Desde
el inicio de la historia
En torno a la problemática
que plantean las sectas a la cultura contemporánea se han elaborado
varias "verdades" aceptadas acríticamente por la mayoría de
nosotros. Una de estas verdades es la afirmación de que el fenómeno
del comportamiento sectario es un hecho propio del ámbito de la experiencia
religiosa, a punto tal que el término "secta" se identifica
espontánea y popularmente con "secta religiosa".
Esto es sociológica,
psicológica e históricamente incorrecto. Como ya expliqué en
el capítulo anterior, la conducta
sectaria es una realidad propia de la condición humana, un fenómeno
propio del campo de la psicología y la sociología. Es decir, el comportamiento
sectario es posible que se manifieste en cualquiera y en todos los ámbitos
propios del obrar humano.
Así lo expliqué
al hablar del fenómeno subyacente a las que he denominado "conductas
sectarias". Podemos encontrar conductas y organizaciones sectarias
en todos los ámbitos de la convivencia humana: los partidos políticos,
la organización comunitaria, el deporte, etc.
Otra de estas "verdades"
que son dogmáticamente aceptadas hoy, es la creencia de que este es
un fenómeno casi esclusivo del cambio de milenio. Esto es también
un error.
Ante todo no podemos
irgnorar la historia. Así lo prueba un hecho fácilmente comprobable:
muchos de los grupos de origen cristiano más difundidos hoy encuentran
su origen en movimientos surgidos durante el siglo XIX (Mormones, Testigos
de Jehová, etc.).
También hay que
tener en cuenta que por tratarse de una realidad propia de la naturaleza
humana, fenómenos tales como el fanatismo y el fundamentalismo, así
como el del sectarismo han impregnado todos los ámbitos de la convivencia
humana y toda su historia. Difícilmente podamos encontrar período de
la historia de la civilización en el que la sociedad no se haya visto
atenazada por organizaciones como las que nos ocupan. Más aún,
el fanatismo y el fundamentalismo han sido el signo distintivo de períodos
oscuros de todas las culturas.
Es que en el fondo
de esta experiencia deformante de la libertad del hombre que hoy denominamos
"secta", se encuentra una tendencia inserta en el corazón
del hombre que lo lleva a acomodarse más fácilmente en la división que
a trabajar por la unidad y la concordia. Una tendencia que los cristianos
hemos de afirmar que reconoce su origen en el diálogo que sostuviera
Eva con la Serpiente: "...Dios sabe muy bien que cuando ustedes
coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores
del bien y del mal".
Ser "conocedores
del bien y del mal", ser dueños del bien y del mal, es básicamente
la tentación de la autarquía, de ser los propios señores, de constituirnos
en el propio centro y punto referencia. Esta y no otra es la raíz de
la división, del enfrentamiento, y por supuesto, también la raíz de
nuestra atomización social, cultural, y religiosa.
De este modo se
podría decir que la primera secta, la secta originaria y primigenia
es la constituida por los adoradores de sí mismos, los que enarbolan
su pretensión de "ser como dioses" como bandera y divisa.
Son secta porque se han cortado, desgajado del tronco original. Porque
han seguido las enseñanzas de un maestro particular: ellos mismos. Y
así se han separado de la comunión.
En términos
de teología cristiana, son secta porque absolutizan una verdad
parcial: que el hombre es señor de todo lo creado. Y se olvidan de la
verdad primera: que el hombre antes que cabeza de la creación
es también una creatura. Todas las "sectas" que se han presentado
a lo largo de los siglos no son más que formas, variantes propias de
cada lugar y circunstancia histórica, de una primera y misma ruptura,
la única verdaderamente original.
En esta ruptura
primigenia de la comunión con la Trascendencia y con la creación
podemos encontrar también el principio de respuesta a todas los desafíos
que la problemática de las sectas suele plantear. La problemática
tanto religiosa como social, económica, política y cultural que plantea
el así llamado "desafío de las sectas" tienen una solución
clara: reconstruir en el corazón de cada hombre, a través
del esfuerzo y la fidelidad personal a la Verdad, la unidad y armonía
del orden querido por el Creador.
