TODO LO QUE REALMENTE
NECESITO SABER LO APRENDÍ LEYENDO DRAGONLANCE
1.
Tenía
un puñado de arena en una mano, y observaba cómo se me escurría entre los
dedos sin que pudiera hacer nada para evitarlo. "Así se está yendo mi
vida al carajo", pensaba distraído. Si la autocompasión es una costumbre
adictiva, en aquella época yo era poco menos que un yonqui. Estaba sentado en
un lateral de la playa, completamente vestido, contemplando a los alegres bañistas
como quien mira un cuadro de Picasso: fascinado por los colores y las formas
pero sin entender absolutamente nada. ¿De dónde sacaba aquella gente la energía
para vivir? ¿Cómo podían olvidarse de sus problemas tan despreocupadamente? Y
la duda más aterradora: ¿cómo lograba ese gordo no sentirse ridículo con un
bañador slip talla M en un cuerpo XXL? Apunté a aquel atentado a la estética
con el puño, cerrando un ojo para centrarle mejor, y sintiéndome mago por unos
instantes murmuré ampulosamente lo primero que me pasó por la cabeza: Ast tasarak sinularan krynawi.
El
gordo cayó fulminado al suelo.
Obviamente,
no creí que fuera cosa mía. Contemplé alucinado cómo los familiares del
elefante caído se reunían a su alrededor, alarmados, tratando de ayudarle. Los
últimos granos de arena cayeron de mi mano, ahora abierta, y me hicieron pensar
en el humillo que en las películas sale de un revólver recién disparado. Un
familiar especialmente atrevido estaba tapándole la nariz al desmayado, preparándose
con obvia repugnancia a hacerle el boca a boca. Queriendo ahorrarle el mal
trago, abrí la boca para decir algo como: "Tranquilos, ¿no veis que
respira? Sólo esta dormido, sólo le...". Me di cuenta de lo que estaba
pensando. Imposible. Me eché a reír por lo bajini, asombrado de mi propia
estupidez. ¿Cómo podía creer que...? Aún sonriendo, cogí otro puñado de
arena con la mano, apunté al desgraciado del boca a boca y repetí en voz alta
las mismas palabras que antes.
2.
Pensad en algo que siempre hayáis deseado con todas vuestras fuerzas, más allá
de toda esperanza real de conseguirlo. ¿Ya está? Ahora imaginad que un día
cualquiera, de golpe, lo conseguís. ¿Cómo creéis que os sentiríais? ¿Sorprendidos?
¿Agradecidos? ¿Inconmensurablemente felices? Y una mierda. Os sentiríais como
yo en aquel momento: pura y llanamente aterrorizados.
Dejé
de pensar en coincidencias cuando comprobé por quinta vez en pocos minutos que
el conjuro de "sueño" que había recitado distraídamente en la playa
funcionaba a la perfección. Me puse al volante del coche y me marché de allá
a toda velocidad, tratando de no pensar en el pánico que dejaba detrás mío en
forma de epidemia contagiosa de desmayos playeros. Me di cuenta de que estaba
temblando. No podía pensar con claridad. ¿Dónde exactamente había leído
aquel conjuro? En alguno de los libros de la Dragonlance, claro. Soy del tipo de
personas que se aprende esas cosas de memoria: puedo recitaros la letanía
contra el miedo de Dune, el discurso de Roy Batty en Blade Runner o la
cancioncilla de Frodo en El Poney Pisador ("y la vaca saltó sobre la
luna..."). Por algún motivo, son los detalles así los que se me graban en
la cabeza.
Tenía
que comprobar una cosa. Conduje a todo huevo por las calles de mi ciudad,
tratando de llegar a casa lo antes posible. Algo histéricamente, pensé que si
me paraba un guardia urbano lo tendría fácil para deshacerme de él... Y tras
lo que me parecieron horas pero que no debieron ser más de diez minutos, estaba
hojeando apresuradamente las páginas de "El retorno de los dragones".
Al fin encontré lo que buscaba. Sin pensar en lo que hacía, apunté a la foto
de Elenita (alias Nit), que estaba colgada en la pared y recité: Ast
kirannan kair gardum soth aran suh kali jalaran. De mis dedos extendidos
brotaron obedientemente cinco dardos de luz blanca, imposiblemente brillantes, y
volaron con un silbido hacia la pared. Sonó una explosión, un estallido como
el de un neumático reventando, y la habitación se llenó de yeso y polvo. Por
suerte mis compañeros de piso no estaban en casa, y también por suerte ningún
vecino llamó a la policía diciendo que había oído disparos. Tardé unos
cinco minutos en atreverme a abrir los ojos, esperando en cualquier momento otra
explosión que indicase que había reventado una tubería de gas o algo así.
