Un aleteo recio, como de un tajo hendió la nube.
La
Cessna, ejecutó un violento viraje y la turbulencia,
intempestivamente nos puso el estómago en la boca. Volamos casi en
paralelo, admirando el planeo y cómo se le sometía el viento, a
velocidad stoll seguimos la estela de su rumbo, aparentemente errático,
olvidándonos del plan de vuelo. La burbuja del horizonte artificial
oscilaba al ritmo del cóndor
y la adrenalina, invadió toda la cabina.
Alguien
disparaba la kodac sin preocuparse de cuánto corría el rollo.
Fotografiaba cielo y al fondo, también los riscos de la Cordillera
del Colca, pero era un cóndor, un gran cóndor curvando sus alas de
pulido negro pizarra. La lente, lo siguió atenta con la obsesión
de un tirador experto tras un objetivo en movimiento.
Andahua,
el Valle de los Volcanes, tendría que esperar.
Pareció
ocultarse por las estribaciones de Sibayo. Abajo, el poblado y los
roquedales aledaños como que camuflaron su presencia, si había
divisado carroña ciertamente ya estaba en tierra y seguramente,
estaría disputándola con otros.
Nos
equivocamos.
Volaba
libre y muy dueño de sí. Controlando la más mínima torsión de
su cuerpo, notamos cómo lograba establecer sus propios límites.
Supimos era un cóndor macho, porque una tupida cresta coronaba su
grande cabeza desplumada. El sol, cayéndole oblicuo, iluminó un
aguzado pico curvo, aerodinámicamente dispuesto a girar a la
izquierda o a la derecha, según las plumas de la punta de las alas,
se abrieran o se cerraran o ligeramente despegaran sus ápices.
Creímos
perderlo. No. En eso los avistamos, ahora eran tres.
Volaban
en formación, semejaban una disciplinada escuadrilla de
cazabombarderos vigilando y escoltando a nuestro extraño pájaro
del aire.
La
avioneta, surcaba las corrientes cuidando mantener la altitud y el
empuje suficiente para evitar que algún viento de cola nos arroje
contra las peligrosas laderas. Trazando un curso repetitivo,
circunvalamos de extremo a extremo el Colca entero. Bromeábamos.
Los
cóndores, extendiendo sus alas, facilitaron un planeo de raudo
avance. Desplegadas así, tuvimos miedo sobrepasen la anchura de
nuestra pequeña nave. Su blanco collar de plumas, parecía
significar un emblema distintivo de bravura, libertad y dominio,
realmente lucían poderosos y marciales, como altivos veteranos
soldados de un abanderado regimiento en desfile.
El
piloto nos contó que fácilmente acostumbran volar horas de horas y
constantemente bajan hasta los acantilados del litoral en busca de
alimentos y retornan el mismo día... pese que anidan en alturas difíciles
de alcanzar, hay el riesgo de su extinción , ya que más allá de
un simple desafío, para los lugareños constituye una proeza y
orgullo lograr cazarlos.
Vimos
a los tres juntos practicar un rizo invertido, luego en barrena
audazmente remontar el cielo, arriba los mil pies de nuestra rasante
calculé estupefacto, después en alucinada picada, colocarse
perfectamente alineados a nuestra derecha.
Sus
ojos, siempre sus ojos, fijos en la Cessna. Nos demostraban su
fuerza, ¿invadimos su territorio, nos acosaban por ser intrusos?, aún
así, continuamos volando, pensando estaba imaginando tonterías...
quizás.
Fue
tan rápido, no hubo tiempo de maniobrar y una inesperada ráfaga
remeció nuestras cabezas, en un instante la inusitada formación se
trasladó a nuestra izquierda. Uno, la rompió y prosiguió volando
sobre el fuselaje impidiéndonos ganar espacio. El altímetro comenzó
a descender, los alerones no respondían, tampoco el timón de cola.
