La relación entre los hombres y las lamias ha sido en ocasiones de tipo erótico, terminando a veces en matrimonio. Ese es el caso de Mari de Muro -de quien ya hemos hablado en estas páginas-, que identificada como lamia se casó con un hombre de Beasain. Tuvieron siete hijos que, como dijimos, no quiso bautizar. El padre los montó en un carro, a ellos y a su mujer, con la intención de llevarlos a la iglesia. Pero la lamia -Mari- voló al Murumendí envuelta en llamas.

La más famosa leyenda, cargada de variantes, según las distintas localizaciones geográficas, es una que habla de los amores de una lamia y un pastor de un caserío de Garagartza, en Arrasate. Dice ella que el muchacho se encontró en el monte con una lamia bellísima, joven y lujosamente vestida. Que se enamoraron uno de otro. Y que se dieron palabra de matrimonio. Pero que antes de dar tan importante paso, el joven comentó el asunto con su madre. Esta le advirtió que no lo hiciera, mientras no hubiera visto la forma de los pies de su amada. Al poco el pastor descubriría que ésta tenía patas de ganso. Comprendiendo entonces cuál era la condición de la señora, rompió de inmediato su compromiso matrimonial. Mas el muchacho, que estaba muy enamorado, enfermó de pesar y no tardó mucho tiempo en morir. Cuentan que la lamia asistió al funeral, pero que no pasó de la puerta de la iglesia.

Parecidos elementos encontramos en otra leyenda de Kortezubi. En este caso fue un estudiante el que se enamoró de una lamia. Pero como sus padres descubriesen la relación, se opusieron rotundamente a que su hijo volviese a tratar con la señora. También enfermó de pesar. También murió. Y pusieron el cadáver en un féretro, a la puerta de la casa. Cuando rezaban el rosario en pleno velatorio, se presentaron varias lamias y cubrieron el cuerpo con una valiosa sábana. Codiciosa, la gente sujetaría con clavos aquella prenda al catafálco. Mas a media noche se marcharon las lamias, arrancando la sábana de su atadura, para desaparecer en las nocturnas tinieblas.

Son multiples las variantes que existen sobre el particular. Dicen en Orozko que el joven era de un caserío del barrio de Urigoiti, que no se casó con la lamia al comprobar que sus pies poseían garras, y que la mortaja que la lamia desplegó en el velatorio del muchacho la traía dentro de una cáscara de nuez.


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En otra versión de la misma leyenda, localizada en la cueva de Kobaundi, en Garagarza (Arrasate), se añade que para casarse con el muchacho, la lamia le puso como condición adivinar la edad que tenía. El chico consultó con una mujer de la vecindad, quien le tranquilizó prometiéndole averiguarlo. Para ello fue a la cueva de la lamia, se volvió de espaldas a ella, y cuando apareció el genio, se inclinó hacia adelante ofreciéndole el trasero, mientras la observaba por debajo, abiertas las piernas. Muy sobresaltada, la lamia exclamaría entonces: "¡En los ciento cinco años que tengo, Jamás he visto cosa igual!" Y es que, como hemos dicho, las lamias eran longevas.

En Otxandio cuentan también que un pastor se enamoró de una lamia, que se le aparecía entre la peña de Amboto y la de Aranguio, y que se prometieron en matrimonio. La lamia le colocó a tal efecto una valiosa sortija en el dedo meñique, como prueba de su amor. Mas como el pastor informase de sus relaciones a su madre y al párroco, ambos le aconsejaron que mirase los pies de su novia antes de dar un mal paso. El muchacho descubriría así que su amada en vez de pies de mujer, tenía dos patas de pato. Le devolvió la sortija y rompieron el compromiso. Pero el muchacho cayó enfermo y murío.