.

No le merman el rigor
los mesmos que lo socorren;
tal vez porque no se borren,
los decretos del destino,
de todas partes lo corren
como ternero dañino.

Y vive como los bichos
buscando alguna rendija;
el güérfano es sabandija
que no encuentra compasión,
y el que anda sin direción
es guitarra sin clavija.

Sentiré que cuanto digo
a algún oyente le cuadre;
ni cara tenía, ni madre,
ni parentela, ni hermanos;
y todos limpian sus manos
en el que vive sin padre.

Lo cruza éste de un lazazo,
lo abomba aquél de un moquete,
otro le busca el cachete,
y entre tanto soportar,
suele a veces no encontrar
ni quien le arroje un soquete.


Si lo recogen lo tratan
con la mayor rigidez;
piensan que es mucho tal vez,
cuando ya muestra el pellejo,
si le dan un trapo viejo
pa cubrir su desnudez.

Me crié, pues, como les digo,
desnudo a veces y hambriento;
me ganaba mi sustento
y ansí los años pasaban;
al ser hombre me esperaban
otra clase de tormentos.

Pido a todos que no olviden
lo que les voy a decir;
en la escuela del sufrir
he tomado mis leciones;
y hecho muchas reflesiones
dende que empecé a vivir.

Si alguna falta cometo
la motiva mi inorancia;
no vengo con arrogancia
y les diré en conclusión
que trabajando de pión
me encontraba en una estancia.

El que manda siempre puede
hacerle al pobre un calvario;
a un vecino propietario
un boyero le mataron,
y aunque a mí me lo achacaron
salió cierto en el sumario.

Piensen los hombres honrados
en la vergüenza y la pena
de que tendría la alma llena
al verme ya tan temprano
igual a los que sus manos
con el crimen envenenan.

Declararon otros dos
sobre el caso del dijunto;
mas no se aclaró el asunto,
y el juez, por darlas de listo,
"amarrados como un Cristo
nos dijo, irán todos juntos".

"A la justicia ordinaria
voy a mandar a los tres."
Tenía razón aquel juez,
y cuantos ansí amenacen:
ordinaria... es como la hacen,
lo he conocido después.


Nos remitió, como digo,
a esa justicia ordinaria,
y fuimos con la sumaria
a esa cárcel de malevos
que por un bautismo nuevo
le llaman Penitenciaria.

El porqué tiene ese nombre
naides me lo dijo a mí,
mas yo me lo esplico ansí:
le dirán Penitenciaria
por la penitencia diaria
que se sufre estando allí.

Criollo que cai en desgracia
tiene que sufrir no poco;
naides lo ampara tampoco
si no cuenta con recursos;
el gringo es de más discurso:
cuando mata se hace el loco.

No sé el tiempo que corrió
en aquella sepoltura;
si de ajuera no lo apuran,
el asunto va con pausa;
tienen la presa sigura
y dejan dormir la causa.

Inora el preso a qué lado
se inclinará la balanza;
pero es tanta la tardanza
que yo les digo por mi:
el hombre que dentre allí
deje afuera la esperanza.

Sin perfecionar las leyes
perfecionan el rigor;
sospecho que el inventor
habrá sido algún maldito:
por grande que sea un delito
aquella pena es mayor.

Eso es para quebrantar
el corazón más altivo.
Los llaveros son pasivos,
pero más secos y duros
tal vez que los mesmos muros
en que uno gime cautivo.

No es en grillos ni en cadenas
en lo que usté penará
sinó en una soledá
y un silencio tan projundo
que parece que en el mundo
es el único que está.


El más altivo varón
y de cormillo gastao,
allí se vería agobiao
y su corazón marchito,
al encontrarse encerrao
a solas con su delito.

En esa cárcel no hay toros,
allí todos son corderos;
no puede el más altanero,
al verse entre aquellas rejas,
sinó amujar las orejas
y sufrir callao su encierro.

Y digo a cuantos inoran
el rigor de aquellas penas,
yo que sufrí las cadenas
del destino y su inclemencia:
que aprovechen la esperencia
del mal en cabeza agena.

¡Ay madres, las que dirigen
al hijo de sus entrañas!
No piensen que las engaña,
ni que les habla un falsario;
lo que es el ser presidario
no lo sabe la campaña.

Hijas, esposas, hermanas,
cuantas quieren a un varón,
diganlés que esa prisión
es un infierno temido,
donde no se oye más ruido
que el latir del corazón.

Allá el día no tiene sol,
la noche no tiene estrellas;
sin que le valgan querellas
encerrao lo purifican;
y sus lágrimas salpican
en las paredes aquellas.

En soledá tan terrible
de su pecho oye el latido:
lo sé, porque lo he sufrido
y créameló el aulitorio:
tal vez en el purgatorio
las almas hagan más ruido.

Cuenta esas horas eternas
para más atormentarse;
su lágrima al redamarse
calcula en sus afliciones,
contando sus pulsaciones.
lo que dilata en secarse.


Allí se amansa el más bravo;
allí se duebla el más juerte:
el silencio es de tal suerte
que, cuando llegue a venir,
hasta se le han de sentir
las pisadas a la muerte.

Adentro mesmo del hombre
se hace una revolución:
metido en esa prisión,
de tanto no mirar nada,
le nace y queda grabada
la idea de la perfeción.

En mi madre, en mis hermanos,
en todo pensaba yo;
al hombre que allí dentró
de memoria más ingrata,
fielmente se le retrata
todo cuanto ajuera vió.

Aquél que ha vivido libre
de cruzar por donde quiera
se aflige y se desespera
de encontrarse allí cautivo;
es un tormento muy vivo
que abate la alma más fiera.

En esa estrecha prisión
sin poderme conformar,
no cesaba de esclamar:
¡qué diera yo por tener
un caballo en que montar
y una pampa en que correr!

En un lamento costante
se encuentra siempre embretao;
el castigo han inventao
de encerrarlo en las tinieblas,
y allí está como amarrao
a un fierro que no se duebla.

