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Nuestro informante nos confesó que sus críticas convicciones particulares en materia religiosa, forjadas con arduo trabajo a base de largas lecturas y una detenida reflexión recibieron un rudo golpe, sobre todo porque la protagonista de esta historia era su madre, persona íntegra, de probada seriedad, e inasequible a la fácil credulidad. Pero sus tribulaciones no acabarían aquí. Otra noche, siendo ya de madrugada se despierta nuestro amigo sobresaltado a causa de los gritos proferidos su madre. Cuando se levanta y sale de la habitación, se encuentra a la madre en camisón llorando a lágrima viva entre lamentaciones, y dando vueltas por el pasillo de la casa, al tiempo que su padre, semi desnudo trataba de calmarla. Cuando nuestro amigo le pregunta la razón de tanta angustia le contaron la recepción de otro aviso, y trataron de sabersi él también lo había percibido. En esta ocasión la causa de la desazón consistió en un temblor repentino e inesperado por espacio de varios segundos de las puertas de las habitaciones. Un terremoto no habría podido ser, pues las vibraciones afectarían igualmente a los tabiques. Entonces ante la insistencia de la madre, el informador recordó cómo efectivamente había sido interrumpido levemente su descanso por el ruido producido por las puertas, pero en realidad, su desvelo lo había producido la inmediata y desesperada intervención de la madre. La mujer se lamentaba de la nefasta suerte que había caído sobre la familia, pues áun no había pasado ni medio año del fallecimiento de la abuela, y ahora se anunciaba un nuevo luto por algún pariente cercano. Los padres comentaron entonces que las personas perceptoras de la cita, según se creía, quedaban exentos de sufrir una desgracia mortal, por lo que corrieron a la cama del hijo menor, todavía durmiendo (tenía un sueño muy profundo, y raramente se desvelaba), le despertaron y le preguntaron si había escuchado algo, y ante la respuesta negativa del joven, la madre volvió a proferir lamentaciones y llantos, pues este hijo suyo podría perfectamente ser un candidato a pasar a mejor vida. Aquella noche ya ningún miembro de la familia pudo conciliar el sueño (salvo el hermano menor, como era natural). Al día siguiente, durante el desayuno la madre le rogó encarecidamente a éste último, la observación de una suma prudencia por espacio de siete meses en su trabajo, y en su vida fuera de casa, pero a este ruego replicó el padre, que nada se podría hacer ya, pues si él era el predestinado, la suerte había sido ya echada y era ineluctible. Ignoraba nuestro amigo la vida religiosa llevada por su madre en los días siguientes, pues esto pertenecía a su esfera íntima, pero supone interminables y constantes rezos y actos piadosos para eludir la indeseada candidatura de su hijo menor. Lo que sí recordaba diáfanamente era el desdoblamiento y desorden producido por estos hechos en sus coordenadas intelectuales. Aquellos sólidos conocimientos obtenidos acerca de los orígenes históricos, antropológicos y psicológicos de las creencias religiosas, tanto en el plano social, como individual, le habían permitido combatir con éxito cualquier hipotética manifestación religiosa, desde cualquier ángulo u óptica. Pero estos sucesoso acaecidos en el seno familiar, y absolutamente ciertos, echaban por tierra de un plumazo todo aquel cúmulo de saber racional, y en consecuencia, consideró la premisalos creyentes sinceros en materia religiosa: las verdades de la ciencia se aprehenden por los sentidos, pero este método construido por el hombre, no es válido para conocer las verdades trascendentales. Para abordar estos últimos temas existía algo tan indefinido como era la fe, único medio de sabiduría en este terreno. Pero la luz se hizo dos semanas después. En la radio y en la prensa local se divulgaron los resultados de una investigación llevada a cabo días atrás por personal científico en los barrios del cinturón residencial de Vigo. Los vecinos de estos barrios habían alertado a las autoridades municipales de un extraño suceso apreciado en numerosas ocasiones desde hacía algún tiempo atrás: pasada la media noche, sin razón aparente los perros se ponáin a ladrar ruidosamente, y a continuación, en las viviendas, puertas, ventanas, e incluso tabiques experimentaban una incomprensible vibración. Los estudios de campo realizados por los investigadores en varios puntos de la zona afectada pusieron de relieve el origen de esos preocupantes efectos en la ruta normal trazada por los Concorde en su travesía por el Atlántico Norte, excesivamente próxima a la costa gallega, aún a pesar de la notable altitud mantenida en la navegación. Informadas las autoridades competentes tomaron la medida de reclamar a los estados europeos responsables de estos itinerarios, un alejamiento prudencial de la costa, petición que fue