Hoy
me siento un poco nostálgico, seguramente porque hace unas pocas horas acabé
el último examen de mi vida universitaria. Sí, el examen final de esos últimos
créditos que me faltaban para completar el cupo (aparte del proyecto, claro).
La última vez que me sentaba en las incómodas sillas de las aulas, la última
vez que veía al hijoputilla de profesor de turno repartir las hojas de
respuesta, el último “tenéis tres horas para contestar”... En realidad
echaré de menos estas sensaciones tanto como otra gente echa de menos un apéndice
infectado, pero eso no quita que mientras esperaba, de pie junto al aula de
examen, me sintiera invadido por un ánimo vagamente melancólico. Y en esas
estaba, atontado como de costumbre y con la mirada fija en el infinito, cuando
alguien a mis espaldas gritó: “¡Vamos!”, con exactamente el mismo
tono, timbre, velocidad y volumen que uno de mis
profesores de natación en la EGB. Tan grande fue la semejanza que
durante un segundo me sentí impulsado a lanzarme de un salto a la piscina,
instinto que por suerte reprimí. Durante ese brevísimo instante, casi pude
oler el agua clorada, oír el ruido de las depuradoras y la charla de mis compañeros,
sentir el suelo húmedo y rugoso bajo los pies. (Exagero, pero poco). Me acordé
entonces de una película que vi hace poco, Inocencia Interrumpida, en la
que una idea preciosa no llega a desarrollarse del todo, tal vez por pereza del
guionista. En ella el personaje de Winona Ryder sufre un transtorno psiquiátrico que le
hace saltar de un momento a otro de su vida sin transición: un segundo está en
una fiesta, charlando animadamente con alguien, y al siguiente está saliendo de
una bañera en la que lleva remojándose varias horas. Mezclaba así su pasado
con el presente, ambos igual de vívidos y reales para ella.
Así pues, mientras me sentaba
trabajosamente en la antiergonómica silla de examen y observaba al profe
repartir los enunciados, no pensaba en Gestión de Redes
sino en la naturaleza del tiempo. Un tema tan bueno como cualquier otro
para una sesión de filosofía Fisher-Price...
No
tenemos capacidad para percibir el tiempo. Simplemente reaccionamos frente al
momento presente, nos arrastramos sobre la línea del tiempo de segundo en
segundo, incapaces de ver más allá. Hay quien dice que en realidad no existe más
que el presente: ni hay un futuro predeterminado al que nos vamos acercando poco
a poco ni los momentos pasados tienen existencia real excepto en forma de
recuerdos almacenados temporalmente en nuestros cerebros. Otros piensan que el
tiempo es en realidad simultáneo, que futuro, pasado y presente coexisten a la
vez en la eternidad aunque nosotros sólo podamos percibir un presente
cambiante. Uno de mis gurús particulares, el guionista de comics y chamán Alan
Moore, ha tratado este tema en bastantes ocasiones. El todopoderoso Dr.
Manhattan de Watchmen dice algo así como: el
tiempo es una intrincada joya de múltiples facetas, aunque los humanos insistan
en ver sólo una faceta cada vez. Así pues, los recuerdos pasados y los
futuros son igual de reales que el presente en el que estáis leyendo esto. Dice
también el Dr., hablando con su exnovia: ¿Cuál es tu recuerdo más lejano?
No se ha ido, sigue aún ahí. Cierra los ojos y vuelve a él. Y ella así
lo hace, reviviendo un momento de su infancia. Si intento hacer algo parecido y
volver a cuando era pequeño (y hablo de "realmente pequeño"),
recuerdo imágenes, descargas sensoriales sin demasiado sentido. Ver el mundo
desde dentro de la cuna. El olor a plastilina vieja de mi rincón de juguetes.
La voz de mi abuelo recitando algún poema. La sensación de intenso
aburrimiento y de que el tiempo se había detenido el día que me quedé un par
de horas extra en la guardería. Flashes inconexos, momentos, sensaciones. Y se
me hace tan difícil creer que todo lo que iba asociado a ellas haya desaparecido
para siempre como que el Dr. Manhattan tenga
razón y esos instantes aún estén ahí, siempre hayan estado y siempre estarán...
Cuando
el Dr. se convierte en un ser todopoderoso, adquiere la facultad de ver más allá
del presente, así que puede observar las “facetas de la joya del tiempo”
correspondientes a su futuro. ¿Eso significa que todas tus acciones futuras
están predeterminadas?, le espeta su ex, ¿el ser más poderoso del
universo y no eres más que una marioneta, siguiendo un guión? Y la
respuesta del Dr., lapidaria donde las haya, es bastante terrible: todos
somos marionetas. Yo simplemente soy una marioneta que puede ver los hilos.
Visto así, tal vez sea una suerte nuestra incapacidad humana de ver más allá
del presente, más allá de nuestras narices. Aunque nos condene a la vez a no
poder revivir el pasado más que en la forma de imperfectos recuerdos en
nuestras cabezas, viejas fotos, libros y escritos... Pensadlo por un momento:
imaginad que podéis saltar de faceta en faceta de esta joya del tiempo, pasear
por su arquitectura. ¿Verdad que se os ocurren momentos que querríais revivir
y no simplemente recordar?
La
idea de que el tiempo tiene una arquitectura la defiende de nuevo Alan Moore en
From Hell, la historia de Jack el Destripador. Allí se comenta que los grandes
sucesos tienen su eco en la eternidad, como una columna o un arco que se
extiende a través de los siglos. Así, los asesinatos de Jack tienen macabros
ecos en forma de estallidos de violencia sesenta años después, luego treinta años
después, luego quince años... Un triste arco gótico que contribuye al
edificio del tiempo, en el que (de nuevo) coexisten pasado, presente y futuro en
una sola entidad más allá del tiempo. Así deben entenderse las lisérgicas
alucinaciones de Gull (el destripador), en las que tiene visiones del futuro,
del siglo XX que hace nacer con su legado de sangre y muerte...
Dejando
de lado las teorías de Alan Moore, y para despedirme por ahora con
alguna última paranoia... ¿Os imagináis un mundo sin tiempo?
Se supone que el tiempo se creó con el Big Bang, o eso dicen Hawking y
compañía. ¿Acabará el tiempo cuando acabe el universo, sea en un Big Crunch
o porque se hayan apagado ya al fin todas las estrellas? ¿O una vez creado el
tiempo durará ya eternamente, una entidad con principio pero sin final?
Absurdos como éstos estaba pensando cuando me di cuenta de que en el examen
que acababa de repartir el profesor, las preguntas estaban repetidas respecto a
las de años anteriores. Sonreí: eso sí que es un bucle temporal y no los de
Star Trek.
Vale,
y por ahora os dejo de martirizar hasta el próximo “Seré Breve”, no sin
antes leeros un trozo de “Planeta Champú”, un libro de Douglas Coupland (autor
de “Generación X”, no sé si está en mi lista de libros pero debería
estarlo, en la sección “Sobresaliente”). ¡¡¡¡Hasta pronto!!!!
“Tengo
la sensación de que ninguna habitación está nunca silenciosa de verdad; la
sensación de que incluso en las habitaciones más silenciosas, más vacías y
donde pasan menos cosas, siempre ocurre algo realmente importante. Este
acontecer es el propio Tiempo, que espumea, furioso y en ebullición como un río,
rugiendo al atravesar esta habitación y todas las habitaciones, el Tiempo que
fluye por las camas, sale a borbotones de los minibares, brota de los espejos y,
en su avance grandioso, invencible, me lleva con él”.