Esperaron
tener un hijo con las ansias con que se aguarda a
la primavera. Y después de dos abortos consecutivos, ya casi habían
perdido toda esperanza. Por eso, cuando el doctor Sifuentes les dijo
que siguieran tratando, lo miraron como si hubiera dicho que los
elefantes vuelan.
Andrea era una mujer joven y bella, y a sus veinticinco años
se sentía la dueña del mundo. Se había casado enamorada, hacía
un año y medio, con Ignacio, su vecino de toda la vida, y por quién
suspiraban en silencio todas las mujeres de Coyoacán, el más idílico
barrio del Distrito Federal. Su marido la amaba con locura, era un
hombre bueno y trabajador, y Andrea
tuvo la entereza de guardar para él, hasta la noche de bodas, el
capullo de su virginidad.
La vida les sonreía, todo era perfecto y tan sólo les
faltaba un hijo para coronar tanta felicidad. Sin embargo, ella creía
que si no le daba pronto un retoño, alguna mujer podría
arrebatarle algún día a su Nacho. Especialmente, después del último
aborto, cuando el doctor Sifuentes les advirtió que tenían que
esperar por lo menos un mes antes de volver a hacer el amor.
---¡Virgencita de Guadalupe, ayúdame a tener un hijo! ---se
la escuchó rogar desesperada, santiguándose frente a la imagen que
tenía colgada en la pared de su dormitorio a un costado de su cama.---¡Si no me ayudas... soy capaz de cualquier cosa!.
Y diciendo esto, se dejó caer sobre el lecho. Luego rompió
a llorar con la frustración que da la esterilidad. Los minutos
pasaron, se quedó dormida y entonces soñó que millones de niños,
tomados de la mano, jugaban a la ronda alrededor del mundo.
No supo cuanto tiempo pasó desde que cerró los ojos, pero
despertó algo sobresaltada al escuchar el ruido que hacía una
llave al tratar de abrir la cerradura de la puerta de calle.
Nadie
respondió a su pregunta. Pero continuaron los extraños ruidos al
otro lado de la puerta. Pensó que podría tratarse de un ladrón y
corrió a la cocina para tomar un cuchillo. Se dio cuenta que tenía
los nervios alterados y sintió que le temblaban las rodillas. Y
aunque su corazón latía como un caballo desbocado, se mantuvo
frente a la puerta con el cuchillo en alto y apretándolo con
fuerza.
---¡Pero estás loca o qué! ¿Y qué haces con ese cuchillo
en la mano?--- le increpó Nacho después de abrir rápidamente la
puerta.
Ella soltó el cuchillo, se refugió en sus brazos y,
temblando como una hoja, le pidió que la abrazara con fuerza. Su
marido la besó en el cabello, en el rostro, y luego la llevó en
brazos hasta la cama. La depositó suavemente sobre la cama mientras
ella sollozaba muy quedito. Le dijo que no se preocupara y le
preguntó si había tomado su pastilla para los nervios que le había
recetado el doctor Sifuentes. Andrea le contestó que no porque le
daba mucho sueño. Entonces Nacho le hizo ver que tenía que
obedecer al médico pues después de su último aborto su estado
nervioso había quedado muy afectado.
--- Está bien ---, asintió ella con resignación, --- pásame
el maldito frasco que está en la mesa de noche y tráeme un vaso de
agua.
El hizo lo que le pedía y la joven tomó entonces una píldora
verde y roja sin dejar ni una sola gota de agua en el vaso. Luego
ambos se acostaron en la cama y su esposo empezó a acariciarla y a
besarla en la frente. Ella, ya más calmada, lo besó en los labios
al tiempo que presionó su cuerpo con más fuerza sobre el de su
marido. Al principio, fueron besos tiernos y calmados; pero poco a
poco fue subiendo la intensidad de los mismos. La pasión se apoderó
de ambos y ahora se besaban y acariciaban de una manera febril y
descontrolada. Nacho se subió encima de ella y empezó a presionar
con su sexo el área localizada entre sus piernas.
--- No podemos hacerlo, amor --- exclamó Andrea respirando
entrecortadamente. --- Recuerda que el doctor dijo que teníamos que
esperar por lo menos un mes para hacer el amor nuevamente.
---¡Pues que chingue a su madre el médico, porque ya
pasaron tres semanas y no aguanto más! --- replicó molesto el
marido.
---Tú sabes que yo también lo deseo tanto como tú y que me
gustaría sentirte dentro de mí. Pero tenemos que hacerle caso al
doctor si realmente queremos tener un hijo --- dijo casi como un
susurro la mujer.
