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La comida que ofrecemos hoy, a partir de las 21.30, serviría como paradigma de la pasta casera. Y sin embargo,
ninguna casa de familia la ha probado. Desde la verde corteza hasta el magma interno de seis capas y tres núcleos, resulta lacto y ovo y vegetariosa. Superpone cubitos de espárrago, girasolitos trillados y
bronceados, escarchas muzzarélicas, brotes de albahaca, grumos ricotéricos, espinaquitas nonatas, blandos quesos de agrias cremas, duros ídem de cuajos potentes, hierbas que permanecerán ignoradas, granos que fueron
molidos y lo que siempre se calla al trasmitir una receta, en cierto orden que no es el dicho. El asunto interior, junto pero no mezclado, va en paquetitos ravioloides de tamaño baño, ungidos en salsas de
hongos, tomates secos, once mil extravírgenes y/o mantecas, que los profanos espolvorearán de parmesano improcedente. Raviol -se sabe- proviene del romagnol "fraviol". Fra-viol,
literalmente entre tabúes o al borde de lo prohibido, podría entenderse como "limitado" o "acotado", pero en la práctica gastronómica refiere a cualquier pasta rellena. Es un genérico que cambia de
forma y contenido al desplazarse por ese no país de Italia, y en esa misma medida cambia también de nombre, sabor, horario, destino y ritual. Lo cierto es que encierra un secreto, oculta un misterio y nutre el
espíritu de fantasías imaginantes. Vienen hechos de a uno, como lo bueno, y se comerán a lo bruto, visto que por cinco pesos podrás reiterar e insistir pretendiendo agotar la ingente reserva
margarítica. Joyas papilares, estuches de gusto que algunos amigos sabrán interpretar, comprender, valorar y asimilar comme il faut. Saber y sabor, mens et corpore sanos, ¡sursum corda!
Osperamos |
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