Reciente viaje efectuado a China y Corea por parte de la SOGEM y el CISAC. Espero disfruten mis andanzas...
     
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VIAJE A CHINA Y COREA
     

y voy a mi hotel para ponerme traje oscuro para la cena de gala. Normalmente el taxi me llevaba en unos 10 minutos y cobraba no tanto. Tomo uno, le digo que me lleve al Hotel Ramada, le enseño la tarjeta del hotel. Dice que está bien. Empieza a caminar y toma otro camino. Yo empiezo a decirle que no es por ahí. Él repite el nombre Ramada. Espero unos minutos. Cada vez estoy más lejos y el taxímetro va aumentando la tarifa minuto a minuto. Le reclamo. Él sonríe y sigue manejando. Le vuelvo a mostrar la tarjeta. Sonríe. Al fin llegamos a un hotel llamado Renaissanse. Le digo que no es. El mozo del hotel le dice que no y le explica, al menos eso pienso, donde está el mío. Vamos de regreso. Nos toca un largo congestionamiento de autos. En una cuadra hacemos más de quince minutos y varios dólares más de tarifa. Le reclamo más fuerte. Él entonces empieza a gritarme. Yo le grito también. Le señalo el taxímetro. Él furioso lo apaga. Así llegamos a mi hotel. Le pago la mitad de lo que marcaba el medidor. Él grita y yo también. Esa cantidad que pagué era casi el doble de lo que pagaba yo normalmente por el trayecto desde el centro de convenciones. Furioso se fue diciendo no sé qué, aunque me lo imagino. Después me enteré que el hotel Renaissanse se llamaba Ramada hasta hace poco y que mi hotel no tenía el nombre de Ramada también hasta hace poco. El pobre taxista tenía razón. Que me perdone. El no actuó como el primer taxi que tomé y también se equivocó. Sin reclamo de parte mía me llevó al hotel y se negó totalmente a cobrar nada por más que yo insistía en pagarle. Con el resto de los taxistas me llevé muy bien.

 
Los hijos. Acostumbrado como estoy en México a ver familias con varios hijos que salen a la calle, van al mercado, a la iglesia, al parque, me llamó mucho la atención no ver niños en las calles, en el mercado, en los parques. Si los vi en grupos escolares que visitan monumentos o sitios históricos, pero no con sus padres. Claro que hubo excepciones pero lo normal es no verlos. Me explicaron que en China por ley sólo se puede tener un hijo, si tienes más de uno tienes que pagar multa. En Corea sí permiten tener varios pero casi nadie lo hace. Lo terrible ahí, en una sociedad machista ciento por ciento, es que la mujer se hace su estudio para conocer el sexo del niño en el tercer mes de embarazo. Si es niña aborta. Y esto es sumamente frecuente. El problema es que en la actualidad ya hay mucho más niños varones que hembras. En este mismo país, que resultó más conservador que la misma China, tienen leyes para mí absurdas. Mi amigo el peruano tiene 25 años de trabajar en Seúl, está casado con una coreana, mi amiga María, y no puede ni podrá tener la nacionalidad coreana. Más grave es el caso de sus dos hijas. Las dos nacieron en Seúl, su madre es coreana, pero ellas no pueden serlo porque la nacionalidad la da el padre. Así que son peruanas.
Los niños que vi en grupos y a los que me acerqué son igual de inquietos que todos los niños del mundo. Inmediatamente te sonríen, quieren ver la foto que les tomaste, se te echan encima, te dicen cosas. La mayoría de ellos son muy bellos.
         
     
         
El regateo en China. Ya me habían dicho que en China había que regatear sobre todo si hacías las compras en puestos callejeros. Pero la realidad es que puedes y debes regatear en todas partes que vendan algo: hoteles, tiendas, puestos, mercados y etcétera, etcétera. Al principio es divertido pero llega a cansar y sobre todo, siempre te quedas con la idea de que lo que compraste debe ser mucho más barato que lo que diste así esté muy barato. Te acercas, ves algo, inmediatamente el vendedor trae una calculadora y marca el precio en ella. Tú te ríes, le haces señas que está loco. Entonces él borra el número anterior y pone otro más bajo. Vuelves a reírte. Él te pide que tú marques el precio que te sea conveniente. Tú pones el más bajo posible. El vendedor finge desmayarse, habla, grita, gesticula. Te pide que pongas otro precio más alto. Tú lo haces. El dice que más. Entonces finges irte. El te corretea con la calculadora. Marcas otro precio, el dice que no, que imposible. En ese momento te tienes que ir definitivamente para que él te alcance y te diga que está bien, que te lo lleves. Y tú muy contento te lo llevas. Después ves ese mismo producto en otro lado y te lo bajan todavía mucho más y entonces te enojas. Me encargaron un Rolex pirata, cosa que no me gusta, pero los encargos son los encargos. Lo veo en el mostrador de un restaurante elegante donde fuimos a cenar. Costaba mil quinientos pesos mexicanos. Dije que no. Vino todo el juego. Me lo rebajaron a la mitad. No acepté. En un mercado empezaron por ofrecérmelo en mil pesos y me lo rebajaron hasta 500 pesos. Volví a decir que no. Otro día fui al malecón que es un centro turístico de Shangai. Ahí me lo ofrecieron en 600 pesos y terminaron por dármelo en 250 pesos. Lo pagué pero me quedé con la idea que me lo hubiera dejado en 100 pesos si hubiera seguido insistiendo. Y en lugar de ir contento con tu compra te vas con la idea que pagaste de más.
Cosa curiosa es que los guías, tanto los dos que yo tuve como los que tuvieron los demás, jamás de los jamases te ayudan a regatear, es más, les molesta que lo hagas. Para ellos deberíamos pagar lo que nos pidan. Si yo les solicitaba ayuda cuando los vendedores no traían su calculadora me decían que no, que si quería yo regatear que lo hiciera solo.
El viaje a China, como contaré después, lo hicimos un grupo, dos mexicanos, dos polacos y tres suecos. Una de las suecas, que por cierto hablaba bien el español, era la regateadora número uno. Frente a nuestro hotel en Xi-an existen muchos puestos o tienditas. Ella necesitaba una petaca, le dije que la vi en uno de ellos. Y ahí vamos todos. Era una petaca chica. Nos la ofrecieron en 350 pesos lo cual era un precio aceptable. Ella ofreció 20 pesos. Todos gritaban. Frente a la tienda empezó a juntarse gente para observarnos. El vendedor bajó a 275. Ella subió a 35. Más gritos. Mónica dijo que ella también quería una. La sueca, apoyada con eso, ofreció 50 por las dos. Bajaron a 200 pesos. El público observador aumentó
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