admitida. El conocimiento de esta explicación en el seno de la familia de nuestro amigo, adoptó diversas formas, ahora sí acordes con el grado de instrucción cultural adquirida por cada miembro. Mientras los progenitores, quedaron por una parte aliviados por la confirmación de la falsa alarma, en otro sentido, se vieron en ridículo por su infundada (¿?) credulidad, pero aún así sostuvieron siempre la validez de la primera cita, aviso de la muerte de la abuela. Para nuestro informante, la realidad de los hechos era muy diferente. Se había dejado llevar inconscientemente al terreno de la credulidad irreflexiva a causa de un suceso, que al no poder ser explicado en términos racionales, había caído bajo el peso del ambiente cultural en el que vivía, representado y velado por sus padres. Analizando detenidamente los hechos acaecidos, nada indicaba necesariamente su relación con un aviso de un próximo e inevitable óbito familiar. Sencillamente, la intepretación de los sucesos, al no poseer una explicación racional coherente, al menos en apariencia, se había realizado según los parámetros ofrecidos por el bagaje ofrecido por el marco cultural. Ante esta barrera cultural, adquirida desde muy pequeño, retrocedía toda reflexión racional; en consecuencia, de ello, dedujo la desvinculación en esta ótrbita con los estudios superiores cursados, los cuales, en principio debían haber actuado como disuasorios de cualquier explicación no científica. Así, ahora se explicaba, cómo eminentes hombres de la ciencia y de la medicina eran profundos creyentes de religiones, creencias, e incluso preocupaciones supersticiosas inculcadas ya desde los primeros pasos, tanto por la familia, como por el ambiente sociocultural en que había desarrollado su personalidad. Por lo tanto, la primera cita, también debía tener una explicación racional, y si no podía establecer una aclaración adecuada con el saber racional de la época, o de sus conocimientos personales, tampoco ello podía dar lugar a buscar una elucidación del acontecimiento en las fórmulas propuestas por el ambiente cultural, siempre teñidas de soluciones de corte religioso para lo carente de lógica humana. Pero incluso, el peso agobiante de la tradición cultural la podía nuestro amigo rastrear desde niño. En varias ocasiones, había comprobado como el fallecimiento de algún vecino, generalmente mayor, ocurría uno o dos días después de los aullidos de un perro de una casa próxima. Cuando en una noche cualquiera, este animal se ponía inesperadamente a aúllar durante horas, indefectiblemente moría alguien. Recordaba cómo su padre una noche mientras cenaban, al escuchar los alaridos del perro, se había enfadado y proponía acabar de una vez con el animal, pero la madre le rectificó indicando la inocencia del perro en la percepción previa de una muerte, pues sencillamente era un transmisor de una decisión divina. Todos estos comentarios realizados en el seno familiar, y otros relatos contados en las calles, y adquiridos en la infancia, dejaban una huella inborrable en el intelecto, que afloraba automáticamente al producirse la situación ya debidamente codificada por el contexto cultural. Seguía nuestro confidente reflexionando, que por esta causa las creencias religiosas son tan difíciles de erradicar por los individuos maduros, pues durante la juventud no sólo se graban en el subconsciente una serie de datos y preceptos, sino que además se impone como complemento y, muy importante, como protección de ese bagaje informativo, un método analítico no racional. Los conceptos religiosos, los dogmas, nunca se discuten, nunca se critican científicamente; simplemente se enseñan tal cual, y como reverso de una misma moneda, van acompañados de una intangibilidad cognoscitiva, evitando así cualquier tentativa de explicación desde la óptica humana. Son cosas queridas por la divinidad, por lo tanto inexcrutables, inasequibles al género humano, el cual deberá tomarlas sin discutirlas. La únca manera de acceder a ellas, es mediante eso llamado fe, concepto que si no entendemos, es a causa de que no todos estamos dotados de la gracia necesaria, don suministrado caprichosamente por el Ser Superior.
3.2. El contexto espacial.
Este largo excurso era totalmente necesario para penetrar en el siguiente escalafón de nuestra investigación. Podrá indicarse su indudable obviedad, e innecesario recordatorio, pero no debemos olvidar que pocas veces se tiene o se ha tenido en cuenta en los estudios etnográficos. De ahí su interés. Pero volvamos ahora a Moraña: ¿cómo habremos de explicar según los parámetros culturales la misa de las ánimas de la capilla de la Inmaculada, y del ánima en pena del Río das Pontellas?; ¿qué hizo pensar a aquellas gentes en esas categorías del más allá a unos fenómenos que quizás tuviesen una explicación más racional ?. |
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