El 2 de octubre, fecha de la ofensiva alemana, es un día ideal, fresco y luminoso. En Moscú, tiene lugar un acontecimiento considerable. Una misión anglo-americana, llevada por lord Beaverbrook y Averell Harriman, firma con Stalin un acuerdo en que las dos potencias occidentales precisan la ayuda que se comprometen a aportar a la URSS desde el 1 de octubre de 1941 al 1 de julio de 1942: 3000 aviones, 4000 tanques, 30000 camiones, 100 000 t de carburante, etc. A cambio, el gobierno soviético da una especie de adhesión a la Carta del Atlántico. Los rusos reciben con altivez la ayuda que se les concede, y declaran que es sólo una mala sustitución de la apertura de un segundo frente.
Moscú está todavía lejos de la guerra. Desde el 22 de julio, la Luftwaffe dirige contra la ciudad algunos raids intermitentes: tropiezan con una D.C.A. infernal, y los daños son mínimos. Los refugios son escasos y las misiones diplomáticas buscan su seguridad dispersándose por las dachas suburbanas. El camuflaje de la ciudad, en cambio, es sensacional. El Kremlin se ha convertido en una casa de pisos, y el teatro Bolshói está sustituido por un enredo de callejas. La población parece indiferente y fatigada. Las noticias del frente, publicadas con largos retrasos, se refieren únicamente a los combates que se desarrollan en las dos alas, en Ucrania y en Leningrado. Se ha hablado del sector central en agosto para celebrar la heroica defensa de Smolensko y en setiembre para cantar la recuperación de Jelna. Los moscovitas tienen la impresión de que se ha obtenido una victoria defensiva ante la capital, y que el frente que les afecta está estabilizado para el invierno. Esta convicción es también la de Timoshenko. Cuando se desencadena el ataque del grupo «Mitte», la sorpresa es total. Las fortificaciones que han construido los rusos, la tierra que han removido, las divisiones que han reconstituido, todo es inútil. Una vez más, el ejército soviético se derrumba por muros enteros ante el asalto de la Wehrmacht.
Al norte del frente de ataque, las Panzer de la 3ª agrupación blindada franquean la posición fortificada en una mañana. Las 41 P.K., 1ª P.D. y 36 motorizada cubren la maniobra dispersando a las unidades rusas que defienden el nudo de carreteras de Blejói. Las 51 P.K., 7ª y 6ª P.D. se lanzan directamente sobre Viazma. Aparece Cholm, y, otra vez, el Dniéper, muy cercano a sus fuentes. Una brigada acorazada soviética contraataca, pero la lucha de tanques resulta a beneficio de los alemanes, que lanzan un puente sobre el río naciente, y continúan corriendo hacia el Sudeste. Viazma, donde Napoleón injurió a Berthier, es una pequeña ciudad de una veintena de millares de habitantes en un verde valle. Los rusos apenas la defienden. La agrupación acorazada se apodera de ella el 7 de octubre, sólo cinco días después del comienzo de la ofensiva. Una vez más, combate por el revés del frente, de espalda al Este, mientras que los 6º, 5º y 8º cuerpo van a su encuentro.
La rama Sur de la pinza de Viazma no ha mostrado menor potencia de perforación ni menor velocidad en explotarla. El 8 de octubre, la 10 Panzer de Hoeppner y la 7ª Panzer de Hoth se dan la mano en un campo de batalla cubierto de una cantidad prodigiosa de material enemigo. La agonía del nuevo «caldero» dura sólo cinco días. De nuevo, columnas de prisioneros se ponen en marcha hacia el Oeste, sembrando el camino de hombres muertos de disentería y de privaciones.
