UVE
Lunes, 24 de agosto de 1998

        
Aquel verano, aquel bañador

La ribera de las flores

«Le confesaré un secreto: las mujeres nos volvemos feas y envejecemos sólo cuando dejan de querernos»

Irene Gracia sorprendió con su primera novela, «Fiebre para siempre», con esa voz personalísima, capaz de captar los matices más inquietantes y ambiguos de las relaciones humanas. Ahora nos queda esperar su segunda entrega, «Hijas de la noche en llamas», que Planeta publicará el próximo invierno, y disfrutar, mientras, de este relato en el que narra un viaje a Venecia y el encuentro con una misteriosa .


Venecia fue el primer destino que elegimos cuando nos conocimos. Estaba amaneciendo cuando me despertaron las voces de mi hijo y del hombre que me acompañaba, llegando desde fuera de la cabina, en el corredor del vagón. Estaba medio dormida, pero me concentré para escuchar la conversación que mantenían con una mujer de marcado acento italiano:

- Viajo con las cenizas de mi marido, para arrojarlas al mismo mar donde vivimos nuestra luna de miel. ¡Sólo me fue infiel una vez! -exclamó la voz ronca y fuerte de la desconocida-. Hace 20 años. Yo le comprendí, ella vivía frente a nosotros y se parecía a mí a la misma edad en que me conoció. Sólo tuve que acercarme a la muchacha y susurrarle al oído el apodo cariñoso con el que solía llamarme durante el amor, para que ella se apartase definitivamente de mi hombre después de mirarme horrorizada, como si el óvalo de mi cara fuera un espejo. Lo único que le reprocho es que se aliase con el tiempo en contra mía, que pactase con nuestro peor enemigo. ¿Y usted también viaja solo?

- No, viajo con mi mujer y con mi hijastro..

- Ah, ¿tú eres su hijastro? -prreguntó la mujer a mi hijo.

- Este es nuestro primer viaje juntos -conttestó mi hijo, y su voz se confundió con el traqueteo del tren.

- ¡Qué envidia les tengo! Segurro que su mujer debe de ser joven y bonita como yo lo fui.

- Usted todavía es...

- ¡Una mentira piadosa! Ahora, cuandoo me cruzo con un espejo a traición, mi reflejo me coge por sorpresa, y no me reconozco. Créame, hay espejos extraños, y hay espejos amigos, en los que todavía podemos seguir siendo nosotros, aquellos a los que estuvimos esperando desde niños. Le confesaré un secreto que la mayoría de los hombres ignoran: las mujeres nos volvemos feas y envejecemos sólo cuando dejan de querernos. Así que si quiere seguir durmiendo junto a una mujer hermosa durante mucho tiempo, haga que se sienta única e insustituible y no sea como esos necios que no han aprendido a vivir, y creen siempre, estén con quien estén, o estén donde estén, que la vida está siempre en otra parte. Y acaban convirtiéndose en los pasajeros de su propia vida, esos que siempre están de paso, y que neciamente están trasladándose siempre a otro lugar, buscando otro escenario mejor para vivir sus vidas, buscando lo que ya tienen.

- Tendré en cuenta sus palabras...
- Olvidará mis palabras cuando este ttren llegue a su destino. ¿Un cigarrillo?

- Gracias...

- De nada. ¿Quiere usted un consejo? No hagan planes... no esperen nada del mañana y quédense a vivir para siempre en este precioso día de hoy... Pero no, no me harán caso y harán lo que todos hemos hecho, y ansiarán más de lo que reciben a cada instante, creyendo que otra felicidad mayor les está esperando... ¡Así es como nos olvidamos del vivir presente! ¡Así es como el tiempo nos gana siempre la partida! Y como estoy segura de que va a desoír mis palabras... Lleve al menos una vez a su mujer y a su hijastro a La ribera de las flores. Vayan allí antes de que ceda la pasión y ya sea demasiado tarde... ¡Téngame esto y yo le indicaré en el mapa dónde se encuentra!

Hubo un silencio hasta que la oí exclamar: -¡Aquí!

- Le prometo que iremos... -aseguró lla voz masculina.

- ¡Me lo temía! Ya me pareció al verlo que también usted tenía cara de pasajero crónico... Ahora nadie lo diría al verme - confesó con coquetería la voz desconocida-, pero fui una joven muy hermosa. Tanto es así que en la víspera de mi boda, para reunirme con el hombre que me ha acompañado todos estos años, tuve que viajar sola en uno de esos lentísimos ferrocarriles de madera que había en aquella zona y que en verano llevaban todas las ventanas abiertas, debido a la insoportable temperatura que se alcanzaba dentro de los vagones. Me quedé dormida a causa del sopor, mientras el tren atravesaba la ribera, y cuando desperté estaba enterrada entre flores de todos los colores, que los hombres de los invernaderos habían estado tirándome a mi paso y...

Hubo unos instantes de oscuridad en que el tren atravesó un túnel, y la sirena de la locomotora me impidió escuchar el final del relato, pero cuando volvió la luz pude oírla exclamar con nostalgia:

- ¡Ah! Todavía sueño a veeces con el aroma de aquel despertar...

El tono confidencial de la conversación me había invitado a mantenerme al margen, pero la curiosidad por conocer el rostro de la mujer cuya voz me había hipnotizado me animó a vestirme.

- ¡Ya estamos llegando a nuestro desttino! -pude oír, mientras me abotonaba el vestido con impaciencia.

- ¡Adiós! -respondió ellaa lacónicamente.

- ¡Hasta siempre! -se despidieron loss dos, mientras yo acababa de calzarme los zapatos. Pero cuando abrí la puerta para salir, ella ya no estaba allí.

El tren se detuvo. Una de las caras del reloj de la estación marcaba las 8.30, mientras que las agujas de la otra se habían detenido y apuntaban señalando a las ocho en punto. Bajamos y delante nuestro, en el andén, descubrí la figura solitaria y clara de una mujer. Estaba de espaldas, y se inclinaba trágicamente hacia el lado derecho, tratando de arrastrar su maleta. Me apresuré todo lo que pude, pero enseguida la perdí de vista.

Ya en la playa de nuestro hotel, a las afueras de Venecia; mientras ellos se bañaban en esas aguas con sabor a ceniza, vi a una mujer que recorría de un extremo a otro la orilla del mar, mientras movía los labios como si estuviera hablando sola. La seguí, y cuando la tuve cerca, tan cerca como para oír su voz, supe que no era ella, que tampoco era ella.

Han pasado los años, 13, y todavía no hemos ido a La Ribera de las Flores, pero yo me sigo girando al aspirar el aroma a flores rancias que a su paso desprenden algunas mujeres, segura de que tarde o temprano me encontraré con ella, temerosa de descubrir su cara y de que ésta me sea mortalmente familiar.

 

 
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