No hay un pensamiento triste
que al preso no lo atormente;
bajo un dolor permanente
agacha al fin la cabeza,
porque siempre es la tristeza
hermana de un mal presente.

Vierten lágrimas sus ojos
pero su pena no alivia.
En esa costante lidia
sin un momento de calma,
contempla, con los del alma,
felicidades que envidia.


Ningún consuelo penetra
detrás de aquellas murallas;
el varón de más agallas,
aunque más duro que un perno,
metido en aquel infierno
sufre, gime, llora y calla.

Del furor el corazón
se le quiere reventar,
pero no hay sinó aguantar
aunque sosiego no alcance;
¡dichoso en tan duro trance
aquel que sabe rezar!

Dirige a Dios su plegaria
el que sabe una oración;
en esa tribulación
gime olvidado del mundo,
y el dolor es más projundo
cuando no halla compasión.

En tan crueles pesadumbres,
en tan duro padecer,
empezaba a encanecer
después de muy pocos meses;
allí lamenté mil veces
no haber aprendido a ler.

Viene primero el furor,
después la melancolía;
en mi angustia no tenía
otro alivio ni consuelo
sinó regar aquel suelo
con lágrimas noche y día.

A visitar otros presos
sus familias solían ir;
naides me visitó a mí
mientras estuve encerrado;
¡quién iba a costiarse allí
a ver un desamparado!

¡Bendito sea el carcelero
que tiene buen corazón!
Yo sé que esta bendición
pocos pueden alcanzarla,
pues si tienen compasión
su deber es ocultarla.

Jamás mi lengua podrá
espresar cuánto he sufrido;
en ese encierro metido;
llaves paredes, cerrojos
se graban tanto en los ojos
que uno los ve hasta dormido.


El mate no se permite,
no le permiten hablar,
no le permiten cantar
para aliviar su dolor,
y hasta el terrible rigor
de no dejarlo fumar.

La justicia muy severa
suele rayar en crueldá;
sufre el pobre que allí está
calenturas y delirios,
pues no esiste pior martirio
que esa eterna soledá.

Conversamos con las rejas
por sólo el gusto de hablar;
pero nos mandan callar
y es preciso conformarnos,
pues no se debe irritar
a quien puede castigarnos.

Sin poder decir palabra
sufre en silencio sus males,
y uno en condiciones tales,
se convierte en animal,
privao del don principal
que Dios hizo a los mortales.

Yo no alcanzo a comprender
por qué motivo será,
que el preso privado está
de los dones más preciosos
que el justo Dios bondadoso
otorgó a la humanidá.

Pues que de todos los bienes
(en mi inorancia lo infiero)
que le dio al hombre altanero
su Divina Majestá,
la palabra es el primero,
el segundo la amistá.

Y es muy severa la ley
que por un crimen o un vicio,
somete al hombre a un suplicio
el más tremendo y atroz
privado de un beneficio
que ha recebido de Dios.

La soledá causa espanto,
el silencio causa horror;
ese contínuo terror
es el tormento más duro,
y en un presidio siguro
está de más tal rigor


Inora uno si de allí
saldrá pa la sepoltura
el que se halla en desventura
busca a su lao otro ser
pues siempre es bueno tener
compañeros de amargura.

Otro más sabio podrá
encontrar razón mejor,
yo no soy rebuscador,
y ésta me sirve de luz:
se los dieron al Señor
al clavarlo en una cruz.

Y en las projundas tinieblas
en que mi razón esiste,
mi corazón se resiste
a ese tormento sin nombre,
pues el hombre alegra al hombre,
y el hablar consuela al triste.

Grábenló como en la piedra
cuanto he dicho en este canto;
y aunque yo he sufrido tanto
debo confesarlo aquí:
el hombre que manda allí,
es poco menos que un santo

Y son buenos los demás,
a su ejemplo se manejan;
pero por eso no dejan
Ias cosas de ser tremendas,
piensen todos y compriendan
el sentido de mis quejas

Y guarden en su memoria
con toda puntualidá,
lo que con tal claridá
les acabo de decir;
mucho tendrán que sufrir
si no cren en mi verdá.

Y si atienden mis palabras
no habrá calabozos llenos;
manéjensé como buenos;
no olviden esto jamás:
aquí no hay razón de más;
más bien las puse de menos.

Y con esto me despido;
todos han de perdonar;
ninguno debe olvidar
la historia de un desgraciado:
quien ha vivido encerrado
poco tiene que contar.



EL HIJO SEGUNDO DE MARTIN FIERRO

XIII

Lo que les voy a decir
ninguno lo ponga en duda,
y aunque la cosa es peluda,
haré la resolución;
es ladino el corazón
pero la lengua no ayuda.

El rigor de las desdichas
hemos soportao diez años,
pelegrinando entre estraños
sin tener donde vivir
y obligados a sufrir
una máquina de daños.

El que vive de este modo
de todos es tributario;
falta el cabeza primario,
y los hijos que él sustenta
se dispersan como cuentas
cuando se corta el rosario.

Yo anduve ansí como todos,
hasta que al fin de sus días
supo mi suerte una tía
y me recogió a su lado;
allí viví sosegado
y de nada carecía.

No tenía cuidado alguno
ni que trabajar tampoco;
y como muchacho loco
lo pasaba de holgazán;
con razón dice el refrán
que lo bueno dura poco.

En mí todo su cuidado
y su cariño ponía;
como a un hijo me quería
con cariño verdadero
y me nombró de heredero
de los bienes que tenía.

El juez vino sin tardanza
cuanto falleció la vieja.
"De los bienes que te deja,
me dijo, yo he de cuidar:
"es un rodeo regular
"y dos majadas de ovejas."

Era hombre de mucha labia,
con más leyes que un dotor.
Me dijo: "Vos sos menor
"y por los años que tienes,
"no podés manejar bienes,
"voy a nombrarte un tutor."


