Entré
con mi esposo a los camerines para ponernos la ropa apropiada,
porque faltaba poco para la función.
Yo estaba con una malla negra y sólo me faltaba cambiarme la
blusa, que no encontraba la que quería, tenía que ser roja, medio
transparente, con un gran escote y muy llamativa porque no llevaría
nada debajo de ella, sólo mi piel.
El no se preocupaba de cambiarse, siempre lo hace a última
hora.
En
ese ir y venir, regresé
sin la blusa y encontré en una banca a dos amigos, a mi esposo y a
otra mujer a su lado; me lo quedé mirando y él me devolvió la
mirada y sin inmutarse de mi presencia, le levantó el cabello a esa
mujer y le comenzó a dar besos en el cuello.
Salí
de la habitación y me fui directo al bar a pedir un trago
cualquiera, pero sólo había wiski y
lo odio, así que no pude tomar nada.
Regresé en busca mi marido y ya no estaba, la mujer tampoco.
En la puerta de salida me encontré
con un conocido
que por no lastimarme más me dijo que él se había ido solo pero
no sabía donde. Corrí desesperada y me topé con Diego, le pedí, le supliqué que me dijera la verdad, que si se
había con esa mujer y a donde.
Sí, es verdad,
se había ido y me había dejado por ésa, a pesar que cuando
llegamos al teatro mi marido me decía lo mucho que me quería:
!palabras, palabras palabras ...........¡
¿Dónde
está? dime amigo mío, tengo que encontrarlo, pero él de verdad no
lo sabía y quizo impedirme que saliera a ciegas a buscarlo.
¿Dónde vas a ir si no nonoces la ciudad y a nadie?;
que se yo, pero empezaré por cualquier lugar en este mismo
instante, ahora que tengo agallas lo haré, porque en ello está en
juego mi vida. De
pronto volteo para empezar a buscarlo, y lo veo casi delante mío
con esa mujerzuela y me dijo con un cinismo tal, que me dejaba para
siempre y que se iba con ella.
En
ese instante sentí que me elevaba por los aires como si alguien me
hubiese dado un puntapié e iba cayendo al suelo lentamente y
trataba de gritar con todas mis fuerzas pero no me salía ni un solo
gemido, era tal mi desesperación que me ahogaba, sentía que me
estaba dando un infarto; mi amigo Diego que quería agarrarme pero
no podía, ahí mismo se me estaba yendo la vida, fueron sólo unos
segundos pero me pareció una eternidad, caí al suelo y estaba ya
casi muerta, sin respiración, sin movimiento alguno.
Felizmente
en eso desperté, fue un sueño, una pesadilla.
Mi esposo estaba dormido a mi lado, así que me levanté
rapidamente y fui al baño a llorar porque no podía contenerme, se
me salía el corazón de angustia, de que no sólo fuese un sueño
sino una realidad. Este hecho está latente en la vida de todas
nosotras.
Laura
Amat y León
lauraamatyleon@yahoo.com
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