Yo tenía una nena
de bronce
que un buen día se
me derritió;
aquel día le di tantos
besos,
que la pobre no los resistió.
Yo tenía una nena
difusa
pero un día se concretizó;
aquel día la amé
tantas veces,
que en su cuerpo a sí
misma se vio.
Yo tenía una nena
olvidada
que un buen día de
mí se acordó
y ese día que estuvo
conmigo,
sin embargo también
lo olvidó.
Yo tenía una nena
sufriente
que su vida conmigo alegró;
ese día nos fuimos
tan juntos,
que el poema también
concluyó.
Buenos Aires, diciembre, 1998.