Núm 28, II Época  - Noviembre 2000 - Edita FE-JONS  -  La Falange  

Director: Gustavo Morales


Azul mahón

Julio Ruiz de Alda

Arriba España
Cristina de Asturias

Sin Estado de Derecho
Jesús López

Ratas en Sevilla                            Miguel Ángel Loma

Un pintor falangista
José Mª Gª de Tuñón

Salarios y Aznar
Enrique Antigüedad

Editorial FE

Atentado en Cantabria
Néstor Pérez

La deuda exterior
David Ferrer

Irreverencia danesa
José M. Cansino

El futuro del movimiento azul está, quizás, 
más en los falangistas que en la Falange

No me considero un joseantonio al uso. Me resulta muy difícil, por no decir imposible, idolatrar tanto a los vivos como a los muertos. Una naturaleza curiosa, proclive a indagar los cómo y por qué de las cosas, me fuerza a adoptar posiciones críticas y relativamente descreídas en muchas cuestiones. Esto no me impide en absoluto considerar a José Antonio Primo de Rivera un hombre singular, por encima de otros hombres de su tiempo, en una etapa de la historia de España repleta de personajes singulares de indudable categoría.
En la historia de la Falange de Stanley Payne, publicada bajo el engañoso título de Franco y José Antonio, surge la figura del primer jefe nacional de FE de la JONS diferente a lo que las hagiografía o los libelos biográficos nos tenían acostumbrados. El paso del tiempo nos permite ver un José Antonio más humano, más creíble, más falangista.
Las cualidades políticas, intelectuales y humanas de José Antonio son innegables, incluso para aquellos que odian su ideología o que pretenden borrar su pasado azul. Aquellos que se acercan a José Antonio resultan incapaces de sustraerse al encanto del personaje. 
Por mí talante y forma de ver la cosas me hubiese inclinado por las líneas de actuación, de haber vivido en los años treinta, de hombres como Ruiz de Alda o Ansaldo: el último dejó la primera Falange al discrepar con José Antonio en las represalias a tomar ante las numerosas bajas que tenían los militantes falangista a manos de la extrema izquierda, socialistas y anarquistas, ya que nuestro primer jefe nacional no se decidía a dar respuesta a los asesinatos de nuestros caídos. 
La figura de Primo de Rivera, como ya he señalado, es sobradamente digna de homenajes y recuerdos, pero no debe ser idolatrada. Decir esto puede parecer a muchos de mis camaradas una blasfemia o una pedantería, incluso una contradicción de algunos de los principios más fundamentales que caracterizan la esencia ideológica de los movimientos nacional radicales, totalitarios y fascistas, el principio de caudillaje. 
Sin lugar a dudas, lo mejor de la herencia que nos legó nuestro primer jefe nacional fue la ética, el estilo, la disciplina, el vitalismo, ánimo y capacidad de trabajo, sacrificio y compromiso que logró imprimir en los falangistas. Sin lugar a dudas el mejor de su legado son los militantes falangistas. Esto nos obliga a una cuidada selección de los nuevos camaradas y a una dura exigencia con nuestra propia actitud y militancia.
La Falange en julio de 1936 casi no existía, los Camisas Viejas y los afiliados en los primeros días de la guerra eran muy pocos. La catarsis que supone una Guerra Civil va a servir para llenar la filas azules de miles de españoles. Muchos de ellos encuadrados y liderados por hombres que hasta entonces menospreciaban e incluso ignoran conscientemente lo que suponía ser falangista. El pensamiento azul, nacido de la capacidad intelectual, del coraje, la intuición y la confianza de camaradas como Primo de Rivera, Ledesma, Redondo, Hedilla, Fernández Cuesta, Foxá... y de la obra organizativa gestada por la voluntad y capacidad de trabajo de hombres Serrano Suñer, Girón, Arrese, Elola o Perales sirvió para que miles de españoles adoptasen el ideario, pero sobre todo el estilo y la forma de ver la vida que nos caracteriza. Aunque a muchos no les guste, la obra de todos ellos juntos ha sido la existencia de miles y miles de españoles que a sí mismos se consideran azules. 
Los falangistas discrepan entre si en muchas cosas. Militaban en diferentes familias y veían y ven la política nacional desde puntos de vista aparentemente muy distintos. Pero todos son conscientes y están de acuerdo en que ser azul es algo más que un carnet, es un actitud ante la vida, la misma actitud que tenían los viejos soldados de los tercios de Flandes respecto a España y a su honor personal. Para muchos de los españoles, para aquellos que vivieron la Transición, con los cambios de mentalidad e ideología que se produjeron en esos años, los falangistas pasaron de ser un modelo a imitar a las nuevas bestias negras de finales del siglo XX español. No es casualidad que para insultar y denigrar a los activistas y seguidores de ETA, incluso académicos de la lengua, les llamen fascistas.
