La parentela próxima y lejana de Mari es extensa y variopinta. Piénsese que como reina de la mitología euskérica, está por encima de todos los genios, es decir, tiene poder sobre ellos, y buena parte de estos desempeñan diversas actividades y oficios para ella. Amén de que la dama ha tenido también contactos con los humanos, con quienes ha emparentado en ocasiones.

De todos los genios relacionados con la señora, el más destacado posiblemente es Maju, considerado esposo de ésta. Habita en las profundidades terrestres y sólo asoma a la superficie cuando va a encontrarse con Mari. Dicen que cuando ambos están juntos, se fraguan grandes tempestades de granizo y piedra. Creen en Azkoitia que la visita conyugal tiene lugar los viernes, aunque en otros puntos, como Zumaia, consideran que tal día simplemente va a peinarla, y que lo hace a las dos de la tarde.

De su relación con Maju, o Majue, genio que también es confundido a veces con Sugaar-la gran serpiente o dragón vasco-, y a quien ya hemos dedicado otro apartado de este trabajo, Mari tuvo dos hijos, uno bueno y otro malo. El bueno se llamaba Atarrabi, y Mikelats el malo.

De Atarrabi, u Ondarrabio, que es como se le llama en Ezpeleta, se dice en Ordizia que junto con su hermano menor, Mikelats, estudió en una caverna del diablo, quien le enseñaría una extensa cultura. Pero mediaba la condición de que, una vez concluidos sus estudios, uno de los hermanos se quedara para siempre en aquel lugar tenebroso. Llegado el momento la suerte quiso que el que tuviera que permanecer en la cueva fuera el hermano de Atarrabi. Mas éste, que poseía un gran corazón, en el último momento decidió quedarse como esclavo, para que su hermano pudiera salir libremente.

El diablo obligaría entonces a Atarrabi a pasar por el cedazo la harina de su inmensa despensa. Pero sería aquella una tarea sin fin, pues el cedazo, que tenía las mallas poco tupidas, dejaba pasar a través de ellas la harina junto con el salvado. Además, aquel diablo, para tener bien controlado a su discípulo, le estaba preguntando constantemente: "Atarrabi, nun naiz?" -"Atarrabi, ¿dónde estás?"-. A lo que el prisionero había de responder: "Emen nago" -"aquí estoy"-. Mas como era infinitamente inteligente, Atarrabi enseñó al cedazo a responder por él. Así, cuando el diablo formulaba la consabida pregunta, era el instrumento quien respondía. Mientras tanto, el hijo de Mari abandonaba sigilosamente aquel antro, andando para atrás. Todo estaba saliéndole a la perfección, pero cuando ya estaba en la puerta, fue descubierto por el diablo. Este se avalanzó sobre el fugitivo rápidamente, aunque aquél, logrando alejarse a tiempo, pudo ponerse a salvo. Desgraciadamente, la sombra del prisionero que estaba aún dentro de la caverna fue capturada por el diablo.

Atarrabi se hizo cura después de aquello, y aunque estaba privado de su sombra, ésta le venía cuando, celebrando misa, llegaba el momento de la consagración. Como sin sombra no podría alcanzar la salvación eterna, pasados muchos años, cuando ya era viejo, ideó un ingenioso ardid para conseguirlo. Le ordenó al sacristán que lo asesinara en el momento de la consagración, cosa que aceptó el subordinado. No lo haría el primer día, pues no se sentiría con ánimo. Ni tampoco el segundo. Pero el tercero, descargándole un fuerte garrotazo, acabaría con la vida de Atarrabi. Seguidamente colocaría el cadáver del sacerdote, tal y como éste le ordenase, sobre una roca próxima a la iglesia. Además se dedicaría a observar qué clase de aves se llevaban el cuerpo. Si lo hacía una bandada de cuervos, su alma se condenaría. Si eran palomas quienes tal hiciesen, se salvaría. Afortunadamente, para contento del sacristán, sería precisamente un grupo de palomas quien levantase el cadáver del cura, lo cual quería decir que éste había alcanzado su salvación.

Mikelats, el hijo malo de Mari ha sido visto como un genio maléfico por buena parte del campesinado vasco. Según se dice, forma las tormentas y las lanza contra los rebaños y cosechas, para destruirlas. Sin embargo pesa una gran confusión sobre este personaje mitológico, a quien frecuentemente se ha tomado por su hermano Atarrabi, cosa que hace muy difícil su descripción.

Para empezar, es de reseñar que Mikelats también es llamado Axular, o Atxular, nombre del escritor euskérico, autor del famoso "Guero" y que fue cura de Sara durante la primera mitad del siglo XVI. A él se atribuyen sucesos fabulosos, generalmente realizados por personajes míticos anteriores, muchos de los cuales han caído en el olvido con el devenir de los años.

Cuentan en la zona que va de Zugarramurdi a Sara, que Atxular estudió en una caverna de Zugarramurdi, bajo la tutela de un diablo llamado Etsai. Junto con él estudiaba también su hermano Atarrabi, pero que fue Atxular y no el otro quien, terminada la enseñanza, perdió su sombra y el talón de uno de sus pies -un zapato dicen algunos-, cuando huía de la citada caverna.

