Núm 27, II Época - Octubre 2000 |
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LA FESTIVA ESPAÑA DE 1992 Antonio MARTÍN BEAUMONT ¿Alguien se acuerda ya del regeneracionismo ético, que tanto se propugnaba al final del periodo socialista? “Hoy parece, -contestarán los bienintencionados <seguidores> del PP-, que hay menos corrupción, y es un mérito de José María Aznar”. ¿Será verdad? ¿Muerto el perro se acabó la rabia? Los políticos socialistas se dejaron seducir por el dinero a base de ganarse su presencia junto a la “gente guapa” a cambio de concesiones administrativas. Entre fiesta y fiesta cargadas de agasajos, se le pedía el favor al político de turno: “habla con tal para que facilite la concesión de esa licencia de la que te he informado”. Un simple favor, vamos. La corrupción fue, por lógica, inevitable. De arriba abajo. Se perdieron las normas de conducta y pareció que todo valía, a cambio de ganarse un mal interpretado prestigio social, o algunos buenos y fáciles sobresueldos. La conclusión es por desgracia bien conocida: Aquello que comenzó como simples e individuales escarceos con las clases económicas dominantes se generalizó, haciéndose más chambón cuanto más abajo se hacía, se institucionalizó y se convirtió en desgraciada norma de conducta, que a nadie extrañaba ya. La llegada del Partido Popular, en 1996, supuso abrir una ventana para que entrase aire fresco. Se adoptaron medidas para acabar con ese tipo de corrupción que se había ido institucionalizando durante la etapa socialista. Se advirtió a todos los políticos que quien metiera la mano en la caja lo pagaría. Y se adoptaron algunas medidas ejemplarizantes para advertir a los paseantes despistados. Pero, no se dominó el auténtico caballo desbocado del poder económico, que era quien en verdad seguía mandando. Las privatizaciones de la etapa popular, que tenían el mérito de hacer que las empresas funcionasen eficazmente, al contrario de lo ocurrido con las empresas privatizadas en la etapa socialista, que desaparecían, sólo han ido en la dirección de ceder poder del Estado al poder económico amigo, buscando extender - la clase política - su poder personal fuera del ámbito de lo político; y han sido realizadas en el mismo clima de falta de escrúpulos morales y desprecio a la honradez que reinaba durante los gobiernos socialistas. Con lo que no han tenido repercusión positiva para los ciudadanos, ya que las normas de la competencia han sido alteradas por la creación de oligopolios. La escandalosa subida de los precios de los carburantes. Las dudosas fusiones. Los caros regalos al Patrimonio Nacional. La utilización de información privilegiada para obtener delirantes beneficios. Las concesiones a bajo precio. En definitiva, los sospechosos comportamientos de “amigos del Presidente” deberían hacer oliscar a Aznar el aroma económico que se respira en España: Esto cada vez huele más a la festiva España de 1992. |