Tomó un recuento de todo
porque entendía su papel,
y después que aquel pastel
lo tuvo bien amasao,
puso al frente un encargao
y a mí me llevó con él.

Muy pronto estuvo mi poncho
lo mesmo que cernidor;
el chiripá estaba pior,
y aunque pa el frío soy guapo,
ya no me quedaba un trapo
ni pa el frío, ni pa el calor.

En tan triste desabrigo,
tras de un mes iba otro mes;
guardaba silencio el juez,
la miseria me invadía;
me acordaba de mi tía,
al verme en tal desnudés.

No sé decir con fijeza
el tiempo que pasé allí;
y después de andar ansí,
como moro sin señor,
pasé a poder del tutor
que debía cuidar de mí.

XIV

Me llevó consigo un viejo
que pronto mostró la hilacha:
dejaba ver por la facha
que era medio cimarrón;
muy renegao, muy ladrón,
y le llamaban Viscacha.

Lo que el juez iba buscando
sospecho y no me equivoco;
pero este punto no toco
ni su secreto averiguo:
mi tutor era un antiguo
de los que ya quedan pocos.

Viejo lleno de camándulas,
con un empaque a lo toro;
andaba siempre en un moro
metido en no sé qué enriedos
con las patas como loro,
de estribar entre los dedos.

Andaba rodiao de perros,
que eran todo su placer;
jamás dejó de tener
menos de media docena;
mataba vacas ajenas
para darles de comer.


Carniábamos noche a noche
alguna res en el pago;
y, dejando allí el resago,
alzaba en ancas el cuero,
que lo vendía a un pulpero
por yerba, tabaco y trago.

¡Ah!, ¡viejo más comerciante
en mi vida lo he encontrao!
Con ese cuero robao,
él arreglaba el pastel,
y allí entre el pulpero y él
se estendía el certificao.

Le echaba de comedido;
en las trasquilas, lo viera,
se ponía como una fiera
si cortaban una oveja;
pero de alzarse no deja
un vellón o unas tijeras.

Una vez me dio una soba
que me hizo pedir socorro
porque lastimé un cachorro
en el rancho de unas vascas;
y al irse se alzó unas guascas;
para eso era como zorro.

¡Aijuna! dije entre mí;
me has dao esta pesadumbre:
ya verás cuanto vislumbre
una ocasión medio güena;
te he de quitar la costumbre
de cerdiar yeguas ajenas.

Porque maté una viscacha
otra vez me reprendió,
se lo vine a contar yo;
Y no bien se lo hube dicho,
"ni me nuembres ese bicho"
me dijo, y se me enojó.

Al verlo tan irritao
hallé prudente callar;
éste me va a castigar
dije entre mí, si se agravia:
ya vi que les tenía rabia
y no las volví a nombrar.

Una tarde halló una punta
de yeguas medio bichocas
después que voltió unas pocas
las cerdiaba con empeño;
yo vide venir al dueño
pero me callé la boca.


El hombre venía jurioso
y nos cayó como un rayo;
se descolgó del caballo
revoliando el arriador,
y lo cruzó de un lazaso
áhi no mas a mi tutor.

No atinaba don Viscacha
a qué lado disparar,
hasta que logró montar,
y de miedo del chicote,
se lo apretó hasta el cogote,
sin pararse a contestar.

Ustedes crerán tal vez
que el viejo se curaría:
no, señores, lo que hacía
con más cuitao, dende entonces
era maniarlas de día
para cerdiar a la noche.

Ese fue el hombre que estuvo
encargao de mi destino;
siempre anduvo en mal camino,
y todo aquel vecindario
decía que era un perdulario,
insufrible de dañino.

Cuando el juez me lo nombró
al dármeló de tutor,
me dijo que era un señor
el que me debía cuidar,
enseñarme a trabajar
y darme la educación.

Pero qué había de aprender
al lado de ese viejo paco
que vivía como el chuncaco
en los bañaos, como el tero;
un haragán, un ratero,
y más chillón que un barraco.

Tampoco tenía más bienes
ni propiedá conocida
que una carreta podrida
y las paredes sin techo
de un rancho medio desecho,
que le servía de guarida.

Después de las trasnochadas
allí venía a descansar;
yo desiaba aviriguar
lo que tuviera escondido,
pero nunca había podido
pues no me dejaba entrar.


Yo tenía una jergas viejas
que habían sido más peludas
y con mis carnes desnudas,
el viejo, que era una fiera,
me echaba a dormir ajuera
con unas heladas crudas.

Cuando mozo fue casao
aunque yo lo desconfío;
y decía un amigo mío
que, de arrebatao y malo,
mató a su mujer de un palo
porque le dió un mate frío.

Y viudo por tal motivo
nunca se volvió a casar;
no era fácil encontrar
ninguna que lo quisiera:
todas temerían llevar
la suerte de la primera.

Soñaba siempre con ella,
sin duda por su delito
y decía el viejo maldito
el tiempo que estuvo enfermo,
que ella dende el mesmo infierno
lo estaba llamando a gritos.

XV

Siempre andaba retobao,
con ninguno solía hablar;
se divertía en escarbar
y hacer marcas con el dedo;
y cuando se ponía en pedo
me empezaba aconsejar.

Me parece que lo veo
con su poncho calamaco;
después de echar un buen taco
ansí principiaba a hablar:
"Jamás llegués a parar
a donde veás perros flacos."

"El primer cuidao del hombre
es defender el pellejo;
llevate de mi consejo,
fijate bien lo que hablo;
el diablo sabe por diablo
pero más sabe por viejo."

"Hacete amigo del juez,
no le dés de qué quejarse;
y cuando quiera enojarse
vos te debés encojer,
pues siempre es güeno tener
palenque ande ir a rascarse."


"Nunca le llevés la contra
porque él manda la gavilla;
allí sentao en su silla
ningún güey le sale bravo:
a uno le da con el clavo
y a otro con la cantramilla."

