El
tiempo transcurría en medio de la confusión. Una nueva invasión.
Otra guerra como tantas. Ya el rey estaba cansado, con un cansancio
que tenía algo de aburrimiento. Sabía de otros soberanos que
disfrutaban al mando de sus ejércitos, planeando estrategias,
atacando y retirándose de acuerdo a la necesidad del momento. Para
él, en cambio, las guerras le eran siempre impuestas, por el
enemigo o por sus propios generales que, de alguna manera, tenían
que justificar su posición privilegiada en la corte.
Desde el interior del castillo, podía escuchar la confusión de
ruidos provenientes del campo de batalla: los cañones, los gritos;
en realidad, más sonidos que los que podía identificar. Los
autores hablarían después del "fragor de la batalla",
tratando de darle categoría a esa mezcla infernal de ruidos que,
sin embargo, parecía sólo un eco de un infierno más cercano: la
voz estridente e incesante de la reina, que se lamentaba y le echaba
en cara su debilidad.
Al oirla, el rey sabía que ella tenía razón. Era la reina la
verdadera fuerza del país. El era sólo un símbolo, casi una
figura decorativa, pero curiosamente indispensable. Aunque era ella
quien negociaba, amenazaba, cedía, atacaba o defendía, él estaba
siempre allí, donde se le indicara. Ahora, aturdido, sentía el
golpe en cada palabra:
-"Eres un inútil! Débil, incapaz!
Mi padre sí hubiera sabido defender su reino. Te advertí que eras
tú quien debía iniciar el ataque. Ahora todo está perdido. Como
siempre, tu falta de carácter nos ha llevado a esto".
Repentinamente, la reina calló. El rey volteó sorprendido y ya no
la vio a su lado.
Se la había comido un alfil.
Patricia
Teullet
Patricia
Teullet (Lima, 1960), economista de las canteras de la Universidad
del Pacífico cultiva desde adolescente el placer de jugar con las
palabras. Este ejercicio fue solitario y silencioso aunque participó
en un taller de narración en México, país donde realizó una
maestría en Economía. ''La Batalla'' la pensó de un tirón
mientras dejaba vagar la imaginación en el Parque Naucalí. La
historia se teje a través de un fino duelo en los escaques de
ajedrez manejado con sutil y afilada perversidad.
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