En el principio era el sonido. En la atmósfera opiácea del sueño le pareció escuchar una música monótona que intermitentemente le daba estocadas en sus sentidos arrancándolo de su perfecto estado de trance. Tras algunos movimientos de los que no podría jurar tener una clara conciencia escucha la voz del Bailarín, ese amigo (?) que había ganado en algún bar alejado en un barrio que no grita. La voz lo invita, como lazos invisibles provenientes de su letargo, a unírsele en su casa. Sus manos se aferran a las sábanas como negándose a perder un mundo paradisíaco que le era ameno y del que no quería ser expulsado. “¿Estás durmiendo?” Imposible saberlo. Todo parece tan real y tan irreal al mismo tiempo que sería difícil decidirse. La necesidad de una pronta respuesta lo obliga a improvisar. Habrá dicho que sí o habrá dicho que no. La vida se torna una gran confusión o la confusión toma vida. Definitivamente dijo que sí. La voz desaparece pero él ya ha sido expulsado de su paraíso.