"El hombre, hasta el más soberbio,
con más espinas que un tala,
aflueja andando en la mala
y es blando como manteca:
hasta la hacienda baguala
cái al jagüel con la seca."

"No andés cambiando de cueva,
hacé las que hace el ratón:
conservate en el rincón
en que empesó tu esistencia:
vaca que cambia querencia
se atrasa en la parición."

Y menudiando los tragos
aquel viejo como cerro,
"No olvidés, me decía, Fierro,
que el hombre no debe crer
en lágrimas de mujer
ni en la renguera del perro."

"No te debés afligir
aunque el mundo se desplome:
lo que más precisa el hombre
tener, según yo discurro,
es la memoria del burro
que nunca olvida ande come."

"Dejá que caliente el horno
el dueño del amasijo;
lo que es yo, nunca me aflijo
y a todito me hago el sordo:
el cerdo vive tan gordo
y se come hasta los hijos."

"El zorro que ya es corrido,
dende lejos la olfatea;
no se apure quien desea
hacer lo que le aproveche:
la vaca que más rumea
es la que da mejor leche."

"El que gana su comida
bueno es que en silencio coma:
ansina, vos ni por broma
querrás llamar la atención:
nunca escapa el cimarrón
si dispara por la loma."


"Yo voy donde me conviene
y jamás me descarrío;
llevate el ejemplo mío,
y llenarás la barriga;
aprendé de las hormigas:
no van a un noque vacío."

"A naides tengás envidia,
es muy triste el envidiar;
cuando veás a otro ganar
a estorbarlo no te metas:
cada lechón en su teta
es el modo de mamar."

"Ansí se alimentan muchos
mientras los pobres lo pagan;
como el cordero hay quien lo haga
en la puntita, no niego;
pero otros, como el borrego,
toda entera se la tragan."

"Si buscás vivir tranquilo
dedicate a solteriar;
mas si te querés casar,
con esta alvertencia sea:
que es muy difícil guardar
prenda que otros codicean."

"Es un bicho la mujer
que yo aquí no lo destapo:
siempre quiere al hombre guapo,
mas fijate en la eleción;
porque tiene el corazón
como barriga de sapo."

Y gangoso con la tranca,
me solía decir: "Potrillo,
recién te apunta el cormillo,
mas te lo dice un toruno:
no dejés que hombre ninguno
te gane el lao del cuchillo."

"Las armas son necesarias
pero naides sabe cuándo;
ansina, si andás pasiando,
y de noche sobre todo,
debés llevarlo de modo
que al salir, salga cortando."

"Los que no saben guardar
son pobres aunque trabajen;
nunca, por más que se atajen,
se librarán del cimbrón:
al que nace barrigón
es al ñudo que lo fajen.


"Donde los vientos me llevan
allí estoy como en mi centro;
cuando una tristeza encuentro
tomo un trago pa alegrarme:
a mí me gusta mojarme
por ajuera y por adentro."

XVI

Cuando el viejo cayó enfermo,
viendo yo que se empioraba,
y que esperanza no daba
de mejorarse siquiera,
le truje una culandrera
a ver si lo mejoraba.

En cuanto lo vio me dijo:
"este no aguanta el sogazo;
"muy poco le doy de plazo;
"nos va a dar un espetáculo
"porque debajo del brazo
"le ha salido un tabernáculo."

Dice el refrán que en la tropa
nunca falta un güey corneta;
uno que estaba en la puerta
le pegó el grito áhi no más:
"Tabernáculo... qué bruto;
"un tubérculo, dirás."

Al verse ansí interrumpido
al punto dijo el cantor:
"No me parece ocasión
"de meterse los de ajuera
"tabernáculo, señor
"le decía la culandrera."

El de ajuera repitió
dándole otro chaguarazo;
"Allá va un nuevo bolazo,
"copo y se lo gano en puerta:
"a las mujeres que curan
se las llama curanderas".

No es bueno, dijo el cantor,
muchas manos en un plato,
y diré al que ese barato
ha tomao de entremetido,
que no créia haber venido
a hablar entre literatos.

Y para seguir contando
la historia de mi tutor
le pediré a ese dotor
que en mi inorancia me deje,
pues siempre encuentra el que teje
otro mejor tejedor.


Seguía enfermo como digo,
cada vez más emperrao;
yo estaba ya acobardao
y lo espiaba dende lejos:
era la boca del viejo
la boca de un condenao.

Allá pasamos los dos
noches terribles de invierno
él maldecía al Padre Eterno
como a los santos benditos,
pidiendolé al diablo a gritos
que lo llevara al infierno.

Debe ser grande la culpa
que a tal punto mortifica;
cuando vía una reliquia
se ponía como azogado,
como si a un endemoniado
le echaran agua bendita.

Nnnca me le puse a tiro,
pues era de mala entraña,
y viendo herejía tamaña,
sl alguna cosa le daba
de lejos se la alcanzaba
en la punta de una caña.

Será mejor, decía yo
que abandonado lo deje,
que blasfeme y que se queje
y que siga de esta suerte,
hasta que venga la muete
y cargue con este hereje.

Cuando ya no pudo hablar
le até en la mano un cencerro,
y al ver cercano su entierro,
arañando las paredes
espiró allí, entre los perros
y este servidor de ustedes.

XVII

Le cobré un miedo terrible
después que lo vi dijunto;
llamé al alcalde, y al punto,
acompañado se vino
de tres o cuatro vecinos
a arreglar aquel asunto.

"Anima bendita", dijo
un viejo medio ladiao;
"que Dios lo haiga perdonao,
"es todo cuanto deseo
"le conocí un pastoreo
"de terneritos rabaos.


"Ansina es, dijo el alcalde,
con eso empezó a poblar;
yo nunca podré olvidar
las travesuras que hizo;
hasta que al fin fue preciso
que le privasen carniar.