El ala derecha del grupo de ejércitos tiene más trabajo. La batalla de Ucrania ha hecho bajar a Guderian hasta Romny, entre Kíev y Járkov, a 700 km de Moscú. Ahora hace falta que vuelva a subir al Norte, con la doble misión de cercar a las divisiones rusas que se encuentran en la región de Briansk y, por Tula, cortar las comunicaciones entre Moscú y el Sur de Rusia. Los caminos son tan malos que la menor columna de camiones los deshace y cualquier lluvia los convierte en fangales. Volando sin cesar de un puesto de mando a otro, en su Fieseler-Storch, Guderian queda impresionado por la disolución que sufre el poderoso agrupamiento por él mandado, a fuerza de dispersarse. 100 tanques de reemplazo que ha acabado por arrancar a Hitler están bloqueados en Orsha por dificultades ferroviarias. Sus cuerpos de infantería y su 48 cuerpo blindado están todavía en el corazón de Ucrania. Divide los dos que tiene a mano. El 24 P.K., Geyr von Schweppenburg, avanza hacia el Nordeste con un movimiento tan rápido que los tranvías todavía circulan cuando los tanques alemanes hacen irrupción en las calles de Oriol. El 47 P.K., Lemelsen, se bifurca hacia el Noroeste para cortarle el camino a los III y XIII ejércitos soviéticos, desplazados hacia el Este por el II ejército. Hay que combatir constantemente, a menudo contra los T 34, tan dificiles de destruir. El 9 de octubre, se han cerrado dos bolsas, una al sur, otra al este de Briansk, en un paisaje blanco, pues el día antes ha caído la primera nieve del año. Pero la debilidad del II ejército no le permite limpiar a fondo los profundos bosques de la región, en que unidades enteras van a unirse a las guerrillas.
La doble victoria de Viazma y de Briansk no ha dejado de ser menos triunfal: iguala a la batalla de Ucrania. 80 divisiones han sido destruidas; 663 000 prisioneros han sido capturados. Las condiciones tácticas de esos grandes éxitos subrayan su perfección. Se atacaba a un enemigo atrincherado tras un frente continuo, en que había que abrir brecha con un ataque frontal antes de maniobrar y envolver. Esa dificultad suplementaria no ha retrasado la victoria en un solo día. El frente ha quedado perforado al primer ataque. El ruso es un adversario que sabe utilizar el terreno y a menudo lucha con encarnizamiento. No obstante, aun en el combate defensivo, que es el que mejor le conviene, es incapaz de aguantar a la infantería alemana. Hitler sostiene que el menos bueno de sus soldados es mejor que el mejor de los soldados extranjeros. Ahora se ha hecho la comparación con todas las naciones militares del mundo, y en todas partes es concluyente.
La infalibilidad continúa revistiendo al Führer. Sin ser tan resonantes como la victoria del centro, las operaciones en las alas no producen ninguna de las catástrofes que temían los generales con tan amplia dispersión de los esfuerzos.
En el grupo Norte, la caída de Leningrado estaba a la vista cuando Hitler, el 15 de setiembre, les quitó a los atacantes sus aviones y sus tanques. Schlusselburg había sido tomado al asalto por la 20 división motorizada. El 46 cuerpo blindado había perforado las defensas y alcanzado los bordes de la ciudad. Las divisiones 1ª y 291 se habían abierto un camino hasta el golfo de Finlandia, aislando a varias divisiones soviéticas en la bolsa de Orianenburg. La guerra de sitio ha sucedido a esta ofensiva, bajo una lluvia fría que hiela a los soldados. En cambio, el XVI ejército ha franqueado el Volchov y avanza hacia Tichvin.
En el grupo Sur, los ejércitos VI y XVII avanzan a través de las grandes regiones industriales del Donets. Completamente al Sur, Kleist y Manstein han capturado un ejército ruso al borde del mar de Azov y lo han destruido, haciéndole 65000 prisioneros. La agrupación blindada continúa su marcha hacia Rostov del Don, mientras que el XI ejército se propone conquistar Crimea forzando el istmo de Perekop.
Movimientos tan divergentes crean entre los ejércitos unos vacíos que asustan a los generales, deseosos de reducirlos. Hitler vela para que no cedan a su timidez. Descontento de Heinrich von Stülpnagel, le destituye de su mando y le reemplaza al mando de su XVI ejército por Hoth, que pasa su agrupación blindada a Reinhardt. Dos veces interviene, porque el grupo Rundstedt vuelve a subir al Norte, y trata de alinearse con la ofensiva del centro. Es preciso que el Volga y el Caspio sean alcanzados antes de Navidad y que el petróleo del Cáucaso empiece a alimentar la economía de guerra alemana en 1942.