Pero ambos estaban tan enardecidos que sus palabras no
correspondían con sus movimientos y acciones. Y entonces ella abrió
sus piernas y se abandonó al remolino que los arrastraba. Lo hizo
porque también deseaba ardientemente ser poseída de nuevo por el
único hombre que había amado en toda su vida. Pero fue en ese
preciso momento que recién pudo ver la cara de su marido y lanzó
un grito desgarrador.
No
podía creer lo que estaba viendo. El rostro que sus ojos veían no
era el de su amado Nacho sino mas bien el del Diablo. De los ojos
del demonio salían chispas y además tenía una sonrisa burlona.
Andrea hizo lo que pudo y reunió todas la fuerzas que le quedaban
para librarse del abrazo del demonio. De un rápido empujón lo tiró
a un lado de la cama y empezó a rezar con fervor, juntando las
manos y con los ojos cerrados, a la imagen que estaba colgada en la
pared de su habitación:
---¡Virgencita de Guadalupe! ¡Protéjeme del demonio y sálvame
de todo mal!. ¡Haz que desaparezca y que regrese a los profundos
infiernos de donde ha venido!.
>Volteó muy despacito, abrió lentamente los ojos para ver si
su pedido había sido escuchado y vio ahora nuevamente el rostro de
su esposo que la miraba con sorpresa y preocupación al tiempo que
le decía:
--- ¡Pero qué cosas estás diciendo! ¿A qué demonio te
refieres?. Cálmate, por favor, que estás muy alterada y eso te
hace ver cosas. Deja que la pastilla surta su efecto, mi amor, y
trata de dormir un poco.
--- ¡No creas que me vas a engañar, maldito demonio! Sé
que tienes el poder para cambiar de apariencia en cualquier momento.
Pero no te tengo miedo pues cuento con el amparo de la Virgencita de
Guadalupe.
Apenas terminó de decir esto, el rostro de Nacho se fue
transformando hasta aparecer otra vez la efigie del Diablo.
---- ¿Conque tu Virgen te protege, no? ¡Pues mira lo que le
va a pasar a tu pinche Virgen! --- bramó el demonio, al tiempo que
apuntó con su dedo al cuadro de la Virgen que cayó al suelo rompiéndose
en mil pedazos.
Luego, de un salto felino, el Diablo se montó otra vez
encima de Andrea y trató de hacerle el amor. Ella se defendió como
una leona y le arañó la cara varias veces. Entonces el Maligno le
encajó una tremenda bofetada que le hizo perder el conocimiento
gradualmente y sintió que caía en un enorme pozo oscuro.
Cuando despertó, sin saber cuánto tiempo había
transcurrido, una silueta borrosa fue aclarándose poco a poco hasta
reconocer que ella correspondía a la cara de su esposo. Se
sobresaltó por un instante, pero Nacho la calmó besándola en la
frente y diciéndole que todo estaba bien y que sólo había tenido
una pesadilla. También le indicó que al llegar la vio dormida en
la cama presa de una serie de convulsiones y que gritaba como un
animal herido. Al sentir la protección del abrazo de su marido, se
rompió el dique que contenía a sus lágrimas y se desbordaron
también una mezcla de emociones y sentimientos como de miedo,
angustia y frustración. Quiso hablar pero sintió que un nudo le
atenazaba la garganta. Nacho le pidió entonces que se callara y que
desahogara toda la carga emocional que la embargaba. Lloró hasta
secar la última lágrima y, cuando notó que ya había recuperado
el habla, le contó todo lo que había pasado entre ella y el
diablo.
--- Cariño, lo primero que tienes que hacer es calmarte
---le dijo dulcemente su esposo mientras le besaba la frente---.
Luego, tienes que entender que eso jamás ocurrió y que sólo forma
parte de tu imaginación. ¿Me entiendes?. ¡De tu imaginación!…
--- ¿Imaginación… ?. ¿Acaso crees que estoy loca?. ¡Si
te digo que el diablo estuvo en esta habitación y trató de hacerme
el amor a la fuerza, es porque así fue y tienes que creerme!.
--- Te creo, mi amor, y no estás loca. Pero recuerda que los
sedantes que te recetó el doctor Sifuentes son un poco fuertes y
advirtió que podrían tener ciertas propiedades alucinógenas.
--- Sí, lo sé. Pero te juro que todo esto fue real. No fue
un sueño ni una alucinación. El diablo existe y estuvo en esta
habitación.
--- Está bien. Vamos a dejarlo así por hoy. No se hable más
del asunto. Mañana será otro día y veremos las cosas de una
manera diferente.
Ella quiso agregar algo más, pero consideró que su esposo
tenía razón. El también estaba cansado y después de un arduo día
de trabajo merecía sus apapachos
y mimos para que notara la diferencia de estar ya en el nidito de
amor que ambos habían construido. Le preguntó si quería que le
calentara su cena y él dijo que no tenía hambre o que a lo mejor más
tarde podría comer algo.
