LAS GARRAS DEL MAL

  
 La otra noche soné con Poe, lo juro. Edgar Allan Poe estaba conmigo, nadie más. Solos él y yo, o más exacto sería decir: sola yo. Y solo él, frente a mí, entre la niebla grisácea y fluorescente que ni siquiera era niebla, que no era nada.

    Estábamos cara a cara y mi cara era la de mi sueño y era su cara la de su fantasma. Y Poe, dirigiéndose a mí, sólo a mí, cortés y confidencial pero sin los forzosos saludos previos de los vivos y de los despiertos, me confesó con su voz apagada y nostálgica:

    -Soy el hermano de tu hermano muerto.

    Entonces... pensé. Si en el mundo de los muertos, aunque sus vínculos no sean los de la sangre, siguen rigiendo los mismos ritos que en el nuestro, de alguna forma, directa o indirecta, también él, Poe, es hermano mío. Pero el pudor me impidió comentárselo y me limité a exclamar:

    -¡Yo creía que su hermano era Vincent!

    Me estaba refiriendo a Vincent Van Gogh. Mientras escribo me desconcierta la seguridad de mi afirmación, pero dentro del sueño tenía una lógica irrevocable.

    Edgar... me permito llamarle con esta familiaridad, puesto que llegados a este punto ya habíamos confraternizado. Edgar sonrió tímida y sutilmente como sonríe siempre y me dijo:

    -No, Vincent es su amigo, desde que se encontraron no han vuelto a separarse. Siempre están juntos discutiendo y riendo. Conmigo ni ríe ni discute tanto como con su inseparable amigo, pero su hermano soy yo.

    Mientras Edgar me aclaraba lo dicho, yo imaginaba con nitidez absoluta a Vincent y a mi hermano abrazados el uno al otro. No estoy diciendo que los estaba viendo, pues ellos no estaban con nosotros y los sueños también tienen su lógica. He dicho que lo estaba imaginando al mismo tiempo que comprendía claramente que ellos pudieran ser amigos del alma.

    Después me dio una lección magistral sobre El Mal, sobre Las Larvas del Mal, cuyo sentido no acabo de comprender, pero que jamás olvidaré en esta vida, ni otras si las hubiera. Podría transcribir una a una cada palabra del maestro, ya que las recuerdo con exactitud y así algún sabio lector podría traducir su enseñanza. Pero no sería honesto y Edgar podría ofenderse puesto que fue una clase particular, confidencial. Quizás algún día, ya anciana, después de haber pensado mucho sobre esto, yo misma sea capaz de explicarlo. Y de no conseguirlo, tal vez antes de morir, me sea lícito repetir sus reveladoras palabras desde el otro lado del sueño. Pero lo esencial es que Edgar me tranquilizó asegurándome que a las personas que nos preocupa contagiarnos del Mal no corremos peligro de padecer esa maldita enfermedad. Y que las otras, las de conciencia conciliadora, y conciliadores sueños, están más expuestas al contagio.

    Después volé con él en la noche más negra y más real de todas mis noches. Y los despiertos no podían vernos a nosotros, pero nosotros sí que podíamos verlos a ellos. Y cuando Edgar y yo bajamos de la montaña rusa, o cuando aquel tren salía del túnel, comprobábamos cómo El Mal se estaba incubando en ellos.

    -¿Ves esas larvas? -exclamó Edgar señalando las nucas de los pasajeros- ¿Las ves? Todos se han contagiado, y lo peor es que ni siquiera se dan cuenta. Todos, excepto esa chiquilla... -y suspiró observando el cuello de una muchacha de ojos salvajes.

    Lo que acabo de contar lo soñé, no es un cuento que acabo de improvisar. De hecho, aunque no lo parezca, es un artículo, que es lo que se me ha pedido. Lo cierto es que uno debería tener las ideas claras para escribirlos, o al menos fingir que es así. No es este el caso, lo reconozco, pero debo añadir a mi favor que, a pesar de no haber llegado a ninguna conclusión definitiva, llevo media vida pensando en este tema.

    En este punto debo hacer un inciso para decir que mi hermano fue, sin duda, mi primer maestro. Fue él quien me dio a leer los cuentos de Poe y me mostró las pinturas de Van Gogh. Y cuando él murió, sentí un desconcierto parecido al que deben de tener los discípulos de los grandes pensadores cuando sus maestros fallecen, y más porque estas muertes suelen ser trágicas.

    ¿Cuál es su herencia entonces?¿Qué idea quieren transmitirnos? Y cuando esas muertes son oscuras, ¿es menos creíble su legado, o por el contrario se torna más contundente e irrevocable?

    El caso es que cuando soñé con ellos volví a pensar en los males que se heredan y en los que se contagian. Y también en lo que se transmite. Digo esto porque mi hermano padecía una enfermedad mental, aunque murió a causa de una enfermedad vírica. He leído mucho sobre todo esto, ya que en mi propia familia, además de enfermos mentales, también ha habido psiquiatras a los que siempre he hecho la misma pregunta, que asimismo pregunté a los médicos que trataron a mi hermano.

    Algunos tienen serias razones para pensar que los males de la mente se heredan, pero yo me inclino a creer que se contagian o se transmiten, pero poco se sabe al respecto, y todavía hoy no puede afirmar nada con exactitud.

    Desde la mitología clásica los héroes suelen estar marcados con el signo de cierta orfandad, quizás por eso me niego a creer en las causas genéticas de cierto tipo de locura asociadas a esas mentes geniales o visionarias.

    He observado que en los héroes de mi sueño y en los otros héroes anónimos que he conocido ese malditismo en el que se acusaba una fascinación, una vocación me atrevería a decir, por este tipo de locura.

    En la adolescencia conocí familias de varios hermanos que unos a otros se transmitía esa ansia, esa sed insaciable que les llevó a compartir pálidas jeringuillas con las que acabaron contagiándose el virus letal. También he conocido familias en las que todos los hijos intentaron suicidarse en cadena, y alguno lo consiguió. Una de ellas, de tres hermanos, fue la que me inspiró a las tres hermanastras de Hijas de la noche en llamas.

    Después de vivir de cerca todos estos sucesos, he aprendido que todo suicidio está dedicado, y que casi siempre es un brindis amargo y definitivo a los padres, escupiendo la vida que los padres brindaron.

    Mientras escribo estas últimas líneas, asumo que no puedo ofrecer conclusión alguna, pero creo que la primordial justificación del arte es la de alterar la conciencia, y que el compromiso prioritario del escritor es abrir interrogantes para que el tiempo pueda cerrarlos.

    Sé que a través del sueño de las larvas del mal estaba evocando el mensaje que en vida ya me transmitió mi primer maestro y los que me guiaron después. Y he vuelto a desconfiar de la gente de bien y sobre todo de los pensamientos tranquilizadores, de las palabras fáciles y de las ideas consoladoras.
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Foto: Jock Sturges