F. FERRER LERÍN
El país, jueves
7 de enero de 1999
Mis contactos, siempre indirectos, con
el gran felino han sido muy escasos. Fue en 1969, recorriendo las márgenes
fangosas de un arroyo que cruza el piedemonte de las sierras interiores
prepirenaicas, cuando descubri, por primera vez, sus inconfundibles huellas.
Recuerdo que al día siguiente regresé con un técnico
del Centro Pirenaico de Biología Experimental para que hiciera un
molde: el estado del barro era el idóneo por lo que la prueba me
pareció irrefutable; no obstante, sorprendentemente, nadie le dio
importancia al hallazgo y el molde, poco tiempo después, fue destruido
en una histérica operación de limpieza y reordenación
del laboratorio en el que se hallaba depositado. A mediados de los años
setenta, en el camino que lleva a un importante muladar situado también
en el Prepirineo, volvi a ver las huellas Las seguí, y encontré
el cadáver fresco de un ciervo con un tajo en el cuello y parte
de los cuartos traseros devorados. El ungulado procedía de una guarnición
militar donde malvive, en los fosos de una ciudadela, un nutrido rebaño
que constantemente sufre bajas. La bibliografía consultada no considera
al lince ibérico especie necrófaga, incluso se dice que no
regresa nunca a repasar una presa por él cazada aunque sólo
haya tocado una mínima parte; el lince boreal, en cambio, devora
cadáveres, sean o no consecuencia de su predación. Finalmente,
hace dos veranos, un grupo de cuatro botánicos aficionados, que
ascendían por una senda en plena alta montaña pirenaica,
contemplaron, durante varios minutos, con ayuda de prismáticos,
un animal enorme, inmóvil, sentado sobre un peñasco que emergía
a media ladera en. una zona de prado alpino. Me hablaron luego de su silueta,
de los "pinceles" de las orejas, del pelaje de un tono rosagrisáceo
y de la cola corta de extremo oscuro que el animal mostró al levantarse
y al caminar monte abajo hasta desaparecer en un recodo. No son personas
dadas a la fabulación ni. siquiera minimamente exageradas. Creo,
sinceramente, que un lince boreal estuvo acechando las marmotas que abundan
en el lugar. A. lo mejor esa reintroducción que en los cincuenta
se planteó con ayuda trófica para el oso pardo ha supuesto
una ayuda para el lince. Las marmotas han colonizado la vertiente sur de
la cordillera, mucho más soleada y deforestada. Los linces boreales
procedentes de esa pequeña pero estable población que segun
los pirineistas franceses ocupa determinada, remota y extensa área
de bosques, prados y peñas, han ido, en parte, tras las marmotas.
Eso al menos, y ya en el terreno de la más libre especulación,
explicaria ese avistamiento y multitud de tenues rumores.
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