"De mozo fue muy jinete,
no lo bajba un bagual;
pa ensillar un animnal
sin necesitar de otro,
se encerraba en el corral
y allí galopiaba el potro.

"Se llevaba mal con todos;
era su costumbre vieja
el mesturar las ovejas,
pues al haccr el aparte
sacaba la mejor parte
y después venía con quejas."

"Dios lo ampare al pobresito,
dijo en seguida un tercero,
siempre robaba carneros,
en eso tenía destreza:
enterraba las cabezas,
y después vendía los cueros."

"Y qué costumbre tenía;
cuando en el jogón estaba,
con el mate se agarraba
estando los piones juntos,
yo tayo, decía, y apunto,
y a ninguno convidaba."

"Si ensartaba algún asao,
¡pobre! ¡como si lo viese!
poco antes de que estuviese
primero lo maldecía,
luego después lo escupía
para que naides comiese."

"Quien le quitó esa costumbre
de escupir al asador
fue un mulato resertor
que andaba de amigo suyo,
un diablo, muy peliador,
que le llamaban Barullo."

"Una noche que les hizo
como estaba acostumbrao
se alzó el mulato enojao,
y le gritó: "Viejo indino,
"yo te he enseñar, cochino,
"a echar saliva al asao."


"Lo saltó por sobre el juego
con el cuchillo en la mano;
¡la pucha el pardo livianol
en la mesma atropellada
le largó una puñalada
que la quitó otro paisano."

"Y ya caliente Barullo,
quiso seguir la chacota:
se le había erizao la mota
lo que empezó la reyerta:
el viejo ganó la puerta
y apeló a las de gaviota".

"De esa costumbre maldita
dende entonces se curó;
a las casas no volvió,
se metió en un cicutal,
y allí escondido pasó
esa noche sin cenar."

Esto hablaban los presentes;
y yo que estaba a su lao,
al óir lo que he relatao,
aunque él era un perdulario,
dije entre mí: "¡Qué rosario
le están resando al finao!"

Luego comenzó el alcalde
a registrar cuanto había,
sacando mil chucherías
y guascas y trapos viejos,
temeridá de trebejos
que para nada servían.

Salieron lazos, cabrestos,
coyundas y maniadores,
una punta de arriadores,
cinchones, maneas, torzales
una porción de bozales
y un montón de tiradores.

Había riendas de domar,
frenos y estribos quebraos;
bolas, espuelas, recaos,
unas pavas, unas ollas,
y un gran manojo de argollas
de cinchas que había cortao.

Salieron varios cencerros,
alesnas, lonjas, cuchillos,
unos cuantos cojinillos,
un alto de jergas viejas,
muchas botas desparejas
y una infinidad de anillos.


Había tarros de sardinas,
unos cueros de venao,
unos ponchos aujeriaos,
y en tan tremendo entrevero
apareció hasta un tintero
que se perdió en el juzgao.

Decía el alcalde muy serio:
"Es poco cuanto se diga;
"había sido como hormiga,
"he de darle parte al juez,
"y que me venga después
"conque no se los persiga."

Yo estaba medio azorao
de ver lo que sucedía;
entre ellos mesmos decían
que unas prendas eran suyas,
pero a mí me parecía
que esas eran aleluyas.

Y cuando ya no tuvieron
rincón donde registrar
cansaos de tanto huroniar
y de trabajar de balde,
"vámonos, dijo el alcalde
"luego lo haré sepultar."

Y aunque mi padre no era
el dueño de ese hormiguero
él allí muy cariñero,
me dijo con muy buen modo
"Vos serás el heredero
"y te harás cargo de todo."

"Se ha de arreglar este asunto
"como es preciso que sea
"voy a nombrar albacea
"uno de los circustantes,
"las cosas no son, como antes
"tan enredadas y feas."

¡Bendito Dios! pensé yo:
ando como un pordiosero
y me nuembran heredero
de toditas estas guascas:
¡quisiera saber primero
lo que se han hecho mis vacas!

XVIII

Se largaron como he dicho
a disponer el entierro;
cuando me acuerdo, me aterro:
me puse a llorar a gritos
al verme allí tan solito
con el finao y los perros.


Me saqué el escapulario,
se lo colgué al pecador;
y como hay en el Señor
misericordia infinita,
rogué por la alma bendita
del que antes jue mi tutor.

No se calmaba mi duelo
de verme tan solitario,
áhi le champurrié un rosario
como si juera mi padre,
besando el escapulario
que me había puesto mi madre.

Madre mía, gritaba yo,
dónde andarás padeciendo;
el llanto que estoy virtiendo
lo redamarías por mí,
si vieras a tu hijo aquí
todo lo que está sufriendo.

Y mientras ansí clamaba
sin poderme consolar,
los perros, para aumentar
más mi miedo y mi tormento,
en aquel mesmo momento
se pusieron a llorar.

Libre Dios a los presentes
de que sufran otro tanto;
con el muerto y esos llantos
les juro que falta poco
para que me vuelva loco
en medio de tanto espanto.

Decían entonces las viejas,
como que eran sabedoras,
que los perros cuando lloran
es porque ven al demonio;
yo creía en el testimonio:
como cré siempre el que inora.

Ahi dejé que los ratones
comieran el guasquerío;
y como anda a su albedrío
todo el que güérfano queda,
alzando lo que era mío
abandoné aquella cueva.

Supe después que esa tarde
vino un pión y lo enterró,
ninguno lo acompañó
ni lo velaron siquiera;
y al otro día amaneció
con una mano dejuera.


Y me ha contado además
el gaucho que hizo el entierro
(al recordarlo me aterro,
me da pavor este asunto)
que la mano del dijunto
se la había comido un perro.

Tal vez yo tuve la culpa
porque de asustao me fui;
supe después que volví,
y asigurárseló puedo.
que los vecinos, de miedo,
no pasaban por allí.

Hizo del rancho guarida
la sabandija más sucia,
el cuerpo se despeluza
y hasta la razón se altera:
pasaba la noche entera
chillando allí una lechuza.