El hombre se ha
separado de la Trascendencia; esta es la ruptura armónica fundante,
la pérdida de la armonía y la unidad trascendentes propias del hombre.
Esta disonancia o rupruta no es un hecho exclusivamente religioso, se
proyecta a todos los órdenes de la existencia humana, tiñendo
con su realidad todo el ámbito de lo social y lo cultural. Tal
es el mensaje que los cristianos podemos leer en el relato de la Torre
de Babel.
En este vacío
de trascendencia que se genera en el corazón del hombre está
también la explicación y el principio de cura de cada
persona afectada. Una pregunta frecuente es ¿qué es lo
que lleva a estas personas a someterse a la doctrina y disciplina de
una secta?
En términos
generales la raíz profunda de la personalidad que es captada
no es el vacío afectivo, un estado de crisis personal o el fracaso
familiar o económico. Estos elementos también suelen estar
presentes, pero por debajo de ellos, en un nivel más profundo
hay vacío de trascendencia.
Una personalidad
religiosa madura tiene un eje trascendente que le permite generar respuestas
a las crisis por la que pueda atravesar. Una personalidad que carece
de ese eje trascendente lo busca. Y la secta es una respuesta fácil,
rápida y simple a esa búsqueda.
"El impulso hacia
los valores absolutos, si no está sostenido por una auténtica experiencia
religiosa y un serio compromiso moral, lleva con frecuencia hacia personas
que prometen fáciles descuentos en la fatiga de la búsqueda y aseguran
rápidos atajos en la consecución del conocimiento de los misterios divinos."
Juan Pablo II
Discurso a los participantes en la asamblea plenaria del
Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes.
26/10/1989
AL
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Hacia
las puertas del siglo XIX
Con las salvedades
y precisiones que hemos hecho hasta este punto, el término "secta"
es el que permite identificar más globalmente los grupos a los que me
refiero en este trabajo. Ahora bien, como también he dicho en el capítulo
anterior al hacer las consideraciones concernientes a la definición,
el término español "secta" es el que se utiliza en
el Nuevo Testamento para traducir el griego "háiresis", y
por lo tanto resulta evidente que la aparición del fenómeno no es un
privilegio de nuestro tiempo sino que, al menos a lo largo de la era
cristiana, siempre ha habido grupos que por razones diversas se marginan
de una vida eclesial y social plenamente concebida.
Durante los primeros
siglos del cristianismo se aplicó esta denominación a
grupos gnósticos de origen cristiano que buscaban fórmulas
de compatibilizar el pensamiento pseudomágico de origen griego
y persa con el Cristianismo de difusión creciente sobre todo
en el cercano Oriente.
Centurias después,
durante la Edad Media, los cátaros y otros grupos heterodoxos
europeos comenzaron a ser reconocidos como sectas. Había un denominador
común: la búsqueda de compatibilidad entre elementos provenientes
del pensamiento mágico de origen pagano y la fe cristiana.
Hasta aquí
podemos enunciar un primer tipo de grupos que surgen aún en nuestro
días y que han estado siempre presentes en la historia del Cristianismo:
los que son producto de intentos de armonización, actualización
o adaptación de antiguas creencias paganas. Grupos en los que
el antiguo pensamiento mágico sigue presente y se esconde bajo
disfraces variopintos para reaparecer con fuerza periódicamente.
En el período moderno,
esta denominación de "secta" comenzó a aplicarse particularmente
a las iglesias derivadas del movimiento de la Reforma Protestante del
siglo XVI; movimiento cuyo propósito declarado (al menos en la intención
de sus fundadores) era purificar a la Iglesia Católica de lo que ellos
consideraban como sus más graves errores y debilidades.
Pero el movimiento
reformista, era un intento de purificación no obrado desde el interior
de la Iglesia misma, sino que se trató de un intento de purificación
aplicado desde fuera, una purificación que no contemplaba las notas
de trascendencia y permanencia que la Iglesia ha recibido por su misma
institución divina.
