SEX - SEX - SEX

Las personas honestas, justas y cabales siempre han proclamado la evidente verdad de que la revista Playboy no se compra por las fotos, sino por leer los sesudos artículos que contiene. Lo mismito pasa con Internet: aquí todo el mundo se dedica a investigar cosas serias, para engalanar sus conocimientos, profundizarlos y hacerlos más eficaces. Las páginas de sexo y/o pornografía no las visitamos nunca, líbrennos san Priapón y la diosa Clítoris (que, como todo el mundo sabe, y sobre todo el escritor mexicano Fernando del Paso, era tan pequeñita que Zeus tuvo que metamorfosearse en hormiga para yogar con ella).

    No obstante, por si acaso, y aprovechando que estamos de verano, me gustaría lanzar unas cuantas advertencias sobre la senda de los pecadores. La carne es débil, y hay que vigilarla de muy cerca.

    Ya sé que no van a creerme ustedes, pero Internet está lleno de sexo por todos los recovecos. A nada que nos descuidamos, zas, nos salen bellaquerías en pantalla. Resumiendo mucho, hay dos vías de penetración sexual hacia nuestro ordenador.

    Primera vía: Millones y  millones de páginas guarrotas, facilísimas de encontrar, incluso no buscándolas demasiado. Advertencia: las hay gratuitas, puestas por aficionados que obtienen las imágenes por medios más o menos legales, o que incluyen sus propias lucubraciones gráficas en el asunto. Pero la mayor parte de ellas son de pago, aunque le prometan a usted dos mil veces que son FREE-FREE-FREE. Y la manera de cobrarle a usted por chorrearse los ojos es siempre por medio de una tarjeta de crédito (usted sabrá si le apetece dar su número a una proba organización que nace con prístina vocación de sacarle las perras). Otra manera de cobrarle: no permitiéndole el acceso a la página si no se hace usted de alguno de los «organismos» dedicados a comprobar la edad de los paseantes y que se llaman cosas como Adult Check o Validate. Usted se afilia y le dan una clave con la que, a cambio de unos dolarcillos mensuales, trimestrales o anuales, tiene usted derecho a meterse en cientos de páginas SEX. El cobro es también por tarjeta de crédito. (Usted mismo.)

    Claro está que, como bien puede imaginar, también hay decenas, a lo mejor miles de hackers y hackerillos que se dedican a forzar las claves y a ofrecérselas gratis al personal. Y ni que decir tiene que hay cientos de grupos de noticias dedicados al sexo donde el novicio recibe el adecuado adiestramiento para navegar por entre esas borrascas.

    La segunda vía son los chats, y no me digan ustedes que no, porque sería negar lo evidente. Hay canales sobre el cultivo de la remolacha en Siberia, desde luego, pero algo así como el 80% de ellos tratan de sexualidades y ofrecen a sus contertulios la posibilidad de intercambiar ideas y provocaciones en tan arado campo. En todos los idiomas, además. Ese es el verdadero sexo virtual: dos personas, en chat, se excitan mutuamente y alcanzan sus fines tras intercambios más o menos prolijos. (Observen que he dicho «dos personas», sin especificación de género: usted nunca sabrá si está hablando con una doncella hawaiana o con un rudo tártaro de las estepas.) Aquí, por lo general, no hay riesgo económico. Pero figúrese usted como le va a quedar el alma, después de semejante coyunda virtual.

    En fin. Queda dicho. Anden con ojo. Como comprenderán, no puedo darles direcciones, porque ésta no es una sección de lenocinio. Y además no conozco ninguna.

 

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