Por mucho tiempo no pude
saber lo que me pasaba;
los trapitos con que andaba
eran puras hojarascas;
todas las noches soñaba
con viejos, perros y guascas.

XIX

Anduve a mi voluntá
como moro sin señor;
ese fue el tiempo mejor
que yo he pasado tal vez:
de miedo de otro tutor
ni aporté por lo del juez.

"Yo cuidaré, me había dicho,
"de lo de tu propiedá;
"todo se conservará,
"eI vacuno y los rebaños
"hasta que cumplás treinta años
"en que seás mayor de edá."

Y aguardando que llegase
el tiempo que la Iey fija,
pobre como largartija,
y sin respetar a naides,
anduve cruzando al aire
como bola sin manija.

Me hice hombre de esa manera
bajo el más duro rigor;
sufriendo tanto dolor
muchas cosas aprendí;
y, por fin, vítima fui
del más desdichado amor.


De tantas alternativas
ésta es la parte peluda;
infeliz y sin ayuda
fue estremado mi delirio,
y causaban mi martirio
los desdenes de una viuda.

Llora el hombre ingratitudes
sin tener un jundamento,
acusa sin miramiento
a la que el mal le ocasiona,
y tal vez en su persona
no hay ningún merecimiento.

Cuando yo mas padecía
la crueldá de mi destino
rogando al poder divino
que del dolor me separe,
me hablaron de un adivino
que curaba esos pesares.

Tuve recelos y miedos
pero al fin me disolví:
hice coraje y me fui
donde el adivino estaba,
y por ver si me curaba
cuanto llevaba le di.

Me puse al contar mis penas
más colorao que un tomate,
y se me añudó el gaznate
cuando dijo el ermitaño:
"Hermano, le han hecho daño
"y se lo han hecho en un mate."

"Por verse libre de usté
"lo habrán querido embrujar."
Después me empezó a pasar
una pluma de avestruz
y me dijo: "De la Cruz
"recebí el don de curar."

"Debés maldecir, me dijo,
"a todos tus conocidos,
"ansina el que te ha ofendido
"pronto estará descubierto,
"y deben ser maldecidos
"tanto vivos como muertos."

Y me recetó que hincao
en un trapo de la viuda
frente a una planta de ruda
hiciera mis oraciones,
diciendo: "No tengás duda,
"eso cura las pasiones."


A la viuda en cuanto pude
un trapo le manotié;
busqué la ruda y al pie,
puesto en cruz, hice mi reso;
pero, amigos, ni por eso
de mis males me curé.

Me recetó otra ocasión
que comiera abrojo chico:
el remedio no me esplico,
mas, por desechar el mal,
al ñudo en un abrojal
fi a ensangrentarme el hocico.

Y con tanta medecina
me pareció que sanaba
por momentos se aliviaba
un poco mi padecer,
mas si a la viuda encontraba
volvía la pasión a arder.

Otra vez que consulté
su saber estrodinario,
recibió bien su salario,
y me recetó aquel pillo
que me colgase tres grillos
ensartaos como rosario.

Por fin, la última ocasión
que por mi mal lo fi a ver,
me dijo: "No, mi saber
"no ha perdido su virtú:
"yo te daré la salú,
"no triunfará esa mujer."

"Y tené fe en el remedio,
"pues la cencia no es chacota;
"de esto no entedés ni jota;
"sin que ninguno sospeche
"cortale a un negro tres motas
"y hacelas hervir en leche."

Yo andaba ya desconfiando
de la curación maldita,
y dije: "Este no me quita
"la pasión que me domina;
"pues que viva la gallina
"aunque sea con la pepita."

Ansí me dejaba andar,
hasta que en una ocasión,
el cura me echó un sermón,
para curarme, sin duda,
diciendo que aquella viuda
era hija de confisión.


Y me dijo estas palabras
que nunca las he olvidao:
"Has de saber que el finao
"ordenó en su testamento
"que naides de casamiento
"le hablara, en lo sucesivo,
"y ella prestó el juramento
"mientras él estaba vivo."

"Y es preciso que lo cumpla,
"porque ansí lo manda Dios.
"os necesario que vos
"no la vuelvas a buscar,
"porque si llega a faltar
"se condenarán los dos."

Con semejante alvertencia
se completó mi redota;
le vi los pies a la sota,
y me le alejé a la viuda
más curao que con la ruda,
con los grillos y las motas.

Después me contó un amigo
que al juez había dicho el cura;
"Que yo era un cabeza dura
"y que era un mozo perdito,
"que me echaran del partido,
"que no tenía compostura."

Tal vez por ese consejo,
y sin que más causa hubiera,
ni que otro motivo diera,
me agarraron redepente
y en el primer contingente
me echaron a la frontera

De andar persiguiendo viudas
me he curado del deseo;
en mil penurias me veo,
mas pienso volver, tal vez,
a ver si sabe aquel juez
lo que se ha hecho mi rodeo.

XX

Martín Fierro y sus dos hijos,
entre tanta concurrencia
siguieron con alegría
celebrando aquella fiesta.
Diez años, los mas terribles
había durado la ausencia
y al hallarse nuevamente
era su alegría completa.
En ese mesmo momento
uno que vino de afuera,
a tomar parte con ellos
suplicó que lo almitieran.
Era un mozo forastero
de muy regular presencia
y hacía poco que en el pago
andaba dando sus güeltas;
aseguraban algunos
que venía de la frontera
que había pelao a un pulpero
en las últimas carreras,
pero andaba despilchao,
no traia una prenda buena;
un recadito cantor
daba fe de sus pobrezas.
Le pidió la bendición
al que causaba la fiesta,
y sin decirles su nombre
les declaro con franqueza
que el nombre de Picardía
es et único que lleva,
y para contar su historia
a todos pide licencia,
diciéndolés que en seguida
iban a saber quién era:
tomó al punto la guitarra,
la gente se puso atenta,
y ansí cantó Picardía
en cuanto templó las cuerdas.

