La legislación antimonopolio que rige en Estados Unidos no es
asunto que uno pueda entender en un ratito, leyéndose por encima
tres o cuatro artículos de prensa. Yo, la verdad, no sabría
explicársela a ustedes, si tal y tan extraña fuese mi vocación.
Más o menos, lo que se pretende es evitar que una compañía
llegue a adquirir semejante predominio en un sector del mercado, que sus
competidores queden sin más opción que recoger propinillas
en las esquinas, y los consumidores sin posibilidad de elección
(con todos los males que, según la doctrina capitalista, de tal
carencia se derivan). Normalmente, esta situación no se produce,
porque ninguno de los agentes en litigio mercantil se encuentra en condiciones
de aniquilar a sus competidores... Lo difícil, claro, es --primero--
medir cuándo llega el momento en que una compañía
tiene demasiado poder y --segundo-- demostrarlo.
Un sector del mundo informático sostiene que Microsoft
ha conseguido demasiado poder, que aún pretende conseguir más
y que algunas de sus prácticas mercadotécnicas deben restringirse
o eliminarse. Hay, incluso, otro sector, más pequeño, pero
mucho más vocinglero, que considera ilegales, delictivas e incluso
demoníacas sus estrategias comerciales. En fin. Afortunadamente,
no formo parte de la judicatura norteamericana y no tengo por qué
dictar sentencia yo solito. Puedo dar mi impresión, sin embargo.
A la coyuntura que actualmente priva en el mercado informático se
ha llegado por una combinación de factores: a) los competidores
de Microsoft han cometido todos los errores posibles; b) Bill Gates es
un tipo muy listo; de hecho, es el único empresario que entendió
desde el principio que el ordenador es un producto de consumo más,
como cualquier otro electrodoméstico, y que como tal hay que venderlo.
Creo que nadie más que el propio Microsoft, cuando empiece
a equivocarse (quién sabe si ya ha empezado), podrá detener
la marcha de Microsoft. Aun en el supuesto de que sus competidores lo venzan
en los tribunales, el resultado será el mismo, porque el freno que
quiere ponérsele es bastante trivial. Supongamos que sí,
que se le prohíbe a Gates incluir su Explorador de Internet en Windows
98 VARIANTE NORTEAMERICANA (la prohibición no afectaría a
la venta del producto en otros países del mundo, claro). ¿Y?
Nadie puede prohibirle que lo regale aparte, como lleva haciendo desde
el principio. Nadie puede evitar que la instalación de Windows 98
introduzca modificaciones positivas (más o menos reales, desde luego,
pero siempre visibles) en el sistema operativo, como ya ocurre con Windows
95. Nadie puede impedirle que el nuevo Office --el que saldrá--
se integre con W98 mejor --o aparentemente mejor-- que otros paquetes.
Nadie puede impedirle que negocie en mejores condiciones que nadie la inclusión
de W98 en los ordenadores de nueva venta. De hecho, nadie puede impedirle
nada que perjudique de veras el inminente lanzamiento de Windows 98.
Como consumidores, lo que ahora tenemos que poner en duda no
es la honradez o legalidad de las prácticas comerciales de Microsoft
(ya sabemos que nos manipulan, como todos los vendedores de productos de
consumo, de una forma u otra). Lo que tenemos que preguntarnos es para
qué queremos Windows 98. (Seguiremos con el tema la próxima
semana.)
Todas estas direcciones funcionaban perfectamente en el momento de
escribirse este artículo.