LA AVARICIA Y EL ARTE



    Hace 20 años, un prestigioso galerista de Barcelona me confesó que a ellos no les interesaba exponer a los genios. Muy al contrario, las pocas veces que algún artista excepcional había llamado a sus puertas y habían sido capaces de reconocerlo como tal, lo habían rechazado sin la menor sombra de duda, sin el menor escrúpulo. Pues los genios resultan incómodos, responden y se comportan incómodamente. Y su arte no se acomoda a las demandas del comercio, ni convencen a las mentes que juzgan la norma, en parte porque suelen ser implacables con su época. Además, ya se sabe que los genios escasean y el arte excepcional pone en evidencia la mediocridad imperante.

    Dicen que se reconoce al ser excepcional por el conjuro de necios que se forma a su alrededor.

    En la excelente película Ed Wood, el peor director de cine y el mejor (Orson Welles) mantenían una lúcida conversación, ya que ambos padecían idénticas trabas a la hora de llevar a cabo sus proyectos. Y esa incomprensión ante sus obras les hermanaba.

    Tanto los galeristas como los productores de cine o de teatro, o los editores, prefieren moverse en las cómodas franjas de lo correcto, de lo que simplemente está bien, y hasta de lo relativamente notable, porque les resulta más ventajoso trabajar con artistas más fácilmente sustituibles, con ideas más previsibles y reconocibles, con obras más consumibles.

    Hay demasiados intereses a la hora de valorar y promocionar una obra, de comulgar o no con una nueva forma de mirar. Y pocos son los que se atreven a valorar con sinceridad lo que está sucediendo. En los ambientes más snobs a menudo vemos a falsos reyes desfilando desnudos ante la aclamación general como en el cuento de Andersen.

    Pero más penoso todavía es que la calidad la determinen las leyes comerciales, como está sucediendo desde hace tiempo.

    Unos y otros se excusan en que en esta época no tiene sentido escribir tal novela o producir tal película. Que tales proyectos son excesivamente ambiciosos para estos tiempos. Me pregunto quién se está beneficiando de esta ausencia de ambición, de esta inmediatez.

    Tal vez la mayor ambición del artista (como el de antes, como el de siempre) es procurar mantenerse al margen de la conjura de los necios y comprometerse cada vez más con su propia obra.


                                                                               Irene Gracia

 

 
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