Irene Gracia presenta "El coleccionista de almas perdidas", una parábola sobre la creación.
Presentada en el Centro Cultural del Círculo de Lectores de Madrid, "El coleccionista de almas perdidas" (Siruela en su colección Nuevos Tiempos y Circulo de Lectores en una edición especial para socios del Club) es la más reciente novela de Irene Gracia, ganadora del premio Ojo crítico en 1994 por su obra "Fiebre para siempre". Esta nueva entrega novelística aborda las paradojas de la creación artística a través de una estimulante parábola construida sobre del mundo de los autómatas y sus excepcionales inventores.
Redacción Actualidad Literaria
Por Ernesto Bottini
"Muchas veces el empeño que los hombres ponen en actividades que parecen absolutamente gratuitas, sin otro fin que el entretenimiento o la satisfacción de resolver un problema difícil, resulta ser esencial en un ámbito que nadie había previsto, con consecuencias de largo alcance. Esto es tan cierto para la poesía y el arte como lo es para la ciencia y la tecnología. El juego ha sido siempre el gran motor de la cultura. La construcción de los autómatas en el siglo XVIII anticipa la revolución industrial, que sacará partido de las soluciones mecánicas pensadas para aquellos complicados juguetes. Es cierto que la construcción de autómatas no fue solo un juego, aunque se presentara como tal; era una obsesión, un sueño demiúrgico, un desafío filosófico en cuanto equiparación del hombre a la máquina. La fortuna del autómata como tema literario, de Pushkin a Poe y Villers de L´Isle-Adam, confirma la fuerza de esta fascinación, sus componentes tanto hiperracionales como inconscientes", escribe Italo Calvino en uno de los artículos que componen el exquisito volumen "Colección de arena". El texto lleva el nombre de "Las aventuras de tres relojeros y de tres autómatas" y está dedicado a una curiosa historia cuyos personajes principales son el relojero suizo Pierre Jaquet-Droz y sus "androides".
Las palabras de Calvino sirven para describir el espíritu y la esencia de los planteamientos que definen la última novela de Irene Gracia (1956), "El coleccionista de almas perdidas" (2006). El personaje central de esta novela, construida a partir de múltiples relatos, es el también inventor (creador) de autómatas Anatol Chat, inventado por la autora madrileña para tramar la compleja y diseminada serie de cuentos. A la manera de "Las mil y una noches" o el "Decamerón", las historias se van tejiendo alrededor de una propuesta literaria básica: el mundo de la creación y las paradojas que ésta entraña en el mundo de las "realidades" y "autenticidades", proponiendo juegos de espejos dignos de los grabados de M. C. Escher. Creador y creación se mezclan en un miasma donde es difícil establecer un punto de apoyo o un centro de referencia, donde no solamente las creaciones se vuelven sobre los creadores -a la manera del "Frankenstein" de Mary Shelley o "El Golem" de Gustav Meyrink- sino que se plantea la imposibilidad de detectar un orden categórico en la sucesión de creaciones. Partiendo de este problema con vuelos filosófico-teológicos, Irene Gracia logra desplegar una serie de cautivantes historias que dan vida y ponen en movimiento la esencia del conflicto.
Historias dentro de historias en un interminable juego de muñecas rusas, las invenciones presentadas en "El coleccionista de almas perdidas" aportan una mirada rica y lúcida a un problema que, por otra parte, se adentra en el tuétano mismo de las disquisiciones bioéticas y tecnológicas actuales. Aplicaciones biotecnológicas que han tenido en la ciencia ficción su mayor desarrollo, pero que tienen en la literatura fantástica (en este caso con matices góticos) un antecedente importante, tanto en la disposición narrativa como en el despliegue simbólico de sus elementos.