La caída de Oriol y de Viazma concretan el acercamiento de la invasión. El 15 de octubre, nada puede ocultar a los moscovitas que el cuerpo diplomático y el gobierno abandonan la ciudad. Un tren sellado se lleva a los embajadores hacia un destino desconocido. Otro tren se lleva a los ministros, los altos funcionarios y el cuerpo de baile del Bolshói. Los víveres son escasos, las detenciones en plena vía para dejar pasar transportes de tropas duran horas. En el tren gubernamental, falta una sola figura: Stalin. Se ha quedado en el Kremlin, el partido comunista tomó en su mano la defensa, galvanizó a las masas, organizó a los trabajadores y se identificó con el gran sobresalto patriótico de la capital y la nación. Reemplazando a Timoshenko, a quien Stalin envía a mandar el Sur, Giorgi Zhúkov, llegado de Siberia, toma la dirección del frente central. Decreta el estado de sitio. La población es movilizada. Procesiones de hormigas humanas abandonan Moscú y se dirigen hacia los dos fosos antitanques que Zhúkov hace excavar en torno a la capital. Desde lo alto del cielo, los aviones alemanes ven una sutil línea negra, un verdadero cinturón humano sobre el cual hacen llover versos: «Señoritas de Moscú, no os toméis tanto trabajo porque llegan nuestros tanques a llenar vuestros hoyitos».
El 14 de octubre se dan nuevas instrucciones a los ejércitos del grupo «Mitte» : envolverán Moscú. El IX y la 3ª agrupación blindada se dirigirán hacia Razhev y Kalinin. La 4ª agrupación blindada desbordará la ciudad por el Norte. El IV ejército alcanzará el frente Mozháisk-Kaluga, y luego reanudará su avance hasta los suburbios occidentales. El II ejército, cuando haya limpiado la bolsa de Briansk, se dirigirá hacia el Sudeste para tapar la brecha que se ha abierto entre el grupo «Mitte» y el grupo «Süd». La agrupación Guderian, elevada al título de II ejército blindado, tomará Tula y Kolomna. Como en Leningrado, el Führer prohíbe aceptar la capitulación de la ciudad. Hay que obligar a la población a huir por el hambre y el bombardeo, para que con su éxodo aumente el caos que reina en las provincias orientales de Rusia. Sólo se entrará en Moscú cuando Moscú esté vacio. Una orden especial de Hitler ordena que en seguida se haga saltar el Kremlin.
Una vez más, los generales no están de acuerdo con las directivas de Hitler. Bock las considera inejecutabIes. Querría concentrar las fuerzas, lanzárse derecho hacia Moscú, tomar lá ciudad con un ataque frontal y quedarse ahí para el resto de 1941. Pero Hitler ya ha trazado en sus mapas los ejes de los avances posteriores: Kalinin-Yaroslavl, Moscú-Gorki, Kursk-Sarátov... No ha renunciado a su intención de ocupar antes de Navidad toda la línea del Volga.
En realidad, aun el movimiento limitado que piensa von Bock es momentáneamente imposible. Una primera catástrofe meteorológica acaba de caer sobre el ejército alemán: el barro está ahí. Mezcladas con nevadas precoces, las grandes lluvias han empezado el 10 de octubre. Los alemanes las esperaban, pero, a pesar de sus experiencias polacas de la primera guerra mundial, estaban lejos de prever el alcance del fenómeno en el corazón de Rusia. Todos los ríos se desbordan. Inundaciones que se pierden de vista presentan obstáculos infranqueables. Los caminos se hunden en un fango sin fondo. Los vehículos se atascan hasta los ejes, los caballos hasta el vientre. La marcha se convierte en un calvario, en el lodo que llega más arriba de las botas, metiéndose en la ropa, manchando la cara, ensuciando las armas, enturbiando el alimento. Se hace imposible vivaquear, y, como las casas están incendiadas, las tropas, agotadas, han de dejarse caer en el fango. El frío todavía no es intenso, pero la humedad lo hace penoso,, y las peticiones de ropás de invierno quedan sin respuesta. Por lo demás, ya no llega nada de la retaguardia, salvo un poco de pan. Con un esfuerzo titánico, los zapadores han arreglado las vías férreas hasta Smolensko, Gómel, Dnie propetrovsk, pero no se ha acabado de poner el tercer raíl, y, por falta de material rodante ruso, el rendimiento resulta extremadamente débil: dos trenes de 400 t por día una miseria en la línea de Moscú. Desde las estaciones más avanzadas hasta las unidades de línea, faltan por recorrer distancias que alcanzan a veces 200 km. Los camiones, construidos para las carreteras de Europa, se enfangan y se rompen. Harían falta cadenas para aumentar la adherencia de los neumáticos y tractores con orugas para remolcar los vehículos: ya se pensará en ellos para las próximas campañas de otoño. El mundo considera a la Wehrmacht como el instrumento de guerra mejor regulado y más inexorable que se haya construido nunca: no se sospecha que la falta de previsión ha sido total, y que lo que ha emprendido Hitler temerariamente en Rusia es una improvisación..