Cruzando el nubazón, caímos en la cuenta que los otros dos cóndores,
estratégicamente ubicados uno en cada costado, nos obligaban a
mantener una dirección precisa.
Teníamos
que salir pronto del valle, aprovechar alguna llanura para un
aterrizaje forzoso, desde aquí la radio no captaba ninguna
frecuencia y la aguja del combustible, temerariamente estaba
apuntando al rojo.
Un
misterio de siglos discurría por el río, su voz se apagaba abajo
en las profundidades y era un vuelo donde la vida nos jugaba una
trastada brava. De repente , la hora fea nos había sido dada.
Chivay, quedó lejos, el motor sonaba parejo y potente, con las
revoluciones pulsando al compás ideal como para tranquilamente
desechar cualquier temor. Salimos prácticamente inclinados,
invirtiendo perpendicularmente las alas, traspasamos una estrecha
garganta que malamente pretendía cerrarnos el paso. Nunca volar fue
tan vivido.
Ahí,
todavía ahí, los cóndores desgraciados.
Conseguimos
nivelarnos y al acelerar un poco, los rebasamos momentáneamente,
eso creíamos... cuando un aleteo o tal vez una corriente térmica,
los trajo a nuestro lado.
Agiles,
persistentes, volaban hermosos. Entonces, vimos sus ojos. Clavados
en nosotros, brillaban triunfantes. Bellas irisdicencias solares les
prestaban una salvaje conciencia de gloria y
poder.
Hubo
que descender.
El
viento soplaba agreste, atando cada hierbal solitario, enlazó su
coraje serrano a los contornos de los flancos. Vibraba la avioneta.
Las llantas, tomando cautelosamente la improvisada pista, rodaron
bamboleantes hasta acabar por detenerse frente a una hoyada.
Amedrentándonos
con sus sombras, los cóndores delinearon sus círculos con un
ruidoso batir de alas levantando polvareda y como si hubieran
cumplido con advertirnos, deslizándose en un arrogante planeo,
volaron tierra adentro, nuevamente hacia el Cañón del Colca.
A
la distancia, la espesa fumarola del volcán Sabancaya, acabó por
intimidarnos...
Luís D. Gutiérrez
Espinoza.
luchogutierreze@yahoo.com
Empecé
a escribir mediando los trece o catorce años, sea por consejo del
corazón, que ya me escocía, sea porque andaba inquieto por decir y
contar cosas, la cuestión es que le cogí gusto, me envicié en la
pluma y la lectura, creo y continúo hasta hoy, que me acerco a los
cincuenta.
Solo
he publicado dos obras: "Teatro de Ilusiones" (cuentos) y
"Apalabrando Silencios" (poesías), amén que desde 1999,
soy Articulista colaborador del Diario "Arequipa al Día"
en las columnas de opinión "Enfoque" o "Punto de
Vista" de los lunes, como notarán, trato de mantenerme ágil y
pensante. Total, mis neuronas y mis afanes, así lo exigen.
Tengo,
además de ésta obra "Historias de Tierra Firme", otras
sin poder aún publicar: "Los Ajetreos del Tiempo",
"Hijos de la Luna" y "Ojos de Mar Azul", novelas
las tres, a las que se suma, "Con Ton y Son", que es una
suerte de poesía folklórica regional, relatando en verso y de una
sola tirada, la historia y tradiciones de la provincia de Camaná,
que integra este departamento de Arequipa... y aquí vivo y resido
al calor de mi hogar, en Arequipa, la Ciudad Blanca que el sillar,
el cielo y el volcán Misti, acunan bajo verdes de soleada campiña
y picantes comidas.
He ganado algunos concursos literarios, desde mi época
escolar y universitaria, especialmente de nivel regional y uno,
nacional y siempre, en
narrativa.
Interesándome
vuestras apreciaciones, sin crítica no se aprende ni avanza, quedo
a vuestra disposición y amistad, por lo que agradeceré se sirvan
escribirme.
Luís D. Gutiérrez
Espinoza.
luchogutierreze@yahoo.com
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