XXI

PICARDIA

Voy a contarles mi historia
perdónenmé tanta charla,
y les diré al principiarla
aunque es triste hacerlo así,
a mi madre la perdí
antes de saber llorarla.

Me quedé en el desamparo,
y al hombre que me dió el ser
no Io pude conocer;
ansí, pues, dende chiquito
volé como un pajarito
en busca de qué comer.

O por causa del servicio,
que a tanta gente destierra,
o por causa de la guerra,
que es causa bastante seria,
los hijos de la miseria
son muchos en esta tterra.

Ansí, por ella empujado,
no sé las cosas que haría,
y, aunque con vergüenza mía,
debo hacer esta alvertencia:
siendo mi madre lnocencia,
me llamaban Picardía.

Me llevó a su lado un homhre
para cuidar las ovejas,
pero todo el día eran quejas
y guazcazos a lo loco,
y no me daba tampoco
siquiera unas jergas viejas.
Dende la alba hasta la noche,
en el campo me tenía;
cordero que se moría,
mil veces me sucedió,
los caranchos lo comían
pero lo pagaba yo.

De trato tan riguroso
muy pronto me acobardé;
el bonete me apreté
buscando mejores fines,
y con unos bolantines
me fuí para Santa Fe.

El pruebista principal
a enseñarme me tomó,
y ya iba aprendiendo yo
a bailar en la maroma;
mas me hicieron una broma
y aquéllo me indijustó.

Una vez que iba bailando,
porque estaba el calzón roto,
armaron tanto alboroto
que me hicieron perder pie:
de la cuerda me largué
y casi me descogoto.

Ansí me encontré de nuevo
sin saber dónde meterme;
y ya pensaba volverme,
cuando, por fortuna mía,
me salieron unas tías
que quisieron recogerme.

Con aquella parentela,
para mí desconocida,
me acomodé ya en seguida;
y eran muy buenas señoras,
pero las más rezadoras
que he visto en toda mi vida.

Con el toque de oración
ya principiaba el rosario;
noche a noche un calendario
tenían ellas que decir,
y a rezar solían venir
muchas de aquel vecindario.

Lo que allí me aconteció
siempre lo he de recordar,
pues me empiezo a equivocar
y a cada paso refalo,
como si me entrara el malo
cuanto me hincaba a resar.


Era como tentación
lo que yo esperimenté;
y jamás olvidaré
cuánto tuve que sufrir,
porque no podía decir
"Artículos de la Fe."

Tenía al lao una mulata
que era nativa de allí;
se hincaba cerca de mí
como el ángel de la guarda
¡pícara! y era la parda
la que me tentaba ansí.

"Resá, me dijo mi tía,
"Artículos de la Fe."
Quise hablar y me atoré
la dificultá me aflije;
miré a la parda, y ya dije
"Artículos de Santa Fe."

Me acomodó el coscorrón
que estaba viendo venir;
yo me quise corregir,
a la mulata miré,
y otra vez volví a decir
"Artículos de Santa Fe."

Sin dificultá ninguna
rezaba todito el día,
y a la noche no podía
ni con un trabajo inmenso;
es por eso que yo pienso
que alguno me tentaría.

Una noche de tormenta,
vi a la parda y me entró chucho;
los ojos, me asusté mucho,
eran como refocilo:
al nombrar a San Camilo,
le dije San Camilucho.

Esta me da con el pie,
aquella otra con el codo;
¡ah viejas! por ese modo,
aunque de corazón tierno,
yo las mandaba al infierno
con oraciones y todo.

Otra vez, que como siempre
la parda me perseguía,
cuando yo acordé, mis tías
me habían sacao un mechón
al pedir la estirpación
de todas las heregías.


Aquella parda maldita
me tenía medio afligido,
y ansí me había sucedido
que ai decir estirpación
le acomodé entripación
y me cayeron sin ruido.

El recuerdo y el dolor
me duraron muchos días;
soñé con las heregías
que andaban por estirpar,
y pedía siempre al resar
la estirpación de mis tías.

Y dale siempre rosarios,
noche a noche y sin cesar;
dale siempre barajar
salves, trisagios y credos:
me aburrí de esos enriedos
y al fin me mandé mudar.

XXII

Anduve como pelota
y más pobre que una rata;
cuando empecé a ganar plata
se armó no sé qué barullo,
y yo dije: a tu tierra, grullo,
aunque sea con una pata.

Eran duros y bastantes
los años que allá pasaron;
con lo que ellos me enseñaron
formaba mi capital;
cuando vine me enrolaron
en la Guardia Nacional.

Me había ejercitao al naipe,
el juego era mi carrera;
hice alianza verdadera
y arreglé una trapisonda
con el dueño de una fonda
que entraba en la peladera.

Me ocupaba con esmero
en floriar una baraja:
él la guardaba en la caja,
en paquetes, como nueva;
y la media arroba lleva
quien conoce la ventaja.

Comete un error inmenso
quien de la suerte presuma,
otro más hábil lo fuma,
en un dos por tres lo pela;
y lo larga que no vuela
porque le falta una pluma.


Con un socio que lo entiende
se armaron partidas muy buenas;
queda allí la plata agena,
quedan prendas y botones;
siempre cain a esas riuniones
sonzos con las manos llenas.

Hay muchas trampas legales,
recursos del jugador;
no cualquiera es sabedor
a lo que un naipe se presta:
con una cincha bien puesta
se la pega uno al mejor.

Deja a veces ver la boca
haciendo el que se descuida;
juega el otro hasta la vida,
y es siguro que se ensarta,
porque no muestra una carta
y tiene otra prevenida.

Al monte, las precauciones
no han de olvidarse jamás;
debe afirmarse además
los dedos para el trabajo,
y buscar asiento bajo
que le dé la luz de atrás.