En Ucrania, en la tierra negra, es donde el barro alcanza su mayor intensidad. «En otoño dice un proverbio ucraniano una cucharada de agua produce un cubo de barro.» Otro proverbio dice que en Ucrania no se encuentra un palo ni una piedra con que ahuyentar a un perro. Salvo en las regiones de fuerte densidad industrial, las carreteras sólidas son desconocidas. En marcha hacia Rostov, el grupo Kleist (convertido en 1 ejército blindado) se atasca en su totalidad y tiene que resignarse a esperar las heladas para extraer a la mayoría de sus vehículos del mar de barro. Suspendido todo aprovisionamiento, las tropas viven sólo de las patatas que encuentran en las granjas. Les asombra la intensidad de las destrucciones. Todas las localidades están quemadas, todas las fábricas están saqueadas, todos los puentes han saltado, todos los silos están destruidos, y millares de cabezas de ganado se pudren en el campo. Sin embargo, gracias todavía a los caballos prisioneros de guerra, enganchados a las ligeras telegas campesinas es como los alemanes conservan alguna movilidad. Sus propios caballos, como los de Murat, han muerto de privaciones, pero los caballos indígenas son admirables: se privan de todo.
En el centro, la situación no es mucho mejor. Existe en el mapa una línea majestuosa, la autopista de Moscú, pero ¿ qué es una calzada única, casi sin conexiones laterales, cuando se trata de aprovisionar a cinco ejércitos? Por lo demás, la autopista consiste sólo en una franja de rodaje inacabada, cuyo cemento se interrumpe durante leguas, y cuyas partes sólidas están recubiertas de un metro de fango. El río de vehículos que soporta sólo avanza con trabajo infinito. El 20 de octubre, la velocidad de avance del tráfico motorizado baja a 3 km por hora entre Gzhask y Mozháisk. Al día siguiente, cae a cero. 5000 camiones de víveres, de municiones y de carburante están atascados sin esperanza. La autopista ya no funciona.
Se intenta recurrir al antiguo camino de postas, la ruta napoleónica: más vale pasar por la llanura. Finalmente, como en Ucrania, son los caballos indígenas y los carritos campesinos los que salvan al grupo de ejércitos de una parálisis total.
A ese fenómeno natural se añade un fenómeno humano aún más inesperado: la aparición de los partisanos. La teoría se encuentra en Karl Marx: «Una nación que combate por su libertad no está obligada a observar las leyes de la guerra. Levantamientos en masa, procedimientos revolucionarios, guerrilla generalizada, tales son los únicos medios con que es posible resistir a un adversario materialmente superior...» Anticipándose a la teoría, el precedente histórico es 1812: los campesinos sublevados que acosaban al Gran Ejército, raptando a los enlaces, aniquilando a los rezagados. A pesar de su obsesión por los francotiradores, los alemanes no han tomado en consideración seria un peligro que parece pertenecer a un pasado romántico. La seguridad de las retaguardias está confiada a media docena de divisiones llamadas de seguridad, compuestas de viejos territoriales apenas armados. La S.D. Sicherheit Dienst, rama militar de la Gestapo, añade a ello temibles especialistas en represiones, pero sus medios militares son irrisorios: 4 Einsatz-gruppen, cuyo efectivo global no supera los 4000 hombres. Nadie imagina que la lucha contra los partisanos pueda tomar forma de verdaderas operaciones. Algunos ahorcamientos bastarán para hacer desaparecer toda veleidad de jugar a la guerra con la Wehrmacht...