Finalmente me obligué a mirar, ni que fuese para hacer inventario de daños. La
pared que había recibido el impacto de mis proyectiles estaba ennegrecida y
desconchada en varios puntos, aunque no había llegado a atravesarla. De la foto
de mi ex, la pobre Nit, apenas quedaban cenizas y una chincheta metálica al
rojo vivo, aún clavada en la pared.
Me
eché a reír. ¿Cómo era posible aquello? ¡Dios mío, realmente era capaz de
hacer magia, magia de verdad, sin trucos de feria! ¿Quién de los que me estáis
leyendo ahora no daría lo que fuera por conseguir ese poder? Caído en el
suelo, continué riendo a carcajada limpia mucho rato, incapaz de controlarme.
Joder, ni siquiera había tenido que pasar ninguna horrible Prueba, ni se me habían
convertido las pupilas en sendos relojes de arena, ni había tenido que
enfundarme en una túnica... Túnica... Dejé bruscamente de reír y mi expresión
se fue amargando poco a poco, a medida que una desagradable idea iba penetrando
en mi mente. "Hay tres tipos de magos", recordé, "los bondadosos
de túnica blanca, los neutrales de túnica roja y los malvados... Que van
vestidos... Más o menos como yo...". Dirigí una mirada a la camisa y a
los pantalones negros que llevaba puestos, súbitamente incómodo. Ni recordaba
los años que llevaba vistiendo de negro riguroso. Y no le hubiera dado
importancia al color oscuro de mi ropa, de no ser porque aún tenía frente a mí
el resultado de mi primer conjuro recitado adrede.
Un
montoncillo de cenizas que poco antes era la imagen de la única mujer a la que
he amado.
3.
Era
imprescindible examinar mi situación con calma y cautela... Pero decidí
ignorar la incómoda vocecilla de mi interior que exigía prudencia y me dediqué
alegremente a experimentar con todo tipo de conjuros. En las Crónicas de la
Dragonlance se especificaban explícitamente muy pocas fórmulas mágicas, tal
vez cuatro o cinco. Sin embargo, pronto descubrí que bastaba con mantener en la
cabeza una idea clara del efecto que se deseaba conseguir, mientras se
pronunciaba en voz alta algo que sonara apropiadamente mágico. Las palabras
aparecían solas en mi mente. Así descubrí que podía volverme invisible,
cambiar de apariencia física o levitar un par de metros sobre el suelo. Invoqué
una densa niebla que cubrió todo el edificio, para pasmo de mis pobres vecinos.
Lancé sobre mí mismo un sortilegio de comprensión de idiomas, y comprobé que
funcionaba entendiendo sin problemas los canales extranjeros de la tele por
cable. Guiado por un súbito impulso, aferré el bastón de pino que empleaba en
mis excursiones a la montaña y susurré: Shirak. El nudo de madera que
coronaba la vara se iluminó con un resplandor blanco, enceguecedor. Dulak,
musité apresuradamente. La luz se desvaneció por completo, aparentemente sin
haber chamuscado el bastón.
Gracias
al ensayo y error, descubrí que la duración media de la mayoría de mis
sortilegios era de diez o veinte minutos. Transcurrido ese tiempo, sus efectos
disminuían gradualmente y finalmente se disipaban. A pesar de que nunca he sido
demasiado aficionado a los juegos de rol, me compré todo lo que pude encontrar
sobre el juego de AD&D, en el que encontré largas listas de conjuros
ordenados por niveles de potencia. Así encontré finalmente mis límites, al
intentar realizar sin éxito un conjuro que presuntamente debía convertir la
pared en un enorme lingote de platino. Bueno, no se puede tener todo.
