Monasterio


Monasterio de Fresdeval

    Partiendo del Monasterio de Fresdeval, existe una cuesta que lleva hasta un lugar donde hubo en otros tiempos una especie de castillo, que, en la época en que se sitúa esta leyenda, estaba ya deshabitado.

    Cuenta la leyenda que éste monasterio fue fundado por don Gome Manrique, hijo del hacendado mayor del reino don Pedro Manrique.

    Este don Gome era fruto de unas relaciones que don Pedro había tenido en su juventud con una dama de origen musulmán, por ello don Gome había sido educado en esta religión. Pero al morir su padre y heredar todos sus bienes, no tuvo más remedio que convertirse en cristiano y hacerse bautizar, casándose después con doña Sancha Rojas.

    A pesar de su conversión al cristianismo, decían las gentes que muy a menudo don Gome partía hacia Granada, y al llegar allí, se ponía sus antiguas vestiduras árabes para acudir a diversiones impropias de su rango y citas amorosas con mujeres árabes. En estas aventuras, llegó a conocer y tratar a una princesa mora, de quien tuvo un hijo.

    Cuando los años ya impedían a don Gome Manrique las correrías de su juventud, se retiró a sus propiedades, donde fundó el monasterio de Fresdeval ayudado por su esposa doña Sancha.

    Hacía varios años que el monasterio se había inaugurado, y habitaba en él un grupo de piadosos monjes que se dedicaban a la oración. Una noche alguien descubrió que en el derruido castillo, una mujer ataviada con un albornoz blanco, salía y desaparecía de pronto al llegar a las inmediaciones del claustro. Enterado el prior del este asunto, se indignó ante la falta grave que esto suponía.

    Quiso no obstante asegurarse antes de hablar con ninguno de los monjes, ya que en todos tenía una confianza absoluta y no podía pensar ni remotamente que ninguno de ellos pudiera recibir a una mujer por las noches.

    Inmediatamente se puso a indagar en secreto y llegó a la sospecha de que era un joven novicio que había llegado hace poco al monasterio.

    Con todo, no se atrevió tampoco a decir nada hasta tener seguridad absoluta del hecho, porque el novicio era nada mas y nada menos que el hijo bastardo de don Gome Manrique, fundador del monasterio.

    Puso pues, un espía en las cercanías del claustro, para que le advirtiera cuando la mujer entrara en el monasterio. La noche en que el espía se apostó en los matorrales, en el cielo brillaba la luna con todo su esplendor, y la mujer no aparecía.

    A la noche siguiente también brilló la luna y tampoco apareció nadie. Pero a la tercera noche la luna estaba oculta por las nubes, y de pronto el hombre que estaba oculto como las dos noches anteriores, vio surgir de la oscuridad una figura blanca, era la mujer del castillo en ruinas, que bajaba la cuesta a toda prisa hacia el monasterio hasta llegar al claustro donde desapareció.

    El hombre se fue corriendo para avisar al prior. Éste hizo levantar a todos los monjes que ya se encontraban recogidos en sus aposentos.

    Entretanto en el claustro, sorprendieron al novicio arrodillado en el suelo, tenía apoyada la frente en el regazo de una mujer de extraordinaria belleza, la cual pasaba la mano por la frente del muchacho susurrándole palabras en un idioma que parecía árabe, pero que sin duda, por el tono, parecían frases de aliento y consuelo.

    El joven al ver aparecer de repente a todos los monjes y al prior, se levantó del suelo. La mujer siguió sentada sin moverse ni pronunciar palabra alguna. El prior levantó la mano para lanzar sobre ellos una terrible maldición, cuando el novicio le detuvo con un gesto.

-Esta mujer, es mi madre, prior... no debéis pensar nada malo.

    En efecto esa mujer era aquella princesa con quien don Gome había mantenido relaciones años atrás. Se lo había llevado consigo a la fuerza hasta sus posesiones en Castilla, y ella le había seguido y se había ocultado entre las ruinas del cercano castillo, con el único consuelo de poder visitarle las noches que no tenían luna, de esta forma pasó muchos años viviendo de lo que podía.

    El prior se inclinó ante la dama y le pidió excusas. Pocos días después el novicio salió del monasterio para reunirse y marcharse definitivamente con ella. Don Gome no puso impedimento alguno al verse descubierto. Desde entonces y hasta ahora la cuesta que une el castillo con el monasterio se llama la Cuesta de la Reina.

«Pedro de Mingo»

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