Resumen: Edmundo
Dantés, en la flor de la juventud, a punto de casarse con la mujer a la
que ama, a punto de ser ascendido de raso marinero a capitán de barco se
ve involucrado en una oscura conspiración de la que es inocente,
enjuiciado en extrañas circunstancias y condenado en una misma noche a
pasar el resto de sus días en la prisión del castillo de If. Desposeído de
dignidad e identidad, desorientado por no saber de dónde le vienen los
golpes y el por qué de tanto infortunio reza cada noche en la húmeda y
oscura celda en la que se ha visto confinado a que Dios se apiade de su
alma y le permita una muerte temprana. Será cuando encuentre al abate
Faría, vecino de celda, cuando la suerte vuelva a sonreír a Dantés y,
fruto de un cúmulo de casualidades bien tejidas por el telar del destino,
logre escapar de la prisión y se convierta en el hombre más rico del
planeta rescatando el tesoro escondido de la dinastía Borgia de la isla de
MonteCristo. Dantés se convierte así en el Conde de MonteCristo, con el
único propósito de hacer pagar a los que lo condenaron a pudrirse
injustamente en el peor agujero del planeta todo lo que le hicieron sufrir
a él.
Opinión:
El primer contacto que tuve con esta hipnótica figura que es MonteCristo
fue cuando contaba once o doce años en casa de mi abuela, ferviente
seguidora también de la magia de la novela de Dumas. A ella le debo
agradecer que me hablara de esta fantástica historia y que, de paso, me
pusiera la película del mismo nombre protagonizada por el actor que
encarnaba a El pájaro espino, cuyo nombre soy incapaz de recordar
ahora mismo. Aquella película, para bien, me dejó marcado hasta que tuve
la moral de meterme entre pecho y espalda un libro de mil doscientas
páginas y letra bien chiquitina, diez años después. Mereció la pena, pues
El Conde se ha convertido, sin dudarlo, en uno de mis libros preferidos.
Como comento en
el resumen, El Conde es la historia de una venganza. No una cualquiera.
No. Esta es la madre de todas las venganzas. De hecho, cualquier película,
libro o relato que se base en este instinto tan primario bebe directamente
de esta novela magistralmente escrita por Dumas y por su, muchas veces
olvidado y menospreciado, ayudante Auguste Maquet. El buen hacer
de este par de genios se observa simplemente en el gran recorrido que hace Dantés a lo largo de la novela: de ser un marinerito que casi dan ganas de
estrangular —de tan bueno, tonto— pasa a ser un hombre inteligente,
calculador, frío como el hielo, maquiavélico y seguro de sí mismo.
A destacar
también grandes momentos del libro: cuando Alberto de Morcef pilla un
colocón del quince con opio, cuando MonteCristo está a punto de dejarse
matar en un duelo por no matar al hijo de la que pudo ser, y no fue, su
esposa, casada ahora con uno de los que urdieron el espeso plan para
hundirle o, cómo no, cuando por fin deja caer sobre los tres desdichados
(cuatro, si contamos al bueno de Caderousse, borracho en el momento de
urdir el plan pero presente al fin y al cabo, culpable de callar fielmente
en el peor momento, preso del miedo que le dan sus ‘amigos’) todo su peso,
que es mucho, creedme.
En fin, ¿qué
más contar? Un novelón desde la primera página hasta la última, que se
disfruta poco a poco, como los buenos caramelos de café con leche, y que
uno tiene ganas de volver a empezar cuando, por fin, llega a la página que
echa el cierre. Recomendada para todos aquellos que —parafraseando a Ágatha Christie— quieren sentir, de segunda mano, las delicias y los
peligros de la aventura. ¡Larga vida al Conde!
Fragmento: "En
cuanto a vos, Morrel, he aquí el secreto de mi conducta. No hay ventura ni
desgracia en el mundo, sino la comparación de un estado con otro, he ahí
todo. Sólo el que ha experimentado el colmo del infortunio puede sentir la
felicidad suprema. Es preciso haber querido morir, amigo mío, para saber
cuan buena y hermosa es la vida. Vivid, pues, y sed dichosos, hijos
queridos de mi corazón, y no olvidéis nunca que hasta el día en que Dios
se digne descifrar el porvenir al hombre, toda la sabiduría humana estará
resumida en dos palabras: ¡Confiar y esperar!"