--- ¿Y cómo te fue hoy en el trabajo? ---susurró Andrea
con coquetería mientras le mordía suavemente el lóbulo de su
oreja.
--- Pues, mal. Todavía tengo un montón de expedientes que
debo calificar y me he retrasado en entregarlos como un par de días.
Y para colmo Cristina, mi secretaria, también está atrasada en
ingresar a la computadora toda la información sobre los dictámenes
de esos expedientes. Ella es muy lenta e ineficiente y realmente no
sé cómo consiguió el puesto de secretaria.
--- ¡Y cómo iba a ser!… Pues, acostándose con tu
antecesor en el cargo: el licenciado Peñuelas. Todos en tu oficina
lo saben, menos tú. Ella es una desvergonzada. ¿Acaso crees que no
me he dado cuenta de la forma cómo ella te mira y te coquetea?. ¿O
la manera tan provocativa cómo se viste esa mujerzuela?.
--- ¡Mira, mi amor, ya hemos hablado sobre este tema en el
pasado. Y si vas a insistir otra vez con tus celos infundados,
entonces mejor me levanto y salgo a dar una vuelta hasta que te
calmes! ---respondió visiblemente molesto Nacho.
--- ¡No, no te vayas, mi amor!. ¡No me dejes solita!
---dijo casi llorando ella---. Prometo que ya no te voy a hablar de
ello. Pero es que exploto cada vez que me nombran a esa
“robamaridos” y no puedo contenerme.
Nacho enarcó una ceja, como dudando de su promesa, y le dijo
que no tenía por qué preocuparse o estar celosa. Que la única
mujer que quería en el mundo era ella. El la había escogido para
ser la madre de sus hijos y, por lo mismo, no existía mujer alguna
que pudiera apartarla de su corazón. También le dijo con cariño
que sus celos obedecían a su inseguridad provocada por los dos
abortos sucesivos que había tenido. Y que en su fallido afán de
darle un hijo, ella temía que iba a terminar refugiándose en los
brazos de otra mujer. Pero que nada de eso era cierto y que seguía
queriéndola con toda la fuerza de su amor.
Ella lo besó en la boca de manera apasionada, mientras sus lágrimas
se derramaban copiosamente por sus mejillas. Y le agradeció por ser
tan comprensivo con ella. Siguió besándolo de un modo cada vez más
incontrolado mientras que con su mano corrió el cierre de la
bragueta del pantalón de su esposo y empuñó su miembro viril
hasta que éste se endureció como una piedra. Y entonces se
olvidaron del doctor Sifuentes y mandaron al carajo todas sus
recomendaciones. Se desnudaron con prisa sin dejar de acariciarse y
besarse. Ella se acostó de espaldas y le abrió sus piernas para
que él se le subiera encima y la penetrara como sólo él sabía
hacerlo. Sintió como nunca la dureza del pene de su marido y lanzó
un quejido. Era una mezcla de dolor y placer. Como si una espada
recién sacada de un horno de fundición se introdujera despacito en
su vagina.
Luego miró hacia el lugar donde estaba colgado el cuadro de
la Virgen de Guadalupe para agradecerle por tener un esposo tan
bueno como Nacho. Pero sólo vio un clavo. Y al bajar la vista, notó
que el cuadro descansaba en el piso roto en mil pedazos. Entonces
supo que no había sido un sueño. Y ya no quiso luchar más o
mirarle la cara a su marido. ¿Para qué?. Se abrazó con más
fuerza al tremendo vaivén erótico que la penetraba, cerró los
ojos, se abandonó al intenso placer que poco a poco la fue
poseyendo y dejó que sus gritos rompieran el silencio de la noche.
Desde el otro lado de la puerta de una celda de aislamiento
para pacientes peligrosos, se escuchó el ruido que hizo al cerrarse
la mirilla corrediza de una pequeña ventanita de observación en el
manicomio de la Ciudad de México.
--- Pobrecita, otra vez es víctima de sus propias
alucinaciones y fantasías y cree que el diablo la está poseyendo
---dijo el doctor Sifuentes, el siquiatra asignado a su caso---. No
creo que algún día retorne a su vida normal, especialmente después
que en un momento de locura acuchilló 97 veces a su esposo y que
las autoridades demostraran
su culpabilidad y su absoluta desconexión con el mundo real.
El doctor Sifuentes se metió
las manos en los bolsillos de su bata blanca y se fue silbando por
el pasillo su melodía favorita: “Crazy”, de Patsy Cline.
Jorge Pereyra
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