Además de ser un gordo avaro, B era un homosexual histérico, de esos que no dejan pasar una ocasión para tratar de demostrar que son mejores que el mundo.
El amor a lo clandestino lo indujo a moverse por los sectores más marginales de la sociedad. Cuando tuvo una buena cantidad de dinero, se instaló una casa de mala muerte, con rameras gordas y baratas, con pieles tan grasosas como sartenes que nunca se lavan. También se encontraba cualquier tipo de personaje. Entre ellos, se destacaba por su patetismo el recepcionista: un imbécil que se hacía llamar Suavecito, una suerte de esclavo sexual con irrefrenables deseos sadomasoquistas.
Tanta era la mediocridad del lugar, que el cuerpo más requerido era el de un masajista llamado Nicky, quien pese a la repulsión que le causaban las mujeres, era el encargado de probar a todas las prostitutas del antro, que irónicamente se llamba "Virgo". Nicky daba un poco de impresión, con ese mal físico de gimnasio que tanto le gusta a los gays, el pelo teñido de rubio con tinta barata; su popularidad se debía al regio tamaño de su pene. A Nicky mucho no le importaba el mundo mientras ese gordo que se hacía llamar B le pagase en término, mientras esa sucia meretriz de Olga no le subleve a todo el regimiento de putas.
Así de detestable era el mundo de ese rufián de B.