"Todo encantamiento supone un desencanto", sentenció Gracia en la rueda de prensa de presentación de la novela, llevada a cabo en el Centro Cultural del Círculo de Lectores de Madrid, y propuso, de esta manera, las claves que rigen la concepción de la obra. Paradojas, ambigüedades y constantes tensiones para hallar un equilibrio dudoso, o imposible, en el ámbito de la filosofía de la creación. La autora, de formación académica en Bellas Artes, destacó los procedimientos creativos que dan vida a una obra de arte: modelado, muerte y resurrección. Tres etapas por las que toda composición escultórica, en este caso, transita antes de manifestarse como una obra acabada. En la línea de la tradición renacentista, y en especial del legado laborioso de Leonardo Da Vinci, Gracia destaca la creación literaria (y pictórica) como un oficio o una artesanía, producto de un arduo y constante trabajo, alejando de su ideal artístico la primacía del sujeto como ejecutor de una revelación, o situado en una egocéntrica y mística existencia pseudo-divina. Señaló la importancia de la "honorabilidad de la ejecución del arte" frente a la producción carente de técnica, amparada en "la validez de la firma".
Los relatos de la novela están pensados, según declaró la autora, "como un homenaje a los cuentos de terror", especialmente en la tradición de Edgar A. Poe o E.T.A. Hoffmann, buscando generar en el lector la sensación del "miedo delicioso de la infancia". El homenaje de Gracia se extiende, así mismo, a todos los creadores que ejercen su oficio basándose en "el poder de la palabra", depositando en la enunciación del verbo la existencia del mundo y su reproducción, de la cual los autómatas son sus más acabados replicantes, significando la "melancólica repetición de movimientos" propia de todos los seres humanos. "Existió una vez un mago de las palabras", leemos en "El coleccionista de almas perdidas", "que formuló el conjuro perfecto para atravesar los umbrales de la vida y la muerte. El mago escribió las palabras mágicas y, como en todo conjuro, el único secreto para que se cumpliera el hechizo era tener fe en el poder de esas palabras que debían ser leídas con la lengua del corazón y de la mente". Una fe tan laica como alfabética que recorre toda la novela, depositando en el lector la instancia última de la obra literaria, la pieza indispensable para la realización completa del diálogo.
La puesta en práctica de la capacidad persuasiva de las palabras se manifiesta a través de los cuentos que narran Anatol y su padre, Horacio, que oscilan entre la mitología griega, la fábula y los cuentos populares. Este otro plano narrativo que se desarrolla en los intersticios de la historia "principal", señala la autora, convierte la narración en poliédrica. Anatol, cuentacuentos "prodigioso", desarrolla una voz autónoma, de ventrílocuo, creando a Rocambor, un desdoblamiento o alter ego profesional. Rocambor manifiesta que "El don de la palabra es superior a cualquier otro, es el don supremo. En el principio existía la palabra, y la palabra estaba con Dios y la palabra era Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no habría nada. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres y la luz de las tinieblas, y ni los hombres ni las tinieblas podían vencerla. ¡Despierta a la palabra, alma mía, despierta, despierta!" Una importante zona de la novela se desarrolla en un decorado de tinieblas, y la figura de Dante la recorre con su larga sombra.
Las historias dedicadas a Anatol y su familia de inventores, dispuestas como fragmentos de un retablo unitario, están ambientadas en la Europa de principios del siglo XX, en la antesala de la Primera Guerra, en un mundo escindido entre las ilusiones provocadas por la maquinaria bélica y su propaganda, así como por la difusión del cinematógrafo, un "escenario apocalíptico", en palabras de Irene Gracia, en el cual surgieron las más productivas y revolucionarias vanguardias seculares, y donde crecieron de manera fecunda las líneas de contacto entre las artes y las ciencias, donde proliferaron las intersecciones entre los descubrimientos y desarrollos tecnológicos con las creaciones artísticas. Un campo explotado por el futurismo y el mecanicismo donde se produjo la ampliación de los espacios significativos y sus proyecciones simbólicas.
El inventor Anatol Chat pertenece a la extraña grey de personajes fantásticos que pueblan las páginas de "Locus solus", la obra maestra de Raymond Roussel, y sería, en una supuesta genealogía de inventores reales e imaginarios, un merecido compañero de viaje del inolvidable Martial Canterel, el más alto pontífice entre los creadores de mundos imposibles, aunque no por ello menos cercanos. "El coleccionista de almas perdidas" generará en sus lectores esa dulce inquietud que define a la literatura fantástica, provocando la agradable urticaria que producen los mejores relatos de terror.
Madrid, 17 de Mayo de 2006