Pa tayar, tome la luz,
dé la sombra al alversario,
acomódese al contrario
en todo juego cartiao:
tener ojo ejercitao
es siempre muy necesario.

El contrario abre los suyos,
pero nada ve el que es ciego;
dándolé soga, muy luego
se deja pescar el tonto:
todo chapetón cree pronto
que sabe mucho en el juego.

Hay hombres muy inocentes
y gue a las carpetas van;
cuando asariados están,
les pasa infintas veces,
pierden en puertas y en treses,
y dándolés, mamarán.

El que no sabe, no gana
aunque ruegue a Santa Rita;
en la carpeta a un mulita
se le conoce al sentarse;
y conmigo, era matarse,
no podían ni a la manchita.


En el nueve y otros juegos
llevo ventaja no poca,
y siempre que dar me toca
el mal no tiene remedio
porque sé sacar del medio
y sentar la de la boca.

En el truco, al más pintao
solía ponerlo en apuro;
cuando aventajar procuro,
sé tener, como fajadas,
tiro a tiro el as de espadas,
o flor, o envite seguro.

Yo se defender mi plata
y lo hago como el primero;
el que ha de jugar dinero
preciso es que no se atonte;
si se armaba una de monte,
tomuba parte el fondero.

Un pastel, como un paquete,
sé llevarlo con limpieza;
dende que a salir empiezan
no hay carta que no recuerde:
sé cuál se gana o se pierde
en cuanto cain a ta mesa.

También por estas jugadas
suele uno verse en aprietos;
mas yo no me comprometo
porque sé hscerlo con arte,
y aunque les corra el descarte
no se descubre el secreto.

Si me llamaban al dao,
nunca me solía faltar
un cargado que largar,
un cruzao para el más vivo;
y hasta atracarles un chivo
sin dejarlos maliciar.

Cargaba bien una taba
porque la sé manejar;
no era manco en el billar,
y, por fin de lo que esplico,
digo que hasta con pichicos
era capaz de jugar.

Es un vicio de mal fin,
el de jugar, no lo niego;
todo el que vive del juego
anda a la pesca de un bobo,
y es sabido que es un robo
ponerse a jugarle a un ciego.


Y esto digo claramente
porque he dejao de jugar;
y les puedo asigurar,
como que fui del oficio:
más cuesta aprender un vicio
que aprender a trabajar.

XXIII

Un nápoles mercachifle
que andaba con un arpista
cayó también en la lista
sin dificultá ninguna;
lo agarré a la treinta y una
y le daba bola vista.

Se vino haciendo el chiquito,
por sacarme esa ventaja;
en el pantano se encaja,
aunque robo se le hacía:
le cegó Santa Lucía
y desocupó las cajas.

Lo hubieran visto afligido
llorar por las chucherías;
"ma gañao con picardía"
"decía el gringo y lagrimiaba,
mientras yo en un poncho alzaba
todita su merchería.

Quedó allí aliviao del peso
sollozando sin consuelo,
había cáido en el anzuelo
tal vez porque era domingo,
y esa calidá de gringo
no tiene santo en el cielo.

Pero poco aproveché
de fatura tan lucida:
el diablo no se descuida,
y a mí me seguía la pista
un ñato muy enredista
que era Oficial de partida.

Se me presentó a esigir
la multa en que había incurrido,
que el juego estaba prohibido,
que iba a llevarme al cuartel;
tuve que partir con él
todo lo que había alquirido.

Empecé a tomarlo entre ojos
por esa albitrariedá:
yo había ganao, es verdá,
con recursos, eso sí;
pero él me ganaba a mí
fundao en su autoridá.


Decían que por un delito
mucho tiempo anduvo mal;
un amigo servicial
lo compuso con el Juez,
y poco tiempo después
lo pusieron de Oficial.

En recorrer el partido
continuamiente se empleaba,
ningun malevo agarraba,
pero tráia en un carguero
gallinas, pavos, corderos
que por áhi recoletaba.

No se debía permitir
el abuso a tal estremo:
mes a mes hacía lo mesmo,
y ansí decía el vecindario,
"este ñato perdulario
"ha resucitado el diezmo".

La echaba de guitarrero
y hasta de concertador:
sentao en el mostrador
lo hallé una noche cantando
y le dije: "co... mo. ... quiando
con ganas de óir un cantor".

Me echó el ñato una mirada
que me quiso devorar;
mas no dejó de cantar
y se hizo el desentendido,
pero ya había conocido
que no lo podía pasar.

Una tarde que me hallaba
de visita... vino el ñato,
y para darle un mal rato
dije fuerte "Ña... to... ribia
"no cebe con la agua tibia",
y me la entendió el mulato.

Era el todo en el Juzgao,
y como que se achocó
áhi no más me contestó:
"Cuanto el caso se presiente
"te he de hacer tomar caliente
"y has de saber quién soy yo."

Por causa de una mujer
se enredó más la cuestión:
le tenía el ñato aflición,
ella era mujer de ley,
moza con cuerpo de güey,
muy blanda de corazón.

La hallé una vez de amasijo,
estaba hecha un embeleso,
y le dije: "Me intereso
"en aliviar sus quehaceres,
"y ansí, señora, ai quiere
"yo le arrimaré los güesos.

Estaba el ñato presente,
sentado como de adorno;
por evitar un trastorno
ella, al ver que se dijusta,
me contestó: "Si usté gusta
"arrímelós junto al horno."

Ahi se enredó la madeja
y su enemistá conmigo;
se declaró mi enemigo,
y por aquel cumplimiento
ya sólo buscó el momento
de hacerme dar un castigo.

Yo véia que aquel maldito
me miraba con rencor,
buscando el caso mejor
de poderme echar el pial;
y no vive más el lial
que lo que quiere el traidor.


No hay matrero que no caiga,
ni arisco que no se amanse;
ansí yo, desde aquel lance
no salía de algún rincón,
tirao como el San Ramón
después que se pasa el trance.

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