CAMBIOS CULTURALES
Desde el planteamiento del género, se registró en las últimas décadas uno de los movimientos sociales más determinantes del cambio cultural, el feminismo, que implicó "la emergencia de una nueva cultura que se manifiesta a partir de prácticas sociales renovadas o diferentes, que transforman la reproducción de todos los ámbitos de la vida social. La innovación de los valores, principios y costumbres que rigen los espacios privados y públicos y la evolución de las relaciones tradicionales entre la pareja y la familia, que propician la incorporación progresiva de la mujer al espacio público, traduce cambios simbólicos en la subjetividad masculina que se expresan a través de una suerte de crisis en la identidad masculina. Crisis que convoca al imaginario masculino a la construcción de una nueva identidad, y que les permita a los hombres asumir una relación equilibrada con las mujeres". Montesinos, R. (1994).
Esta argumentación se amplificó en la IV. Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer, instancia donde el concepto género fue perfeccionado por la novedosa interpretación "el sentido del término ha evolucionado, diferenciándose de la palabra sexo, para expresar que los roles de la mujer y del hombre son construcciones sociales sujetas a cambio". Abzug, B. citada por Alzadora, O. (1998). Al respecto, Zicavo, N. (1999), esclareció que "los genes no determinan los mecanismos de dominación social ni sexual, las construcciones desde lo sociocultural son el verdadero código hereditario".
Actualmente los especialistas en la problemática del género acentúan "la impronta de las prácticas sociales en la construcción de las identidades y prefieren hablar de femineidades y masculinidades. De esta forma no sólo evitan los esencialismos, sino que procuran respetar las diferencias relativas a la etnia, la cultura y la clase social a la que cada sujeto pertenece". Varela, M. (2000).
En este aspecto, la identidad masculina se refiere inevitablemente al concepto de identidad de género, y representa "las características adjudicadas a la masculinidad, en un momento histórico, o geográfico, y en un contexto cultural y social determinado, por tanto, las características identificadas como masculinas no son innatas, sino consecuencia de un proceso de socialización que pretende relaciones de dominación entre los sexos. Stoessiger, R. (2000).
NUEVA MASCULINIDAD
Conceptualmente, la gestación de la nueva masculinidad es precedida por nociones desde el hombre blando y el hombre duro. La concepción de hombre blando "proviene de los países nórdicos, en los que el feminismo fue más combativo y traduce el resultado de todos esos niños frustrados, a los que posiblemente ha afectado menos la omnipotencia materna que la ausencia afectiva del padre. Esta historia corresponde a muchos hombres durante los años setenta y ochenta en Alemania, Escandinavia y los Estados Unidos y estuvo acompañada por una especie de desazón y malestar derivado de la excesiva pasividad y al sentimiento de estar incompletos". Gasparino, J. (2001). La noción del hombre duro "deviene del concepto machista del mundo donde el varón adulto es centro de los poderes y sus decisiones inapelables, que hacen de la paternidad una cuestión del orden de la propiedad privada, dado que ser padre es ser dueño de los hijos y su crianza, no es asunto varonil". Colussi, M. (2002).
HOMBRE RECONCILIADO
Desde este precisamiento, el hombre reconciliado expresa la nueva masculinidad y en este sentido, "la androginia, es el proceso que caracteriza al hombre reconciliado y completo, que conlleva la reconciliación con su feminidad. No como síntesis de los dos machos mutilados que lo preceden sino, más bien el que sabe combinar solidez y sensibilidad, que ha encontrado a su padre y reencontrado a su madre, es decir, aquel que ha llegado a ser hombre sin herir lo femenino-materno. Muchos hombres que han descubierto en sí mismos la llamada nueva masculinidad observan que bajo ella coexisten aspectos específicos masculinos tales como la agresividad, la competitividad y el deseo de éxito, con aspectos femeninos tales como la ternura, la paciencia y la dedicación filial.
No obstante, "la cultura y la tradición influyen sobre el modo en que el padre plasme sus responsabilidades paternales, no crea padres. Leary, D. Citado por Alzadora, O (1998). En este contexto, Zicavo, N. (1999) planteó que "no nacemos padres y madres, sino que devenimos en tales, mediante una construcción personal basada en lo que la familia, la sociedad y las pautas culturales nos van depositando en nuestras historias personales, es decir, en el proceso de apropiación de la cultura".
PATERNIDAD CONTEMPORÁNEA
En esta temática, "uno de los argumentos más discutidos, últimamente, es la importancia de que el niño y la niña crezcan con un padre presente que les sirva de modelo de identificación". Lozoya, J.A. (1999), asimismo, "virtualmente todas las sociedades, especialmente las contemporáneas, han reconocido que tanto el bienestar social como el infantil dependen del mayor nivel de investimento afectivo paterno, del tiempo, energía y los cuidados que los padres estén dispuestos a dar a sus hijos". Pedrosa, S. (1999). Este planteamiento posiciona una realidad visible, "si bien, en el presente, se registra la presencia de varones sensibles, democráticos y solidarios que no se avergüenzan de expresar sus sentimientos ni adhieren a la ética del logro, esto no configura un fenómeno general, más bien pareciera ser prerrogativa de generaciones más jóvenes". Varela, M.S. (2000). En este mismo tenor, Zicavo, N. (2001) argumentó que "nuestros jóvenes han dejado atrás el modelo patriarcal tradicional y asumen conductas empáticas en el cuidado y guarda de sus hijos, participando desde antes del nacimiento en su desarrollo y no estando dispuestos a asumir la lejanía como metamensaje machista".
En este lineamiento, el paradigma de la paternidad contemporánea, se tipifica por una persona más comprometida emocionalmente y de alta significancia en la relación filial, dado que "cuando los hombres toman parte activa en la crianza de los hijos no se resignan a dejarlos cuando el matrimonio o la relación se disuelve. Cada vez sucede menos que las madres se queden en casa todo el día, y para los jueces ya no resultan tan evidentes y claros los intereses del niño como antes. No obstante, para obtener la custodia de los hijos, tienen que demostrar que las madres están debilitadas en el aspecto emocional y/o probar de manera incontrovertible, que son incapaces de cumplir con los deberes mínimos de la maternidad". Olavarría, J. (2001:14).
En este mismo contexto, Pedemontes M. (1992), declaró que "los padres, no se divorcian de sus hijos, pero, esto ha sido totalmente distorsionado por la jurisprudencia" por tanto, bienvenido el retorno a la preocupación por la figura de padre concreto y bienvenidos los nuevos padres tiernos y sensibles, aunque no sean perfectos. Su existencia aportará a gestar un mundo menos violento". Varela, M.S: (2000).
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