El estruendo, brutal, se oyó con nitidez en muchos lados del Hemisferio Norte. Las olas posteriores, sucesivas, gigantescas, aterrorizantes barrieron las costas y los puertos y, aunque se habían tomado las medidas precautorias suficientes lo mismo resultaron desastrosas. Todas las embarcaciones, desde los inmensos portaviones de las flotas hasta los pequeños dragaminas, estallaron al unísono. Sus santabárbaras repletas los desintegraron y se hundieron los míseros restos de metal calcinado en las fosas insondables del Océano Pacífico
No menores las explosiones que continuaron luego en los desiertos del Sahara y de Gobi. En el primero fundieron hasta el último blindado; en el segundo, no dejaron de los cazas o de los bombarderos ni la sombra. Las columnas de humo ennegrecieron la atmósfera en los días siguientes y provocaron puestas de sol y amaneceres de indescriptible encanto.
Pero el entusiasmo alcanzó el grado del delirio cuando los cohetes, simultáneamente, despegaron de las bases espaciales llevando en sus bodegas los miles de artefactos nucleares antes almacenados en los siniestros polvorines de los pueblos rumbo al sol, que los deglutiría con el mismo deleite que un niño golosinas.
Entonces, el Enviado de Rostro Incognoscible o, también llamado el Ungido Estelar de Más Allá los Cielos, exclamó: "¡Ahora ya estáis listos para la gran transformación!".
Y arribaron, provenientes de la Galaxia de Andrómeda, que allá languidecía por causas ignoradas, bellísimas mujeres y varones de inigualable hombría.
Y sucedió que las mujeres terrestres —en su mayoría— eligieron por consortes a los Andromedeos y los hombres —también mayoritariamente—, a esas esplendorosas damas que mucho los satisfacían.
Surgió una nueva raza, universal, igualmente dispersa hasta por los confines más sufridos de la Tierra, sin distinciones de clases, color o religión alguna, que procedió a revivir esos paisajes sucios por la antigua pobreza, a agasajar sus bestias, sus bosques, sus montes, sus planicies.
"De los Advenedizos" se denominó esta nueva raza, fecunda en hermosura, bondadosa, pacífica, risueña, que asimiló de modo íntegro, a excepción del belicismo, la gloria del pasado humano, sus artes y sus ciencias, sus filosofías, restauró sus ciudades y construyó sin pausas una civilización igualitaria y justa.
Hasta que el Enviado de Rostro Incognoscible dio por concluida su misión y regresó al Espacio, luego de eliminar hasta las últimas armas que habían sobrevivido al Escarmiento.
Los terrestres que no habían contraído enlace con los de la Galaxia, mientras tanto, seguían juntándose entre sí y manteniendo sus usos y sus divisiones, sus antipatías patrióticas o religiosas, sin que los Advenedizos los molestaran en ningún momento.
"Los Antiguos", "Los Puros",
como a sí mismos se denominaban, unidos por un común denominador
no obstante sus palmarias distinciones, la rumia por reconquistar la Tierra,
aguardaban, por ende, una venganza que se alejaba a medida que sucedía
el tiempo, obligándolos a maldecir su suerte llenos de odio y de
melancolía cuanta vez un miembro renegado abandonaba el clan, la
institución y su simbología de venerable prosapia para unirse
a "los Advenedizos", sin otros lazos con la Tierra que ese desmedido amor
que le manifestaban.
Piedra Blanca, febrero 1998