El
sonido de la puerta interrumpió mis ensayos. Oí por el pasillo el andar
arrastrado y mortecino de Carlos, uno de mis compañeros de piso. Salí a su
encuentro cerrando la puerta de la habitación a mis espaldas, para evitar que
se viera el estropicio del interior. Carlos me dirigió su mirada de desprecio
habitual, saludándome con una inclinación de cabeza mientras se disponía a
entrar en su cuarto. No es que Carlos me odiara particularmente, sino que repartía
su desprecio a partes iguales entre todos los humanos del planeta. "¡Ey,
Carlos, espera un momentito!", le grito. Y clavando mis ojos en su
desagradable mirada, susurré algo como: Ask tangus moipar kin ibn salamar.
El efecto no fue evidente a simple vista. Carlos se quedó inmóvil, con una
expresión estúpida en la cara, mirándome fijamente. "Y ahora harás
cualquier cosa que yo te diga, ¿verdad?", pregunté inocentemente.
"Comprobémoslo. Levanta los dos brazos y la pierna izquierda". Sin
dejar de mirarme, Carlos así lo hizo, tambaleándose para mantener el
equilibrio. Quise comprobar hasta donde llegaba mi hipnosis. "Ahora dame
todo el dinero que lleves encima", exigí. "Puedes bajar los brazos y
la pierna", añadí rápidamente antes de que el pobre hombre se
descalabrase. Con aire de estar haciendo lo más normal del mundo, Carlos se me
acercó y empezó a sacar billetes doblados de los bolsillos. "Quieto,
quieto", me apresuré a detenerle antes de que pusiera a prueba mi
integridad. Comprobado: Carlos era quizá el ser humano más tacaño de la
Tierra, imposible tanta generosidad sin un lavado de cerebro absoluto.
Bien,
¿y ahora qué haría con él? Fantaseé por un momento con la idea de usarlo de
criado personal, pero me reprendí inmediatamente por ser tan mezquino. Era el
momento de demostrar que mis temores anteriores con respecto a los túnicas
negras eran infundados. Llegó la hora de hacer el bien. Así que tras pensarlo
un rato, le di estas órdenes: "Cuando acabe de hablar, olvidarás que he
tenido contigo esta conversación. Eso sí: antes de una semana habrás pagado
todo el dinero que adeudas a tus amigos, y les habrás devuelto cualquier cosa
que les hayas robado. Le pedirás -mejor, le suplicarás- perdón a Clara por
todo lo que le hiciste mientras salías con ella. Y... Trata a la gente con
cordialidad, llama a menudo a tus padres, ordena tu habitación, dedica unas
horas a la semana a tareas de voluntariado y... Y... No sé... ¡Dúchate de
tanto en tanto, por Dios!".
Carlos
entró en su habitación, sin dar muestras de haber oído nada. En los segundos
que siguieron, fui dolorosamente consciente de dos verdades fundamentales de la
vida. La primera era que no era nada fácil utilizar un poder absoluto con
estilo y sin corromperse. La segunda...
Nunca
me había dado cuenta antes de que ser bueno fuera tan aburrido.
Podría
dedicarme al robo siendo invisible, podría esparcir el caos por el mundo
adoptando formas ajenas (ya me veía transformado en algún político importante
y concediendo desconcertantes entrevistas a la tele), podría dedicarme a
comediante y hechizar literalmente a mi público para que riera a carcajadas,
podría convertirme en soldado y fundir tanques, aviones y misiles, podría...
Podría hacer muchas cosas si no tuviera escrúpulos morales.
Joder.
Toda mi vida deseando tener poderes y ahora no sabía qué coño hacer con
ellos.
4.
Me
costó convencerla de que fuéramos a dar un paseo, ya que por desgracia no
cortamos precisamente con suavidad. Nos conocíamos prácticamente desde que
tuvimos uso de razón, y siempre fuimos amigos, dejándonos libros y jugando.
Conociéndonos. Más tarde... Estuvimos cuatro años saliendo juntos, prácticamente
toda mi vida universitaria, y nos separamos de malos modos unos pocos meses
antes de mi memorable actuación playera. ¿Y por qué decidimos separarnos?
Pff. Hay una larga lista de motivos. Celos mutuos, discusiones por motivos
triviales, metas divergentes en la vida. Ella quería establecerse en la ciudad
ejerciendo como enfermera, con casa propia, hipoteca, boda, niños... Y mi vida,
en cambio, era un caos: yo aspiraba tan sólo a viajar y ver mundo, con el mínimo
de ataduras y responsabilidades mundanas posibles. No conseguimos ponernos de
acuerdo.