La desilusión viene de prisa. Ya el 25 de julio, el O.K.H. pone en guardia a sus ejércitos contra el sabotaje de las comunicaciones. En octubre, el duro Reichenau da a su VI ejército órdenes represivas sobre las cuales Halder dice que «cualquier oficial decente debe tirarlas al cesto», pero, desde su apacible Prusia Oriental, Halder no mide el carácter implacable de esa lucha sin ley. Los soldados aislados que capturan los partisanos son eliminados. En vano responden represalias bárbaras a esos actos. Las zonas de inseguridad se extienden. Ya en otoño, se cuentan once en la zona del grupo de ejércitos Norte, una de las cuales, entre Dno y Cholm, mide 100 km de diámetro. En el centro, las regiones forestales de Briansk, de Orsha, de Vítebsk, las regiones pantanosas de Borodinó, de Niével, de Glussk, se convierten en refugios tales que harían falta decenas de millares de hombres para limpiarlos. Contra las frágiles comunicaciones de los ejércitos alemanes, el acoso de los patriotas rusos se intensifica de día en día.
A pesar de esas dificultades, prosigue el avance. El 16, es tomada Odesa, pero, en un número de fuerza notable, 70000 hombres de la guarnición han sido evacuados por el mar hacia Sebastopol. Dos días después, empieza la conquista de Crimea: el XI ejército da el asalto a las líneas de Perekop y las toma al cabo de diez días de combates. En Ucrania meridional, el 1 ejército blindado toma Stalino, y, el 30 de octubre, franquea el Mius, última barrera antes de Rostov del Don, antecámara del Cáucaso. En Ucrania septentrional, el VI ejército entra en Járkov el 24, después de haber chapoteado de una manera fantástica. En el grupo «Mitte», las dos bolsas de Briansk se han vaciado desde el 17 al 25. El II ejército blindado llega el 30 ante Tula, que la «Gross Deutschland» trata en vano de tomar por sorpresa. Frente a Moscú, el mariscal de las vanguardias, von Kluge, instala su puesto de mando en Maloyaroslávets, casi en la línea de fuego: su 13 cuerpo toma Kaluga y su 57 cuerpo toma Borovsk, a 80 km del Kremlin. Más al norte aún, la 4ª agrupación blindada avanza por el eje de la autopista: la 7ª I.D. y la 10 P.D. toman la ciudad y la estación de Doroshovo, donde identifican a la 82 división soviética, llegada de Mongolia exterior tras de tres semanas de tren. Finalmente, el IX ejército y la 3ª agrupación blindada se aproximan a Rzhev.
En Rastenburg, Hitler no tiene ningún motivo para sospechar que su campaña de Rusia ha fallado. Se irrita por la lentitud con que prosigue la marcha de avance, mide con impaciencia el camino que le queda por recorrer hasta el Volga, acosa a Bock, y hace decir a Guderian que no comprende por qué «no ensancha su cabeza de puente en el Oká, con ayuda de sus unidades rápidas». Pero, en conjunto, el plan se cumple. El O.K.H. tampoco está pesimista. Generales que se revestirán de clarividencia retrospectiva, como Halder, juzgan que la situación sigue siendo favorable, que los rusos están vencidos y que sigue siendo posible alcanzar antes del invierno los objetivos esenciales de la campaña. Ni Hitler, ni Brauchitsch, ni Keitel, ni Jodl, ni Halder han ido al frente una sola vez para ver con sus ojos la situación del terreno, de las tropas y del enemigo. El alto mando alemán cae en el error que fue fatal, el año anterior, al alto mando francés: hace la guerra en lo abstracto.
