Inútil

Atrás Arriba Siguiente

 

 

         Este relato iba a ser inicialmente un microcuento, pero una vez lo tuve escrito no pude resistirme a la tentación de darle un poco más de cuerpo y escribir tres páginas en lugar de tres líneas. Es uno de los cuentos más mezquinos que he escrito, con la posible excepción de la escenita de teatro que también ronda por aquí.

 

NO SOY UN COMPLETO INÚTIL

             Cinco minutos antes del salto, los nervios me han clavado el estómago a la garganta. Mis compañeros me observan, sin tener demasiado claro si preocuparse por mí o chasquear la lengua con fastidio. El capitán del equipo se me acerca, moviéndose ágilmente a pesar del correaje del paracaídas.

- Tranquilo... Cancelaremos el salto si no te ves en condiciones.

           Noto un aire ansioso en su voz, una nota de preocupación que no había oído nunca antes. Supongo que es normal: este salto será el más importante de nuestra carrera. Será nuestra única oportunidad en la competición europea, el mayor nivel que puede alcanzarse en paracaidismo acrobático. Miles de personas nos verán a través de la tele, y quince estrictos jueces observarán con lupa cada detalle de nuestras piruetas, giros y acrobacias. Y maldita sea, soy plenamente consciente (todos lo son) de que no estaré a la altura. Nunca lo he estado. Intenté renunciar, encontrar a tiempo un sustituto, pero finalmente me vi obligado a saltar yo mismo. Me convencí de que podía hacerlo.

- Estoy bien, capi. Tranquilo, no os decepcionaré.

           El capitán abre la boca como si fuera a contestar algo, pero en ese mismo instante el piloto grita la señal de aproximación y todos nos vemos absorbidos en un torbellino de actividad. Los doce miembros del equipo saltan rápidamente, a intervalos regulares. Sólo quedamos el capitán y yo. Me acerco a la compuerta, tomo aire y me preparo. El capi me apoya la mano en el hombro, y de nuevo parece a punto de decirme algo, de darme ánimos. Le interrumpo antes de que abra la boca, saltando sin pensarlo dos veces. No quiero que se preocupe más de lo debido. Esta vez lo conseguiré.

           Tras un breve picado me pongo en posición junto al resto de compañeros. La primera figura nos sale a la perfección: el círculo simple. Después Márquez se coloca en el centro, y nos toca al resto rodearle formando una espiral. La figura empieza a formarse rápidamente, y ya casi es mi turno... Casi... Giro 180 grados... Mierda. La bota de Campos se me escurre entre los dedos, como me ocurría en todos los ensayos. La espiral queda definitivamente rota. ¡Mierda, estaba seguro de que esta vez me saldría bien! Sé que es imposible que el estruendo del aire me deje oír nada, pero tengo la clara sensación de que trece labios me están insultando ahora mismo, y trece pares de ojos se clavan en mí con rabia. No pasa nada. Trato de tranquilizarme concentrándome en la siguiente figura.

              Campos y Ferran realizan varios tirabuzones, entreteniendo al jurado mientras el resto nos colocamos en formación rectangular. Venga, venga. Sólo tengo que... Joder, otra vez no. Esta vez es al capitán al que no consigo retener después de agarrarlo. Lo intento de nuevo, pero llego demasiado pronto al punto de cruce y lo único que consigo es chocar con Marcos. Destrozo la punta de la doble estrella. Arruino la simetría perfecta de nuestra mejor baza: la figura del espejo ovalado. Estoy a punto de provocar un incidente grave al meterme en la trayectoria de picado de Márquez. En resumen: fracaso lamentablemente, igual que siempre había hecho hasta hoy. Maldita sea, sabía que no debería haber saltado. Y ahora he condenado a mi equipo al peor de los ridículos, a ser el hazmerreír de todos los saltadores del planeta. Mierda.

            Mientras me pierdo en mis lúgubres pensamientos, el capitán levanta el puño izquierdo: la señal de cancelación. Supongo que no quiere prolongar nuestro calvario más de lo estrictamente imprescindible. Como último saltador aparte del capitán, me corresponde ser el primero en abrir el paracaídas. Sin poder soportar el peso de las miradas de odio que imagino clavadas en mí, tiro de la anilla con la desesperación del soldado que levanta una bandera blanca.

           Y el paracaídas no se abre.

           No hay problema. Aunque como acróbata sea un desastre, llevo años practicando el paracaidismo, y lo primero que enseñan es a mantener la calma en momentos como este. Así que no me altero y busco la argolla del paracaídas secundario. Tiro de ella.

          Y el paracaídas no se abre.

          ¡No no no no no no no! ¿Qué mierda está pasando aquí? ¿Cómo puede ser que se hayan estropeado tanto el paracaídas como el mecanismo de seguridad? Las probabilidades de que eso ocurra son... Miro aterrorizado al capitán, que flota (cae) a pocos metros de mi posición. Gesticulo desesperadamente, tratando de atraer su atención. Y cuando ya empezaba a pensar que no me vería, finalmente se digna a mirarme.

          Y se encoge de hombros.

          Entonces lo entiendo todo. Veo en la cara roja del capitán una extraña mezcla de emociones: odio, ansiedad, desprecio, determinación. Tal vez arrepentimiento. No necesito mirar al resto de mis compañeros para saber que, ahora sí, todos me están observando. Y todos tienen en sus caras expresiones similares a la del buen capitán. Comprendo la cadena de razonamientos que habrá llevado a los que consideraba mis amigos a hacer lo que han hecho: ya que nuestro equipo sería incapaz de evitar perder de forma ignominiosa, debían encontrar la manera de esquivar al menos el ridículo. Necesitaban un mártir. Un trágico accidente que cerrara la boca a los chistosos profesionales. Un estupendo vídeo de impacto que vender al mejor postor. Un fabuloso discurso recordando al camarada caído, minutos de histeria y llanto ante las cámaras de televisión.

            En fin, ya que fallé a la hora de realizar las acrobacias, intentaré no cagarla en esto. Me coloco de espaldas al suelo que se acerca a una velocidad vertiginosa, observando cómo los paracaídas de mis compañeros se abren uno detrás de otro, como enormes flores blancas cayendo sobre mi tumba. Complacido por esta poética imagen, junto los brazos y me lanzo en picado hacia abajo. Llevaré el espectáculo hasta el final.

          Hay que joderse.    

                                                                                    LAPIDARIO

 

Para mis amigos, sé que nunca trastearían con mi paracaídas.

Arriba ]