La joya del tiempo

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Parto 1 (Primera quincena de junio): LA JOYA DEL TIEMPO

    

         Hoy me siento un poco nostálgico, seguramente porque hace unas pocas horas acabé el último examen de mi vida universitaria. Sí, el examen final de esos últimos créditos que me faltaban para completar el cupo (aparte del proyecto, claro). La última vez que me sentaba en las incómodas sillas de las aulas, la última vez que veía al hijoputilla de profesor de turno repartir las hojas de respuesta, el último “tenéis tres horas para contestar”... En realidad echaré de menos estas sensaciones tanto como otra gente echa de menos un apéndice infectado, pero eso no quita que mientras esperaba, de pie junto al aula de examen, me sintiera invadido por un ánimo vagamente melancólico. Y en esas estaba, atontado como de costumbre y con la mirada fija en el infinito, cuando alguien a mis espaldas gritó: “¡Vamos!”, con exactamente el mismo tono, timbre, velocidad y volumen que uno de mis  profesores de natación en la EGB. Tan grande fue la semejanza que durante un segundo me sentí impulsado a lanzarme de un salto a la piscina, instinto que por suerte reprimí. Durante ese brevísimo instante, casi pude oler el agua clorada, oír el ruido de las depuradoras y la charla de mis compañeros, sentir el suelo húmedo y rugoso bajo los pies. (Exagero, pero poco). Me acordé entonces de una película que vi hace poco, Inocencia Interrumpida, en la que una idea preciosa no llega a desarrollarse del todo, tal vez por pereza del guionista. En ella el personaje de Winona Ryder sufre un transtorno psiquiátrico que le hace saltar de un momento a otro de su vida sin transición: un segundo está en una fiesta, charlando animadamente con alguien, y al siguiente está saliendo de una bañera en la que lleva remojándose varias horas. Mezclaba así su pasado con el presente, ambos igual de vívidos y reales para ella.

            Así pues, mientras me sentaba trabajosamente en la antiergonómica silla de examen y observaba al profe repartir los enunciados, no pensaba en Gestión de Redes  sino en la naturaleza del tiempo. Un tema tan bueno como cualquier otro para una sesión de filosofía Fisher-Price...

No tenemos capacidad para percibir el tiempo. Simplemente reaccionamos frente al momento presente, nos arrastramos sobre la línea del tiempo de segundo en segundo, incapaces de ver más allá. Hay quien dice que en realidad no existe más que el presente: ni hay un futuro predeterminado al que nos vamos acercando poco a poco ni los momentos pasados tienen existencia real excepto en forma de recuerdos almacenados temporalmente en nuestros cerebros. Otros piensan que el tiempo es en realidad simultáneo, que futuro, pasado y presente coexisten a la vez en la eternidad aunque nosotros sólo podamos percibir un presente cambiante. Uno de mis gurús particulares, el guionista de comics y chamán Alan Moore, ha tratado este tema en bastantes ocasiones. El todopoderoso Dr. Manhattan de Watchmen dice algo así como: el tiempo es una intrincada joya de múltiples facetas, aunque los humanos insistan en ver sólo una faceta cada vez. Así pues, los recuerdos pasados y los futuros son igual de reales que el presente en el que estáis leyendo esto. Dice también el Dr., hablando con su exnovia: ¿Cuál es tu recuerdo más lejano? No se ha ido, sigue aún ahí. Cierra los ojos y vuelve a él. Y ella así lo hace, reviviendo un momento de su infancia. Si intento hacer algo parecido y volver a cuando era pequeño (y hablo de "realmente pequeño"), recuerdo imágenes, descargas sensoriales sin demasiado sentido. Ver el mundo desde dentro de la cuna. El olor a plastilina vieja de mi rincón de juguetes. La voz de mi abuelo recitando algún poema. La sensación de intenso aburrimiento y de que el tiempo se había detenido el día que me quedé un par de horas extra en la guardería. Flashes inconexos, momentos, sensaciones. Y se me hace tan difícil creer que todo lo que iba asociado a ellas haya desaparecido para siempre como que el Dr. Manhattan  tenga razón y esos instantes aún estén ahí, siempre hayan estado y siempre estarán...

Cuando el Dr. se convierte en un ser todopoderoso, adquiere la facultad de ver más allá del presente, así que puede observar las “facetas de la joya del tiempo” correspondientes a su futuro. ¿Eso significa que todas tus acciones futuras están predeterminadas?, le espeta su ex, ¿el ser más poderoso del universo y no eres más que una marioneta, siguiendo un guión? Y la respuesta del Dr., lapidaria donde las haya, es bastante terrible: todos somos marionetas. Yo simplemente soy una marioneta que puede ver los hilos. Visto así, tal vez sea una suerte nuestra incapacidad humana de ver más allá del presente, más allá de nuestras narices. Aunque nos condene a la vez a no poder revivir el pasado más que en la forma de imperfectos recuerdos en nuestras cabezas, viejas fotos, libros y escritos... Pensadlo por un momento: imaginad que podéis saltar de faceta en faceta de esta joya del tiempo, pasear por su arquitectura. ¿Verdad que se os ocurren momentos que querríais revivir y no simplemente recordar?

La idea de que el tiempo tiene una arquitectura la defiende de nuevo Alan Moore en From Hell, la historia de Jack el Destripador. Allí se comenta que los grandes sucesos tienen su eco en la eternidad, como una columna o un arco que se extiende a través de los siglos. Así, los asesinatos de Jack tienen macabros ecos en forma de estallidos de violencia sesenta años después, luego treinta años después, luego quince años... Un triste arco gótico que contribuye al edificio del tiempo, en el que (de nuevo) coexisten pasado, presente y futuro en una sola entidad más allá del tiempo. Así deben entenderse las lisérgicas alucinaciones de Gull (el destripador), en las que tiene visiones del futuro, del siglo XX que hace nacer con su legado de sangre y muerte...

Dejando de lado las teorías de Alan Moore, y para despedirme por ahora con  alguna última paranoia... ¿Os imagináis un mundo sin tiempo?  Se supone que el tiempo se creó con el Big Bang, o eso dicen Hawking y compañía. ¿Acabará el tiempo cuando acabe el universo, sea en un Big Crunch o porque se hayan apagado ya al fin todas las estrellas? ¿O una vez creado el tiempo durará ya eternamente, una entidad con principio pero sin final? Absurdos como éstos estaba pensando cuando me di cuenta de que en el examen que acababa de repartir el profesor, las preguntas estaban repetidas respecto a las de años anteriores. Sonreí: eso sí que es un bucle temporal y no los de Star Trek.

Vale, y por ahora os dejo de martirizar hasta el próximo “Seré Breve”, no sin antes leeros un trozo de “Planeta Champú”, un libro de Douglas Coupland (autor de “Generación X”, no sé si está en mi lista de libros pero debería estarlo, en la sección “Sobresaliente”). ¡¡¡¡Hasta pronto!!!!

 “Tengo la sensación de que ninguna habitación está nunca silenciosa de verdad; la sensación de que incluso en las habitaciones más silenciosas, más vacías y donde pasan menos cosas, siempre ocurre algo realmente importante. Este acontecer es el propio Tiempo, que espumea, furioso y en ebullición como un río, rugiendo al atravesar esta habitación y todas las habitaciones, el Tiempo que fluye por las camas, sale a borbotones de los minibares, brota de los espejos y, en su avance grandioso, invencible, me lleva con él”.  

    

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