En lo concreto, el ejército alemán se agota. El barro le mata. Para marchar hacia Tula, Guderian hace revestir el camino con rollizos, pero ese tablado improvisado se hunde en el lodo y las unidades rápidas que Hitler le reprocha no saber utilizar son incapaces de superar la velocidad de un hombre al paso. Por lo demás, alcanzan los límites del desgaste. Al 24 cuerpo blindado le quedan 50 tanques que Guderian reagrupa bajo el mando del coronel Eberbach, reduciendo dos divisiones blindadas a una débil brigada. El desgaste de la infantería no es menor. Las pérdidas estadísticas no alcanzan aún más que el 20% de los efectivos empeñados en junio, pero la mayor parte de las compañías han bajado al efectivo de una sección. La artillería ha dejado sus cañones en el barro. Los hombres están hambrientos. El general Heinrich señala que su cuerpo de ejército no ha probado pan hace diez días. El calzado está desgastado: muchos de los de infantería andan sin calcetines, con las botas agujereadas. Cada mañana, el feldgrau se adelgaza bajo el mordisco cruel del viento frío. Muchos soldados no tienen mantas, habiéndolas tirado en los calores. El ejército sigue avanzando estoicamente. Pero la moral está alterada por el rebrote de una propaganda que, tras la victoria de Viazma, ha proclamado que el ejército rojo había dejado de existir. Los hombres que combaten a diario contra un adversario en apariencia inconsumible mastican amargamente las bravuconadas del doctor Göbbels.
Estratégicamente hablando, la característica de la ofensiva es la ausencia total de reservas. Todas las divisiones están en línea. Ya no existe posibilidad de maniobra para una Wehrmacht que, hace unos meses, conseguía sus victorias más por la maniobra que por el combate. Un esfuerzo de espíritu lleva adelante un frente lineal contra una creciente resistencia de las cosas y de los hombres. Hitler teme tanto un debilitamiento de la voluntad que prohíbe organizar una posición de repliegue. Para conjurar una campaña de invierno, ha rehusado distribuir ropas de invierno. Para prevenir un retroceso, no permite que se excave el suelo. Para abolir el barro, la nieve, los malos caminos, el desgaste de los blindados y de los zapatos, se niega a ir a verlo.
El 13 de noviembre, se celebra una conferencia en Orsha. Halder ha convocado a los jefes de estado mayor de los grupos de ejércitos. Escucha sus quejas y sus sugerencias. El de von Leeb duda que sea posible proseguir la ofensiva contra Tichvin. El de von Rundstedt lleva la opinión categórica de su mariscal: el ejército no puede más, llega el invierno, es hora de detener la ofensiva. El de Bock, al contrario, sostiene que es necesario proseguirla. Ha llegado el hielo, solidificando el suelo y permitiendo recuperar vehículos atascados y restablecer los transportes. El frío sigue siendo moderado y soleado. Se pueden contar con cuatro semanas de ese preinvierno, antes de las bajas temperaturas y las nieves profundas. Lo único imposible es invernar en las líneas actuales, en medio de un país asolado. Hay que tomar Moscú, o volver a las posiciones de comienzos de octubre, retroceder 200 km, conceder la victoria al enemigo, abandonar un terreno regado con sangre... Es preferible un último esfuerzo. Las tropas están dispuestas a hacerlo para alcanzar el objetivo que nunca han dejado de tener desde el comienzo de la campaña: Moscú.
La opinión de los jefes de estado mayor no tiene ninguna importancia. Hitler ha tomado su decisión y Halder no es más que su dictáfono. Comunica las órdenes que trae para lo que, a pesar de lo avanzado de la estación, recibe el nombre de Herbstoffensive, ofensiva de otoño. No sólo será tomado Moscú, sino que siguen válidos los objetivos previstos para 1941 Maikop, Stalingrado, Gorki, Vólogda, Yaroslavl. El Führer exige como mínimo que la Wehrmacht no se detenga hasta una línea que vaya desde el lago Onega hasta Rostov, por Ríbinsk, Tarbov y el curso inferior del Don. Eso representa para los ejércitos unos avances de 200 a 600 km, pero, según Halder, la resistencia ante Moscú es el último espasmo de un ejército rojo en agonía. El enemigo ya no está en condiciones de mantener un frente continuo desde el Báltico al mar Negro. Evacua el país entre el Don y el Volga para aferrarse al triángulo Moscú-Sarátov-Vólogda. Este último bastión es el que hay que destruir, de una vez para todas.
parte 1, parte 2, parte 3, parte 4, mapa operaciones
Principal, Operación Barbarossa, la batalla de Ucrania, la batalla de Mosku, Stalingrado, 1943-1945: contraofensiva sovietica, la batalla de Berlín, Alexei Fiodorov, links