Más tarde se hizo cura, llegando a estar a su cargo la parroquia de Sara. Pero el diablo, que no parecía estar muy satisfecho con poseer tan sólo la sombra y un talón del cura, buscaba insistentemente la manera de perjudicarlo más. Por eso, a un hombre que había perdido sus vacas cerca de la cueva de Zugarramurdi, se le presentó con la apariencia de un distinguido señor y le dijo: "Yo te enseñaré dónde están tus vacas, si me prometes llevar este paquete al cura de Sara". Como el vaquero estuviera de acuerdo, una vez hubo recuperado sus vacas, se presentó ante Atxular con el misterioso paquete. Ya abierto, el párroco de Sara comprobó que dentro había varios cinturones de seda rojos, perfectamente doblados. Tomándolos tranquilamente, se los entregó al aldeano y mandó que los ciñese alrededor del tronco de un árbol próximo. Así lo hizo el vaquero, y al instante caería a tierra aquel árbol, como herido por un fuerte rayo.

En otra ocasión se le presentó a Atxular su hermano, que en esta leyenda presenta signo adverso, y mirando a los trigales de Sara, le diría: "Yo tengo buenos caballos que en un momento trillarían estas mieses". A lo que el cura respondería tranquilamente: "También tengo yo buenos frenos que sujetarían a tus caballos". Ese mismo día, un poco después, le diría a su ama de llaves: "Avísame en cuanto veas una nube sobre el Larrun". Así lo haría la mujer, tras lo cual Atxular correría a la planicie de Bulentegui. Viendo que se aproximaba una tormenta de pedrisco, el cura levantó fuertemente una pierna, lanzando el zapato contra los negros nubarrones. Ello hizo que el pedrisco retrocediera, alejándose de los trigales de Sara. Al igual que en la leyenda de Atarrabi, Atxu1ar tuvo que ser asesinado por su sacristán, durante la misa, pues la sombra le volvía en el momento de la consagración y sin ella no podía salvarse. Tan macabro encargo sería realizado por el sacristán, igualmente, al tercer día.

Aparte de estos dos hijos, habidos de su relación con Maju, Mari ha tenido descendencia de sus contactos con algún humano. Hablan de ello varias leyendas, aunque en ocasiones parecen confundirse con aquellas otras, alguna ya referida, que aluden al origen humano de la diosa. Vienen a coincidir versiones de Ataun, Ordizia y Arano, del casamiento de Mari con un mortal. Lo hizo con un joven del caserío Burugoena, de Beasain, y tuvieron siete hijos. Como Marí no era cristiana, no quería bautizarlos. Por eso un día, el marido los montó, junto con ella, en una carreta, con la intención de llevarlos a la iglesia para que fueran bautizados. Mas por el camino la señora se envolvió en llamas y gritó: "Nee umeek zernako, ta ni oaiñ Murnako", o sea: "Mis hijos para el Cielo y yo ahora para Muru". Tras lo cual voló hasta su antigua morada de Murumendi.

En otros relatos se la emparenta con el primer señor de Vizcaya, al que se le supone origen mítico. Sugaar, una serpiente gigantesca, cuyo nombre se le da a veces a Maju, al esposo de Mari copuló en Mundaka con una princesa, hija del rey de Escocia, unión que engendraría a un hermoso niño. Como era muy blanco, se le puso por nombre Zuria, el cual sería el futuro Jaun Zuria -señor Blanco- de la historia de Vizcaya.

Otro señor de Vizcaya, Diego López de Haro, dedicándose a cazar jabalíes, escuchó cantar a una mujer en lo alto de una peña. Como era muy bella y elegante, aunque tenía un pie de cabra, se enamoró perdidamente de ella y le propuso matrimonio. La mujer aceptó, pero pondría como condición no santiguarse nunca. Vivirían juntos durante mucho tiempo y tuvieron un hijo -Iñigo Guerra- y una hija. Mas en cierta ocasión, Diego López de Haro se santiguó sin darse cuenta, y entonces su mujer salió con su hija por una de las ventanas del palacio, sin que nunca más volviera a ser vista.

Un pariente lejano fue doña Urraca de Castilla y de León (1077-1 126\ que se convirtió en Mari o en la dama de Amboto en una conocida leyenda alavesa. Según ésta, y tras muchas peripecias, que son excelente material para hacer estremecer a un espíritu romántico, la tal doña Urraca, casada en segundas nupcias con Alfonso I de Aragón, y repudiada por él mismo, muere en sus dominios del valle alavés de Aramalona. El óbito acontece en el mes de marzo, mientras se oía silbar el viento en las cumbres de Amboto.

Al caer la tarde de aquel día, y cuando los que habían asistido a su funeral salían de la iglesia, surgió una nube brillante de las crestas de Aizkorri y atravesó el valle para ir a ocultarse entre las peñas de Amboto. En opinión de algunos campesinos, tanto aquella tarde, como en otras muchas en que volvió a ser vista la brillante nube, doña Urraca había vuelto a sus dominios, lo cual hacía que renaciera la calma en sus corazones, porque la tempestad estaba lejana.

Toda esta parentela de Mari se amplía con toda otra larga serie de genios subterráneos, algunos de escasa entidad, de los que se hablará más adelante, y que están bajo las órdenes de la diosa.