Pero
procuré no pensar en nada de esto mientras paseábamos por la Rambla, cogidos
de la mano como en los viejos tiempos. La noté preocupada y abstraída, como si
tuviera la cabeza a mil kilómetros de distancia. Bien, sabía una manera de
llamarle la atención. Había empleado un buen rato intentando decidir la mejor
manera de revelarle mis nuevas habilidades, hasta el punto de que llegué a
considerar el uso de mi recién aprendido conjuro de alto nivel "Palabra
poderosa: orgasmo". Finalmente opté por algo menos arriesgado y tal vez
igual de espectacular. Así que la conduje a uno de nuestros rincones favoritos:
el pequeño faro que se alza al final del puerto, al que llamábamos el
"Faro del Fin del Mundo", con Mayúsculas. Allá solíamos hacer románticas...
Mm... Bueno, nos gustaba el sitio y era solitario, ¿vale?
Ese
día parecía que Nit estaba de un especial mal humor por algún motivo, y además
me di cuenta, algo preocupado, de que se cansaba mucho más rápidamente que
antes. Siempre tuvo problemas de salud, de los cuales nunca quiso explicarme
nada con profundidad. No era una chica frágil, pero su piel extremadamente pálida
le daba un aspecto delicado, como de muñeca china. Traté de animarla charlando
animadamente, a mi estilo, mientras repasaba mentalmente los conjuros que me
disponía a emplear en mi pequeño espectáculo. Cuando llegamos a nuestro
rinconcito de playa solitaria frente al faro, Nit se sentó pesadamente sobre la
arena, sin variar su expresión arisca.
- ¿Y bien? ¿Qué es eso tan importante que tenías que decirme? - me
espetó bruscamente, y luego en tono más suave - Perdona, no quiero ser
maleducada, pero es que he tenido un día realmente horrible.
He recibido... Bah, da igual. Dime.
No
iba a tener el público más receptivo posible, pero en fin. Mi madre siempre
decía que me crezco con las dificultades. Realicé un complicado floreo con las
manos, mientras me venía a la cabeza el fragmento de las Crónicas en que
Raistlin, poderosísimo archimago, actuaba como mago ambulante en una carreta
gitana... Disfrutando de cada momento.
-
Nit, ha ocurrido algo increíble. No sé cómo ni por qué, pero ahora tengo...
Una especie de don. Un don con el que puedo hacer prácticamente cualquier cosa.
Había
conseguido intrigarla, eso seguro. Continué mientras me inclinaba frente a
ella.
-
He pensado mucho en cómo podría utilizar mis nuevas habilidades, y he
decidido... En fin, creo que lo mejor será usarlas para pedirte perdón. Sé
que en los últimos tiempos me he comportado como un capullo - cuando se es
todopoderoso es bien fácil ser magnánimo, pensé, guardándome muy mucho
de decirlo en voz alta -, y no te he tratado tan bien como debería. No me he
esforzado en entender tus ideas, tus necesidades -ni tú las mías, pero no
es el mejor momento para comentarlo-, y te dejé escapar sin haber hecho
todo lo posible por que continuáramos juntos. Así que quiero...
Nit
abrió la boca dispuesta a interrumpirme, pero yo continué hablando, en
crescendo.
-
Quiero pedirte perdón y que me des una segunda oportunidad... Así que dime,
guapa: ¿volverías conmigo si prometo ponerte a los pies el Sol, la Luna y las
estrellas?
Un
momento arriesgado, ya que rozaba (conscientemente) lo cursi. Contaba con ello. Ahora
verás cómo convierto en realidad un tópico, pensé alborozado. Nit me
observaba fijamente, con el ceño fruncido. Más parecía a punto de llorar que
de sonreír, y no adivinaba el motivo. Lo mejor sería darse prisa...
-
Y antes de que respondas, déjame que cumpla mi promesa, para que veas que soy
de fiar. Ast kirul lemek tantagusar kair marduk telmener.
Y
el Sol cayó de repente, como un peso muerto, y se hundió con un alegre
estallido de espuma en las aguas del mar. Inmediatamente, el cielo se oscureció
y se cubrió de estrellas, miles de ellas, muchas más de las que pueden
divisarse normalmente a simple vista. Y cerca de la Vía Láctea, la Luna en
cuarto menguante sonreía, brillante como la plata. O al menos eso es lo que
vimos Nit y yo, por cortesía del más potente de mis conjuros de ilusión. Mi
amada abrió la boca hasta tal punto que temí que se descoyuntara la mandíbula.