La sombra negativa que proyectan los perdedores de la II Guerra Mundial ha oscurecido la imagen del falangismo. ¡Ay de los vencidos! Lo mucho bueno que tuvo el franquismo, sobre todo en materia social, se lo han adjudicado, en algunos casos sin pudor, a los democratacristianos, a los católicos, a los tecnócratas... al tiempo que se concedía a los azules todo lo malo que podía encontrarse en los cuarenta años en que gobernó España el Generalísimo Franco. La implantación de la Seguridad Social, la extensión del Seguro de Desempleo, la construcción de viviendas sociales, la igualdad de oportunidades en la educación, la quiebra del sistema de clases sociales cerradas, la formación e integración de la mujer en la sociedad, etc., fue en gran medida obra de los azules.
A las puertas del siglo XXI las cosas parecen que están cambiando algo. Tras medio siglo de demonización, los movimientos nacional radicales resurgen en toda Europa con fuerza. En España, la generación de falangistas que militó durante la Transición está alcanzado, en buena medida por motivos cronológicos, a pesar de la brevedad de su número, ciertas cuotas de participación en la sociedad. En unos momentos en que la crisis de ideología y valores en España es evidente, en que la capacidad de servicio y sacrificio ha desaparecido ante la fuerza de la ambición de dinero y falso prestigio social, la sociedad española –de forma vergonzosa, eso sí- vuelve a recurrir a los falangistas individualmente para que hagan lo que otros no se atreven, no pueden o no saben hacer. 
Los valores morales y actitudes netamente azules siguen siendo un punto de referencia, aunque ahora no coticen en bolsa. Buen ejemplo es el caso de Gabriel Cisneros, histórico del Frente de Juventudes, en la actualidad autor de buena parte de los discursos e intervenciones más exitosas en las Cortes Españolas de un antiguo falangista, ex-FEI, y ahora presidente del gobierno, José María Aznar.
El futuro del movimiento azul está, quizás, más en los falangistas que en la Falange. No debemos renunciar al Partido, como instrumento necesario para la participación en la vida política de España, pero, sin lugar a dudas, nuestra verdadera fuerza es la potencialidad que tiene el ser falangista. Las capacidades antes descritas para solventar los problemas de España y de los españoles. La Falange nació con vocación de servicio a España, no a la propia Falange. Esto no debe llevar a los falangistas a convertirse en los cipayos de otros ideologías o grupos sociales. La nueva situación nos debe servir para reflexionar como ayudamos más a nuestra causa, la de España y por tanto a la del falangismo.
Ya sea en el partido, en organizaciones y fundaciones culturales, o en cualquier actividad dentro de la sociedad, los azules deben actuar sirviendo a los ideales que suponen nuestra esencia. Resulta fundamental que allí donde un falangista actúe, lo haga siguiendo nuestro estilo inequivocamente joseantoniano, al tiempo que anunciando a aquellos que lo quieran oír que nuestra capacidad y eficacia, el motivo por el que seguramente hemos llegado a estar donde estamos, es fruto de un talante netamente azul.
Lo deseable es que todos los falangistas estemos en FE de la JONS. Esto no parece posible, o viable por el momento, pero si está claro que la fragua azul de la que surge nuestro carácter debe quedar clara, pues así la sociedad verá que no somos una cosa del pasado, ni tampoco una utopía inviable, sino que somos una parte activa y nuevamente necesaria para restañar algunos de los males que sufre la Patria. 
Debemos encaminarnos al logro de esa república de camaradas azul mahón que habla Gustavo Morales, pues en ella está nuestra fuerza futura, nuestra eficacia y parte del futuro de nuestra nación. No sé si soy o no joseantoniano de pura cepa, pero sí soy total y totalitariamente azul mahón. No reniego de ninguno de los que vistieron nuestra camisa, pues todos, incluso los más diferentes a mí, son parte de la historia de la Falange y del falangismo. 
Como ya antes señalé, no me cabe la menor duda que el mejor legado de Primo de Rivera fue el sembrar una semilla de hombres austeros, marciales y esforzados en su forma de ser, actuar y pensar.

Emilio Luis Sánchez Toro