La Reforma, fue
un intento de purificación desde un apartarse del viejo tronco que se
valoró apriori como total e irremediablemente deteriorado, no
a través de una profundización en lo divino que se esconde detrás de
lo humano (como lo exige en definitiva la dinámica de la Encarnación);
lo que la convirtió en una búsqueda de pureza descarnada
y por ende, peligrosa.
En esto mismo podemos
decir que radicó el drama más profundo que debió enfrentar el movimiento
reformista, ya que no pudo evitar ser manipulado por algunos gobernantes
del momento (tal como fuera el caso de Enrique VIII de Inglaterra, o
de los príncipes alemanes), que no dudaron en aprovechar el proceso
de reforma religiosa como un instrumento que les permitiría romper la
unidad de la Iglesia, principal obstáculo en la concreción de sus propósitos
de absolutismo político y en su necesidad de fondos de financiación
para campañas militares.
Obviamente que aquellos
dirigentes políticos, no estaban preocupados por la mayor o menor santidad
de los cristianos y de su Iglesia, sino que vieron en la Reforma un
instrumento potencialmente apto para concretar sus designios de ejercer
un poder absoluto sobre pueblos y territorios.
Para este propósito,
la destrucción de la unidad de la Iglesia era el requisito indispensable,
ya que la ruptura de la unidad en la fe convertía al poder político
en el único factor aglutinante de las nacionalidades; de este modo,
quienes deseaban eliminar todo límite en el ejercicio de su poder, encontraron
en la Reforma protestante un resorte propicio para minar las estructuras
religiosas de sus pueblos y dejarlos a merced de los mercenarios de
sus propios intereses.
Así las cosas, la
Reforma encontró prontamente en muchos príncipes europeos de la época
un apoyo notorio, sin el cual no hubiera sido posible llevar adelante
el proceso de división de la Iglesia; pero por lo mismo, la Reforma
Protestante debió pagar un precio excesivamente alto: someterse a los
condicionamientos que le impusiera del poder civil.
Desde nuestra perspectiva
histórica, podemos afirmar hoy que, en general, ninguno de los reformadores
logró erradicar en la vida de las comunidades cristianas que se desgajaron
del tronco histórico del catolicismo lo que condenaban en la Iglesia
Católica.
Pero el daño provocado
no se redujo simplemente a la división del Pueblo de Dios, sino que
se introdujo un elemento agravante más: los grupos reformistas, adoptaron
como norma de interpretación bíblica lo que se denominó "Principio
de Libre Interpretación", introduciendo así de modo definitivo
y estable en la vida religiosa de Occidente un virus intelectual que
carcomería sus entrañas: el subjetivismo. Este
subjetivismo es la causa por la cual las iglesias emanadas de la Reforma
no pudieron mantener estables por mucho tiempo sus lineamientos fundacionales,
dando lugar en el transcurso de pocos años a un proceso incipiente de
disgregación religiosa que se ha proyectado hoy en una atomización de
la experiencia religiosa que se constata fácilmente a través del continuo
surgimiento de nuevos grupos, y en el continuo peregrinar de individuos
de unos grupos a otros, ya que no encuentran "su lugar".
Este proceso de
atomización de la experiencia religiosa originado en el protestantismo
se ha visto agravado sobre todo en los últimos tiempos, por la intromisión
de fuertes intereses económicos y políticos junto a los propios de la
predicación del Evangelio.
Ese subjetivismo
del libre examen propio de las iglesias surgidas del movimiento reformista
del siglo XVI, unido a una concepción de la iglesia de naturaleza disolvente
(recordemos que en el modelo congregacionalista, es la comunidad la
que marca las pautas doctrinales y de organización), es el sustrato
teológico y espiritual a partir del cual se gesta el segundo modelo
de grupo que nos ocupa: los originados específicamente en las
grandes confesiones cristianas, y donde el componente mágico
es inexistente o mínimo.
Este breve análisis
histórico nos lleva a que debamos fijar nuestra atención en lo que fueron
los dos grandes polos de este "estallido religioso" occidental,
que nos ocupa, en el transcurso del siglo pasado.
EN
DESARROLLO
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