Vi que durante un segundo intentó gritar aterrorizada, lo que no era
exactamente el efecto que esperaba provocar, así que la abracé y me apresuré
a tranquilizarla.
-
¿Ves a qué me refería? Ahora soy un mago, un hechicero de verdad. Tranquila,
esto no es más que una ilusión, un juego de luces, si quieres. He traído la
noche para Nit. Es una manera de decirte que...
Cerré
mi puño izquierdo, terminando la ilusión. Así que el cielo nocturno
desapareció de golpe, sustituido
por el anochecer natural. Abrí la mano de nuevo, lentamente, y en la palma
sostenía tres pequeñas joyas, luminosas y cálidas al tacto: un Sol , una Luna
y una estrella de cinco puntas. Con lo que esperaba fuese un gesto galante y
caballeresco, dejé las joyas delante de la paralizada Nit, a sus pies.
-
¿Volverás conmigo, guapa?
Supuse
que tendría que darle un par de minutos para reponerse. Con una mirada
sorprendida e interrogativa que me pareció francamente adorable, se pellizcó
fuertemente en la mejilla, ahogando un gemido.
-
No, no estás soñando, tranquila. De veras, soy un mag...¡Aaay! ¿Por qué me
pellizcas a mí? Diablos, yo tampoco estoy soñando. Esto es real, caray.
¿No tienes pruebas suficientes? No sé, ¿quieres que me convierta en rana y me
das un beso? O yo qué sé... ¡Mira, mira esa piedra!
Recordando
Willow, apunté a una piedra con el dedo y, tras recitar unas palabras, la
convertí en una especie de pájaro inidentificable (no soy ornitólogo, ¿vale?),
que levantó el vuelo inmediatamente, asustado. Creo que Nit ni se dio cuenta,
aunque al fin intentó hablar.
-
Pero cómo... Cómo pudiste... Así que eres... Puedes hacer...
Una
sonrisa fue apareciendo poco a poco en su cara, como si se estuviera abriendo
paso a la fuerza... Y de repente Nit se echó a reír alegremente, y juro por
todos los dioses que fue el sonido más hermoso que he oído jamás. Se me echó
encima, llorando, me abrazó y me cubrió de besos, mientras repetía una y otra
vez algo que en un primer momento no logré entender. Un poco sorprendido por
tanta efusividad, me uní a sus risas y la abracé con fuerza, hasta que
comprendí las palabras de Nit y el estómago se me convirtió de repente en
hielo seco:
-
Podrás curarme el tumor...
5.
En las Crónicas de la Dragonlance está escrito algo así como: "no
lamentes la partida de aquellos que mueren cumpliendo su destino". Es un
pensamiento consolador cuando dos de los protagonistas mueren, uno en batalla y
otro abrumado por el peso de los años. Sus muertes, aunque tristes, estuvieron
cargadas de honor, de sentido.
No
fui capaz de encontrarle sentido a la inminente muerte de Nit.
Me
rompió el corazón explicarle que los magos no pueden curar. Un hechicero sólo
tiene poder para destruir, lanzar bolas de fuego, proyectiles mágicos, conjuros
ofensivos o defensivos. Puedo volverme invisible o convertirme en mosquito, pero
no soy capaz de curar ni un resfriado. Son los clérigos, los sacerdotes de los
dioses de curación, los únicos que tienen tal poder. Al menos así era en las
Crónicas, uno de cuyos temas principales era el retorno de la verdadera fe, la
fe en los antiguos dioses: el advenimiento de la sacerdotisa de la diosa
Mishakal, portando un medallón y una vara de cristal azul, repartiendo curación
y sabiduría. No hay nada parecido en la lista de poderes de un hechicero.
Las
previsiones más optimistas le daban seis meses hasta que tuviera que ingresar
en el hospital, y unas cinco semanas más hasta que la metástasis la acabara
matando. Menos si renunciaba a la quimio y a los tratamientos agresivos. O algo
así entendí: en aquellos días vivía en una especie de nebulosa, sin
enterarme demasiado de nada. Los datos médicos me entraban por un oído y se
perdían en algún lugar del cerebro, fundiéndose con mis sentimientos de
culpabilidad y de impotencia.
