—No podemos hacer nada —expuso,
atribulado ante sus compañeros que mecían sus copas en kilómetros
a la redonda, el roble gigantesco suspirando.
(Por lo que sabemos hasta
ahora, los árboles se comunican de dos maneras simultáneas:
la pública, utilizando como canal el aire y como ojos y oídos
su ramaje, y la
privada, utilizando como canal la tierra y como
órganos de los sentidos sus raíces. Al tratarse de seres
democráticos, la sugerencia de que el primer aspecto es el exotérico
y el segundo, en cambio, el esotérico, no posee visos de certeza,
porque, entre ellos no hay "profanos" o "iniciados". Simplemente se trata
de una simple razón de conveniencia, dictada por las relaciones
biológicas con el medio).
—Sobre mi tronco adusto apoyó su agobio y su cansancio —agregó un antiguo cedro.
—Y él, ante mí, confesó sus planes —dijo el sauce con voz aflautada.
—Porque nuestro principal impedimento es la inmovilidad —prosiguió el ciprés que perforaba el cielo; —¡saber y no poder actuar! —concluyó.
El buen leñador convivía con ellos sin dañarlos, porque nunca les cortaba un tallo fresco, ni martirizaba los retoños. Se limitaba a quitar y vender los troncos secos para sobrevivir. Pero les acababa de confesar su plan en voz alta: el hombre más rico de la comarca había proyectado talar el bosque hasta sus últimos arbustos con el fin de extender su producción agropecuaria. El leñador se había incautado del proyecto y pensaba llevarlo ante la justicia. ¿Qué harían en el pueblo cuando el único bosque de la zona desapareciese? ¿Qué haría sin sus amigos el pobre leñador?
En lo mejor de la disertación del leñador el hacendado apareció con sus esbirros. Lo apresaron y, a horcajadas, lo condujeron hasta el pueblo. Este resentido, mentirían luego, llevaba combustible suficiente como para incendiar el bosque en su totalidad, acto demencial que reduciría a cenizas hasta la última bellota.
La operación que el
hacendado, filántropo asumido al fin y al cabo, en cambio, aconsejaba,
produciría madera en abundancia para renovar los muebles desvencijados
de la gente, leños para el invierno que se aproximaba, y el campo
despejado a donde llegaría la luminosidad solar, una vez arado,
para que las vacas proveyeran leche fresca a todos los niños que
vendrían.
Primera moraleja episódica o Grotesco criollo.
Trata sobre dos mocetones,
Elpidio y Grandioso, que asistían regularmente a la misma pulpería.
El primero, sumamente generoso y de quien nunca se dijo que faltara en
ayudar a los demás, aunque su billetera no tuviese el espesor de
aquella de su par, muy adinerado, pero tan egoísta que nadie recordaba
haber recibido algo de él.
Sin embargo, la suerte fue
adversa con Elpidio y, aunque mantuviera incólume su hidalguía,
las monedas que antes iban a otras manos apenas si ahora le alcanzaban
para mantenerlo.
Por supuesto que la gente,
incluso la que hubiera acudido a él pidiendo ayuda, murmuraba:
"Eso le pasa por llevar
una existencia dispendiosa. No se parece a Grandioso, quien, como premio
a su vida virtuosa, recibe del cielo cada día progreso y bienestar".
Segunda moraleja episódica o Grotesco eclesiástico.
Un cura, un rabino y un imán, los tres jefes espirituales bastante alicaídos de la ciudad cosmopolita, se reunieron a la hora del vermouth, y, mientras paladeaban los quesos y embutidos, los panecillos y las frutas secas del copetín, analizaron, con pesar, la falta de unción sagrada que los feligreses mostraban en los oficios o en la vida cotidiana.Si Adán hacía sus cosillas con Eva en el Edén,
¿Con quién jugaba Odín en el Odón?
(canto nupcial de la ciudad)
—Ya no confieso a nadie —decía
el primero.
—Los sábados las
fiestas abarcan todo el día —agregaba el segundo.
—Beben como herejes —coreaba
el tercero.
La tertulia y posterior cavilación dio resultado, porque planearon y ejecutaron con gran inteligencia la manera de recuperar a los hijos descarriados, inescrupulosos a la hora de buscar pareja, indiferentes al "concepto mismo y a la esencia de las festividades religiosas", que celebraban, todos, todas, con la única finalidad de divertirse más días en el año.
Sencillamente regresaron al viejo y fructífero sistema de predicar el odio intercomunitario y alimentar antiguos resquemores. Resucitaron profanaciones olvidadas, reavivaron el rescoldo de los fanatismos que volvió a brillar en los ojos de unos contra otros.
Y así, rápidamente, advino el primer asesinato y su venganza y las alianzas después y las traiciones. Hasta que cada grupo, al final, se abroqueló en sus dogmas y comprendió la sabia palabra de los libros sagrados que especificaba claramente al enemigo.
Y era un verdadero halago
entonces, para los pastores, ver a los rebaños reunidos nuevamente
en el templo, temerosos todos del mal que se ensañaba con la fe
y el culto verdaderos y que se encarnaba en los otros, los cuales, en los
restantes templos imploraban también la destrucción ajena.
Piedra Blanca, febrero, 1998