EL TELEGRAFO OPTICO MADRID CADIZ
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"Torreón
Ojo de Cristal" |
"Casilla
del Telégrafo de Puerto Viejo" |
Qué era y cómo
funcionaba el telégrafo óptico |
QUÉ ERA Y CÓMO FUNCIONABA EL TELÉGRAFO ÓPTICO
El telégrafo óptico fue un invento que permitía la transmisión de mensajes y noticias con toda clase de detalles y con precisión y adaptado al lenguaje escrito. Los elementos esenciales del telégrafo óptico son tres: el indicador, que según su posición indica los diferentes signos y letras según un código; la torre, instalada a suficiente altura y sobre la que se monta el indicador; y el catalejo, para poder divisar las señales a una distancia mayor. El primer sistema de telegrafía óptica fue desarrollado por el francés Claude Chappé en 1790. El telégrafo óptico consistía en un sistema de señales que se iban transmitiendo de una torre a otra. El funcionamiento del sistema consistía en transmitir las señales desde una estación de telégrafo a la siguiente (situada a una distancia variable, según la orografía del terreno), y así se repetía el proceso, una y otra vez hasta llegar a la estación de destino. Antes de emitir un mensaje, la torre donde se iniciaba la comunicación emitía un mensaje de alerta, esperando que la siguiente torre pusiera sus “balizas”, o indicador, en posición de espera; a partir de entonces el emisor enviaba una serie de símbolos codificados, uno cada varios segundos, por medio del movimiento de las balizas colocadas en la cima de la torre. Cada configuración de las baliza tenía un significado concreto. El mecanismo de transmisión de las señales consistía en unos postes de madera o balizas que podían adoptar distintas posiciones, y así formar combinaciones de signos con distintos significados. El telegrafista disponía de unos controles para situar las balizas del telégrafo en una posición reconocible por la torre siguiente. Esta repite el mensaje, que es leído y reproducido por una tercera, y así sucesivamente. Para una correcta interpretación de la señal transmitida, cada estación disponía de dos catalejos, mediante los cuales el telegrafista, también llamado torrero, observaba las estaciones emisora y receptora. El trabajo del torrero consistía en reproducir la posición del telégrafo emisor, y comprobar que el receptor hacía lo mismo. Entonces podía volver a leer de la estación anterior, y así continuar el proceso. La transmisión y el contenido de los mensajes tenían carácter secreto, ya que el telégrafo tenía principalmente un uso relacionado con el ejército y el orden público. Sólo los Comandantes o Jefes de Telégrafos conocían los contenidos de los mensajes, al ser los encargados de cifrar en origen y descifrar en destino los despachos en circulación. Los mensajes se transmitían cifrados según un libro de códigos. En el mensaje se enviaba el número de página del libro de códigos, y el número de una de las palabras que aparecían en dicha página. Esto hacía que la transmisión fuese mucho más rápida, eficaz y segura que si se transmitiese letra a letra. Cada palabra o frase del libro estaba precedida de unos puntos, sobre los que se escribía el código numérico correspondiente, el cual podía ser cambiado periódicamente para mantener el código en secreto. El principal problema que presentaba el telégrafo óptico era el derivado de las condiciones meteorológicas: con lluvia intensa, niebla, nieve o calima la transmisión había de ser interrumpida; eran muy frecuentes los telegramas incompletos que terminaban con la coletilla "interrumpido por la niebla". De noche tampoco funcionaban, aunque se hicieron algunos experimentos fijando faroles a los telégrafos, pero ninguno llego a funcionar satisfactoriamente. Además, el símbolo o señal producidos era plano, por lo que había de ser leído de frente. Un telégrafo visto desde un lateral no presentaba información alguna y esto obligaba a que los trazados fuesen casi rectilíneos y hacía que dar una curva fuese muy complicado. Para saber más: "Historia de la telegrafía óptica en España" , Sebastián Olivé Roig. Ediciones El Viso, S. A. Madrid. |
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Reconstrucción de una torre de telégrafo óptico |
Las torres constituían auténticos fuertes. Su puerta de entrada se situaba en el segundo piso, a dos o tres metros del suelo, de modo que se accedía a ella por medio de una escalera de madera que se retiraba en caso de ataque. Tenían aspilleras y en algunos casos estaban rodeadas para su defensa por un foso o un muro. La distancia entre las torres dependía de las condiciones geográficas, pero estaba establecida entre 2 leguas y 3 leguas. No todas las torres se encontraban en descampado; si era posible se fijaban dentro de una población en edificios públicos, torres de iglesias o ermitas, castillos, etc. En España las torres eran todas más o menos idénticas, de 7 metros de lado por 12 de alto. Constaban de 3 pisos, y sobre la cubierta superior, plana, se ubicaba el telégrafo. La primera planta, sin puerta exterior de acceso, era para la defensa de la torre, y tenía tres o cuatro aspilleras, ventanucos para disparar, en cada lado. En la segunda planta, que serviría de vivienda, estaba la puerta de la torre y una ventana en cada lado. En la tercera planta estaban los controles del telégrafo y había una ventana orientada a la torre siguiente y otra a la anterior. La construcción de la torre era esencialmente de mampostería y ladrillo, pero se aprovechaban también los materiales de la zona si era posible. En ocasiones estaban encaladas o enfoscadas y pintadas de ocre. La utilización casi exclusivamente militar y policial del telégrafo óptico, unido a las difíciles condiciones de trabajo, hicieron que se adoptara en su organización una estructura y una reglamentación de tipo militar. El personal se dividía en dos clases principales: la superior o facultativa, que se encargaría de la dirección de la línea; y otra clase inferior, dividida a su vez en tres escalas: oficiales de sección, torreros y ordenanzas. Los torreros o telegrafistas eran antiguos soldados, cabos o sargentos, mientras que los puestos directivos eran ocupados por oficiales. La mayoría eran licenciados del ejército que habían combatido en las guerras carlistas o en algún otro conflicto. La disciplina era militar y el más mínimo error o dejadez en el servicio se castigaba severamente. El personal de cada torre telegráfica se componía de tres o cuatro personas. Durante su jornada laboral, que se extendía de sol a sol, mientras hubiese luz suficiente para divisar una torre, los torreros debían mirar regularmente a las torres anterior y posterior de la línea para comprobar si alguna de ellas se encontraba dispuesta a transmitir. La vida de los torreros era muy dura; las torres estaban en lugares elevados, donde las condiciones climáticas a lo largo del invierno son especialmente extremas. A esto se unirían los problemas económicos del Estado, que fueron endémicos a lo largo del siglo XIX. El sueldo que cobraban era bajo y, en una época de continuos cambios de gobierno, no llegaba puntualmente. El terrible frío invernal producía muchos fallecimientos entre los torreros y ante la situación de miseria en que quedaban las familias de los fallecidos, hubo de crearse en 1852 una Asociación de Auxilios Mutuos para socorrer a viudas, huérfanos y a torreros que quedaban inútiles para el servicio. Se conserva el expediente de un torrero de Cataluña que murió de pulmonía en 1851 y el Estado hubo de hacerse cargo de sus deudas: cuatro panes 15 cuartos 7 reales y 2 maravedíes; nueve cajetillas de tabaco, 6 cuartos 6 reales y 12 maravedíes; componer zapatos 12 reales; carne para comer, 20 reales y 10 maravedíes; café y licores 39 reales y 6 maravedíes; comestibles 35 reales y 29 maravedíes; dinero prestado 290 reales; ataúd 36 reales; funeral 52 reales. |
Francisco Díaz Buenestado