Hasta
la tarde en que tuvo que ingresar finalmente en el hospital, acompañé a Nit
siempre que pude. Jugábamos. Convertidos en halcones, volamos por encima de las
montañas más altas, disfrutando de una sensación inimitable de paz, de
libertad. Invisibles, nos colamos mil veces en los cines y gastamos todo tipo de
bromas, algunas bastante pesadas. La deleité cada noche con ilusiones cada vez
más elaboradas. Probamos todos y cada uno de los conjuros sexuales que se nos
ocurrieron, con resultados más que satisfactorios. Vivimos todo lo intensamente
que pudimos, de la manera en que se vive cuando se sabe que el tiempo se acaba.
Que todo se acaba.
Finalmente
ingresó en el hospital. Prefiero no hablar mucho de aquel día.
Una
semana más tarde estábamos solos en su habitación. Ella estaba tumbada, con
aspecto cansado y el sempiterno suero inyectado en un brazo. No tenía fuerzas
para hablar, así que yo decía lo que se me pasaba por la cabeza, cualquier
cosa, tratando siempre de distraerla.
-
¿Sabes? A veces me pregunto si no deberíamos haber nacido en Krynn, o en la
Tierra Media, o en cualquiera de los mundos imaginarios sobre los que tú y yo
hemos leído tanto. Muchas veces me parecían más reales que éste, que esta
pobre Tierra nuestra llena de... No sé, de mierda y de injusticias. Quizás por
eso conseguí mis inútiles poderes, por creer realmente en la existencia de
Krynn. Al fin y al cabo convivimos años con sus habitantes, tú y yo, mientras
devorábamos los libros y nos los prestábamos el uno al otro. En un mundo fantástico
siempre hay esperanza, siempre hay una oportunidad, "un disparo entre un
millón", una victoria final cuando el Mal tiene el triunfo al alcance de
la mano... O de la garra, vamos. El Bien siempre acaba ganando.
Continué
hablando, sin saber muy bien lo que decía, pero con el vago presentimiento de
que me acercaba, sin proponérmelo, a algo importante.
-
Excepto en Krynn, claro. Allí el Bien nunca triunfa por completo... Por suerte.
Sí, porque... Se debe mantener el... Un... Equilibrio... Entre todas las
cosas...
Allí
estaba. Me quedé callado unos instantes, pensando. Nit me miró, extrañada.
-
Porque... Lo más importante del mundo de Krynn es que existe un equilibrio.
Junto al bien, debe existir el mal. Junto... Junto a mi capacidad de destruir -recordé
la foto carbonizada, la chincheta al rojo vivo- debe existir la capacidad de
curar. Yo no la tengo, pero puedo... Puedo...
Supe
que podía hacerlo si me concentraba lo suficiente. Cogí las manos de Nit entre
las mías y cerré los ojos, ignorando la pregunta muda de sus ojos. Susurré
las palabras que aparecieron en mi mente: Ast kiranann jair kandra sum
selerann. "¡Añade la palabra mágica, capullo!", gritó una
vocecilla en mi interior. Decidí hacerle caso, y acabé mi invocación con un
suplicante Por favor...
6.
Así
perdí todos y cada uno de mis numerosos poderes, traspasando todo mi potencial
mágico a la persona que amaba. Tal como esperaba, el potencial se manifestó en
Nit de forma contraria a la mía... Haciendo nacer así a la primera sacerdotisa
de Mishakal, la diosa de la curación, en el planeta Tierra.
Tendríais
que verla ahora mismo. Está apoyada en su vara de cristal azul, aún débil
pero ya reponiéndose, mirándome por encima del hombro mientras escribo estas líneas.
Aún no controla demasiado bien sus nuevos poderes, pero doy fe de que aprende
deprisa. Preparaos para leer pronto artículos verdaderamente extraños en el Medical
Enquirer.
He
de confesar que a veces echo de menos mis poderes, poder volar y todo eso. Pero
no lamento lo que hice ni por un microsegundo: jamás podría haberles
encontrado un mejor uso. He salvado la vida de Nit, y por tanto la mía. Y
seguramente muchas otras vidas, cuando la influencia de la diosa de la curación
se extienda por el mundo.
Y
además... ¿Sabéis que los sacerdotes de Mishakal también tienen conjuros
sexuales?
Nit
se
ha echado a reír.
Sí, tendríais que verla ahora mismo.
Es
tan hermosa...
SHAW